Resumen: La dimensión que tuvo la reciente intervención de los estados para
socorrer a los bancos superó todos los precedentes del
pasado. El rol jugado por el G 20, la incidencia del FMI y
la continuidad del libre-comercio ilustran diferencias
significativas con los años 30. Muchas analogías con la
gran depresión desconocen estos contrastes y omiten el
mayor nivel de asociación global, que caracteriza al
capitalismo contemporáneo.
Una
crisis originada en Estados Unidos afectó en forma severa a
Europa y Japón. La primacía de la FED y el refugio
colectivo en dólares o bonos de Tesoro expresaron la
gravitación que mantienen los bancos norteamericanos. Pero
también se reflejó la supremacía del imperialismo
norteamericano, cómo protector de todas las clases
dominantes.
Esta
vez el temblor golpeó más duramente a los países
centrales que a las economías intermedias. Ha crecido la
influencia de las naciones semiperiféricas en un escenario
más diversificado, que la tradicional configuración
dualista centro-periferia. Pero es muy incierta la
constitución de un bloque rival de las grandes potencias.
Todas las economías en ascenso privilegian sus liderazgos
regionales y reciben atractivas ofertas para su cooptación
al orden imperial vigente. Esta tentación influye
especialmente sobre la elite china, que gestiona un
acelerado crecimiento en medio de grandes desequilibrios
sociales y ecológicos.
La
crisis no ha detenido el encarecimiento de los alimentos que
agobia a la periferia más empobrecida. La revalorización
de las materias primas es tan sólo el detonante coyuntural
de una gran hambruna. Lo que destruye la seguridad
alimentaria de los países más relegados es el avance del
agro-capitalismo y la especialización exportadora.
La
eclosión se expandió aceleradamente por todo el planeta.
Esta sincronización retrata el avance económico de la
mundialización y su discordancia con un sistema de
relaciones políticas internacionales, históricamente
asentado en múltiples estados nacionales.
El
desprestigio del neoliberalismo no ha modificado la
preeminencia de esa orientación derechista. Las clases
dominantes sólo incorporan algunos complementos
heterodoxos, a una política frontalmente opuesta al
otorgamiento de concesiones sociales. La apetencia por el
lucro continúa rompiendo todos los diques que morigeran las
contradicciones del capitalismo.
La
crisis en curso no prolonga desequilibrios irresueltos de
los años 70. Expresa desajustes de la nueva etapa, que
incluyen formas inéditas de especulación financiera,
irrupciones singulares de excedentes comerciales y un
imprevisto protagonismo asiático.
La
intensificación de la concurrencia es otro rasgo de la
conmoción actual. Los monopolios no atenúan esa rivalidad,
ni impiden el ajuste de los precios. Mientras se vislumbra
la nueva dinámica de fluctuaciones cortas, persisten los
interrogantes sobre el signo de las ondas largas. La
mundialización neoliberal introduciría otra frecuencia en
estos movimientos, que tornaría obsoleto el contraste con
la onda expansiva de posguerra.
*
* * *
Crisis
global II: las tendencias de la etapa
El
año transcurrido desde el inicio de la crisis global ha
ilustrado varias tendencias del capitalismo contemporáneo.
Analizar estos rasgos es más importante que dilucidar las
secuelas del estallido en el corto plazo. El vaivén
coyuntural de las acciones, los títulos o las divisas no
esclarece el devenir del sistema, pero algunas diferencias
con la depresión del 30 ofrecen un buen punto de partida
para esa clarificación.
Intervención y coordinación
Mientras
que en 1929 predominaron las vacilaciones oficiales y los
rescates a medias, el temblor reciente desató un socorro
estatal unánime de los grandes bancos. Los funcionarios
neoliberales no dudaron en utilizar todos los recursos del
Tesoro para contener el colapso, con subsidios, reducciones
de tasas y emisiones de moneda.
Esta
conducta no fue improvisada. La experiencia del 29 legó un
trauma a los administradores del estado burgués, que
durante generaciones fueron educados en la adopción de
contundentes medidas frente a un peligro de crack. Esta
actitud ha sido la norma del establishment y de los
principales exponentes del pensamiento económico dominante.
Por esta razón predominó una generalizada aprobación del
salvataje bancario, cuándo la quiebra de Lehman Brothers
hizo temblar al sistema financiero.
La
diferencia con los años 30 puede mensurarse en la magnitud
del déficit fiscal creado para auxiliar a los financistas.
Estas erogaciones desbordaron ampliamente cualquier socorro
del pasado y han estado a tono con la dimensión del gasto público
contemporáneo. Hace siete décadas ese agregado rondaba en
torno al 2,5% del PBI y en la actualidad no baja del 20%.
Ningún
gobernante esperaba la llegada de un estallido financiero
tan profundo. La crisis volvió a irrumpir en forma
intempestiva, sobrepasó los paliativos iniciales y ha
generado desequilibrios más acentuados. Este alcance ha
potenciado también la política oficial de contener la
tempestad con las reservas del Tesoro. Pero la novedad del
último año fue el carácter global de esa reacción. El
tradicional panorama de varios estados aplicando la misma
receta, ahora incluyó mayor coordinación internacional.
En
este plano se verificó otra diferencia con los años 30. La
crisis incentivó la concreción de varias cumbres
presidenciales, tanto en el pico (Londres) cómo en el
reflujo de la eclosión (Pittsburg). Las políticas comunes
negociadas en estas reuniones no figuraban en la agenda de
la gran depresión. Este cambio refleja los imperativos de
la gestión económica contemporánea.
El
capitalismo del siglo XXI exige tramitar globalmente el
alcance y destino nacional del gasto público. Las
principales economías del planeta están asociadas y
necesitan acordar cierto manejo del impacto económico, que
tiene cada erogación estatal. Esas tratativas modifican el
efecto local y foráneo que genera el financiamiento público.
Con el mismo presupuesto se pueden incrementar las
importaciones o la producción interna y (o) crear más
empleo en el exterior que dentro de un país. Estos
equilibrios se negocian al más alto nivel.
El
principal punto de discordia entre Estados Unidos y Alemania
o Francia durante las Cumbres del G 20 fue justamente la
dimensión y orientación de las erogaciones estatales. Las
grandes corporaciones de cada país hicieron valer sus
intereses a través de los funcionarios de cada estado.
Estas divergencias se zanjaron (o pospusieron) con salidas
intermedias.
Nadie
sabe si esos acuerdos perdurarán o no en el próximo período,
pero a diferencia de los años 30, actualmente existen
empresas transnacionales que están directamente interesadas
en preservar la continuidad de transacciones globales. Estas
compañías gestionan en común, una amplia gama de negocios
que no existían en la entre-guerra.
Entrelazamientos y comparaciones
La
asociación entre capitalistas de distinto origen explica
también, la reacción financiera convergente que exhibieron
todas las potencias frente a la crisis actual. No se repitió
el repliegue nacional de los años 30. Estados Unidos,
Europa y Japón sostuvieron el movimiento internacional de
capitales y acordaron un relanzamiento del FMI, para
reordenar la estructura bancaria global.
Las
principales gobiernos decidieron reformar esa entidad para
administrar el curso de la eclosión, redistribuyendo las
atribuciones que cada país detenta en ese organismo. En la
época de la gran depresión no operaban instituciones de
este tipo, ni regía un funcionamiento mundializado de las
finanzas.
El
mismo contraste se verifica a nivel comercial. A diferencia
de lo ocurrido durante la primera mitad del siglo XX, la
crisis no ha modificado la primacía del libre-comercio
sobre el proteccionismo. Los gobiernos continúan actuando
bajo el paraguas de la OMC y mantienen en pie los tratados
bilaterales y multilaterales. Hasta el momento, los
incrementos de aranceles han sido marginales, la presión
aduanera se ejerce por la vía indirecta de las
devaluaciones y las medidas de “compre nacional” han
sido muy limitadas.
Las
empresas transnacionales se oponen a todo incremento de
aranceles que desate una escalada de reacciones recíprocas.
Esta andanada que afectaría seriamente los negocios
globalizados, por el momento no se avizora. Para revertir la
fuerte reducción de tarifas aduaneras que se registró
entre 1986 y el 2007 (del 26 %
al 8,8% del promedio mundial) se requeriría un gran
viraje proteccionista, a su vez precedido por drásticas
retracciones del comercio internacional.
La
continuidad del libre-comercio es congruente con la
persistencia de inversiones cruzadas entre capitalistas de
distintos países. La crisis no ha debilitado esta interacción.
Al contrario, continúan floreciendo las adquisiciones entre
firmas de variado origen. Lo ocurrido en la industria
automotriz es un ejemplo de estos enlaces. Mientras que
Renault (Francia) estrecha vínculos con Nissan (Japón),
Tata (India) adquiere marcas de Ford (norteamericana), Fiat
(Italia) compra parte de Chrysler (estadounidense), General
Motors vende marcas y activos a Hummer o Geely (chinas) y
Beijing Automotive se asocia con Volvo y Opel (Alemania).
Este
avance de la internacionalización no ha creado un capital
transnacional único, sin centro y ni fronteras. El
capitalismo continúa operando a través de múltiples
estados nacionales. Pero el entrelazamiento de las empresas
ha forzado una gestión más colectiva de las potencias. La
mundialización económica y la ausencia de confrontaciones
bélicas inter-imperialistas, han creado un escenario muy
distinto al imperante durante la gran depresión.
En
los momentos más álgidos
de la crisis reciente, aparecieron frecuentes analogías
con esa época, que
omiten esas diferencias. Este olvido simplemente retrató la
desesperación de la elite financiera durante el estallido.
La sensación de catástrofe condujo a presagiar la
inminente repetición del 29, en comentarios de la prensa y
opiniones de los economistas más afamados. Las semejanzas
entre ambas situaciones estuvieron en boca de muchos
analistas durante varios meses.
Pero
en estos paralelos se compararon episodios (septiembre 2008
y octubre de 1929) sin evaluar correctamente los contextos.
Este error fue muy visible en la tesis que postuló la total
equivalencia entre ambas crisis.
Resulta
imposible predecir si el clásico crack del pasado
reaparecerá en el futuro próximo. Pero hasta ahora la
intensidad de la crisis ha sido muy inferior a la gran
depresión. El desmoronamiento de las Bolsas -desde el
inicio de la eclosión (septiembre del 2008) hasta el punto
más bajo (marzo 2009)- acumuló una caída del índice SP
de Wall Street del 53%. Este derrumbe superó el 48%
registrado en 1929, pero el precio de las acciones recuperó
posteriormente un 40% de esa caída (octubre pasado).
También
la contracción del comercio mundial del 2008 dista mucho de
la retracción de 1929-1934 (66%). Por otra parte, las
estimaciones del PBI indican una probable recesión mundial
del 1,3% (2009), cuya duración ya superó en Estados Unidos
los 16 meses. Este bajón no se aproxima a la caída del 33%
registrada en 1929-33, ni presenta la extensión de 43 meses
que siguió al desmoronamiento de 1929. En cualquier caso es
ocioso especular sobre la repetición de ese desplome. Lo
importante es caracterizar adecuadamente el contexto que
singulariza a cada período.
El
rol de Estados Unidos
La
economía norteamericana fue el epicentro de la crisis
reciente, pero el temblor se extendió rápidamente hacia
otros polos del mundo desarrollado. Especialmente en Europa
los niveles de recesión, desempleo y retracción de las
ventas han sido superiores.
Este mayor impacto en el Viejo Continente se observó en los quebrantos
financieros e inmobiliarios, que afectaron a los países más
emparentados con el modelo estadounidense (Gran Bretaña,
España e Irlanda). También las economías alejadas de ese
esquema -como Francia o Alemania- enfrentaron
los duros coletazos de una crisis, originada en la otra
costa del Atlántico.
La eclosión ha puesto de relieve la profunda heterogeneidad de la Unión Europea, dónde cada estado salió a
defender a sus propios capitalistas. En el debut de la
crisis predominó incluso un aliento a las exportaciones a
costa del vecino y una escalada de aumentos de gastos públicos
nacionales, en desmedro de las finanzas comunitarias. El
temblor ilustró, además, la existencia de prioridades
internacionales muy diferentes, entre quiénes protegen sus
negocios en el Este (Austria) y quiénes jerarquizan sus
relaciones con otros continentes (España- América Latina).
Mientras
que Estados Unidos volvió a utilizar su consolidado aparato
estatal, la Unión Europea gestionó con precariedad una
estructura comunitaria en construcción. La clase
capitalista norteamericana exhibió una cohesión que sus
pares del Viejo Continente no han logrado forjar. Esta
debilidad proviene de la ausencia de un capital genuinamente
europeo, ya que las firmas de esta zona se han
internacionalizado con más operaciones a nivel global, que
a escala continental.
También
Japón fue golpeado por la crisis con más severidad que
Estados Unidos. Aunque este país logró evitar la burbuja
inmobiliaria y el festival especulativo, no pudo eludir la
contracción de su economía. Cuándo empezaba a emerger de
la larga depresión de los 90, volvió a chocar con un
contexto externo desfavorable. La retracción del comercio
global impactó en forma más directa, sobre una economía
muy atada al comportamiento de sus exportaciones.
Estados
Unidos pudo afrontar con más soltura una crisis originada
en su territorio por la gravitación que mantienen sus
grandes corporaciones. Es evidente que esa influencia ha
declinado drásticamente en comparación a los años 50, cuándo
aportaban la mitad del producto
industrial mundial. Pero con el avance de la mundialización
esas firmas han preservado un lugar significativo en el
escenario global.
La
crisis ilustró cómo se ejerce el poder estadounidense a
través de las finanzas. Toda la política de socorro
estatal a los bancos implementada a nivel internacional fue
definida en Washington. La Reserva Federal (FED) y Wall
Street anticiparon el grueso de las iniciativas, que
posteriormente adoptaron otros países.
Esta
gravitación fue muy visible en las negociaciones para
reorganizar el sistema bancario. Estados Unidos le impuso a
Alemania y a Francia la preservación del actual esquema de
finanzas liberalizadas, con la introducción de algún
ajuste cosmético en los paraísos fiscales. Además, el
reordenamiento de las normas bancarias internacionales quedó
subordinado al ajuste previo de las entidades
norteamericanas.
El
control sobre las calificadoras, la supervisión de los
fondos buitres, la regulación de los capitales mínimos y
las restricciones al apalancamiento que se dispongan en
Estados Unidos, fijarían la pauta a seguir en todo el
planeta. El modelo de la FED sería primero adoptado por el
FMI y posteriormente exportado al resto de las naciones. Los
tiempos de esta renovación dependen de las tensiones
internas que afronta la administración de Obama.
La
FED actuó durante la crisis como un Banco Central con
influencia mundial y definió la política predominante de
bajísimas tasas de interés. Japón volvió a exhibir
sometimiento financiero al padrino estadounidense y el ente
rector de las finanzas europeas fue incapaz de adoptar
medidas significativas. Mantuvo una postura conservadora y
restringió su radio de acción al Viejo Continente. Estas
vacilaciones expresaron las dificultades que enfrentó el
euro en medio del temblor. Esa moneda fue creada en una
coyuntura de bonanza y ha debido testear por primera vez su
consistencia ante una gran crisis.
El
sostenimiento del euro obliga a un ajuste permanente, que
deteriora la competitividad de las economías más frágiles
de la Comunidad. Esos países han perdido soberanía
monetaria y no pueden recurrir a la devaluación. Dependen
de un anclaje impuesto por el Banco Central Europeo, que
maneja tasas de interés superiores a Estados Unidos. Esta
política obstaculiza seriamente la adopción de medidas
contra la recesión.
La
Unión Europea debió socorrer también a las economías de
su periferia, que buscaron convertirse en paraísos financieros (Irlanda,
Islandia) y tuvo que lidiar con tormentosas fugas de
divisas. Soportó, además, el quebranto fiscal de los países
de Europa del Este, que han buscado solventar su pasaje al
capitalismo con créditos externos. Esta financiación ha
creado una situación de cesación pagos entre muchos
acreedores austriacos, suecos y alemanes.
La
crisis permitió corroborar el papel central que mantiene
Estados Unidos cómo protector mundial del capital. El dólar
y los Bonos del Tesoro se convirtieron en los principales
refugios frente al desmoronamiento de los bancos. Los
acaudalados del planeta colocaron sus ahorros en esos
papeles.
Con
la distensión financiera posterior el dólar ha vuelto a
caer. Esta baja no sólo evidencia la sobre-valuación de
esa divisa. También refleja la búsqueda de un equilibrio
monetario, que exprese las nuevas relaciones de fuerza
vigentes entre la primera potencia y el resto del mundo.
Estados
Unidos intenta mantener la primacía de su moneda, manejando
esa devaluación. Busca imponer una cotización que le
permita reducir el déficit comercial, sin afectar la
afluencia internacional de capitales a Norteamérica.
Negocia con sus rivales esos dos objetivos contradictorios
en todos los encuentros ministeriales. Sus competidores
intentan aminorar la gravitación de la divisa
norteamericana, pero evitan cualquier sustitución de esa
moneda. El euro no se perfila cómo reemplazante del dólar,
el yen ni siquiera ambiciona disputar ese rol y el yuan es
todavía un signo inconvertible. Nadie avala tampoco un
retorno a las áreas monetarias cerradas de entre-guerra.
En
los hechos, muchos países dependen de la estabilidad del dólar
para continuar vendiendo sus productos. Por eso persiste una
gran indefinición monetaria. Estados Unidos no puede dictar
sus preferencias, pero Europa y Asia tampoco pueden fijar
esos patrones.
Todos
evalúan dentro del FMI distintas alternativas
complementarias para el rebalance de las divisas y
contemplan la posibilidad de nuevas canastas, signos
compartidos o recursos complementarios (como los Derechos
Especiales de Giro). Pero es evidente que la viabilidad de
estos ensayos dependerá del carácter manejable o
descontrolado que asuma la crisis.
La gravitación del imperialismo
La
principal explicación del rol preeminente que ha jugado
Estados Unidos en el temblor es su primacía en el liderazgo
imperialista. La aceptación plena de esta función por
parte de sus socios de Europa y Japón fue corroborada en la
reunión de la OTAN (Estrasburgo), que complementó a la
Cumbre del G 20 (Londres). En ese encuentro fue ratificada
la activa colaboración de todos los aliados del Pentágono,
con las nuevas operaciones de Afganistán e Irak. Este sostén
incluyó colaboración militar, financiación económica y
cobertura diplomática.
Todas
las potencias del Primer Mundo ratificaron el apoyo que ya
anteriormente brindaron al gendarme norteamericanas, en las
acciones realizadas en Medio Oriente, Asia Central, África
o los Balcanes, con o sin el aval de las Naciones Unidas.
También apañaron la reiterada invención de los enemigos
(terrorismo, narcotráfico), que se utilizan para justificar
el uso de la fuerza con algún disfraz de intervención
humanitaria.
Europa
y Japón sostienen estas agresiones por su propio interés,
puesto que Estados Unidos actúa como garante del orden
mundial que aprueban todos los opresores. El Pentágono es
su principal protector frente a eventuales situaciones de
descontento popular, desmembramiento fronterizo o debacle
social.
Ningún
integrante de la Triada puede reemplazar esa conducción
norteamericana. Algunos aspiran a negociar cierto reparto de
poderes dentro del mismo cuadro de gestión imperial, que
Estados Unidos comanda desde fin de la segunda guerra. La
reciente incorporación de Francia a la OTAN –que puso fin
a décadas de resistencia gaullista- aportó otra
contundente confirmación de esa confluencia.
Obama
intenta remodelar este dispositivo implementado un belicismo
más encubierto que el descaro guerrero implementado por
Bush. Con este giro de la dureza militar (hard power) a la
dominación controlada (soft power), incorpora maniobras políticas
para racionalizar el uso de la fuerza (smart power). Estos
mismos ajustes ya se procesaron en el pasado con Carter o
Clinton, frente al modelo de Reagan o Bush I.
Con
anuncios simbólicos y una retórica amigable, Obama comanda
un ajuste de la estrategia imperialista. Pero a medida que
perpetúa la ocupación de Irak, recrea la censura militar y
mantiene el cierre de Guantánamo en el limbo, también
morigera sus gestos pacifistas. El presidente que convocaba
al cambio, ya autorizó la continuidad de los tribunales
militares, avaló la acción de los escuadrones de la muerte
de la CIA en el exterior y redobló la apuesta militarista
en Afganistán.
Esta
cuota de realismo imperialista gana primacía frente a las
dificultades que genera la custodia del orden global. Las
elites de todo el mundo no sólo acompañan este rumbo.
También auspiciaron recientemente una resurrección del sueño
americano, que culminó con el absurdo otorgamiento del
Premio Nobel de la Paz, al responsable político de
terribles matanzas en el mundo islámico.
La
supremacía geopolítica que exhibió la primera potencia
durante la crisis, contrasta con muchos pronósticos de próximo
establecimiento de un “mundo post-estadounidense”.
Especialmente durante la eclosión del 2008-09 hubo
numerosos analistas que presentaron el desplome de General
Motors y Citibank cómo nuevos indicios de ese devenir.
Pero
ningún suceso de la crisis corroboró ese pronóstico. La
preeminencia estadounidense volvió a irrumpir en el momento
de mayor tensión económico-financiera, ilustrando las
preferencias de los capitalistas en las coyunturas de
peligro. La hipótesis de un reemplazante asiático o
europeo de ese liderazgo, no obtuvo ninguna evidencia.
Lo
que sí pone en peligro el intervencionismo norteamericano
es la resistencia nacional y social, que generan sus
operativos entre los pueblos invadidos. Esta reacción es el
dato clave a evaluar y no una tendencia predeterminada a la
declinación hegemónica.
Este
último augurio se inspira en ciertos criterios de sustitución
histórica que suponen la recurrencia de ciclos de auge y
decadencia de sucesivas potencias. El mayor problema de este
enfoque es su omisión de las modificaciones que han
generado sobre este esquema secular dos procesos contemporáneos:
el fin de las guerras inter-imperialistas y la asociación
económica entre distintas clases nacionales capitalistas.
Estos
cambios no diluyen las rivalidades, ni extinguen el uso de
la fuerza cómo instrumento de presión sobre el competidor.
Tampoco han creado un orden homogéneo de estados y clases
plenamente amalgamados. Pero obligan a procesar el choque
entre potencias por andariveles muy distintos a la
conflagración bélica directa, modificando también el
perfil tradicional de la hegemonía.
Ascenso de las economías intermedias
La
crisis del 2008-09 mantuvo la disparidad de efectos
regionales que ha prevalecido en las últimas décadas. Esta
vez el impacto fue mayor en las países centrales, que en
las denominadas “economías emergentes”. Por esa razón
persiste la discusión
sobre los acoples, los desacoples y los reacoples zonales a
la oleada descendente.
China
se mantuvo a flote, pero con tasas de crecimiento muy
inferiores a su media de los últimos tiempos. Los bancos de
ese país no fueron afectados por créditos incobrables y
mantuvieron en cartera significativas sumas de efectivo. El
nivel de actividad esperado de otras economías en ascenso
–como Rusia, India o Brasil- sería menor a China, pero
también revelaría un distanciamiento con el desplome
registrado en las economías avanzadas.
El
comportamiento similar de esos cuatro países ha reforzado
su caracterización como un nuevo bloque (conocido cómo
BRIC). La participación de este grupo en el PBI global
tiende a crecer (de 14% en el 2007 % a 18% en el 2010),
junto al avance de otro núcleo de economías
subdesarrolladas en expansión (cómo Corea del Sur o Sudáfrica).
La
incidencia de estos países se verificó en el nuevo esquema
de jerarquías mundiales que apareció en la crisis. A
diferencia de los años 80 o 90, la gestión de la
turbulencia no quedó restringida a la tríada o al G 7.
Irrumpió un G 15 y luego un G 20 de economías medianas,
que fueron invitadas al selecto club de las cumbres
presidenciales. En el centro de estos encuentros operó un G
2 entre China y Estados Unidos, que negoció la continuidad
de la principal sociedad comercial del planeta.
Estas
reuniones marginaron al resto del mundo del manejo de la
eclosión. El gran conglomerado de integrantes de la
Asamblea de Naciones Unidas (un G 192) quedó totalmente
fuera de cualquier gestión. Los convocados a las cumbres
han sido países que tienen grandes reservas en divisas,
significativas acreencias en dólares o importantes
inversiones en bonos del Tesoro.
El
núcleo de los BRIC está conformado por economías
semiperiferias, que comienzan a oscilar entre los dos polos
del mercado mundial. Han quedado situados en ese terreno
intermedio, por su experiencia de dominación o por la
magnitud de los recursos demográficos, naturales y
militares que controlan.
La
emergencia de este bloque es un efecto de la bifurcación
registrada en el Tercer Mundo durante las últimas décadas.
Esta transformación introdujo una notable fractura entre
economías degradadas (África) y crecientemente
industrializadas (Sur y Este de
Asia) y ha generado un escenario más segmentado y
diversificado, que la precedente configuración dualista de
centro-periferia.
¿Contrapoderes
globales?
Ciertos
analistas pronostican que algunas economías intermedias
alcanzarán a las potencias centrales. Identifican esta
evolución con una nueva fase de la globalización que
favorecería a los países pobres. Estiman que las nuevas
potencias avanzarán junto a la inversión externa, la
localización de las empresas transnacionales, la
ampliación de la clase media y el fortalecimiento de
las finanzas locales. Este giro acentuaría, además, la
gestión multipolar de las tensiones globales.
Pero
cualquiera sea avance de esas economías, ninguna sustituirá
en un plazo previsible al rol dominante que ejercen Estados
Unidos, Europa y Japón. Ni siquiera las previsiones más
exageradas imaginan un reemplazo próximo de ese tipo. En
realidad, todas las indagaciones buscan dirimir qué rol
jugará China, es decir el principal actor de ese viraje.
Lo
ocurrido durante la crisis reciente confirma que ese país
mantiene un elevado ritmo de crecimiento (duplicación del
PIB cada ocho años). Pero esta expansión no lo sitúa en
la función locomotora (o consumidora) global, que cumplen
las economías centrales. Esta diferencia es reconocida
incluso por los analistas más entusiastas de la potencia
oriental, a la hora de evaluar los enormes desequilibrios
agrícolas, sociales y demográficos que ha creado la
restauración capitalista.
El
modelo chino se sostiene en una elevada tasa de explotación
de la fuerza de trabajo que limita el crecimiento equitativo
del mercado interno. La vieja pobreza absoluta del agro ha
sido sustituida por una nueva desigualdad social en las
ciudades, que ya alcanza porcentajes latinoamericanos.
Esta
fractura se acentuó durante la crisis del 2008-09. La elite
dominante decidió profundizar el curso capitalista,
aumentando la conversión de inmigrantes rurales en
trabajadores precarios de las urbes, afianzando el cierre de
empresas no competitivas y estrechando su asociación con
firmas transnacionales.
El
reciente plan de incremento del gasto público se inscribe
en esa dirección. En lugar de mejorar el poder adquisitivo
popular, se resolvió subsidiar a las compañías que ya están
en manos de los capitalistas chinos. Con reglas
neo-liberales, mayor despliegue financiero y terciarizaron
laboral, la nueva clase dominante busca reforzar su poder.
China
concentra la atención de todos los analistas, en la medida
que ningún otro país se perfila cómo líder de un bloque
emergente. Incluso la propia constitución de esa alianza es
un dato incierto, en los escenarios sociales potencialmente
explosivos en que actúan esas naciones. El ingreso per
capita vigente en los BRIC presenta una diferencia abismal
con las economías avanzadas y se ubica también por debajo
del promedio de 50 países.
Habrá
que ver, además, si ese bloque logra consensuar una
estrategia común, ya que sus integrantes mantienen fuertes
divergencias en el plano comercial. China e India se oponen,
por ejemplo, al aperturismo de Brasil. Por otra parte, cada
subpotencia privilegia su propio interés geopolítico
regional y recibe tentadoras ofertas de alianza bilateral
por parte Estados Unidos.
Es
muy significativo que durante la crisis reciente, China no
dudara en priorizar su relación comercial-financiera con el
gigante norteamericano. Ciertamente el taller del mundo no
puede seguir abasteciendo a un gran consumidor del planeta,
al precio de un déficit comercial y fiscal que trepa sin
cesar. Pero existen pocas alternativas a ese esquema.
La
nueva potencia oriental ensaya esas opciones, mediante una
expansión del mercado zonal. Pero en este terreno disputa
con sus socios del ASEAN, el manejo de los principales
nichos de exportación. Desde la crisis del Sudeste Asiático
del 2007, China le ha ganado a sus vecinos todas las
batallas en la recepción de las inversiones o la ampliación
del superávit comercial. Pero esta victoria ha sido la
fuente de innumerables tensiones.
El
mismo tipo de conflictos enfrentan las restantes economías
intermedias. Las acciones fronterizas de Rusia y la expansión
de las multinacionales brasileñas en Sudamérica generan
problemas de toda índole.
No
hay que olvidar que los principales grupos capitalistas de
la semiperifieria prosperaron bajo el neoliberalismo con un
perfil altamente codicioso. Se forjaron al calor de las
privatizaciones y buscan emular el estilo norteamericano de
enriquecimiento y consumo. Esta ambición por lucros
inmediatos choca frecuentemente con la consolidación de
proyectos más estratégicos, en cada escenario regional.
La
crisis del 2008-09 indicó también cómo la contraparte
estadounidense pretende cooptar a las elites de los países
intermedios. Con ese objetivo fueron convocadas las Cumbres
del G 20 y comenzó a negociarse una redistribución del
poder dentro del FMI. Estos arreglos podrían extenderse
incluso a cierta ampliación del Consejo de Seguridad de la
ONU. Para reafirmar su liderazgo imperial, Estados Unidos
busca reforzar la influencia de los nuevos socios, en
desmedro de Europa y Japón.
Pero
esta asociación también requiere el sometimiento económico
de importantes grupos capitalistas de las economías
medianas. Si la primera potencia no logra neutralizar la
resistencia de esos sectores, optará por la hostilidad.
Esta alternativa es debatida especialmente en la cúpula del
establishment norteamericano, a la hora de precisar la
estrategia frente China y Rusia, los dos viejos
contendientes de la guerra fría.
Hay
muchas variantes posibles, en un escenario que ha cambiado
varias veces durante la etapa neoliberal. De un ascenso de
los “No Alineados” durante el
auge de los Petrodólares, se pasó en los 80 a un colapso
de endeudamiento y regresión de la periferia. Luego
sobrevino el avance y estancamiento de Japón, el
despertar y la crisis del Sudeste Asiático y las frustradas
promesas de la Unión Europeo. Si se repiten estas
oscilaciones, la performance de las economías intermedias
puede cambiar con vertiginosa celeridad.
Empobrecimiento de la periferia
La
crisis global acentúa las tragedias sociales del Tercer
Mundo. A diferencia de las economías medianas, los países
situados en la periferia clásica han soportado el impacto
brutal de la recesión. Los ingresos de estas naciones de África,
Asia y América Latina han quedado muy recortados por la caída
de las exportaciones, la reducción de las remesas y la
disminución de la ayuda internacional. Pero lo más grave
es la dramática expansión del hambre que genera el
encarecimiento de los alimentos.
Los
precios de estos productos subieron un 83% entre el 2005 y
el 2008. Antes del estallido financiero (marzo 2007-2008),
el trigo repuntó 130%, la soja 87%, el arroz 74% y el maíz
53%. Estos aumentos parecían detenerse con la deflación
que impuso la recesión mundial, pero entre septiembre
(2008) y junio (2009) la carestía reapareció con
fuerza. El flagelo del hambre afecta a una sexta parte de la
población mundial (1020 millones de personas) y la
desnutrición se incrementó un 9% el año pasado.
Esta
tragedia social de los pueblos periféricos beneficia
directamente a las empresas transnacionales que operan en
sector de la alimentación. El mismo rédito es ambicionado
por varias clases dominantes agro-exportadoras de la
semiperiferia. Especialmente los capitalistas de Argentina o
Brasil lucran con la hambruna y celebran la carestía de los
alimentos, cómo una gran oportunidad para sus negocios.
Ciertos
analistas asocian la desnutrición actual con daños
colaterales del bienestar logrado por los nuevos
consumidores de China o India. Señalan que la incorporación
de la carne a la dieta de sectores medios, creó en esos países
una demanda adicional que encarece los alimentos. Pero esta
mejora de un sector a costa de otro, no es una desgracia de
la naturaleza. Muchos procesos de acumulación capitalista
del pasado aceleraron abruptamente la urbanización,
precipitando la hambruna rural en las zonas aledañas.
La
carestía actual se inscribe en una revalorización de las
materias primas, que treparon un 114% desde el año 2002.
Esta suba expresa tendencias coyunturales y estructurales.
El desencadenante inmediato ha sido la especulación de los
financistas, que introdujeron en el mercado de los alimentos
toda la batería de opciones y contratos a futuro.
También
ha influido en la suba de los precios, la reversión cíclica
del abaratamiento precedente iniciado en 1997. Pero lo
llamativo del repunte en curso es el desborde de los
promedios habituales. El ascenso actual duplica la media y
duración de esos incrementos desde 1975.
Esta
magnitud de aumentos indicaría la presencia de un problema
estructural de depredación de ciertos recursos naturales.
La competencia que libran las grandes corporaciones
industriales por asegurar su abastecimiento podría generar
un estadio perdurable de subproducción.
Todas las materias primas se han valorizado en la última década, pero
los estrangulamientos más serios se verifican en ciertos
minerales y combustibles. El abastecimiento del petróleo,
por ejemplo, ha quedado afectado por la falta de descubrimientos, el encarecimiento de la
extracción y la concentración de existencias en regiones
conflictivas (Irán, Nigeria, Irak). Estados Unidos ha
reforzado además con acciones geopolíticas en Asia Central
y Medio Oriente, el manejo de un suministro clave para su
estrategia militar.
Estas
limitaciones en el plano de la provisión de productos, no
se corroboran en el terreno de los alimentos. La producción
actual es tres veces superior a los años setenta, frente a
una población que se ha duplicado. El problema radica en el
acceso a esas nutrientes y no en su generación.
La
creciente brecha entre la producción y la distribución de
los alimentos básicos es un resultado directo de la nefasta
reconversión agrícola, que impuso el neoliberalismo. La
gran expansión capitalista en ese sector se ha consumado en
función de negocios globales que socavaron la seguridad
alimentaria. Junto a la destrucción del campesinado y al éxodo
rural sin creación de empleo urbano, muchos países
perdieron su auto-abastecimiento.
Esta
terrible regresión fue impuesta mediante el libre-comercio
de la OMC, que inicialmente permitió a Europa y a Estados
Unidos descargar los excedentes de alimentos acumulados
desde los años 60. Posteriormente varias naciones periféricas
fueron empujadas a especializarse en cultivos de exportación
y a convertirse en compradoras netas de productos básicos.
Egipto perdió su condición de antiguo granero, Indonesia
cedió sus excedentes de arroz, México se quedó con poco
maíz, Zimbabwe, Malawi y Kenia debieron renunciar al uso de
sus granos. La prioridad exportadora condujo a Costa Rica, México
o El Salvador a desmantelar su agricultura de subsistencia
La
eliminación de las reservas nacionales de alimentos ha sido
otro golpe demoledor. La actividad agrícola ha quedado
sometida el uso de herbicidas, insecticidas y fertilizantes
que destruyen la biodiversidad, en un contexto de gran
derroche en los gastos de comercialización (transporte,
envoltorio, publicidad). Seis grandes transnacionales han
logrado inéditos beneficios a costa de la hambruna del
Tercer Mundo. Con la irrupción de los
agro-combustibles este drama podría acentuarse drásticamente.
Sólo llenar el tanque de un automóvil exige quemar el maíz
requerido durante un año, para la alimentación de un niño
de Zambia.
¿Cuál
será el techo de este encarecimiento de los alimentos?
Tradicionalmente, la cotización de estos productos ha
oscilado junto a los precios de todas las materias primas,
en ciclos asociados con el nivel general de actividad. Este
vaivén contiene un elemento de mayor contundencia en estos
insumos por su menor sensibilidad a los incrementos de
productividad.
Pero
problema actual radica
en que estas fluctuaciones han quedado insertas en un
esquema de polarización de ingresos y hambruna estructural.
La expulsión de campesinos y la destrucción del
auto-consumo agravan el desempleo en las ciudades. El
resultado de este divorcio es un incremento de la pobreza
estructural que se traduce en hambrunas colectivas, más allá
del curso que asuma el precio de los alimentos. La resignación
de la FAO frente a un incumplimiento definitivo de todas las
metas de reducción de la desnutrición
expresa la magnitud creciente de este drama.
Incidencia de la mundialización
La
eclosión del año pasado incluyó un alto grado de
sincronización global. El crack se expandió
aceleradamente, en sucesivas fases de preparación (2007),
estallido (2008) y generalización (2009). También el
alivio posterior mantuvo esa pauta de rápida incidencia
mundial.
La misma dinámica ya se observó en temblores anteriores. Pero el sacudón del año pasado desbordó el alcance regional acotado
que tuvieron esos precedentes. Cuándo en los 90 se estancó
Japón la economía estadounidense crecía, cuándo
posteriormente estalló el Sudeste Asiático el nivel de
actividad de Europa se mantuvo. También en los distintos
momentos de desmoronamiento latinoamericano, las economías
avanzadas continuaron operando con relativa normalidad. La
crisis reciente sacudió en cambio, en forma simultánea, a
los tres principales centros de la economía mundial.
Esta sincronización expresa, en primer lugar, la creciente interconexión
que presentan las actividades bancarias. Un derrumbe
significativo en Wall Street se transmite a toda velocidad a
la red planetaria de colocaciones especulativas. Esta
mundialización financiera reduce drásticamente la
capacidad que tradicionalmente detentaban los estados, para
afrontar de manera autónoma cada vendaval bursátil. La
fuerza de contención que tenían los viejos instrumentos
cambiarios, monetarios o bancarios se ha estrechado
significativamente.
La misma interacción se verifica, en segundo término, en el plano
comercial. En el debut de la recesión se multiplicaron las
dificultades para colocar los excedentes, en los distintos
mercados del mundo. El esquema exportador -que se ensanchó mediante crecimientos
de las transacciones internacionales por encima de la
producción- se ha transformado en la pesadilla de las
grandes crisis.
La
nueva velocidad de transmisión que tienen los
desequilibrios mundiales obedece, en tercer lugar, al avance
de la internacionalización productiva, que han generado las
empresas transnacionales. Estas compañías introdujeron una
reestructuración de la división internacional del trabajo,
que acentuó el alineamiento de muchos precios, con
ganancias medias establecidas a nivel global.
La mundialización neoliberal no sólo ha creado nuevas contradicciones
financieras, comerciales y productivas. Reforzó, además,
la movilidad de los capitales y las mercancías,
restringiendo al mismo tiempo el tránsito de las personas.
Por un lado, los cambios globales inducen a los capitalistas
a favorecer el traslado de los trabajadores, que potencian
la competencia laboral y abaratan los salarios (por ejemplo,
dentro de la Unión Europea). Por otra parte, este mismo
proceso alienta el bloqueo de las corrientes emigratorias e
incentiva la construcción de los muros para frenar el
ingreso de los africanos a Europa y de los mexicanos a
Estados Unidos.
Estos mismos contrasentidos tienen mayor impacto en el plano
institucional. La mundialización neoliberal induce a diseñar
estrategias económicas globales, dentro de estructuras políticas poco
internacionalizadas. Los viejos estados nacionales continúan
actuando cómo árbitros de las principales decisiones, que
los países adoptan en las situaciones críticas. Sólo esas
entidades cuentan con la capacidad y la experiencia para
descargar sobre los asalariados el costo de los auxilios que
reciben los banqueros e industriales.
El
capitalismo es un modo de producción históricamente
estructurado en torno a múltiples estados y no cuenta con
organismos sustitutos de alcance mundial. Pero desde el
momento que la producción, las finanzas y el comercio han
desbordado las antiguas fronteras nacionales, esta carencia
se ha convertido en un escollo de primer orden. El capital
necesita operar a través de instancia globales, que no
logra establecer.
Esta
contradicción determina muchos desequilibrios de la etapa
actual. Los desajustes en curso no expresan sólo
desarreglos permanentes del sistema, ni repiten sucesos del
pasado. Retratan los nuevos problemas que ha creado el
avance de la mundialización.
Continuidad del neoliberalismo
En
la crisis volvió a prevalecer la conducta neoliberal que guía
a las clases dominantes. Los poderosos no abandonaron en
ningún momento sus prioridades de ataque a las conquistas
populares. Han rechazado el otorgamiento de concesiones
sociales y se oponen frontalmente a recomponer el estado de
bienestar.
El
desempleo, la flexibilización laboral y la pauperización
son nuevamente utilizados para buscar salidas regresivas.
Con esos instrumentos se amplió en las últimas décadas el
radio de geográfico de la acumulación (expansión a los países
del ex “socialismo real”) y se ensanchó el universo de
los negocios (especialmente a través de las
privatizaciones). Aprovechando el desconcierto creado por la
crisis, los acaudalados intentan profundizar ahora esta
misma línea de agresiones.
Esta
pretensión choca con el desprestigio que han sufrido los
mitos neoliberales. El socorro estatal a los bancos quitó
encanto a la magia del libre mercado y la digitación de
esos auxilios diluyó las fantasías de la competencia
perfecta. Pero el abismo entre los discursos y las prácticas
derechistas, no modifica la estrategia que han utilizado los
poderosos para recomponer su tasa de ganancia.
Es
prematuro predecir cuál será el rol que mantendrán los
financistas en el esquema económico. La principal función
de su liderazgo ha sido imponer una férrea disciplina
monetaria y gerencial en las empresas, para debilitar la
resistencia de los trabajadores. El estallido del 2008
aumentó el descrédito de los banqueros, pero en los últimos
meses este grupo volvió a reconquistar primacía. Es
evidente que los cuestionamientos a este sector dependerán
de la intensidad de la crisis.
La
responsabilidad directa de las políticas neoliberales en la
gestación de la crisis es otro dato ya conocido. Pero los
grandes capitalistas se aferran a la orientación que les
permitió multiplicar sus fortunas. Aquí enfrentan un
dilema sin solución. El rumbo económico que ha generado
tanto lucro, potencia la inestabilidad del sistema y empuja
a los dominadores a caminar por la cornisa.
Es
evidente que la desregulación laboral, la liberalización
del comercio y el movimiento irrestricto de fondos
restauraron formas más puras de funcionamiento capitalista.
Pero con este reinado irrestricto de la rentabilidad se
rompieron muchos diques que morigeraban los desequilibrios
del sistema. Por esta razón el capitalismo se ha tornado más
ingobernable.
Al
potenciar la explotación de los trabajadores, el esquema
neoliberal acentúa la polarización
del ingreso, intensifica las burbujas financieras y agrava
los desequilibrios productivos. Este modelo incluye todos
los componentes de una bomba de tiempo, que nadie se atreve
a desactivar.
Periodicidad reciente
La eclosión del 2008-09 se enmarca en la misma etapa de otros
estallidos del período neoliberal, como la burbuja japonesa
(1993), la caída del Sudeste Asiático (1997), el desplome
de Rusia (1998), el desmoronamiento de las Punto.Com (2000)
o el descalabro de Argentina (2001). Este tipo de temblores
se suceden con gran frecuencia y ocasionan terribles
padecimientos sociales. Pero al mismo tiempo, se inscriben
en un período signado por la recuperación de la tasa de
ganancia y la reapertura de los campos de inversión.
Las crisis en curso
forman parte de una etapa neoliberal, que incluyó
significativas transformaciones en el funcionamiento del
capitalismo. Estos cambios suponen otra localización geográfica del capital, incrementos de la tasa de
plusvalía, mayor internacionalización financiera y una
reorganización productiva en torno a las nuevas tecnologías
en la información. Implican también un salto cualitativo
en el alcance de la mundialización, un incremento de la presencia de empresas
transnacionales y la vigencia de nuevos esquemas de
financiamiento. Las diferencias que separan a este modelo de
su antecesor de posguerra se verifican en múltiples planos.
Estas
transformaciones han generado desequilibrios que irrumpen a
través de crisis de sobreproducción y sobre-acumulación.
La remodelación del capitalismo ha creado desbalances entre
el ahorro y la inversión y brechas entre el ritmo de la
acumulación y el consumo. Estos desajustes salen a la
superficie durante las eclosiones financieras, expresando
contradicciones específicas del período neoliberal. Son
conmociones que no indican desarreglos genéricos de
cualquier estadio del capitalismo, ni prolongan tensiones de
la era fordista.
Remontar
el problema a esta última etapa conduce a vislumbrar la
eclosión del 2008-09 cómo un nuevo peldaño de otra crisis
precedente. En este caso se resalta la existencia de un
desequilibrio irresuelto desde los años 70. Muchas
versiones de este enfoque atribuyen el carácter perdurable
de esta crisis, al rol dominante que han jugado las finanzas.
Pero
esta caracterización no pondera adecuadamente el corte que
introdujo la ofensiva patronal del neoliberalismo. Ese
atropello cerró la convulsión sufrida por el capitalismo
al concluir el boom de posguerra, revirtiendo la fuerte
retracción de los mercados que predominó durante las
crisis de 1974-75 y 1981-82. Este viraje generó la expansión
posterior de la inversión, que ha terminado desencadenando
las eclosiones actuales.
Los
últimos cuarenta años no han estado signados por la
continuidad de crisis, sino por una ruptura que delimitó
dos procesos diferenciados. Esta distinción es muy visible
en el plano financiero, ya que la titularización, los
derivados o el apalancamiento no son legados de otra época.
Constituyen efectos directos de la desregulación neoliberal
contemporánea.
Ciertamente
estos desequilibrios mantienen puntos de contacto con fenómenos
anteriores, cómo el mercado del eurodólar o la
inconvertibilidad de la divisa norteamericana. Pero estos
antecedentes tan sólo crearon algunas condiciones para el
desborde especulativo actual. Lo que desató las conmociones
financieras recientes fue la reorganización neoliberal, que
en los años 80 y 90 desreguló la actividad bancaria,
internacionalizó las finanzas e introdujo la gestión bursátil
de las firmas.
El
temblor actual tampoco obedece a una sobreproducción de
largo arrastre. Es un resultado más contemporáneo de la
competencia global en torno a los salarios contraídos, que
generó la localización de plantas en las regiones que
ofrecen altas tasas de explotación. Este tipo
sobrecapacidad difiere del sobrante que apareció a fines de
los años 60, cuándo Japón y Alemania comenzaron a
desafiar la supremacía económica de Estados Unidos.
Los
teóricos que observan una continuidad entre ambos procesos,
consideran que el excedente de mercancías ha sido el dato
dominante de un prolongado período de cuatro décadas.
Estiman también que durante ese lapso persistió el
deterioro de la rentabilidad y la retracción productiva.
Pero
esta mirada impide distinguir la presencia de dos
situaciones distintas. El sobrante de productos que agobia
al modelo neoliberal, no ejercía gran influencia en los años
70 y el protagonismo asiático actual estaba completamente
ausente de la concurrencia que oponía a los países de la
Triada. Al concluir la etapa fondista, la competencia
industrial quedó muy concentrada en las propias economías
desarrolladas. El alcance limitado de la mundialización
impedía, además, gestar el taller global que se ha erigido
actualmente en Oriente.
Por
esta razón el eje geopolítico del temblor actual
-conformado en torno a China y Estados Unidos- era un dato
inexistente del período anterior. El ingreso de la sub-potencia
oriental al mercado mundial en las últimas dos décadas,
modificó en forma cualitativa el contexto capitalista. No añadió
simplemente otro rival a un mercado saturado, ni se limitó
a exacerbar los sobrantes previos de mercancías.
El
significado de este cambio queda diluido, si se presenta a
la eclosión actual cómo un nuevo episodio de viejas
sobreproducciones. Este enfoque presupone, además, en forma
incorrecta, que la tasa de ganancia continuó decreciendo (o
se recuperó muy limitadamente), cuándo la reversión de
esa caída ha sido el factor determinante de la nueva etapa.
Si
se subvalora la envergadura de este giro, resulta muy difícil
captar las peculiaridades de la eclosión actual. No basta
denunciar al neoliberalismo por los tormentos sociales que
ocasiona a las mayorías populares. También es necesario
comprender de qué forma alteró el funcionamiento y la
crisis del capitalismo.
Competencia y ciclos
La
intensificación de la competencia entre grandes
corporaciones transnacionales es otro rasgo de la etapa
neoliberal. La concurrencia histórica inicial entre pequeñas
compañías y la rivalidad posterior entre colosos
nacionales ha sido actualmente complementada por una lucha
entre firmas que operan a nivel global. La nueva envergadura
de los actores en disputa intensifica significativamente la
magnitud de las crisis. El volumen de excedentes invendibles
observados durante la eclosión del 2008-9 es ilustrativo de
esta creciente escala.
En
el plano financiero esta dimensión de los concurrentes amplía
el espesor de los capitales sobre-acumulados. Por esa razón,
la rivalidad que entablaron los bancos por colocar préstamos
y acaparar negocios de alto riesgo supera todo lo conocido.
La competencia despiadada en este terreno ha continuado
luego del estallido, mediante compras y fusiones de
entidades que incrementan la centralización del capital.
Esta
competencia expresa la dinámica turbulenta que siempre ha
caracterizado a la acumulación. El capitalismo opera a través
de giros ascendentes y descendentes del nivel de actividad,
que dificultan la preeminencia de prolongados estadios de
estancamiento.
Sin
embargo, muchas caracterizaciones resaltan esta última parálisis
cómo un dato de la economía contemporánea. Con esta visión
presentan una imagen errónea del sistema, que a su vez
refuerza la interpretación de la eclosión reciente, cómo
un arrastre de los años 70. En este caso se asocia la última
crisis con una agonía perdurable de la acumulación,
olvidando que el capitalismo no languidece en el
inmovilismo. Al contrario, es un sistema sometido a las
contradicciones que genera el crecimiento turbulento.
Muchos
enfoques que resaltan la preeminencia del estancamiento,
atribuyen esta tendencia a la gravitación alcanzada por los
monopolios. Consideran que la presencia de estos grupos
reduce la inversión, el riesgo y la innovación,
permitiendo a las empresas obtener ganancias estables,
mediante la manipulación de los mercados, la concertación
de los precios y el acaparamiento de las rentas financieras.
Pero
un funcionamiento de este tipo no es muy compatible con la
dinámica de un sistema asentado en la concurrencia por
beneficios surgidos de la explotación. Lo que diferencia al
capitalismo de todos los regímenes sociales precedentes es
esta pugna irrefrenable entre los empresarios. Las firmas
batallan por reducir costos y aumentar la productividad,
mediante inversiones que generan variaciones imprevistas de
los precios y situaciones periódicas de quiebra.
La
preeminencia de la competencia impide estabilizar monopolios
únicos y dominantes en cada actividad. Siempre hay por lo
menos dos concurrentes que disputan algún mercado. Esta
rivalidad erosiona el mantenimiento de precios comunes y
estables. Si el capitalismo pudiera recrearse con acuerdos
entre grandes compañías, también lograría disipar las
crisis, aligerando excedentes mediante algún reparto
consensuado del crédito o las áreas de venta. La dinámica
de la acumulación impide esta coordinación y desata crisis
de gran alcance.
El
ritmo de esas convulsiones constituye una incógnita de la
etapa. La secuencia del en Estados Unidos (1981-82, 1991-92,
2001, 2009) ha influido significativamente sobre las
fluctuaciones de la economía global y sobre los momentos de
picos de situaciones de sobreproducción o sobre-acumulación.
Partiendo de este impacto, algunos analistas han retomado la
evaluación de la temporalidad del ciclo, asignando
determinación tecnológica o variada a ese movimiento
(comportamiento de los salarios, consumo de los sectores no
productivos, precios de las materias primas,
desproporcionalidades).
Pero
otras visiones cuestionan la propia vigencia del ciclo en el
capitalismo contemporáneo. Estiman que esas fluctuaciones sólo
operaron durante el auge de ese régimen social y han
perdido relevancia en su decadencia.
Este
enfoque no indica cuál sería la conexión existente entre
los movimientos cortos y la evolución histórica del
capitalismo. Las fluctuaciones son tan inherentes al
capitalismo cómo la sucesión de las crisis. Los colapsos
siempre irrumpen entre fases de ascenso y descenso económico.
Si estas oscilaciones hubieran quedado reemplazadas por
crisis permanentes, resultaría imposible diferenciar estos
estallidos de cualquier otra circunstancia de la vida económica.
No habría forma de evaluar la aparición de estos episodios
cómo acontecimientos específicos. Lo que permite
distinguirlos es la subsistencia de los ciclos.
En
los hechos, ningún investigador confunde el análisis de la
crisis, con el desenvolvimiento corriente del capitalismo.
En general, evalúan estas disrupciones cómo contrapartes
de la prosperidad, la reactivación o el crecimiento. En la
eclosión del 2008-09 se ha verificado claramente la
persistencia de ambos procesos. Todos los ingredientes de la
crisis salieron a la superficie (pánico bursátil,
insolvencia bancaria, quebranto industrial), al concluir una
fluctuación del ciclo (marcha ascendente de los negocios y
auge de ganancias antes del temblor).
La
persistencia de ambos fenómenos es una necesidad del
capital para su reproducción. Este régimen se basa en la
extracción de plusvalía, la centralidad de la competencia
y la pugna por el beneficio. Pero necesita digerir sucesivos
procesos de valorización y desvalorización del capital, a
través de oscilaciones periódicas. Estos vaivenes se
encuentran insertos en la estructura genética de la
acumulación.
Ondas largas
Una diferencia importante de la etapa neoliberal con
sus precedentes de entre-guerra o posguerra es la ausencia
de un correlato nítido con fases de estancamiento o
crecimiento de largo plazo. Mientras que las
transformaciones cualitativas que caracterizan al período
en curso están a la vista, la dinámica cuantitativa del
nivel de actividad no presenta signos claros.
Los
cambios registrados en el primer terreno son
incuestionables. El modelo actual ha incorporado formas de
consumo más segmentadas, normas de producción globalizadas
y tipos de comercio más liberalizados. También las
finanzas han sido des-reguladas, la competencia se
desenvuelve entre empresas transnacionales y las
protecciones sociales del estado han perdido gravitación.
Pero
estas transformaciones no se proyectan al ritmo de
actividad. Resulta difícil definir el perfil de la etapa en
términos de intensidad o quietismo productivo. No se ha
repetido la tónica depresiva de 1914-1945, ni la pujanza de
1945-75.
En
las últimas décadas la economía mundial se distanció del
comportamiento relativamente homogéneo que mantuvo en los
períodos precedentes. Han coexistido situaciones muy
variadas, como el estancamiento de Europa, el ascenso y recaída
de Japón, los vaivenes de Estados Unidos, el despegue asiático
y la regresión de la periferia. ¿Cuáles son los patrones
de esa evolución?
Una
minoría de partidarios del esquema de ciclos largos de
Kondratieff postula la vigencia de una onda ascendente.
Consideran que esa tónica se ha estabilizado por el efecto
combinado de tasas de beneficios
elevadas e intensa innovación tecnológica. Estiman que un ajuste
recesivo corto (1974- 1982) fue seguido por cierta
indeterminación, que a mitad de los 90 desembocó en el
debut de una fase expansiva.
En la vereda opuesta se ubican quiénes resaltan la persistencia de un
curso descendente desde los años 70, que atribuyen
a la ausencia de una potencia hegemónica, capaz de timonear
el crecimiento global. Pronostican un contexto de caos
geopolítico que se prolongaría durante dos décadas.
Ambos enfoques toman distancia de la temporalidad clásica de ondas
sucesivas de distintos signo cada dos o tres décadas. Cómo
esta secuencia ha quedado claramente vulnerada, otros analistas estiman que los
ciclos largos han perdido utilidad para evaluar el
capitalismo actual.
Pero
desechando la indagación de los movimientos extendidos se
renuncia a un instrumento importante para comprender el período
en curso. La temporalidad de las fluctuaciones prolongadas
siempre ha dependido de las singularidades de cada etapa
histórica. Estas peculiaridades han quedado signadas en la
actualidad por la mundialización neoliberal. Es muy
probable que el avance cualitativo de la internacionalización
comercial, financiera y productiva opere como el factor
contemporáneo más condicionante de esas fases, a través
de su impacto sobre tasas de ganancia, que también se han
globalizado parcialmente.
En
cualquier caso, estas incógnitas no serán resueltas
recurriendo al viejo contaste de la etapa actual con el boom
de posguerra. Esta contraposición universaliza una época
específica, cómo patrón general de desenvolvimiento
capitalista y
olvida que los años 50 y 60 solo incluyen un pequeño
recorte de la historia de este sistema.
El
auge de 1896-1914 que sucedió a la crisis de 1873-96 ofrece
incluso pistas de mayor interés para develar el curso
reciente. Fue un período con varios ingredientes próximos
a la época actual (deflación, libre-comercio,
internacionalización, liberalismo), que registró una fase
de expansión mediana (19 años) y no abarcó a todos los países.
La interpretación marxista de las ondas largas ofrece
un punto de partida más sólido para indagar la dinámica
actual de estas fluctuaciones. Esta visión siempre mantuvo
cierta distancia crítica hacia la periodización fija, al
explicar el debut de cada movimiento largo por el desenlace
de la lucha de clases. Este esquema se aleja de las cronologías
estrictas, desde el momento que la confrontación clasista
opera como determinante extra-económico de la tasa de
ganancia, que a su vez define el inicio de una onda larga.
Pero
una aplicación de ese criterio plantea serios desafíos, ya
que su diagnóstico se ubicaría más próximo a una onda
ascendente que a un declive. Los dos presupuestos de esa
mirada para la fase expansiva -un shock político exógeno
favorable al capital y una recuperación estructural de la
rentabilidad- se han verificado en las últimas décadas.
Con el colapso de la URSS y la restauración burguesa en
China, el capitalismo se generalizó a todo el planeta y la
tasa de ganancia ha registrado una nítida recomposición.
La
tónica actual del movimiento largo persiste cómo un
problema irresuelto, pero dentro de una nueva etapa
neoliberal de contundentes contornos. Seguramente el análisis
de la crisis contribuirá a resolver esta asignatura
pendiente, mediante estudios del impacto regionales y las
causas de la crisis. En los próximos textos abordamos ambos
problemas, evaluando el efecto del temblor en América
Latina y analizando las discusiones teóricas marxistas
sobre el origen de la eclosión.
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[3]
“El mundo enfrenta la “peor crisis financiera desde
la Gran depresión de 1930”, Dominique Strauss-Kahn,
presidente del FMI ecodiario.eleconomista.es,
26-10- 2008. “Se está procesando la
turbulencia es en realidad más severa desde la gran
depresión”, George Soros, lwww.cincodias.com/articulo,
21-2- 2009. “La clase de problemas que
caracterizaron a buena parte de la economía mundial en
los años treinta, ha hecho una reaparición
sensacional”, Paul Krugman, De Vuelta A La Economía
de la Gran Depresión, www.bazuca.com/libro,
2009. “Los
errores de política económica conducirían a un
colapso del 29” planteó Paul Samuelson, paulinocardenas.wordpress.com10-7-
2009. Advertencias
del mismo tipo formuló Niall Ferguson, “Economía
global pode entrar na terceira grande depressao”,
Folha de Sao Paulo, 13-7-09.
[4]
Eichengreen Barry, O¨Rourke, “Una comparación histórico-estadística
de la Gran Depresión con la crisis presente”, Sin
Permiso, 12-4-09.
[5]Las
cifras que diferencian a ambas situaciones pueden
consultarse en: The Economist-La Nación “El
proteccionismo es un riego en alza”, 27-12-08 y Clarín,
24-3-09.
[6]
Algunas estimaciones destacan que las compañías
norteamericanas constituyen el 48% de las 500
principales firmas transnacionales, lideran los cinco
primeros puestos de ese ranking y se ubican en 16 de los
22 lugares preeminentes de esa escala. Estos datos son
congruentes con la nominación en dólares del 80% del
comercio y el 65% de las reservas mundiales. Petras James. “Los imperios euro-americano en la era
neo-mercantilista”. Laberinto, n 7, octubre 2001, Málaga.
[7]
El endeudamiento de las economías del Este Europeo se
consumó durante la última década para financiar el déficit
comercial creado por la cirugía de la industria, la
apertura agraria y consumo de los nuevos ricos. A
diferencia de los países del sur europeo -que
ingresaron a la Comunidad con el auxilio de subsidios-
la región oriental debe financiar su incorporación con
endeudamiento. Por esta razón, esa zona sufre el tipo
de conmociones que tantas veces sacudió a Latinoamérica. Ver : Samary Catherine, “Vers un tsunami bancaire
et social Est-Ouest européen”, Inprecor 549-550, mai-juin
2009.
[8]Este
programa defiende por ejemplo, Nye Joseph, “Estados
Unidos seguirá siendo, pese a todo, el país de mayor
influencia”, Clarín, 18-10-09.
[9]
Comentarios de este tipo inundaron la prensa durante los
momentos más álgidos del temblor. Entre otros:
Roubini Nouriel , “Una recuperación
fantasma”, Clarín, 31-5-09, Gray John. ¿Fin del
liderazgo estadounidense?” Clarín, 1-10-08, Fukuyama
Francis, “Nuevos desafíos geopolíticos” Clarín,
29-9-08, Alconada
Hugo, “EEUU perderá influencia en el mundo”, La
Nación, 22-11-08, Diament Mario “Adiós a la era de
EEUU” La Nación, 17-5-08,
Calle Fabián, “Hegemonía de EEUU, un tema del
pasado” Clarín 11-12-09, Battaleme Juan “EEUU, detrás
de un liderazgo más modesto” Clarín 20-7-09.
[10]Algunas
teorías del ocaso norteamericano son difundidas por el
Pentágono para justificar el rearme. Quiénes manejan
el 45 % del gasto armamentista mundial aterrorizan a la
población con estos mensajes para preservar su acción
militar. Un ejemplo de esa política es el alarmante
informe sobre ese declive estadounidense propagado el año
pasado por el Consejo de Inteligencia Nacional (CIN),
Oppenheimer Andrés. “EEUU y la era post-Bush” La
Nación, 25-11-08, Cardoso Oscar Raúl “EEUU: el
regreso de la escuela de la declinación”, Clarín,
22-11-08. Ver también
Dufour Jules, “El gran rearme planetario”,
July 26, 2009, www.globalresearch.ca/index,
Castro Jorge, “Estados Unidos, motor de
una nueva era de innovación tecnológica”, Clarín
18-10-09.
[11]Jorge
Castro, “El BRIC se convierte en gigantescos
mercados”, Clarín, 16-6-09.
Llach
La economía mundial despega La Nación, 2-9-09.
“Occidente pierde peso en la creación mundial de
riqueza”, Clarín, 3-6-09.
[12]
La visión optimista de Stiglitz contrasta con el diagnóstico
más realista de Bello.
Stiglitz
Joseph, Clarín, 15-5-09, Bello Waldem, “¿Salvará
China al mundo de la depresión?”, www.zmag.org/znet
[13]
Majfud Jorge, “BRIC, la comunidad fantasma”, ALAI,
17-6-09.
Roubini
Nouriel, “El BRIC: juego de siglas emergentes”, 17
Oct 2009, www.project-syndicate.org/commentary/roubini18/Spanish
[14] Una descripción de este escenario presenta: Jetin Bruno, “The crisis
in Asia: An over-dependence on international trade or
reflection of “labour repression-led” growth regime?”,
International Seminar: Marxist analyses of the global
crisis, 2-4 October 2009, IIRE, Amsterdam.
[15]
Presentamos nuestra explicación de este proceso en Katz
Claudio, “La oportunidad del hambre”,
Anuario EDI, n 4, año 2008, Buenos Aires. Allí se
documentan gran parte de las cifras expuestas en este
capítulo.
[16]
Klare Michael. “Sangre por petróleo”. El nuevo
desafío imperial, Socialist Register 2004, CLACSO,
Buenos Aires 2005. Khor Martín. “¿Durará el boom de
los productos básicos?”, www.redtercermundo.org.uy 12
Feb 2008.
[17]Un
análisis de estos problemas presentan: Vivas Ester,
Montagut Xavier, Del Campo al plato, Icaria,
Barcelona, 2009.
[18]
Hemos analizado este contexto en el artículo
precedente: Katz Claudio, “Crisis Global I: un respiro
en la turbulencia”, 17-10-09,
http://katz.lahaine.org
Nuestra mirada general sobre la etapa fue
expuesta inicialmente en Katz Claudio, “Capitalismo
contemporáneo: etapa, fase y crisis”. Ensayos de
Economía, Medellín, vol 13, n 22, Septiembre 2003.
[19]Diversos
rasgos de este período son expuestos por Panitch Leo,
Gindin Sam. “Capitalismo global e imperio
norteamericano”, El nuevo desafío imperial, Socialist
Register 2004, CLACSO, Buenos Aires 2005. Mc
Nally David, “From financial crisis to world slump”,
Historical Materialism Conference, London, november
2008. Hemos presentado nuestra visión en: Katz
Claudio, “Desequilibrios y antagonismos de la
mundialización”. Realidad Económica n 178,
febrero-marzo 2001, Buenos Aires.
[20]Por
ejemplo: Guillén Romo Arturo, “La crisis global y la
recesión generalizada”, XI Encuentro Internacional
sobre Globalización y problemas del Desarrollo, La
Habana, 2-6 marzo 2009.
[21]
Brenner Robert,
“Un análisis histórico-económico de la actual
crisis”. Sin Permiso, 22-2-09. Brenner Robert,
Una crisis devastadora, Against the Current n 132,
enero-febrero 2008.
[22] Foster John Bellamy,
Magdoff Fred, “Financial implosion and stagnation”,
Monthly Review, vol
60, n 7, December 2008.
[23]Martins
sugiere el primer determinante y Astarita subraya la
incidencia de los segundos componentes. Martins Carlos
Eduardo. “Los impasses de la hegemonía de Estados
Unidos”.
Crisis de hegemonía de Estados Unidos. Siglo XXI, México,
2007. Astarita Rolando, El capitalismo roto, La linterna
sorda, Madrid, 2009 (cap 3).
[24]
Beinstein Jorge, “Las crisis en la era senil del
capitalismo” El Viejo Topo 253, 2009, Madrid.
[25]
Dos Santos Theotonio. “El renacimiento del
desarrollo”. Oikos, n 1, año 9, 1 er semestre 2005.
[26]
Wallerstein Inmanuel,
“Entrevista”, www.diagonalperiodico.net,
22-2-09, Wallerstein Immanuel Capitalismo histórico
y movimientos anti-sistémicos: un análisis de sistemas
– mundo, 2004, Akal, Madrid, (cap 28).
[27] Mandel Ernest, Long waves of capitalist development, Verso, London,
1995.