Son legión los analistas de
mercados, gacetilleros y economistas que no se cansan de repetir lo difícil
que les resulta hallar una métrica que sitúe a los EEUU en una posición
financiera mejor que Grecia. Ken Rogoff, por ejemplo, advirtió recientemente
de que una quiebra de Grecia traería consigo una serie de quiebras sobernas,
y recientemente también, sugirió en NPR que la crisis tendría también
implicaciones para los EEUU. El historiador Nial Ferguson hizo observaciones
de parecido tenor en el Financial Times hace algunos meses. Los graznidos de
los halcones del déficit suben de tono. ¡Arrepentíos libertinos fiscales,
que se acerca el día del Juicio Final!
Dejemos de lado la histérica
retórica bíblica, ahora que todavía estamos a tiempo de debatir con
racionalidad. La reciente respuesta del mercado a las cada vez más intensas
presiones en la zona euro sugiere que los inversores comienzan a distinguir
entre países que son emisores soberanos de moneda, como EEUU y Japón, y
emisores no–soberanos, como Grecia y cualquier otra nación en la eurozona.
El dólar se aprecia, a pesar del déficit federal, mientras que el
sufrimiento dimanante de la deuda en los países PIIGS [Portugal, Italia,
Irlanda, Grecia y España], sobre todo en Grecia, se intensifican, lo que trae
consigo la caída del euro en relación con el dólar a sus niveles más bajos
de los últimos 12 meses.
El distinto comportamiento de
las diferentes monedas en relación con el dólar estadounidense resulta harto
instructivo a este respecto. En el último trimestre, los dólares
australianos, neozelandeses y canadienses han registrado subidas en torno al
4% en relación con el billete verde. ¿Y el peor? El euro, que en el mismo
período ha registrado unas poco sorprendentes pérdidas del 6,3%.
Conscientemente o no, los mercados están demostrando que comprenden la
diferencia entre las naciones que usan una moneda (y que, por lo mismo, se
enfrentan a una restricción financiera externa) y las naciones que no se
enfrentan a ninguna restricción foránea en sus políticas de gasto público,
porque son naciones creadoras de moneda.
Que los EEUU dispongan de la
moneda reserva, resulta irrelevante en este contexto. La distinción clave
sigue siendo la que separa al usuario y al creador. Las naciones de la
eurozona son usuarias; Canadá, Australia, el Reino Unido, Japón y los EEUU
son creadoras de moneda.
Yerran quienes, como Rogoff y
un sinnúmero de comentaristas, se empeñan en buscar analogías entre los países
PIIGS y los EEUU y el Reino
Unido. La debilidad analítica de estos críticos del déficit público
resulta de su incapacidad para distinguir entre el abanico de políticas
monetarias que se ofrecen a naciones creadoras de moneda y el abanico que se
ofrece a naciones monetariamente soberanas y naciones que no son soberanas
monetariamente.
Cualquier gobierno soberano
–y los de la Unión Monetaria Europea (UME) ya no disfrutan de esa condición—
puede lidiar financieramente con un colapso de ingresos y un incremento de
gastos, sin terminar en el callejón sin salida en que se halla ahora la zona
de la UME. De aquí, por ejemplo, que el yen japonés no se halle en caída
libre frente al dólar, a pesar de que la deuda pública japonesa representa
el 200% de su PIB, es decir, una razón que multiplica por 2,5 la de la deuda
pública estadounidense. Lo cierto es que estos últimos días, el yen hasta
se ha apreciado frente al dólar. ¿Por qué será, si la lección que
supuestamente deberíamos aprender es la de los males del gasto público
deficitario "insostenible"?
La sostenibilidad fiscal es
irrelevante en un sistema que no se enfrenta a restricciones operativas a la
capacidad del Estado para gastar. Los cheques de la Seguridad Social
estadounidense no serán devueltos por falta de fondos. Tampoco sus
equivalentes canadienses o japoneses. Análogamente, sus títulos de deuda pública
siempre serán capaces de dar intereses.
Obsérvese que eso no
significa que no haya verdaderas restricciones de recursos en materia de gasto
público. Dígase así: cualquiera que promueva el uso de políticas fiscales
como herramienta de contra–estabilización efectiva tiene que saber siempre
esas intervenciones tienen un coste. Ese coste bien podría ser la inflación,
si, como resultado de la expansión fiscal, se llega al pleno empleo y asoman
las restricciones de recursos, pero el gobierno sigue gastando. Mas, si la
economía se recupera, los ingresos fiscales aumentarán y el gasto neto en la
red de seguridad y bienestar caerá. En los EEUU, eso significa que volveremos
probablemente a la "normalidad", con déficits en torno al 2–4%,
según el estado de la economía, que son los niveles que hemos tenido en los
pasados 30 años, dejando de lado el trecho 1998–2001.
¿Por qué no resultarán
inflacionarios esos déficits? Como observó el profesor Scott Fullwiler en un
correo electrónico que cambiamos hace poco, una vez está en marcha la
recuperación y la economía recobra una significativamente mayor capacidad de
utilización –en la que podrían aparecer presiones al alza en los
precios—, el déficit bajará substancialmente. Se verá también
parcialmente menguado por una caída en el gasto discrecional en bienestar
social. Es axiomático que, cuanto más rápidamente crece la economía, tanto
menor se hace el déficit, a menos que le gobierno siga gastando
irresponsablemente, cosa esta última, huelga decirlo, por la que nosotros no
abogamos.
Y arribados al punto en que
podríamos llegar a tener inflación, el déficit habrá vuelto a niveles del
2–3%, que es, ya se ha dicho, lo que hemos tenido en los pasados 30 años,
mientras que la inflación ha rondado el 2%. Obsérvese: inflación no
equivale a quiebra. Ustedes y yo podríamos comprar credit default swaps, es
decir, permutas de incumplimiento crediticio, de cualquier país del mundo,
pero ustedes y yo seremos incapaces da recoger beneficios de esa compra si
cualquiera de los países en cuestión registra una tasa positiva de inflación
–incluso una tasa de inflación de dos dígitos—, porque inflación y
quiebra no son equivalentes. Tampoco las agencias de calificación categorizan
de esta manera la quiebra. La quiebra se define como incapacidad para llevar a
cabo una tarea o para subvenir a una obligación, particularmente a una
obligación financiera. La inflación no se incorpora a la definición cuando
se trata de asuntos de insolvencia nacional.
En cambio, la idea de una
quiebra griega prevalece en los mercados, y resulta una preocupación
razonable en el contexto de la eurozona. La opción de la quiebra se considera
poco menos que inevitable, aun en el caso de que se ponga por obra un masivo
rescate de 110 mil millones de euros que, destinado a provocar "asombro y
amedrentamiento" entre los inversores, se ha limitado a asombrar. Si
rescatar a Grecia cuesta 110 mil millones de euros, ¿cuánto costará
rescatar a España, Italia o Francia?
Si a los mercados les
preocupa la solvencia nacional, no ofrecerán créditos. Y ése es el problema
al que se enfrentan todos los países de la eurozona. Gracia, Portugal,
Italia, Francia y Alemania son todas naciones usuarias de las emisiones de
euros. En este respecto, se asemejan más a un estado federado o a una
municipalidad de los EEUU, que son usuarios del dólar emitido por el gobierno
federal de los EEUU.
Y los déficits per se no
sentarán las bases de una quiebra de los EEUU. Si los EEUU siguenb
incurriendo en déficits exportadores netos (lo que es lo más probable, dado
el curso de caída del valor del euro), y si el sector interior privado tiene
ahorro neto, el gobierno de los EEUU tendrá que hacer gasto neto, es decir,
incurrir en déficits. Eso es una ecuación contable elemental: nada más, ni
nada menos. Si, en estas circunstancias, el gobierno de los EEUU trata de
lograra excedentes, lo que conseguirá, por lo pronto, será forzar al sector
privado nacional a incurrir en déficits (y a incrementar su deuda), y
terminará fracasando, porque lo que hará el sector privado es tratar de
aumentar de nuevo su tasa de ahorro.
La misma lógica vale para
Grecia. Se supone que el paquete de ayuda del FMI y de la UE es para reducir
su déficit presupuestario, de su actual 13,6% en relación con su PIB a un
8,1% en 2011. ¿Cómo lo conseguirán? Buscar una reducción del déficit a
través de programas de austeridad (o de congelaciones, o de cómo quiera llamárseles)
en un momento en que el gasto privado es ya insuficiente para mantener un
crecimiento adecuado del PIB, es la receta más segura para el desastre. Lo
que provocará es un incremento del déficit.
Considérese en este contexto
el caso de Irlanda a modo de primera muestra. Irlanda comenzó a recortar el
gasto deficitario ya en 2008, cuando arrancó su crisis bancaria y su déficit
presupuestario representaba el 7,3% del PIB. No tardó la economía e
contraerse un 10%, y ¡oh, sorpresa!, su déficit se disparó hasta el 14.3%
del PIB. Podemos estar seguros de que un similar destino aguarda a Grecia,
dada la incapacidad de la Unión Europa para comprender o aun categorizar las
balanzas financieras básicas y las interrelaciones fundamentales entre los
varios sectores de la economía. Ningún gobierno, ni tampoco el FMI, pueden
predecir con fiabilidad cuál será el resultado: al final, lo que determinará
el resultado serán las preferencias privadas de ahorro, como Bill Mitchell ha
observado repetidamente.
¿Por
qué hay enormes déficits presupuestarios en todo el planeta? No es porque,
de repente, todos los funcionarios del mundo se hayan convertido en
apparatchiki de estilo soviético. Es, y por mucho, porque una economía
global en declive ha llevado a menores ingresos (menos ingresos = menos
impuestos recaudados, puesto que el grueso de la recaudación fiscal se basa
en los ingresos, y menos módulos fiscales) y a un mayor gasto público en la
red de seguridad social. El colmo de la ignorancia económica es proponer la
destrucción de esa red de seguridad social a partir de una extrapolación de
las equivocadas lecciones proporcionadas por los particularísimos problemas
en que se ha metido a sí propia la eurozona. Pero esa ignorancia científica
refleja también una agenda política transparente, que los EEUU harían muy
mal en abrazar. Los paquetes de rescate, la intervención del FMI y toda la cháchara
sobre las "quiebras ordenadas" de los PIIGS, no pueden ocultar el
yerro fundamental en el diseño de la Union Monetaria Europea. Dejemos que el
neoliberalismo muera con el euro.
*
Marshall Auerback, uno de los analistas económicos más respetados de los
EEUU, es miembro consejero del Instituto Franklin y Eleanor Roosevelt, en
donde colabora con el proyecto de política económica alternativa New Deal.
2.0.