Peligro
de una crisis fiscal y una inflación descontrolada, junto
con otra peligrosa burbuja de activos y crédito
¿Cuál
es la política de salida?
Por
Nouriel Roubini (*)
Crisis.economica.blog,
25/09/09
Traducción
de Kena Nequiz
Nueva
York.– Hay un consenso general en el sentido de que la
gran flexibilización monetaria y los enormes estímulos y
apoyos al sector financiero que pusieron en práctica
gobiernos y bancos centrales de todo el mundo impidieron que
la profunda recesión de 2008–2009 se convirtiera en la
Segunda Gran Depresión. Los encargados del diseño de políticas
pudieron evitar una depresión porque habían aprendido de
los errores de política que se cometieron durante la Gran
Depresión de los años treinta y la casi depresión
japonesa de los noventa.
Como
resultado, los debates de política se enfocan ahora en la
forma que tomará la recuperación: en forma de V (regreso rápido
al crecimiento potencial), en forma de U (crecimiento lento
y anémico) o incluso en forma de W (una doble caída).
Durante la caída libre de la economía global que se dio
entre el otoño de 2008 y la primavera de 2009, entre los
escenarios posibles también se encontraba una catástrofe
económica y financiera en forma de L.
No
obstante, la cuestión crucial de política a que nos
enfrentaremos es cómo organizar los tiempos y la secuencia
de la estrategia de salida de esta enorme flexibilización
monetaria y fiscal. Es claro que el camino fiscal que siguen
actualmente la mayoría de las economías avanzadas
–Estados Unidos, la zona del euro, el Reino Unido, Japón
y otros están recurriendo a déficit presupuestales muy
grandes y a una rápida acumulación de deuda pública—no
es sostenible.
Estos
grandes déficit fiscales han sido monetizados en parte por
los bancos centrales, que en muchos países han reducido sus
tasas de interés a 0% (en el caso de Suecia, incluso por
debajo de cero) y han aumentado bruscamente la base
monetaria mediante una flexibilización cuantitativa y del
crédito poco convencional. En Estados Unidos, por ejemplo,
la base monetaria aumentó a más del doble en un año.
Si
esta combinación de política fiscal y monetaria demasiado
flexible no se invierte, en algún momento conducirá a una
crisis fiscal y una inflación descontrolada, junto con otra
peligrosa burbuja de activos y crédito. Así pues, la
cuestión clave que se está planteando a los encargados del
diseño de políticas es decidir cuándo eliminar el exceso
de liquidez y normalizar las tasas oficiales –y cuándo
elevar los impuestos y recortar el gasto público (y cómo
combinarlo).
El
mayor riesgo de política es que la estrategia de salida de
la flexibilización monetaria y fiscal se eche a perder de
alguna forma porque a los encargados del diseño de políticas
se les culpará hagan lo que hagan. Si han creado grandes déficit
monetizados, deben elevar los impuestos, reducir el gasto y
eliminar el exceso de liquidez más temprano que tarde.
El
problema es que la mayoría de las economías apenas están
tocando fondo, por lo que dar marcha atrás a los estímulos
fiscales y monetarios demasiado pronto –antes de que la
demanda privada haya tenido una recuperación más
firme—podría volver a hundir a estas economías en la
deflación y la recesión. Japón cometió ese error en
1998–2000, como lo hizo Estados Unidos en 1937–1939.
Pero
si los gobiernos mantienen los grandes déficit
presupuestales y siguen monetizándolos como lo han hecho
hasta ahora, en algún momento –después de que las
fuerzas deflacionarias actuales se apaguen más—los
mercados de bonos se rebelarán. Cuando eso suceda, las
expectativas inflacionarias crecerán, los rendimientos de
los bonos gubernamentales a largo plazo aumentarán, las
tasas hipotecarias y las del mercado privado se elevarán y
acabaremos con inflación y recesión.
Entonces,
¿cómo hacer que cuadre el círculo de las políticas?
En
primer lugar, los distintos países tienen capacidades
diferentes para sostener deuda pública, según sus niveles
iniciales de déficit, carga de deuda existente, historial
de pagos y credibilidad de las políticas. Las economías
pequeñas –como algunas de Europa—que tengan grandes déficit,
deuda pública creciente y bancos que sean demasiado grandes
para quebrar y demasiado grandes para ser rescatados podrían
requerir ajustes fiscales más pronto para evitar subastas
fallidas, reducción de las calificaciones y el riesgo de
una crisis de las finanzas públicas.
En
segundo lugar, si los encargados del diseño de políticas
se comprometen –pronto—de manera creíble a aumentar los
impuestos y reducir el gasto público (en especial el gasto
en prestaciones) para, digamos, 2011 y después, ya que la
recuperación económica sea más firme, el aumento de la
confianza de los mercados permitiría adoptar una política
fiscal más flexible para apoyar la recuperación a corto
plazo.
En
tercer lugar, las autoridades encargadas de las políticas
monetarias deben especificar los criterios que aplicarán
para decidir cuándo invertir la flexibilización
cuantitativa y cuándo y a qué ritmo normalizar las tasas
oficiales. Aun si la flexibilización monetaria se reduce
gradualmente más tarde que temprano –cuando la recuperación
económica sea más firme—los mercados y los
inversionistas necesitan conocer por adelantado los parámetros
que determinarán el momento y el ritmo de la salida. También
es importante evitar que se forme otra burbuja de los
activos y los créditos mediante la inclusión del precio de
bienes como las viviendas en la determinación de la política
monetaria.
Es
esencial que la estrategia de salida sea acertada: cometer
errores graves de política aumentaría significativamente
la amenaza de una recesión doble. Además, el riesgo de
cometer esa clase de errores es elevado, porque la economía
política de países como Estados Unidos podría conducir a
los funcionarios a aplazar decisiones difíciles sobre los déficit
fiscales insostenibles.
En
particular, la tentación para los gobiernos de utilizar la
inflación con el fin de reducir el valor real de las deudas
públicas y privadas podría volverse irresistible. En países
donde resulta políticamente difícil solicitar a la
legislatura aumentos de los impuestos y recortes del gasto,
la monetización de los déficit y la posible inflación
podrían convertirse en la vía de menor resistencia.
(*)
Nouriel Roubini es presidente de RGE Monitor y profesor en
la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York.
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