Hechizos
políticos tras el desatino financiero: los engañosos
“brotes verdes” de
la economía mundial
Por
qué la recuperación no será inmediata
Por Laurent Cordonnier (*)
Le
Monde Diplomatique
Edición
Cono Sur, septiembre 2009
Traducción
de Lucía Vera
Entre
grandes sustos y pequeños alivios, la economía mundial
traquetea en medio del vado, sin lograr atravesar las
agitadas aguas de la crisis para internarse en terreno
seguro. Dos trayectorias divergentes se dibujan con
claridad: la de los acróbatas de las finanzas, que no
abandonan sus trucos, y la de los asalariados, sumergidos en
la recesión. Un año después de la quiebra del banco
Lehman Brothers, ni unos ni otros se toman demasiado en
serio los anuncios de “regulación”. Como si nada
hubiese pasado, el capitalismo retoma su loca carrera.
|
Glosario
Desplome
de títulos públicos. Brutal
caída de los títulos de la deuda pública (las
obligaciones emitidas por el Tesoro para financiar deuda pública)
en el mercado secundario de esos títulos.
Aumento
de las tasas de interés.
La caída del precio de las obligaciones equivale a un
aumento de las tasas de interés de deuda pública. Puede
suceder, por ejemplo, que una obligación que les ofrece 30
euros a ahorristas que le han prestado 1.000 euros al Estado
pueda caer en el mercado secundario (el mercado de reventa)
durante un desplome de los títulos públicos. Sí el precio
de estas obligaciones cae a 500 euros, eso significa ipso
tacto que la relación entre los intereses percibidos por
los prestamistas (intereses pagados por el Estado a los
portadores del titulo) y el precio de las obligaciones
mejora ... desde el punto de vista de los nuevos portadores.
La tasa de interés pasaría entonces del 3% al 6%. Pero el
estado sólo podrá encontrar un tomador para sus nuevas
emisiones de obligaciones si ofrece a los nuevos
prestamistas esa tasa de interés más elevada.
Refinanciamiento
de la deuda pública.
A menos que lo tengan prohibido por la normativa (como
ocurre en el caso del Banco Central Europeo), los bancos
centrales pueden ser directamente adquirentes de los títulos
de la deuda pública, pagándolos con emisión de su propia
moneda (en cuyo caso hay creación monetaria). Estas compras
se realizan normalmente en el mercado secundario de las
obligaciones. El banco central, al comportarse como
demandante en ese mercado, sostiene (en principio) la
cotización de las obligaciones... y con eso mismo distiende
la tasa de interés.
Productos
derivados.
Se trata de todos los tipos de contratos que puedan
imaginarse, llevados a cabo entre agentes económicos,
tomando como base títulos o valores existentes (acciones,
obligaciones, divisas, incluido índices...). En principio
pueden servir para cubrir algunos tipos de riesgos (de
fluctuaciones de precios, de tasas de interés, de tipo de
cambio), pero en la práctica son el campo financiero que
elige especulación.
Moneda
sobrevaluada.
Cuando una moneda se aprecia con relación a otra, se hace más
difícil para los exportadores de la zona involucrada (en
este caso los miembros de la zona euro) vender sus productos
a los demás países (en este caso Estados Unidos o China)
porque esos productos son de ipso más caros en los países
destinatarios. Desde el punto de vista macroeconómico, casi
puede afirmarse que cuando el saldo del comercio exterior se
degrada continuamente es porque la moneda está
sobrevaluada.
|
Aun
cuando la crisis económica y financiera, que ha dado un
giro espectacular desde el otoño boreal de 2008, no termina
de esparcir sus perjuicios, en la primavera de 2009 se han
pronunciado todos los encantamientos imaginables para lograr
el rápido retorno del ser amado: el crecimiento. Ningún
signo del destino ha sido descuidado: las sacudidas
(precarias) de los índices bursátiles; el aumento
(vacilante) de la cotización de las materias primas y de
las energías fósiles; la desaceleración en la destrucción
de empleos en Estados Unidos y las alentadoras previsiones
de crecimiento de la Reserva Federal; la actualización (¡de
+0,1 punto!) de las previsiones del Banco de Francia
relativas al Producto Bruto Interno (PBI) del país en 2009;
la mejora de las perspectivas que muestra el Fondo Monetario
Internacional (FMI) relativas al crecimiento mundial en
2010; el rebote de la producción industrial en Alemania
durante mayo; el resultado "ligeramente
beneficioso" de la Société Générale en el segundo
semestre de 2009·y las bonitas ganancias del Banco de
Inversión Goldman Sachs en el segundo trimestre; el pago
anticipado de las ayudas federales por parte de los bancos
estadounidenses, etc.
Sin
querer insistir sobre la indecencia de estas predicciones,
vale la pena preguntarse si la luz que anuncian al final del
túnel no es, trágicamente, la luz de un tren que viene en
sentido contrario ... Pero, aun cuando los escenarios más
optimistas se realicen (1), el desempleo continuará
creciendo durante todo 2009 y 2010, justamente a causa de la
debilidad de la reactivación que se espera. La zona euro
podría tener durante 2010 una tasa de desempleo oficial de
11,5% (contra el 7,5% a comienzos de 2008). Sólo en
Francia, donde cerca de 180.000 empleos desaparecieron en el
último trimestre de 2008 (2), la Unedic (organismo que
administra los seguros de desempleo pagados a los
desempleados) prevé 591.000 supresiones de puestos de
trabajo en 2009. En Estados Unidos, donde ya 7 millones de
personas han perdido su empleo, el pavoroso ritmo de 600.000
destrucciones de empleos mensuales durante el primer
semestre de 2009 hace temer para fines de este año una tasa
de desempleo del 10%, que perduraría durante todo el año
2010.
En
resumen, según la Organización Internacional del Trabajo
(OIT), bien podría ocurrir que la crisis económica y
financiera nos deje con una cifra que oscila entre 39 y 59
millones de desocupados adicionales en el mundo, y con 200
millones de trabajadores adicionales que deberán habituarse
a vivir con menos de dos dólares por día. No serán las
perspectivas de crecimiento suave, anunciadas por el
conjunto de los institutos de previsión, las que permitirán
borrar rápidamente este problema.
Si
acaso estas perspectivas se realizaran (porque habría que
ser muy imprudente para afirmar que puede excluirse
cualquier rebote catastrófico de la crisis), sin duda
quedan bombas de efecto retardado de las cuales no conocemos
ni el largo de la mecha, ni la carga explosiva. La degradación
de la situación económica, al provocar un aumento
significativo en la falta de pago de los créditos (por
parte de los, hogares y de las empresas) bien podría, por
ejemplo, alimentar una segunda ronda de reveses financieros
para los bancos, los cuales deben esperar en 2009, según el
Banco Central Europeo, nuevas pérdidas del orden de los
283.000 millones de euros. No nos preguntaremos si podrán
soportarlo ... dado que saben que pueden contar con la
generosidad del sector público.
En
esta etapa de la crisis tampoco puede excluirse el riesgo de
un desplome de los títulos públicos (véase el glosario),
que podría provenir de una desconfianza creciente de los
“inversores” respecto a esos títulos de deuda pública
(en realidad, una desconfianza de los “rentistas”, que
son los que colocan sus ahorros comprando esos títulos, lo
que constituye precisamente algo inverso a un gasto de
inversión). Al temer, con o sin razón, que los montos
astronómicos que los Estados deberán tomar en préstamo en
2009 y 2010 para financiar sus déficits puedan llevar a un
aumento de las tasas de interés, y con esta expectativa,
temiendo al mismo tiempo un aumento del no pago por parte de
los Estados, los rentistas podrían mostrarse cada vez más
reticentes a poseer obligaciones públicas.
La
caída de los precios de las obligaciones que seguiría (y
que equivaldría a un alza de las tasas de interés)
estrangularía a los Estados, al aumentar la carga de los
intereses, justamente cuando su deuda crece fuertemente. A
menos que los políticos redescubran las virtudes del
impuesto, o que las autoridades monetarias acepten
refinanciar las deudas públicas a tasas casi nulas, la
salida se hará, como siempre, por abajo: por medio de
recortes netos en los servicios públicos y en los programas
sociales (3). Lo que, a su vez, no estimulará una hipotética
reactivación de la demanda ...
Todo
esto corresponde al orden de lo previsible. Pero, ¿dónde
están las otras bombas? ¿En la anunciada quiebra del
estado de California, cuyo presupuesto está encorsetado por
la obligación de reunir una mayoría parlamentaria de dos
tercios (algo imposible) para aprobar cualquier aumento de
tasas o impuestos, y que ha comenzado a pagar a sus
proveedores con sus propios reconocimientos de deuda? ¿En
la debacle inminente de los fondos de pensión de los
funcionarios de Nueva Jersey, de California, de Illinois,
indebidamente subdotados y saqueados durante dos décadas
por dirigentes políticos incapaces de recaudar impuestos, y
despedidos luego por el crack bursátil de 2008, que les
hizo perder el 30% del valor de sus activos (4)? ¿O bien en
el castillo de naipes de los casi 500 billones de dólares
de contratos establecidos en torno a productos derivados
(destinados a cubrir, en principio, riesgos de cambio, de
tasas de interés o de falta de pago) que se intercambian
entre las instituciones financieras en mercados extra bursátiles
no organizados? Su derrumbe, en caso de un nuevo terremoto,
podría ocasionar nuevas pérdidas cercanas a los 3,5
billones de dólares (5), casi el monto de las pérdidas
financieras debidas a la crisis de las subprimes (sin
prestar mucha atención a las cifras después de la coma)
(6).
Querríamos
tranquilizarnos con la idea de que Estados Unidos y Europa
están en vías de intentar regular los mercados, creando o
fusionando las autoridades de supervisión y de regulación,
y previendo mecanismos de compensación. Pero éstas son, en
parte, las instituciones que no supieron prevenir la crisis
de las subprimes, y tampoco los escándalos del tipo Enron,
WorldCom o Madoff. La Securities and Exchange Commission
(SEC), el "gendarme" de la bolsa estadounidense,
llevó a cabo tres investigaciones, en 1992, 2005 y 2007,
sobre la prácticas dudosas de Bernard Madoff (7), todas
ellas infructuosas. Esta noble institución que, según se
decía, pasaba hasta ahora por ser un modelo de regulación
y de supervisión, había llegado a recurrir, algunas veces,
a los servicios del ex presidente del Nasdaq ... por su
pericia en lo relativo a la organización de los mercados. Y
como siempre en el caso de fracasos, los recursos
financieros y de personal de la SEC fueron aumentados (8),
lo que hace pensar que en materia de regulación financiera
la máxima de Shadock se aplica aquí incluso mejor que en
otros ámbitos: "¡Cuánto más fracase, más
probabilidades tiene de éxito en el futuro!".
Esta
inconsecuencia es el subproducto de otra, que es el puntal
de la doctrina liberal: "Autoricemos los asados en
lugares plenos de vegetación, ¡y preveamos también
aumentar la cantidad de cuarteles de bomberos!" Porque
no hay que hacer nada para frenar la innovación financiera,
de la cual el planeta espera todavía tantos milagros. Esto
es lo que recordó Ben Bernanke, presidente de la Reserva
Federal estadounidense, temiendo que el Congreso de su país
diera libre curso a su bien conocida inclinación
reguladora: "No hay que tratar de imponer a los
proveedores de crédito restricciones tan pesadas que
impidan el desarrollo de nuevos productos y servicios en el
futuro". ¿Con qué ventajas, puede uno preguntarse?
Porque “la innovación financiera ha mejorado el acceso al
crédito, reducido los costos y aumentado las opciones”
(9). Esto fue apenas ocho meses después del
desencadenamiento de la crisis. ¿Cómo no temer a las
bombas de efecto retardado, cuando los pirotécnicos siguen
en su lugar?
Aun
sin ceder a la paranoia, se pueden alimentar serias dudas en
cuanto a la capacidad de las economías capitalistas
"avanzadas" para recuperarse en un futuro cercano.
En efecto, subsiste un cierto número de restricciones de
orden macroeconómico que no han sido superadas durante la
crisis, lejos de eso; restricciones tan sólidas que deberían
hacer renunciar al calificativo de "coyunturales"
con el que se las disfraza tan frecuentemente.
Los
niveles de endeudamiento público, que ciertamente están
todavía lejos de alcanzar el récord histórico registrado
después de la Segunda Guerra Mundial, podrían, según el
FMI, acercarse o superar al 90% del PBI en 2014 en algunos
países, como Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Bélgica,
–e incluso a más del 200% en Japón–, bajo el efecto
conjugado de la disminución en la recaudación fiscal, como
consecuencia de la recesión, de las repetidas políticas de
disminución de los impuestos, y de la desaceleración de la
inflación. El endeudamiento de los hogares, que durante
veinte años funcionó como un sustituto al aumento
(congelado) de los salarios en la formación de la demanda
de bienes de consumo, llega también a niveles muy altos.
Los
gastos públicos y el consumo de los hogares, esos dos
pilares esenciales para la construcción de la demanda
global en la economía, no serán, en consecuencia,
demasiado fuertes en los próximos años. En cuanto a la
demanda externa, regularmente trabada por una moneda
sobrevaluada (por lo menos en la zona euro), funciona como
un freno mecánico desde que se esboza la menor perspectiva
de recuperación, por la volatilidad creciente de los
precios de las materias primas y de la energía.
A
causa de la disminución de las reservas fácilmente
accesibles, reforzada por políticas de inversión casi rentísticas
en la exploración, la extracción y el refinado de las
energías fósiles, y porque en los últimos años la
especulación se ha lanzado sobre este tipo de mercados, la
factura energética explotará incluso antes de que se
materialicen las esperanzas de recuperación en que se basan
esas especulaciones.
Ahora
bien, los ingresos gastados en el extranjero para importar
el precioso líquido no son compensados, a corto plazo, por
una demanda en sentido inverso de los países productores,
dirigida a las empresas de los países consumidores. La
Agencia Internacional de Energía (AIE) estimaba en 2004 que
un aumento duradero del precio del barril de petróleo de 25
a 35 dólares podría generar una disminución de 0,4 puntos
de crecimiento en los países miembros (y de 0,45 en Europa)
(10). ¿Qué decir cuando el precio del barril vuelva a
pasar de 60 a 150 dólares ... y cuando un 0,4 punto de PBI
represente más o menos el efecto esperado del plan de
recuperación francés?
La
misma pregunta vale para los gigantescos excedentes
comerciales que mantiene China con Estados Unidos y Europa.
En este punto, el problema no es que Estados Unidos succione
el ahorro del resto del mundo para financiar sus
impresionantes déficits: el problema es que los chinos
sobre–ahorran. Este fenómeno proviene, en parte, de la
tasa de ahorro de los hogares estructuralmente elevada, pero
más seguramente, en los seis o siete últimos años,
durante los cuales el excedente comercial chino se multiplicó
por tres (de 3% a 10% de su PBI), de las superganancias
gigantescas usufructuadas por las firmas industriales
instaladas en China y dirigidas a la exportación o
sustitución de las importaciones pasadas. La captación que
estas firmas operaron en la demanda mundial vino a aumentar
las ganancias del sector industrial, que a su vez hicieron
subir en 7 puntos la tasa de ahorro bruto de las empresas,
desde el comienzo de los años 2000.
Estas
ganancias ahorradas, y este ahorro excedente de los hogares
chinos crean, por su no retorno hacia la demanda mundial,
los déficits comerciales que luego se complacen en
financiar. Este juego produce en la demanda mundial, frente
a cada intento de recuperación económica, un agujero de
168.000 millones de euros en Europa y de 268.000 millones de
dólares en Estados Unidos (11).
Ya
tenemos dificultades para ordenar las restricciones
macroeconómicas que hemos señalado en la categoría de los
problemas "coyunturales", dado su papel
estructurante en las malformaciones de la demanda efectiva a
nivel mundial. ¿Qué podremos decir, entonces, de los
factores que durante más de un cuarto de siglo configuraron
una suerte de economía de la depresión –retornando los términos
del premio Nobel de Economía Paul Krugman–, dando tumbos
y tropezando sin cesar bajo el peso de la globalización
liberal y del dominio de las finanzas sobre las empresas y
el trabajo? El término "estructural" parece muy débil
para designar a la propia naturaleza del régimen de
acumulación del capital que se implementó con el giro de
los años de Reagan y Thatcher, y cuyo punto fuerte, al
menos en los grandes países, no fue el dinamismo en términos
de acumulación del capital... para no mencionar sus
verdaderos "puntos fuertes" (desigualdades
sociales, maltrato a los asalariados, daños irreversibles
al medioambiente). Pero todo lleva a creer, hasta ahora, que
los pilares de ese régimen de acumulación siguen en pie, y
que van a seguir arrastrando al crecimiento (y al resto)
hacia abajo.
La
clave del régimen de acumulación financiera fue, y sigue
siendo, la restauración del poder de los accionistas sobre
las grandes firmas que cotizan en bolsa. Este retorno de los
accionistas, que se operó con el favor de la rehabilitación
de los mercados financieros en los años 1980, no se hizo
ante el rostro amable de la viuda de Carpentras (en el
lenguaje de los agenntes bursátiles, el personaje mítico
de la "viuda de Carpentras" es la encarnación de
los pequeños tenedores de acciones. Esta señora, a
comienzos del siglo, asistía a las asambleas generales de
accionistas por las masitas que ofrecían), sino a través
de un incremento de poder de los grandes fondos de ahorro
colectivo, que llegaron a poseer, desde el cambio de siglo,
más del 50% de las acciones de las empresas que cotizan en
bolsa. Estos organismos de colocaciones colectivas (fondos
mutuales, fondos de pensión, compañías de seguros) entran
en competencia para drenar el ahorro de las categorías más
acomodadas de la población. Sus decisiones de colocación
en la bolsa y su participación en los órganos de
"gobierno" de las empresas hicieron de ellos una
verdadera policía de los mercados de acciones, sancionando
así a las empresas que no hubieran puesto a los accionistas
en el centro de su política, y recompensando a aquellas que
lograban alcanzar los famosos 15% ó 20% de beneficios sobre
los fondos propios (12).
Se
sobreentiende que estas exigencias exorbitantes no fueron
favorables ni para la inversión ni para el consumo. Por un
lado, llevaron a las empresas a reducir drásticamente sus
inversiones, emprendiendo sólo aquellos proyectos capaces
de corresponder a esta nueva norma financiera; y por otro,
ejercieron una considerable presión sobre la evolución de
los salarios y del empleo, bloqueando el consumo de los
asalariados.
Como
consecuencia, los pilares de la demanda interna quedaron
atrofiados en la mayoría de los países desarrollados, y
las firmas "occidentales" fueron a buscar en otras
partes nuevos Eldorados. Está claro que no sostenemos que
esta lamentable dinámica de la demanda global esté en vías
de revertirse gracias a las virtudes auto–redentoras de
una crisis que, de pronto, vería cómo una economía
sometida a la renta de los accionistas se transforma en un
capitalismo de actores comprometidos, que resocializan la
empresa para felicidad de sus trabajadores, de sus
consumidores, de los territorios que la acogen y de la
naturaleza.
Lo
mismo debería decirse respecto a la liberalización sistemática
de los intercambios internacionales de mercancías y de
capitales, que se lleva a cabo desde hace veinte años bajo
la égida del Acuerdo General de Tarifas Aduaneras y
Comercio (GATT), y luego, de la Organización Mundial del
Comercio (OMC). La puesta en competencia del conjunto de las
producciones, de los proyectos de inversión y de los
trabajadores del planeta ha convertido a la mano de obra de
los países en desarrollo en un formidable ejército de
reserva que permanentemente permite empujar hacia abajo los
salarios (13).
No
se ve, tampoco allí, lo que sería capaz de cambiar la
tendencia a corto plazo. Por el momento, con la recesión,
el riesgo sería más bien que esta presión constante sobre
los salarios precipite una deflación salarial, que ya no es
una lejana hipótesis, especialmente en Estados Unidos,
donde los salarios semanales han comenzado a bajar por la
erosión del poder de negociación de los trabajadores y por
la reducción súbita de su tiempo de trabajo. En Europa,
con la construcción de un "espacio económico
unificado" al cual le falta tanto "un
espacio" (una política que fije normas para los
intercambios externos y una política cambiaria), "una
economía" (una tasa de presión impositiva mínima
para las sociedades y un salario básico adaptado a cada país)
y "una unidad" (por medio de transferencias que
compensen las desigualdades de desarrollo), las políticas
de dumping salarial tienen todavía muchos días por
delante.
Finalmente,
no deberíamos dudar en colocar, entre los factores
estructurales que contribuyeron a configurar esta economía
de la depresión, al pensamiento dominante en economía
desde hace un buen cuarto de siglo, un pensamiento que
constantemente ha descuidado a la demanda para centrarse en
los problemas que provocaría un freno de la oferta: costos
salariales demasiado elevados, rigideces en el mercado de
trabajo, presión impositiva confiscatoria del capital,
burocracia, indolencia de los trabajadores para buscar
trabajo, etc. Al no apostar más que por el desarrollo del
'crecimiento potencial a largo plazo, esos expertos no
dejaron de imponer políticas llamadas estructurales,
dirigidas a alentar la disponibilidad de la mano de obra, el
capital humano, el progreso técnico ...
No
significa prestar demasiada importancia a las ideas académicas
decir que ellas tienen su parte de responsabilidad en la
crisis actual, aun cuando se trate de una responsabilidad
que siempre quisieron compartir con otros. Como lo recuerda
Krugman: "El corpus de ideas huecas que tenía
pretensiones a la denominación de "economía del lado
de la oferta" es una doctrina excéntrica que habría
tenido poca influencia si no hubiera recurrido a los
prejuicios de redacciones mediáticas y de hombres ricos
(14)". Una vez pasadas las exuberancias keynesianas de
este período carnavalesco, podemos temer que lo excéntrico
se vuelva una "tendencia". Como testimonio, el
inquebrantable presidente del Banco Central Europeo, Jean–Claude
Trichet, cuando vuelve a las fuentes de su inspiración para
encontrar allí las grandes orientaciones de la política
macroeconómica una vez pasado el carnaval: "En lo que
se refiere a las políticas estructurales, conviene
intensificar cada vez más los esfuerzos tendientes a
sostener el crecimiento potencial en la zona euro. (...) En
particular, las reformas de los mercados de productos son
necesarias para favorecer la competencia y acelerar la
reestructuración y el crecimiento de la productividad. Además,
la reforma de los mercados de trabajo debe facilitar un
proceso apropiado de fijación de los salarios y la
movilidad de la mano de obra entre los sectores y las
regiones. Al mismo tiempo, numerosas medidas adoptadas estos
últimos meses para sostener a algunos compartimentos de la
economía deberán anularse progresivamente y en los
momentos oportunos. Es esencial que el acento se ponga ahora
en el esfuerzo de la capacidad de ajuste y en la
flexibilidad de la economóa de la zona euro, conforme al
principio de una economía abierta, en un régimen de libre
competencia (15).
La
luz al final del túnel...
(*)
Economista, catedrático en la Universidad de Lille I. Autor
del libro “Pas de pitié pour les gueux”, Raisons d'agir,
París, 2000.
Notas:
1)
Escenarios como el retorno del crecimiento mundial en el
segundo semestre de 2010, según el FMI y la Reserva Federal
estadounidense; y desde el comienzo el año 2010 Según la
Organización de Cooperación y desarrollo Económico
(OCDE).
2)
Informations Rapides, Instituto Nacional de Estadísticas y
Estudios Económicos (INSEE), Francia, 15–5–09.
3)
Como ya lo aconseja la OCDE, sin temor a contradecirse, en
su nota sobre Estados Unidos: "Cuando la recuperación
se haya afirmado convendrá restablecer la viabilidad de las
finanzas públicas, reduciendo los déficits presupuestarios
y atacando (la palabra parece conveniente, N. de la R.) el
problema del crecimiento de los gastos sociales". Perspectives
Economiques de L'OCDE, Nº 85, junio de 2009.
4) Véase "The public pension bomb”, Fortune
Magazine, 12–5–09.
5)
Según Darrel Duffie, profesor de Stanford, citado por Le
Monde, 16–5–09.
6)
El FMI estima en 4.000 millones de dólares las pérdidas
que los agentes económicos debieron registrar en sus
cuentas desde el comienzo de la crisis, de los cuales dos
tercios corresponden a los bancos; "Perspectives de L'économie
mondiale", FMI, abril·de 2009.
7)
Véase Ibrahim Warde, "El talento de Mister Madoff",
Le Monde Diplomatique, edición Cono Sur, agosto 2009
8)La
Securities and Exchange Commission tiene más de 3.500
empleados y un presupuesto de cerca de 1.000 millones de dólares.
Véase Les échos, 16 y 17 de mayo de 2009.
9) Le Figaro, 18/19–4–09.
10) "Analysis of the Impact of High Oil Prices on
the Global Economy". lnternational Energy Agency, mayo
de 2004.
11)
Cifras para el año 2008 de la Oficina del Censo para
Estados Unidos y de Eurostat para los 27 países que
integran la Unión Europea.
l2)
Véase Isabelle Pivert, "La dictadura de los
accionistas", Le Monde diplomatique, ed. Cono Sur,
Buenos Aires, marzo de 2009.
13) Véase Jacques Sapir, "Tótems y tabúes",Le
Monde Diplomatique, ed. Cono
Sur, Buenos Aires, marzo de 2009.
14) Paul Krugman, Pourquoi les crises reviennent toujours,
Seuil, Paris, 2000.
15)
Conferencia de prensa del 2–7–09, BCE.
|