¡Hurra! ¡La recesión quedó atrás!
Cómo se miente con estadísticas
Por Michael R. Krätke (*)
Freitag, 03/09/09
Sin Permiso, 13/09/09
Traducción de Amaranta Süss
¿Crisis? ¿Qué crisis? La crisis pasó, lo peor quedó atrás; estamos de
nuevo en marcha. Tal es, desde hace semanas, la cantilena
que reproducen todos los medios de comunicación.
E inmediatamente antes de las elecciones federales alemanas, es, huelga
decirlo, un mensaje reconfortante, sobre todo para la
coalición de gobierno. Viene a dar lustre a su pretendido
éxito, y proclama: no os preocupéis, Merkel y el mercado
lo han dispuesto, ahora estamos otra vez en marcha. No
necesitamos ya más programas de coyuntura; no se hable más
de los inmensos costes de las recientes acciones de rescate;
cállese sobre la distribución de las cargas de la crisis.
¿O acaso no vamos todos, los ganadores de la crisis lo mismo que sus víctimas,
en el mismo barco? El barco está de nuevo a flote; la
consigna, como siempre, no puede ser otra que la del
"crecimiento"; y del crecimiento oficialmente
estimado en un 0,3% tiene que alegrarse todo el mundo.
Un populista es quien cuenta a las gentes lo que éstas quieren oír. Un
populista es quien despierta falsas esperanzas y juega sin
escrúpulos con los miedos de otros. Un bobo peligroso es
quien cree en las propias mentiras y toma por remedios los
ensalmos milagreros. Un aguafiestas es quien llama mentira a
la mentira. Un buen ciudadano es quien no se deja tomar el
pelo por la superioridad.
Cómo
se miente con estadísticas
“Cómo se miente con estadísticas”: he aquí el título de un curso
que, aunque debería ser obligatorio para los economistas,
los científicos sociales y los periodistas, no se imparte
en las universidades alemanas. Si no fuera por eso, podría
suponerse con la mejor de las conciencias que nuestros
gobernantes y sus portavoces mediáticos mienten a
sabiendas.
Las cifras que acaba de publicar la oficina federal alemana de estadística
muestran lo que cualquier experto ya sabía o podía saber:
no puede en absoluto hablarse de un final de la crisis. Por
lo pronto, el famoso 0,3% con que el PIB alemán ha crecido
estadísticamente en el segundo trimestre de 2009 resulta de
una comparación con el trimestre anterior: si, en cambio,
se compara con el trimestre del pasado año, el PIB ha
seguido bajando. Y no poco: digamos que un 7,1% (descontando
precios) o un 5,9% (descontando factores estacionales).
En el primer trimestre de 2009, el retroceso en comparación con el
trimestre del año anterior representó todavía un 6,4%. De
modo que el desplome entre abril y junio se ha acelerado, más
que ralentizado. Si la pretendida recuperación prosigue de
esta guisa, a fin de año llegaremos a un menos 8%.
Crecimiento negativo se llamaba antes a eso, sin sombra de
ironía.
Otro fenómeno que merece atención: en comparación con el trimestre del año
pasado, el llamado "tejido productivo" alemán ha
experimentado en el segundo trimestre de 2009 una nueva caída
de un 23,6%. La tendencia al derrumbe de la industria
alemana no ha sido, pues, sanada, y sólo en Japón halamos
un paralelo tan peligroso.
¡Pero si los pedidos crecen desde mayo, y hasta las exportaciones,
inopinadamente, han vuelto a crecer! No es razón para
ponerse a tirar cohetes: los pedidos y las exportaciones
siguen un 25% por debajo del nivel del año pasado, y la
ligerísima remontada de ninguna manera apunta a un auge
incipiente, sino que se explica por una sencillísima razón:
tras varios meses de crisis, en Alemania, como en tantos
otros países industriales, las existencias se han agotado,
y hay que volver a producir.
Don Mecreíque es pariente de Don Tonteque, y es tontería creer que, tras
algunas "turbulencias", la crisis pasará. Como se
ve, no se ha tocado todavía fondo: no se ha dejado atrás
la erosión de la industria exportadora, ni la crisis
bancaria, ni las crisis inmobiliarias, por no hablar de la
crisis crediticia. Hay que hacerse a la idea de que nos
hallamos ante la más grave crisis económica mundial de los
últimos ochenta años.
La
primera ronda
Por lo demás, el jueguecito con el pretendido crecimiento del 0,3% revela
hasta qué punto resulta útil políticamente hablar cada
vez más –o seguir haciéndolo— de recesión, y no de
crisis: permite, con el auxilio de una convención estadística
superlativamente cuestionable, esquivar cualquier análisis
de la crisis.
Pues aun si estuviéramos en puertas de un fin de la recesión, ni de lejos
significaría eso un fin de la crisis. En todas las grandes
depresiones de la historia del capitalismo moderno hubo
varias "recesiones" y pequeñas "fases de
recuperación", también alguna vez un intermedio alto,
y pequeñas o no tan pequeñas olas especulativas en los
mercados financieros. Como hoy. Vale la regla: tras la
recesión, se está en puertas de otra recesión.
Presumiblemente, hemos dejado atrás la primera ronda de la
gran crisis.
Todo indica que Alemania entrará en la próxima ronda de la crisis poco
después de las elecciones del 27 de septiembre. ¿Qué
hacen las empresas privadas ante tal pronóstico?
Justificadamente, lo que hacen es ahorrar costes,
racionalizar como alma que lleva el diablo, manejarse para,
al menos, aplazar la quiebra. Se libran a una inclemente
competición para desplazarse unas a otras de unos mercados
que encogen a ojos vistas. La ola de quiebras e insolvencias
en la industria y en el sector financiero está a los
alcances. En 2010 podremos disfrutar de ella plenamente. Un
buen tercio de los desvalorizados títulos en papel
existentes en todo el mundo se hallan en los depósitos de
los bancos alemanes. La única buena noticia: Alemania no
dispone de un "sector financiero" tan
desoladoramente sobredimensionado como la Gran Bretaña o
Suiza.
En vez de perderlos en el "sector financiero", la gran masa de
puestos de trabajo se perderá en Alemania en la industria.
Si la economía encoge entre un 7 y un 8 por ciento, eso
significa que sobrarán entre 2,8 y 3 millones de empleados.
Ya hoy 1,2 millones trabajan menos tiempo: una
"flexibilización" del mercado de trabajo
generosamente alimentada por el contribuyente. Sin solución
que alcance a la vista, la ola de despidos masivos avanzará
imparable: en otoño, tras las elecciones. En apenas dos
semanas, el artificial auge inducido por los incentivos públicos
para substituir los coches viejos (Abwrackprämie) quedará
atrás. Entonces comenzará la ola de quiebras en las casas
de venta de automóviles, cuya caída, a su vez, repercutirá
en la industria automotriz.
Bancos
bunkerizados
Todas las industrias que llevan la batuta en el mercado mundial en todas las
naciones industriales se hallan actualmente tocadas por la
crisis: el sector informático, no menos que la industria
automotriz, la fabricación de maquinaria y la industria del
acero. Entre ocho y doce grandes compañías de alcance
mundial están enfrascadas en una lucha a cara de perro. Los
fieles del mercado en los gobiernos y en los medios de
comunicación fantasean con que los primeros indicios de
recuperación en los EEUU y en China vendrán otra vez al
punto en auxilio de las exportaciones alemanas. Lo fían
todo al éxito de los programas públicos de coyuntura de
terceros, los cuales terceros, en efecto, han abandonado
todo aquello en que hasta ahora ha confiado el gobierno
federal alemán. Se olvida demasiado a la ligera que los más
importantes mercados de salida para la economía exportadora
alemana, antes como ahora, se hallan a la vuelta de la
esquina, es decir, en los países del vecindario europeo.
Allí va a aparar el 60% de las exportaciones. Y allí se
desploman las inversiones, particularmente en el sector
industrial, de una manera más dramática que nunca: en Gran
Bretaña, cerca de un 25%. Puesto que el necio Tratado de
Maastricht, forjado por los ideólogos del mercado, impide
cualquier cooperación económica efectiva en la crisis, la
salvación sólo cabe esperarla de un auge europeo conjunto.
Se congratulan los gobernantes porque, merced a unas cuantas fintas estadísticas,
han logrado contabilizar hasta ahora una cifra inferior a
los 4 millones de desempleados. Pero [el ministro federal de
trabajo Olaf] Scholz y sus adláteres se hacen trampas
jugando al solitario. La marca de los 5 millones de
desempleados se alcanzará fácilmente, y aun se rebasará,
en 2010/11. El desapoderado ataque a los salarios, a la
protección frente al despido, a los restos subsistentes del
Estado social, se mantendrá.
Don't waste a good crisis,
no desperdiciemos una buena crisis, dicen los ingleses.
Nuestras sedicentes elites no perderán ni un minuto, y
aprovecharán la crisis para acabar de desarticular un
maltrecho Estado social al que han conseguido llevar ya a
una situación de crisis financiera duradera. Una creciente
ola de subocupación y despidos masivos, así como el código
de pauperización llamado Hartz IV (1) propiciado por el
gobierno se encargarán de que el consumo privado caiga más
rápida y ampliamente que en otros países.
¿Qué queda, pues? Según las encuestas, vuelve a aumentar la
"confianza" de los círculos económicos, y eso es
lo que permiten sospechar también los índices publicados.
Buena cosa para los bolsistas, para los analistas, para los
banqueros y para otros logreros de la crisis: las ayudas públicas
han venido a parar, y por mucho, en las manos equivocadas.
Una crisis de liquidez propiamente dicha no la tuvimos
nunca, ni la tenemos. El dinero existe en abundancia, porque
los bancos se han bunkerizado, prolongando mes tras mes el
bloqueo crediticio.
Tenemos ya los primeros indicios de un auge en los mercados de valores, las
próximas burbujas especulativas serán hinchadas con
ardiente celo, bombeando dinero a otras gentes. Lo que se ha
cambiado es ínfimo. Los colocadores de dinero y los
inversores, a quienes durante años se presentó como a
semidioses y verdaderos genios, han aprendido que sólo
puede ganar el especulador que se retira a tiempo. Así
pues, se apean a las tres semanas para hacer caja. De aquí
el sube y baja de los mercados de valores y la obscena alegría
de los bolsistas.
(*)
Michael R. Krätke, miembro del Consejo Editorial de
SINPERMISO, es profesor de política económica y derecho
fiscal en la Universidad de Ámsterdam, investigador
asociado al Instituto Internacional de Historia Social de
esa misma ciudad y catedrático de economía política y
director del Instituto de Estudios Superiores de la
Universidad de Lancaster en el Reino Unido.
N. del T.:
1.– "Hartz IV" es un programa de contrarreforma en sentido
neoliberal del Estado social de la República Federal de
Alemania. El programa recibe su nombre de Peter Hartz, un
ejecutivo de la empresa automovilística Volkswagen, a quien
el anterior gobierno federal rojiverde de Schroeder y
Fischer encargó un estudio para un plan de
"reformas". Entretanto, el señor Peter Hartz, símbolo
del desmontaje del Estado social en Alemania, ha sido
procesado y condenado por corrupción.
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