Washington.-
El presupuesto enviado anteayer por Barack Obama al Congreso
está colmado de alucinantes estadísticas, pero dos números
resultan particularmente sorprendentes, por la manera en que
pueden cambiar la política y el poder estadounidenses.
El
primero es el déficit que se calcula para el año próximo
(1,56 billones de dólares), alrededor del 11% de toda la
producción económica del país. Esa situación tiene
precedente: durante la guerra civil, la Primera y la Segunda
Guerra Mundial, pero con la expectativa de que esos déficits
disminuirían cuando se restableciera la paz y desapareciera
el gasto bélico.
Pero
el segundo es el que realmente llama la atención: según
las previsiones optimistas del propio Obama, en el curso de
los próximos 10 años los déficits de Estados Unidos no
retornarán a los niveles que son generalmente considerados
sustentables. De hecho, en 2019 y 2020 volverán a aumentar
abruptamente, hasta igualar más del 5% del producto bruto
interno. El presupuesto de Obama pinta el panorama de una
nación que no logra sacar la cabeza del agua.
Para
Obama y sus sucesores, el efecto de estos cálculos es
claro: si no se produce un crecimiento milagroso o se logran
concesiones políticas que generen algún cambio imprevisto
durante la próxima década, casi no hay margen para nuevas
iniciativas internas. Más allá de esa posibilidad, puede
darse que EE.UU. empiece a sufrir la misma enfermedad que
Japón en la última década. Mientras la deuda crece con más
rapidez que los ingresos, la influencia mundial del país se
debilita.
O,
tal como el asesor económico de Obama, Lawrence H. Summers,
solía preguntar antes de ingresar en el gobierno: "¿Por
cuánto tiempo más el mayor deudor del mundo puede seguir
siendo la primera potencia?". El gobierno chino planteó
agudas preguntas sobre el presupuesto de Obama cuando
algunos de sus miembros visitaron Washington. Cree que la
respuesta a la pregunta de Summers es obvia. Los europeos
también consideran que ésa es la mayor preocupación que
plantea la próxima década.
El
presupuesto de Obama merece crédito por su franqueza. No
disfraza la potencial magnitud del problema. George W. Bush
afirmó, casi hasta el final de su presidencia, que dejaría
el cargo con un presupuesto equilibrado. Ni siquiera estuvo
cerca de lograrlo. Obama ha publicado las cifras de los próximos
10 años en parte para dejar claro que el estancamiento político
de los últimos años, en el que la mayoría de los
republicanos se niegan a tratar cualquier aumento impositivo
y los demócratas se niegan a hablar sobre el recorte de los
programas sociales, es insostenible. Su receta para resolver
el problema es que éste debe agravarse, con un intenso déficit
público, para reducir el índice de desempleo antes de que
los déficits se reduzcan.
Summers
dijo: "El presupuesto reconoce el carácter imperativo
de la creación de empleo y del crecimiento a corto plazo, y
adopta medidas para incrementar la confianza".
Se
refería al congelamiento del gasto doméstico no
relacionado con la seguridad nacional, al obstaculizado
esfuerzo por disminuir los costos del sistema de salud y a
la decisión de permitir la desaparición de las reducciones
impositivas de la era Bush aplicadas a las corporaciones y
familias con ingresos superiores a 250.000 dólares.
"Por medio del presupuesto, el presidente ha procurado
proporcionar el mayor margen posible para hacer los ajustes
que resulten necesarios para evitar cualquier clase de
crisis", añadió Summers.
Sin
embargo, convertir esa idea en acción es cada vez más difícil.
Los republicanos guardaron silencio sobre la deuda durante
los años de Bush. Los demócratas la caracterizaron como un
mal necesario durante la crisis económica que definió el
primer año de Obama. Cualquier interés por una solución a
largo plazo parece limitado.