La
lucrativa gran boda fallida del euro
Por
Gideon Rachman
The Financial Times,
30/03/10
En
alguna parte del desván tengo un cuadro casero con las 12
viejas divisas europeas que confeccioné, en un momento de
nostalgia, justo antes de que quedaran obsoletas con la
entrada del euro el 31 de diciembre de 2001.
Los
viejos billetes muestran ilustraciones de personas y lugares
reales; el dracma griego lleva la imagen de las ruinas de
Olimpia, el franco francés un retrato de Paul Cézanne. Los
euros que los reemplazaron están decorados con edificios
que parecen vagamente europeos pero que no corresponden, en
realidad, a ningún sitio en concreto.
Siempre
pensé que los diseños imaginarios en los billetes de euro
daban cierta idea de la frágil identidad que sostiene a la
divisa única europea. Si los europeos ni siquiera podían
identificar símbolos y héroes compartidos, ¿serían
realmente capaces de ponerse de acuerdo sobre las políticas
y sacrificios comunes cuando la situación empeorase?
La
crisis de la deuda griega es la prueba más seria hasta la
fecha para el euro. El pasado jueves se llegó al acuerdo de
que Grecia podría solicitar créditos del Fondo Monetario
Internacional y de sus socios europeos, si llega a
necesitarlo.
Esto
podría tranquilizar a los mercados durante un tiempo. Pero
no aborda el problema subyacente. Los creadores del euro
eran como los padres que preparan un matrimonio concertado.
Sabían que estaban uniendo países con economías y
culturas políticas muy distintas. Pero esperaban que, con
el tiempo, los nuevos socios crecerían juntos y formarían
una unión genuina.
De
hecho, la UE contaba con tres formas de convergencia: económica,
política y popular. Cuando se lanzó el euro, se dijo que
el aumento del comercio y la inversión entre los países de
la eurozona daría lugar a una economía europea
verdaderamente unificada, en la que los distintos niveles
nacionales de productividad y consumo llegarían a
convergir. También se asumía –o tal vez sólo se
esperase– que el euro generaría convergencia política.
Una vez que los europeos usaran los mismos billetes y
monedas, se darían cuenta de cuánto tenían en común,
desarrollarían lealtades compartidas y estrecharían su unión
política.
Finalmente,
los padres de la divisa única esperaban un tercer tipo de
convergencia, entre la élite y la opinión pública. Sabían
que en determinados países clave, especialmente Alemania,
la población no compartía el entusiasmo de la élite política
por la creación del euro. Pero esperaban que, con el
tiempo, abrazara la nueva divisa única europea.
Lo
que la crisis griega muestra es que el matrimonio concertado
europeo está en serios apuros. Los socios no han crecido
juntos. Durante mucho tiempo, países como Grecia y Portugal
se beneficiaron de la ilusión de la convergencia económica
gracias a los bajos tipos de interés y a la estabilidad que
aportó el euro. Cuando la economía europea estaba
creciendo, los mercados creyeron en la fantasía de que había
pocas diferencias entre la deuda griega y la alemana. Pero
esa situación ha cambiado –y Grecia tiene que pagar una
significativa prima sobre sus créditos–.
También
resulta obvio ahora que países como Grecia, España y
Portugal luchan por competir con la economía alemana, mucho
más productiva. Al formar parte de una unión monetaria, no
pueden devaluar su divisa para salir de la crisis. La única
alternativa que se les presenta es un largo y doloroso
periodo de austeridad para reducir costes mediante recortes
salariales y del nivel de vida.
Esta
falta de convergencia económica ha revelado la carencia de
convergencia política en torno a una identidad europea
compartida. Alemania, la mayor economía de Europa, muestra
una sorprendente falta de afinidad con los griegos. La
postura alemana parece ser que las economías europeas más
débiles están pagando el precio por no ser tan
trabajadoras ni estar tan cualificadas como los alemanes
–y ahora deben entrar en vereda o abandonar el euro–.
Hacen
caso omiso de las sugerencias de que la adicción a las
exportaciones y el bajo consumo de Alemania podrían tener
parte de responsabilidad en la crisis de la eurozona.
Algunos políticos griegos han respondido a la presión
alemana con referencias airadas a la brutal ocupación nazi
de su país durante la Segunda Guerra Mundial. Para que
luego hablen de la solidaridad europea.
La
dura postura alemana muestra que la tercera convergencia
–entre la élite y la opinión pública– tampoco se ha
producido. La población alemana sigue recelando de las
consecuencias de la unión monetaria. Temen que se pida a
los alemanes que mantengan el esquema al que se han
acostumbrado los irresponsables políticos y los
pensionistas griegos. Ante la proximidad de las cruciales
elecciones regionales del mes de mayo, Angela Merkel, la
canciller alemana, se esfuerza por demostrar lo dura que está
siendo con Grecia.
Cuando
se lanzó el euro, los líderes políticos alemanes solían
exponer, con evidente entusiasmo, que la unión monetaria
terminaría haciendo necesaria una unión política. La
crisis de Grecia era precisamente el tipo de acontecimiento
que se esperaba que acelerara el ritmo. Pero, ahora que
afronta una crucial crisis, el Gobierno de Merkel está
evitando las declaraciones displicentes sobre una unión política
–prefiriendo en su lugar imponer una dura medicina económica
a los reticentes griegos–.
El
euro se asemaja cada vez menos a una unión indisoluble, y más
a un infeliz matrimonio entre socios incompatibles. Tal vez
debería rescatar esas viejas divisas europeas del desván.
Podrían estar menos obsoletas de lo que pensaba.
El
desempleo crece en la eurozona
La
tasa más alta desde 1998
Gara,
01/04/10
El desempleo afecta ya en Europa a más
de 23 millones de personas, de los que cerca de 18 millones
corresponden a la zona euro, donde el paro creció en 61.000
personas en febrero, hasta llegar a su nivel más alto en 12
años. Letonia y el Estado español presentan los peores
datos.
La
tasa de desempleo en la eurozona alcanzó en febrero el 10%,
una décima más que en el mes anterior y un 1,2% por encima
de febrero de 2009, lo que supone su nivel más alto desde
agosto de 1998, según informó Eurostat, que sitúa en el
19% la tasa de paro en el Estado español, el peor dato de
la zona euro y sólo superado por el 21,7% de Letonia entre
los Veintisiete, cuya tasa de paro subió una décima, hasta
el 9,6%.
El
pasado mes de febrero, un total de 23,019 millones de
personas carecían de empleo en la UE, de los que 17,74
millones pertenecían a la eurozona. Respecto a enero, estas
cifras suponen un incremento de 131.000 desempleados en la
UE y de 61.000 en la zona euro, mientras que en términos
interanuales el paro aumentó en 3,13 millones de personas y
1,84 millones, respectivamente.
Entre
los estados de la UE, las menores tasas de paro se
registraron en Países Bajos (4%) y Austria (5%), mientras
que los mayores niveles de desempleo se observaron en
Letonia (21,7%) y Estado español (19%).
Todos
los estados de la UE registraron incrementos del paro
respecto al año pasado, aunque los menores aumentos se
registraron en Luxemburgo (5,4% al 5,5%), Alemania (7,3% al
7,5%), y Bélgica (7,7% al 8%), mientras que Letonia registró
el mayor incremento interanual, al pasar del 13,2% al 21,7%.
Por
otro lado, entre febrero de 2009 y febrero de 2010, la tasa
de paro masculina pasó del 8,5% al 10% en la eurozona y del
8,2% al 9,8% en la UE, mientras que el desempleo femenino
aumentó del 9,2% al 10% en la eurozona y del 8,4% al 9,3%
entre los Veintisiete. Asimismo, el desempleo juvenil pasó
del 18,4% en 2009 al 20% en febrero de 2010, mientras que en
el seno de la UE aumentó del 18,4%, al 20,6%.
El
Estado español volvió a situarse en febrero a la cabeza
del desempleo entre los menores de 25 años, afectados ya
por una tasa de paro del 40,7%, más del doble que la media
de la zona euro. Asimismo, el paro masculino afectaba en
febrero al 19%, la tasa más alta de la zona euro y la
segunda mayor entre los Veintisiete, mientras que el paro
femenino alcanzó el 18,9%, el peor dato de toda la UE.
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