Crisis mundial

No hay una salida fácil para la situación de la economía mundial

La depresión amenaza

Por Martin Wolf
The Financial Times / Expansión.com, 24/02/10

Cualquiera que se fije detenidamente la economía mundial reconocerá que son los estímulos monetarios y fiscales sin precedentes en tiempos de paz los que hacen que siga adelante, no sólo en los países con rentas altas, sino también en las economías emergentes.

La opinión generalizada es que también podrá organizarse una salida sin problemas. Nada parece menos probable. Así que, consideremos, en su lugar, el final.

Debemos empezar por el reverso de la moneda de los estímulos: el sector privado está gastando mucho menos de lo que ingresa. Las previsiones de las últimas Perspectivas Económicas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) señalan que en seis de sus miembros (Holanda, Suiza, Suecia, Japón, Reino Unido e Irlanda) el sector privado obtendrá un superávit de ingresos frente a gastos superior al 10% del producto interior bruto (PIB) este año. Otros 13 tendrán superávit privados de entre el 5% y el 10% del PIB. En este último grupo se incluye EEUU, con una cifra del 7,3%. El superávit del sector privado de la eurozona alcanzará el 6,7% del PIB, y el 7,4% para el conjunto de la OCDE.

Además, se prevé que la variación en el equilibrio del sector privado entre 2007 y 2010 supere el 10% del PIB en no menos de ocho países miembros de la OCDE. También se espera que rebase el 5% del PIB en otros ocho. En EEUU los cálculos apuntan a un 9,6% del PIB. En la eurozona, la previsión es del 5,5% del PIB, y del 7,3% en el caso de la OCDE.

La depresión amenaza

Cabe señalar que el sector privado habrá optado por la frugalidad pese a una relajación monetaria sin precedentes. Aunque esta última ha ayudado a evitar un colapso aún mayor del gasto público, los inmensos déficit fiscales, resultado principalmente de los estabilizadores automáticos, no han sido menos importantes. Si los gobiernos hubieran intentado acabar con los déficit fiscales, tal y como probaron en los años 30, nos veríamos sumidos en otra Gran Depresión.

¿Cómo salimos de esta situación? Para responder a la pregunta, tenemos que ponernos de acuerdo sobre cómo llegamos a ella. Es importante señalar que hay una serie de burbujas que han ayudado a la economía mundial a seguir creciendo durante las tres últimas décadas. Detrás de ellas, sin embargo, hay una enorme burbuja crediticia, que explotó en 2008. Esa es la razón de que el gasto privado implosionase y explotaran los déficit fiscales.

William White, ex economista jefe del Banco de Pagos Internacionales, es uno de los principales defensores de que son los errores en política monetaria, especialmente por parte de la Reserva Federal, los que han guiado a la economía mundial. Richard Duncan realiza una crítica similar, aunque más radical, en su nuevo libro, The Corruption of Capitalism.

En la conferencia por el 75 aniversario del Banco de Reservas de India este mes, White ofreció una lúcida versión de su crítica. Dado que la inflación se mantuvo bajo control, los bancos centrales, que siempre aplican una política dirigida a controlar la inflación, mantuvieron unos tipos de interés muy reducidos durante demasiado tiempo. El resultado, expuso, fueron una serie de desequilibrios no muy distintos a los surgidos en EEUU en los años 20 y en Japón en la década de 1980. En concreto, gracias a que los tipos de interés estaban muy por debajo del índice de crecimiento de las economías, el crédito gozó de total libertad para expandirse. La deuda, como cabía esperar, explotó.

White enumeró cuatro desequilibrios: las burbujas de los precios de los activos, especialmente de las acciones en los años 90 y de la vivienda en la primera década de este siglo; la explosión de los balances del sector financiero y el aumento de su exposición al riesgo; lo que los economistas de la “escuela austriaca” denominan “malinvestment” (inversión equivocada) –que elevó el consumo de productos duraderos en los países desarrollados y provocó un boom en la construcción de viviendas y centros comerciales en países como EEUU, y de fábricas orientadas a la exportación en China–; y, finalmente, desequilibrios comerciales, con la entrada de capital en EEUU y otros países consumistas.

No estoy de acuerdo con responsabilizar de lo sucedido a los errores en política monetaria. Pero sí que tuvieron parte de culpa. En cualquier caso, esta situación tenía que acabar. Ahora, después de la implosión, asistimos a los extraordinarios esfuerzos de rescate. ¿Qué nos espera a partir de aquí? Hay dos alternativas: el éxito y el fracaso.

Por “éxito”, me refiero al arranque nuevamente del motor crediticio en los países deficitarios con rentas altas. El gasto del sector privado aumenta de nuevo, los déficit fiscales se reducen y la economía parece volver, por fin, a la normalidad. Por “fracaso” quiero decir que continúa el proceso de desapalancamiento, el gasto privado no consigue repuntar con una solidez real y el déficit fiscal sigue siendo mucho mayor, durante mucho más tiempo, de lo que nadie se atreve a imaginar en la actualidad. Sería una situación similar a la sufrida por Japón tras el estallido de su burbuja, pero a una escala muy superior.

Por desgracia, el resultado de lo que yo llamo éxito probablemente sería una crisis financiera aún mayor en el futuro, mientras que el desenlace de lo que denomino fracaso es que la cuerda fiscal terminaría por acabarse, incluso aunque se tardase en alcanzar el final más de lo que los agoreros temen. En cualquier caso, lo importante es que cualquiera de los resultados nos lleva a una crisis de la deuda soberana. Esto, a su vez, desembocaría sin duda en impagos, probablemente vía inflación. En esencia, los balances distorsionados amenazan con provocar una quiebra generalizada del sector privado y una depresión, una bancarrota soberana e inflación, o una combinación de ambas.

Se me ocurren dos medios por los que el mundo podría liberarse de sus problemas de deuda sin provocar semejantes colapsos: un aumento de la inversión pública y privada en los países deficitarios o un repunte de la demanda de los países emergentes. En el primer caso, las futuras rentas más altas harían que los préstamos actuales sean sostenibles. En el segundo, los ahorros generados por los sectores privados en proceso de desapalancamiento de los países deficitarios fluirían de forma natural hacia inversiones en países emergentes.

Sin embargo, para aprovechar esas oportunidades sería necesario un replanteamiento radical. En países como Reino Unido y EEUU, habría grandes déficit fiscales durante un largo periodo, pero también una voluntad similar por fomentar la inversión. Entretanto, los países desarrollados tendrían que contactar urgentemente con los países emergentes para discutir reformas en la financiación global, dirigidas a facilitar un flujo neto sostenido de fondos de los primeros hacia los últimos.

Por desgracia, nadie recurre a una agenda tan radical. La mayoría espera, en su lugar, que el mundo vuelva a ser como era. No sucederá y no debería. El ingrediente básico de una salida con éxito es el uso de los inmensos superávit del sector privado para financiar más inversiones, tanto públicas como privadas, en todo el mundo. Ya sólo China necesita un mayor consumo.

No repitamos los errores del pasado. No esperemos que una oleada de consumo alimentado por el crédito nos salve. Invirtamos en el futuro.