Nueva
York.- Los enormes déficits fiscales y de la deuda pública
están causando inquietud acerca del riesgo soberano de
varias economías avanzadas. Tradicionalmente, el riesgo
soberano se ha concentrado en las economías de los mercados
emergentes. Después de todo, en la última década, Rusia,
Argentina y Ecuador dejaron de pagar sus deudas públicas,
mientras Pakistán, Ucrania y Uruguay las reestructuraron
por la fuerza, amenazando con no pagarla de lo contrario.
Sin
embargo, en gran parte -y con unas pocas excepciones en
Europa Central y del Este- las economías de los mercados
emergentes mejoraron su desempeño fiscal al reducir los déficits
generales, tener grandes superávits primarios, disminuir la
relación de deuda pública a PGB, y reducir las
discrepancias entre la divisa y la madurez de su deuda pública.
Como resultado, el riesgo soberano hoy es un mayor problema
en las economías avanzadas que en la mayoría de los
mercados emergentes.
De
hecho, la baja en las escalas de las agencias calificadoras,
la ampliación de los ‘spreads’ soberanos y el fracaso
de la venta de bonos de deuda pública en países como el
Reino Unido, Grecia, Irlanda y España fueron un fuerte
recordatorio de que, a menos que las economías avanzadas
comiencen a ordenar sus cuentas fiscales, los
inversionistas, los actores atentos a los mercados de bonos
y las agencias calificadoras pueden pasar de ser amigos a
enemigos. La grave recesión, combinada con la crisis
financiera de 2008-2009, debilitó las posiciones fiscales
de los países desarrollados, debido al gasto destinado al
estímulo, los menores ingresos tributarios, y el refuerzo y
salvataje de sus sectores financieros.
El
impacto fue mayor en países que habían tenido un historial
de problemas fiscales estructurales, mantuvieron políticas
fiscales poco estrictas y no hicieron reformas fiscales
durantes los años de prosperidad. En el futuro, es posible
que la débil recuperación económica y el envejecimiento
de la población aumenten la carga de muchas economías
avanzadas, como Estados Unidos, el Reino Unido, Japón y
varios países de la eurozona.
De
manera más ominosa, la monetización de estos déficits
fiscales se está convirtiendo en un patrón en muchas
economías avanzadas, ya que los bancos centrales han
comenzado a inflar la base monetaria mediante compras
masivas de papeles gubernamentales de corto y largo plazo.
Finalmente, los grandes déficits fiscales monetizados
producirán una crisis fiscal y/o un aumento de las
expectativas inflacionarias que podrían elevar radicalmente
los rendimientos de los bonos gubernamentales de largo plazo
y abortar una recuperación económica que hasta ahora es
tentativa y frágil.
Los
estímulos fiscales son un asunto delicado. Las autoridades
se ven afectadas si no los emprenden, pero también si lo
hacen. Si quitan el estímulo demasiado pronto al elevar los
impuestos, reducir el gasto y retirar el exceso de liquidez,
la economía puede caer nuevamente en la recesión y la
deflación. Sin embargo, si se permite que haya déficits
fiscales monetizados, el aumento de los rendimientos de
largo plazo ahogará el crecimiento.
Los
países con situaciones fiscales iniciales más débiles
(como Grecia, Reino Unido, Irlanda, España e Islandia) se
han visto obligados por el mercado a implementar una
consolidación fiscal temprana. Si bien eso puede causar una
contracción, sus beneficios en términos de mayor
credibilidad de la política fiscal podrían prevenir un
alza dañina de los rendimientos de los bonos
gubernamentales de largo plazo. Así, una consolidación
fiscal temprana puede terminar siendo expansiva, si se la ve
en perspectiva.
Para
los miembros “Club Med” de la eurozona (Italia, España,
Grecia y Portugal) los problemas de deuda pública se suman
a una pérdida de competitividad internacional. Ya habían
perdido parte de los mercados para sus exportaciones ante
China y otras economías asiáticas de bajo valor añadido y
que requieren mucha mano de obra. Luego, una década de
crecimiento nominal de los salarios que superó en ritmo el
aumento de la productividad condujo a un alza de los costes
de la mano de obra, la apreciación del tipo de cambio y
grandes déficits de cuenta corriente.
La
aguda alza del euro ha agravado aún más este problema de
competitividad, limitando el crecimiento y aumentando todavía
más los desequilibrios fiscales. Así, la pregunta es si
estos países de la eurozona estarán dispuestos a emprender
una dolorosa consolidación fiscal y una depreciación
interna real a través de deflación y reformas
estructurales para aumentar el crecimiento de la
productividad y prevenir un fin de la historia al estilo
argentino: salida de la unión monetaria, devaluación e
impago de la deuda. Países como Lituania y Hungría han
mostrado su disposición a hacerlo. Está por verse si países
como Grecia, España y otros miembros de la eurozona aceptarán
ajustes así de penosos.
Estados
Unidos y Japón podrían ser los últimos en enfrentar la
ira de quienes se dedican a seguir los mercados de bonos: el
dólar es la principal moneda de reserva global, y la
acumulación de reservas extranjeras (principalmente en la
forma de bonos y billetes del gobierno de EE.UU.) prosigue a
ritmo acelerado. Japón es un acreedor neto y, en gran
medida, financia su deuda internamente.
Sin
embargo, los inversionistas se volverán cada vez más
cautos incluso hacia estos países si se demora la necesaria
consolidación fiscal. Estados Unidos es un deudor neto con
una población que envejece, un gasto sin financiar en
seguridad social y sanidad, una anémica recuperación económica
y riesgos de una monetización constante del déficit
fiscal. Japón está envejeciendo incluso más rápido, y el
estancamiento económico está reduciendo el ahorro interno,
mientras la deuda pública se acerca al 200% del PGB.
Estados
Unidos también enfrenta limitaciones a la consolidación
fiscal: los estadounidenses tienen la ilusión de que pueden
disfrutar de un gasto social al estilo europeo y, al mismo
tiempo, mantener bajas tasas de impuestos, como en tiempos
del Presidente Ronald Reagan. Al menos, los votantes
europeos están dispuestos a pagar mayores impuestos por sus
servicios públicos.
Si
el Partido Demócrata estadounidense pierde en las
elecciones legislativas de noviembre, se corre el riesgo de
que persistan los déficits fiscales, si los republicanos
vetan los aumentos de impuestos mientras los demócratas
vetan los cortes en el gasto. Entonces monetizar los déficits
fiscales se convertiría en el camino menos difícil:
ponerse a imprimir billetes es mucho más fácil que una
reducción del déficit políticamente dolorosa.
Sin
embargo, si Estados Unidos utiliza el impuesto que significa
la inflación como modo de reducir el valor real de su deuda
pública, aumentaría notablemente el riesgo de un colapso
desordenado del dólar estadounidense. Los acreedores
extranjeros de Estados Unidos no aceptarán una reducción
radical del valor real de sus activos en dólares a causa de
la inflación y la devaluación. Una salida caótica llevaría
a un colapso del dólar, un alza pronunciada en los tipos de
interés de largo plazo y una grave recesión de doble caída.