Crisis mundial

Hechizos políticos tras el desatino financiero: los engañosos “brotes verdes” de
la economía mundial

Por qué la recuperación no será inmediata

Por Laurent Cordonnier (*)
Le Monde Diplomatique
Edición Cono Sur, septiembre 2009
Traducción de Lucía Vera

Entre grandes sustos y pequeños alivios, la economía mundial traquetea en medio del vado, sin lograr atravesar las agitadas aguas de la crisis para internarse en terreno seguro. Dos trayectorias divergentes se dibujan con claridad: la de los acróbatas de las finanzas, que no abandonan sus trucos, y la de los asalariados, sumergidos en la recesión. Un año después de la quiebra del banco Lehman Brothers, ni unos ni otros se toman demasiado en serio los anuncios de “regulación”. Como si nada hubiese pasado, el capitalismo retoma su loca carrera.

Glosario

Desplome de títulos públicos. Brutal caída de los títulos de la deuda pública (las obligaciones emitidas por el Tesoro para financiar deuda pública) en el mercado secundario de esos títulos.

Aumento de las tasas de interés. La caída del precio de las obligaciones equivale a un aumento de las tasas de interés de deuda pública. Puede suceder, por ejemplo, que una obligación que les ofrece 30 euros a ahorristas que le han prestado 1.000 euros al Estado pueda caer en el mercado secundario (el mercado de reventa) durante un desplome de los títulos públicos. Sí el precio de estas obligaciones cae a 500 euros, eso significa ipso tacto que la relación entre los intereses percibidos por los prestamistas (intereses pagados por el Estado a los portadores del titulo) y el precio de las obligaciones mejora ... desde el punto de vista de los nuevos portadores. La tasa de interés pasaría entonces del 3% al 6%. Pero el estado sólo podrá encontrar un tomador para sus nuevas emisiones de obligaciones si ofrece a los nuevos prestamistas esa tasa de interés más elevada.

Refinanciamiento de la deuda pública. A menos que lo tengan prohibido por la normativa (como ocurre en el caso del Banco Central Europeo), los bancos centrales pueden ser directamente adquirentes de los títulos de la deuda pública, pagándolos con emisión de su propia moneda (en cuyo caso hay creación monetaria). Estas compras se realizan normalmente en el mercado secundario de las obligaciones. El banco central, al comportarse como demandante en ese mercado, sostiene (en principio) la cotización de las obligaciones... y con eso mismo distiende la tasa de interés.

Productos derivados. Se trata de todos los tipos de contratos que puedan imaginarse, llevados a cabo entre agentes económicos, tomando como base títulos o valores existentes (acciones, obligaciones, divisas, incluido índices...). En principio pueden servir para cubrir algunos tipos de riesgos (de fluctuaciones de precios, de tasas de interés, de tipo de cambio), pero en la práctica son el campo financiero que elige especulación.

Moneda sobrevaluada. Cuando una moneda se aprecia con relación a otra, se hace más difícil para los exportadores de la zona involucrada (en este caso los miembros de la zona euro) vender sus productos a los demás países (en este caso Estados Unidos o China) porque esos productos son de ipso más caros en los países destinatarios. Desde el punto de vista macroeconómico, casi puede afirmarse que cuando el saldo del comercio exterior se degrada continuamente es porque la moneda está sobrevaluada.

Aun cuando la crisis económica y financiera, que ha dado un giro espectacular desde el otoño boreal de 2008, no termina de esparcir sus perjuicios, en la primavera de 2009 se han pronunciado todos los encantamientos imaginables para lograr el rápido retorno del ser amado: el crecimiento. Ningún signo del destino ha sido descuidado: las sacudidas (precarias) de los índices bursátiles; el aumento (vacilante) de la cotización de las materias primas y de las energías fósiles; la desaceleración en la destrucción de empleos en Estados Unidos y las alentadoras previsiones de crecimiento de la Reserva Federal; la actualización (¡de +0,1 punto!) de las previsiones del Banco de Francia relativas al Producto Bruto Interno (PBI) del país en 2009; la mejora de las perspectivas que muestra el Fondo Monetario Internacional (FMI) relativas al crecimiento mundial en 2010; el rebote de la producción industrial en Alemania durante mayo; el resultado "ligeramente beneficioso" de la Société Générale en el segundo semestre de 2009·y las bonitas ganancias del Banco de Inversión Goldman Sachs en el segundo trimestre; el pago anticipado de las ayudas federales por parte de los bancos estadounidenses, etc.

Sin querer insistir sobre la indecencia de estas predicciones, vale la pena preguntarse si la luz que anuncian al final del túnel no es, trágicamente, la luz de un tren que viene en sentido contrario ... Pero, aun cuando los escenarios más optimistas se realicen (1), el desempleo continuará creciendo durante todo 2009 y 2010, justamente a causa de la debilidad de la reactivación que se espera. La zona euro podría tener durante 2010 una tasa de desempleo oficial de 11,5% (contra el 7,5% a comienzos de 2008). Sólo en Francia, donde cerca de 180.000 empleos desaparecieron en el último trimestre de 2008 (2), la Unedic (organismo que administra los seguros de desempleo pagados a los desempleados) prevé 591.000 supresiones de puestos de trabajo en 2009. En Estados Unidos, donde ya 7 millones de personas han perdido su empleo, el pavoroso ritmo de 600.000 destrucciones de empleos mensuales durante el primer semestre de 2009 hace temer para fines de este año una tasa de desempleo del 10%, que perduraría durante todo el año 2010.

En resumen, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), bien podría ocurrir que la crisis económica y financiera nos deje con una cifra que oscila entre 39 y 59 millones de desocupados adicionales en el mundo, y con 200 millones de trabajadores adicionales que deberán habituarse a vivir con menos de dos dólares por día. No serán las perspectivas de crecimiento suave, anunciadas por el conjunto de los institutos de previsión, las que permitirán borrar rápidamente este problema.

Si acaso estas perspectivas se realizaran (porque habría que ser muy imprudente para afirmar que puede excluirse cualquier rebote catastrófico de la crisis), sin duda quedan bombas de efecto retardado de las cuales no conocemos ni el largo de la mecha, ni la carga explosiva. La degradación de la situación económica, al provocar un aumento significativo en la falta de pago de los créditos (por parte de los, hogares y de las empresas) bien podría, por ejemplo, alimentar una segunda ronda de reveses financieros para los bancos, los cuales deben esperar en 2009, según el Banco Central Europeo, nuevas pérdidas del orden de los 283.000 millones de euros. No nos preguntaremos si podrán soportarlo ... dado que saben que pueden contar con la generosidad del sector público.

En esta etapa de la crisis tampoco puede excluirse el riesgo de un desplome de los títulos públicos (véase el glosario), que podría provenir de una desconfianza creciente de los “inversores” respecto a esos títulos de deuda pública (en realidad, una desconfianza de los “rentistas”, que son los que colocan sus ahorros comprando esos títulos, lo que constituye precisamente algo inverso a un gasto de inversión). Al temer, con o sin razón, que los montos astronómicos que los Estados deberán tomar en préstamo en 2009 y 2010 para financiar sus déficits puedan llevar a un aumento de las tasas de interés, y con esta expectativa, temiendo al mismo tiempo un aumento del no pago por parte de los Estados, los rentistas podrían mostrarse cada vez más reticentes a poseer obligaciones públicas.

La caída de los precios de las obligaciones que seguiría (y que equivaldría a un alza de las tasas de interés) estrangularía a los Estados, al aumentar la carga de los intereses, justamente cuando su deuda crece fuertemente. A menos que los políticos redescubran las virtudes del impuesto, o que las autoridades monetarias acepten refinanciar las deudas públicas a tasas casi nulas, la salida se hará, como siempre, por abajo: por medio de recortes netos en los servicios públicos y en los programas sociales (3). Lo que, a su vez, no estimulará una hipotética reactivación de la demanda ...

Todo esto corresponde al orden de lo previsible. Pero, ¿dónde están las otras bombas? ¿En la anunciada quiebra del estado de California, cuyo presupuesto está encorsetado por la obligación de reunir una mayoría parlamentaria de dos tercios (algo imposible) para aprobar cualquier aumento de tasas o impuestos, y que ha comenzado a pagar a sus proveedores con sus propios reconocimientos de deuda? ¿En la debacle inminente de los fondos de pensión de los funcionarios de Nueva Jersey, de California, de Illinois, indebidamente subdotados y saqueados durante dos décadas por dirigentes políticos incapaces de recaudar impuestos, y despedidos luego por el crack bursátil de 2008, que les hizo perder el 30% del valor de sus activos (4)? ¿O bien en el castillo de naipes de los casi 500 billones de dólares de contratos establecidos en torno a productos derivados (destinados a cubrir, en principio, riesgos de cambio, de tasas de interés o de falta de pago) que se intercambian entre las instituciones financieras en mercados extra bursátiles no organizados? Su derrumbe, en caso de un nuevo terremoto, podría ocasionar nuevas pérdidas cercanas a los 3,5 billones de dólares (5), casi el monto de las pérdidas financieras debidas a la crisis de las subprimes (sin prestar mucha atención a las cifras después de la coma) (6).

Querríamos tranquilizarnos con la idea de que Estados Unidos y Europa están en vías de intentar regular los mercados, creando o fusionando las autoridades de supervisión y de regulación, y previendo mecanismos de compensación. Pero éstas son, en parte, las instituciones que no supieron prevenir la crisis de las subprimes, y tampoco los escándalos del tipo Enron, WorldCom o Madoff. La Securities and Exchange Commission (SEC), el "gendarme" de la bolsa estadounidense, llevó a cabo tres investigaciones, en 1992, 2005 y 2007, sobre la prácticas dudosas de Bernard Madoff (7), todas ellas infructuosas. Esta noble institución que, según se decía, pasaba hasta ahora por ser un modelo de regulación y de supervisión, había llegado a recurrir, algunas veces, a los servicios del ex presidente del Nasdaq ... por su pericia en lo relativo a la organización de los mercados. Y como siempre en el caso de fracasos, los recursos financieros y de personal de la SEC fueron aumentados (8), lo que hace pensar que en materia de regulación financiera la máxima de Shadock se aplica aquí incluso mejor que en otros ámbitos: "¡Cuánto más fracase, más probabilidades tiene de éxito en el futuro!".

Esta inconsecuencia es el subproducto de otra, que es el puntal de la doctrina liberal: "Autoricemos los asados en lugares plenos de vegetación, ¡y preveamos también aumentar la cantidad de cuarteles de bomberos!" Porque no hay que hacer nada para frenar la innovación financiera, de la cual el planeta espera todavía tantos milagros. Esto es lo que recordó Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal estadounidense, temiendo que el Congreso de su país diera libre curso a su bien conocida inclinación reguladora: "No hay que tratar de imponer a los proveedores de crédito restricciones tan pesadas que impidan el desarrollo de nuevos productos y servicios en el futuro". ¿Con qué ventajas, puede uno preguntarse? Porque “la innovación financiera ha mejorado el acceso al crédito, reducido los costos y aumentado las opciones” (9). Esto fue apenas ocho meses después del desencadenamiento de la crisis. ¿Cómo no temer a las bombas de efecto retardado, cuando los pirotécnicos siguen en su lugar?

Aun sin ceder a la paranoia, se pueden alimentar serias dudas en cuanto a la capacidad de las economías capitalistas "avanzadas" para recuperarse en un futuro cercano. En efecto, subsiste un cierto número de restricciones de orden macroeconómico que no han sido superadas durante la crisis, lejos de eso; restricciones tan sólidas que deberían hacer renunciar al calificativo de "coyunturales" con el que se las disfraza tan frecuentemente.

Los niveles de endeudamiento público, que ciertamente están todavía lejos de alcanzar el récord histórico registrado después de la Segunda Guerra Mundial, podrían, según el FMI, acercarse o superar al 90% del PBI en 2014 en algunos países, como Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Bélgica, –e incluso a más del 200% en Japón–, bajo el efecto conjugado de la disminución en la recaudación fiscal, como consecuencia de la recesión, de las repetidas políticas de disminución de los impuestos, y de la desaceleración de la inflación. El endeudamiento de los hogares, que durante veinte años funcionó como un sustituto al aumento (congelado) de los salarios en la formación de la demanda de bienes de consumo, llega también a niveles muy altos.

Los gastos públicos y el consumo de los hogares, esos dos pilares esenciales para la construcción de la demanda global en la economía, no serán, en consecuencia, demasiado fuertes en los próximos años. En cuanto a la demanda externa, regularmente trabada por una moneda sobrevaluada (por lo menos en la zona euro), funciona como un freno mecánico desde que se esboza la menor perspectiva de recuperación, por la volatilidad creciente de los precios de las materias primas y de la energía.

A causa de la disminución de las reservas fácilmente accesibles, reforzada por políticas de inversión casi rentísticas en la exploración, la extracción y el refinado de las energías fósiles, y porque en los últimos años la especulación se ha lanzado sobre este tipo de mercados, la factura energética explotará incluso antes de que se materialicen las esperanzas de recuperación en que se basan esas especulaciones.

Ahora bien, los ingresos gastados en el extranjero para importar el precioso líquido no son compensados, a corto plazo, por una demanda en sentido inverso de los países productores, dirigida a las empresas de los países consumidores. La Agencia Internacional de Energía (AIE) estimaba en 2004 que un aumento duradero del precio del barril de petróleo de 25 a 35 dólares podría generar una disminución de 0,4 puntos de crecimiento en los países miembros (y de 0,45 en Europa) (10). ¿Qué decir cuando el precio del barril vuelva a pasar de 60 a 150 dólares ... y cuando un 0,4 punto de PBI represente más o menos el efecto esperado del plan de recuperación francés?

La misma pregunta vale para los gigantescos excedentes comerciales que mantiene China con Estados Unidos y Europa. En este punto, el problema no es que Estados Unidos succione el ahorro del resto del mundo para financiar sus impresionantes déficits: el problema es que los chinos sobre–ahorran. Este fenómeno proviene, en parte, de la tasa de ahorro de los hogares estructuralmente elevada, pero más seguramente, en los seis o siete últimos años, durante los cuales el excedente comercial chino se multiplicó por tres (de 3% a 10% de su PBI), de las superganancias gigantescas usufructuadas por las firmas industriales instaladas en China y dirigidas a la exportación o sustitución de las importaciones pasadas. La captación que estas firmas operaron en la demanda mundial vino a aumentar las ganancias del sector industrial, que a su vez hicieron subir en 7 puntos la tasa de ahorro bruto de las empresas, desde el comienzo de los años 2000.

Estas ganancias ahorradas, y este ahorro excedente de los hogares chinos crean, por su no retorno hacia la demanda mundial, los déficits comerciales que luego se complacen en financiar. Este juego produce en la demanda mundial, frente a cada intento de recuperación económica, un agujero de 168.000 millones de euros en Europa y de 268.000 millones de dólares en Estados Unidos (11).

Ya tenemos dificultades para ordenar las restricciones macroeconómicas que hemos señalado en la categoría de los problemas "coyunturales", dado su papel estructurante en las malformaciones de la demanda efectiva a nivel mundial. ¿Qué podremos decir, entonces, de los factores que durante más de un cuarto de siglo configuraron una suerte de economía de la depresión –retornando los términos del premio Nobel de Economía Paul Krugman–, dando tumbos y tropezando sin cesar bajo el peso de la globalización liberal y del dominio de las finanzas sobre las empresas y el trabajo? El término "estructural" parece muy débil para designar a la propia naturaleza del régimen de acumulación del capital que se implementó con el giro de los años de Reagan y Thatcher, y cuyo punto fuerte, al menos en los grandes países, no fue el dinamismo en términos de acumulación del capital... para no mencionar sus verdaderos "puntos fuertes" (desigualdades sociales, maltrato a los asalariados, daños irreversibles al medioambiente). Pero todo lleva a creer, hasta ahora, que los pilares de ese régimen de acumulación siguen en pie, y que van a seguir arrastrando al crecimiento (y al resto) hacia abajo.

La clave del régimen de acumulación financiera fue, y sigue siendo, la restauración del poder de los accionistas sobre las grandes firmas que cotizan en bolsa. Este retorno de los accionistas, que se operó con el favor de la rehabilitación de los mercados financieros en los años 1980, no se hizo ante el rostro amable de la viuda de Carpentras (en el lenguaje de los agenntes bursátiles, el personaje mítico de la "viuda de Carpentras" es la encarnación de los pequeños tenedores de acciones. Esta señora, a comienzos del siglo, asistía a las asambleas generales de accionistas por las masitas que ofrecían), sino a través de un incremento de poder de los grandes fondos de ahorro colectivo, que llegaron a poseer, desde el cambio de siglo, más del 50% de las acciones de las empresas que cotizan en bolsa. Estos organismos de colocaciones colectivas (fondos mutuales, fondos de pensión, compañías de seguros) entran en competencia para drenar el ahorro de las categorías más acomodadas de la población. Sus decisiones de colocación en la bolsa y su participación en los órganos de "gobierno" de las empresas hicieron de ellos una verdadera policía de los mercados de acciones, sancionando así a las empresas que no hubieran puesto a los accionistas en el centro de su política, y recompensando a aquellas que lograban alcanzar los famosos 15% ó 20% de beneficios sobre los fondos propios (12).

Se sobreentiende que estas exigencias exorbitantes no fueron favorables ni para la inversión ni para el consumo. Por un lado, llevaron a las empresas a reducir drásticamente sus inversiones, emprendiendo sólo aquellos proyectos capaces de corresponder a esta nueva norma financiera; y por otro, ejercieron una considerable presión sobre la evolución de los salarios y del empleo, bloqueando el consumo de los asalariados.

Como consecuencia, los pilares de la demanda interna quedaron atrofiados en la mayoría de los países desarrollados, y las firmas "occidentales" fueron a buscar en otras partes nuevos Eldorados. Está claro que no sostenemos que esta lamentable dinámica de la demanda global esté en vías de revertirse gracias a las virtudes auto–redentoras de una crisis que, de pronto, vería cómo una economía sometida a la renta de los accionistas se transforma en un capitalismo de actores comprometidos, que resocializan la empresa para felicidad de sus trabajadores, de sus consumidores, de los territorios que la acogen y de la naturaleza.

Lo mismo debería decirse respecto a la liberalización sistemática de los intercambios internacionales de mercancías y de capitales, que se lleva a cabo desde hace veinte años bajo la égida del Acuerdo General de Tarifas Aduaneras y Comercio (GATT), y luego, de la Organización Mundial del Comercio (OMC). La puesta en competencia del conjunto de las producciones, de los proyectos de inversión y de los trabajadores del planeta ha convertido a la mano de obra de los países en desarrollo en un formidable ejército de reserva que permanentemente permite empujar hacia abajo los salarios (13).

No se ve, tampoco allí, lo que sería capaz de cambiar la tendencia a corto plazo. Por el momento, con la recesión, el riesgo sería más bien que esta presión constante sobre los salarios precipite una deflación salarial, que ya no es una lejana hipótesis, especialmente en Estados Unidos, donde los salarios semanales han comenzado a bajar por la erosión del poder de negociación de los trabajadores y por la reducción súbita de su tiempo de trabajo. En Europa, con la construcción de un "espacio económico unificado" al cual le falta tanto "un espacio" (una política que fije normas para los intercambios externos y una política cambiaria), "una economía" (una tasa de presión impositiva mínima para las sociedades y un salario básico adaptado a cada país) y "una unidad" (por medio de transferencias que compensen las desigualdades de desarrollo), las políticas de dumping salarial tienen todavía muchos días por delante.

Finalmente, no deberíamos dudar en colocar, entre los factores estructurales que contribuyeron a configurar esta economía de la depresión, al pensamiento dominante en economía desde hace un buen cuarto de siglo, un pensamiento que constantemente ha descuidado a la demanda para centrarse en los problemas que provocaría un freno de la oferta: costos salariales demasiado elevados, rigideces en el mercado de trabajo, presión impositiva confiscatoria del capital, burocracia, indolencia de los trabajadores para buscar trabajo, etc. Al no apostar más que por el desarrollo del 'crecimiento potencial a largo plazo, esos expertos no dejaron de imponer políticas llamadas estructurales, dirigidas a alentar la disponibilidad de la mano de obra, el capital humano, el progreso técnico ...

No significa prestar demasiada importancia a las ideas académicas decir que ellas tienen su parte de responsabilidad en la crisis actual, aun cuando se trate de una responsabilidad que siempre quisieron compartir con otros. Como lo recuerda Krugman: "El corpus de ideas huecas que tenía pretensiones a la denominación de "economía del lado de la oferta" es una doctrina excéntrica que habría tenido poca influencia si no hubiera recurrido a los prejuicios de redacciones mediáticas y de hombres ricos (14)". Una vez pasadas las exuberancias keynesianas de este período carnavalesco, podemos temer que lo excéntrico se vuelva una "tendencia". Como testimonio, el inquebrantable presidente del Banco Central Europeo, Jean–Claude Trichet, cuando vuelve a las fuentes de su inspiración para encontrar allí las grandes orientaciones de la política macroeconómica una vez pasado el carnaval: "En lo que se refiere a las políticas estructurales, conviene intensificar cada vez más los esfuerzos tendientes a sostener el crecimiento potencial en la zona euro. (...) En particular, las reformas de los mercados de productos son necesarias para favorecer la competencia y acelerar la reestructuración y el crecimiento de la productividad. Además, la reforma de los mercados de trabajo debe facilitar un proceso apropiado de fijación de los salarios y la movilidad de la mano de obra entre los sectores y las regiones. Al mismo tiempo, numerosas medidas adoptadas estos últimos meses para sostener a algunos compartimentos de la economía deberán anularse progresivamente y en los momentos oportunos. Es esencial que el acento se ponga ahora en el esfuerzo de la capacidad de ajuste y en la flexibilidad de la economóa de la zona euro, conforme al principio de una economía abierta, en un régimen de libre competencia (15).

La luz al final del túnel...


(*) Economista, catedrático en la Universidad de Lille I. Autor del libro “Pas de pitié pour les gueux”, Raisons d'agir, París, 2000.

Notas:

1) Escenarios como el retorno del crecimiento mundial en el segundo semestre de 2010, según el FMI y la Reserva Federal estadounidense; y desde el comienzo el año 2010 Según la Organización de Cooperación y desarrollo Económico (OCDE).

2) Informations Rapides, Instituto Nacional de Estadísticas y Estudios Económicos (INSEE), Francia, 15–5–09.

3) Como ya lo aconseja la OCDE, sin temor a contradecirse, en su nota sobre Estados Unidos: "Cuando la recuperación se haya afirmado convendrá restablecer la viabilidad de las finanzas públicas, reduciendo los déficits presupuestarios y atacando (la palabra parece conveniente, N. de la R.) el problema del crecimiento de los gastos sociales". Perspectives Economiques de L'OCDE, Nº 85, junio de 2009.

4) Véase "The public pension bomb”, Fortune Magazine, 12–5–09.

5) Según Darrel Duffie, profesor de Stanford, citado por Le Monde, 16–5–09.

6) El FMI estima en 4.000 millones de dólares las pérdidas que los agentes económicos debieron registrar en sus cuentas desde el comienzo de la crisis, de los cuales dos tercios corresponden a los bancos; "Perspectives de L'économie mondiale", FMI, abril·de 2009.

7) Véase Ibrahim Warde, "El talento de Mister Madoff", Le Monde Diplomatique, edición Cono Sur, agosto 2009

8)La Securities and Exchange Commission tiene más de 3.500 empleados y un presupuesto de cerca de 1.000 millones de dólares. Véase Les échos, 16 y 17 de mayo de 2009.

9) Le Figaro, 18/19–4–09.

10) "Analysis of the Impact of High Oil Prices on the Global Economy". lnternational Energy Agency, mayo de 2004.

11) Cifras para el año 2008 de la Oficina del Censo para Estados Unidos y de Eurostat para los 27 países que integran la Unión Europea.

l2) Véase Isabelle Pivert, "La dictadura de los accionistas", Le Monde diplomatique, ed. Cono Sur, Buenos Aires, marzo de 2009.

13) Véase Jacques Sapir, "Tótems y tabúes",Le Monde Diplomatique, ed. Cono Sur, Buenos Aires, marzo de 2009.

14) Paul Krugman, Pourquoi les crises reviennent toujours, Seuil, Paris, 2000.

15) Conferencia de prensa del 2–7–09, BCE.