Entonces, ¿Grecia es el próximo
Lehman? No. No es suficientemente grande ni está suficientemente
interconectada como para provocar que los mercados financieros globales se
congelen como ocurrió en 2008. Lo que sea que haya causado ese breve derrumbe
del Dow Jones no estuvo justificado por los acontecimientos reales en Europa.
Tampoco hay que tomar en
serio a los analistas que proclaman que estamos viendo el principio de un pánico
que abarcará a todas las deudas estatales. En realidad, los costos
crediticios estadounidenses se redujeron anteayer a su nivel más bajo en
varios meses. Y mientras los agoreros advertían que Inglaterra podría ser la
próxima Grecia, las tasas de interés británicas también bajaron.
Esa es la buena noticia. La
mala noticia es que los problemas de Grecia son más profundos de lo que están
dispuestos a admitir los líderes europeos, incluso ahora? y también son
compartidos, en un grado menor, por otros países de Europa. Ahora, muchos
observadores esperan que la tragedia griega acabe en default; yo estoy cada
vez más convencido de que son demasiado optimistas, de que el default estará
acompañado o sucedido por el abandono del euro.
En algunos aspectos, ésta es
una crónica de una crisis anunciada. Recuerdo que cuando el Tratado de
Maastricht puso a Europa en camino hacia el euro, hice una broma diciendo que
habían elegido la ciudad holandesa equivocada para esa ceremonia. Tendría
que haberse realizado en Arnhem, el lugar del infame "puente demasiado
lejos" de la Segunda Guerra Mundial, donde un plan de batalla
excesivamente ambicioso de los aliados acabó en un absoluto desastre.
El problema, pese a lo obvio
que resulta ahora, es que Europa carece de algunos de los atributos clave para
ser una exitosa zona monetaria. Sobre todo, de un gobierno central.
¿Una reestructuración de la
deuda –un eufemismo usado para un default parcial– es la respuesta a la
crisis griega? No ayudaría ni la mitad de lo que la gente imagina, porque el
pago de intereses sólo cubre una parte del déficit presupuestario griego.
Aun en el caso de que dejara de cumplir completamente con el pago de su deuda,
Atenas no liberaría suficiente dinero como para poder evitar salvajes
recortes presupuestarios.
Lo único que podría reducir
considerablemente la crisis griega sería una recuperación económica, que
pudiera generar ingresos más altos y reducir la necesidad de recortar gastos
y crear empleo. Si Grecia tuviera su propia moneda, podría intentar la
planificación de esa recuperación con una devaluación, aumentando así la
competitividad de sus exportaciones. Pero Grecia usa el euro.
Entonces, ¿cómo termina
todo esto? En el terreno lógico, veo tres caminos para que Grecia siga con el
euro. En primer lugar, los trabajadores griegos podrían redimirse a través
del sufrimiento, aceptando grandes reducciones salariales que permitirían que
Grecia fuera suficientemente competitiva como para crear nuevamente empleo. En
segundo lugar, el Banco Central Europeo podría abocarse a una política mucho
más expansiva, entre otras cosas comprando paquetes de deuda estatal y
aceptando –de hecho, con gusto– la inflación resultante: esta actitud
facilitaría mucho los ajustes en Grecia y en otras naciones de la eurozona
que se encuentran en problemas. Y por último, los gobiernos europeos más
fuertes podrían ofrecerles a sus vecinos más débiles suficiente ayuda como
para hacer que sus crisis resulten soportables.
Similar a
la Argentina
El problema, por supuesto, es
que ninguna de estas alternativas parece políticamente plausible. Lo que
queda parece impensable: que Grecia abandone el euro. Pero cuando se descarta
todo lo demás, ésa es la única opción que queda.
Si eso ocurre, hará algo
semejante a lo que ocurrió en la Argentina en 2001, cuando supuestamente ese
país estaba indisoluble y permanentemente atado al dólar. Terminar con esa
atadura era algo impensable, por la misma razón que abandonar el euro parece
imposible: el sólo hecho de insinuar esa posibilidad implica el riesgo de
provocar atroces corridas bancarias. Pero las corridas bancarias se produjeron
de todas maneras, y el gobierno argentino impuso restricciones de emergencia a
los retiros de dinero. Eso dejó la puerta abierta a la devaluación y
finalmente la Argentina cruzó ese umbral.
Si
algo semejante ocurre en Grecia, sus ondas expansivas se harían sentir en
toda Europa, posiblemente desencadenando crisis en otros países. Pero si los
líderes europeos no son capaces ni están dispuestos a intervenir con más
resolución de la que han demostrado hasta ahora, hacia allí nos encaminamos.