Crisis mundial

Las tres dimensiones de la crisis
(partes IV, V y VI)

Por Claudio Katz[1]
Enviado por el autor, 03/05/10

IV. Escenarios y alternativas

Resulta muy difícil predecir cuánto tiempo podrá el neoliberalismo posponer el estallido de sus contradicciones estructurales. Pero la prorroga de estos desenlaces seguramente conducirá a conmociones más severas. Existen varias posibilidades para el desemboque de la crisis.

Otro reciclaje

Al comienzo del 2010 el ajuste comienza a reemplazar al socorro, en la gestión de la crisis. La socialización de pérdidas a cuenta del estado tiende a ser sustituida por ataques más directos a las condiciones de vida de los trabajadores. Con distinta intensidad y temporalidad, en varios países se ha puesto en marcha este giro hacia el atropello. El recorte capitalista exige depurar bancos, eliminar firmas poco competitivas, achicar el financiamiento público e introducir reestructuraciones globales, para compensar las desbalances comerciales y monetarios.

Este proceso de desvalorización de capitales obsoletos siempre se ha instrumentado con sufrimiento popular. Lo que se dirimirá en próximo período es la magnitud de una cirugía que multiplicará el desempleo, la pobreza y la caída del salario. Una hipótesis es la consumación de esta agresión repitiendo lo ocurrido en las últimas dos décadas. En este período los ajustes provocaron enormes conmociones en distintas economías, sin desembocar en una eclosión generalizada y sin modificar la tónica de la etapa.

Al cabo de serios padecimientos populares, estas sacudidas financieras concluyeron con una descompresión del temblor en los países de origen y con irrupciones en nuevas zonas. Esta trayectoria siguieron los estallidos que conmovieron a Estados Unidos (1987, 1991, 2001), Europa (1987), Rusia (1998), Japón (1993), el Sudeste Asiático (1997) y América Latina (México 1994, Brasil 1999, Argentina 2001).

Si la convulsión actual reitera esta secuencia, la reorganización de los bancos más comprometidos y de las empresas más endeudadas se consumará con transferencias de ingresos, limpiezas de pasivos y licuaciones de las deudas, solventadas en la degradación del nivel de vida popular. De esta reorganización surgiría un interregno preparatorio de nuevos desplomes. El ritmo de estos colapsos se ha intensificado desde mediados de los años 80, potenciando las turbulencias que entre 1970 y el 2007 derivaron en 124 crisis bancarias, 208 crisis cambiarias y 63 crisis de deuda soberana[2].

Pero un escenario de este tipo exigiría también dilatar las crisis de realización y valorización del capital, mediante los mismos mecanismos que permitieron sobrellevar estos desequilibrios durante veinte años. Requeriría la permanencia de ajustes competitivos en los momentos de alivio y socorros estatales en las situaciones críticas.

La regeneración del modelo actual exigiría posponer los desequilibrios de la demanda, con otra sobrevida del consumo financiarizado fuera de Estados Unidos, ya que la convulsión actual ha golpeado como nunca a los consumidores de la primera potencia (y de otros países que abusaron del modelo crediticio, como España y Gran Bretaña). Se necesitaría incorporar al consumo financiarizado a nuevos segmentos de la clase media de la semiperferia, recurriendo a políticas económicas neo-desarrollistas[3].

Esta expansión de la demanda en China, India, Brasil o Rusia podría compensar, pero no sustituir al volumen consumo del Primer Mundo. Aunque en los últimos meses se avizoran cierto cambios de roles en la economía mundial, con mayores exportaciones de los países centrales y crecientes importaciones de las economías semiperiféricas, los grandes mercados internos están localizados en el primer segmento y las posibilidades de fabricar con bajos costos se ubican en el segundo grupo.

La supervivencia de la etapa neoliberal necesitaría cimentarse también en un continuado repunte de la tasa de ganancia. Una vez superada la erosión de beneficios que generará el desplome recesivo del 2008-10, los mecanismos para sostener esa rentabilidad no diferirían de los utilizados en las últimas décadas. Pero exigirían profundizar ciertos cursos.

Un aumento de la tasa de explotación sería el principal instrumento para preservar la valorización del capital. Ya sobran indicios de esta tendencia con la arremetida reaccionaria en Grecia, España y Portugal. En estos países se procesa el gran test de un atropello, que las clases dominantes han tomado como hoja de ruta.

Otro instrumento de esta batalla serán los recortes de los convenios laborales que prepararan las grandes corporaciones, siguiendo el modelo establecido por General Motors. Una empresa quebrada es actualmente monitoreada por los delegados de un gobierno, que invirtió 50.000 millones de dólares en el rescate y ha tomado a su cargo el 60% de las acciones de la compañía. Este manejo orienta la recuperación de la rentabilidad a costa de los trabajadores. Los despidos, el deterioro de las condiciones laborales y la pérdida de las conquistas sociales se financian con fondos públicos.

La posibilidad de sostener la tasa de ganancia con mayor abaratamiento de las materias primas presenta, en cambio, mayores dificultades. Estos insumos se han encarecido en el último quinquenio como reacción cíclica a la desvalorización precedente, Como existe, además, un contexto de escasez de los productos básicos demandados por las economías intermedias es improbable un retorno a las bajas cotizaciones de los años 90.

Tampoco es nítido el nivel que alcanzaría la depuración de empresas. Los procesos de fusión y concentración de firmas coexisten con socorros estatales, que a veces reciclan el dinamismo inversor y en otros casos deterioran los patrones de competitividad que instauró el neoliberalismo.

Contexto de desenlace

Otro escenario de la crisis es un agravamiento sin respiro de todos los desequilibrios, con pocas compensaciones y virulentas definiciones. En este caso, tendería a producirse una confluencia de los desarreglos coyunturales del 2008-10, con las crisis de realización y valorización de las últimas décadas. Este empalme sería factible por la magnitud de una conmoción que afectó en forma simultánea a las economías desarrolladas, introdujo un contagio global y desató recesiones más acentuadas.

En este escenario la crisis asumiría una intensidad mayúscula, que podría emular lo ocurrido durante la depresión del 30 o asemejarse a la stanflation de los años 70. La deflación constituiría el rasgo típico del primer sendero. Supondría una virulenta caída del poder adquisitivo, junto a la masificación del desempleo en las economías centrales. Esta declinación de los precios introduciría un mecanismo de ajuste para desvalorizar la fuerza de trabajo y depurar los capitales. Un desemboque inflacionario conduciría por otro camino, a esa misma adaptación de los precios a los nuevos valores de las mercancías[4].

Las tendencias más recientes de Europa y Asia parecen indicar cierta preeminencia del recorrido inflacionario, que en todo caso será anticipado por las políticas económicas de los gobiernos. En Estados Unidos ha comenzado una discusión sobre la forma de reducir la deuda pública y muchos economistas se inclinan por repetir su licuación, mediante el mismo aumento de los precios que se registró en la posguerra. Pero ese procedimiento requeriría, además, una elevada tasa de crecimiento que resulta muy improbable[5].

También podría irrumpir una combinación de ambas variantes, adaptada a la actual etapa de capitalismo mundializado. Pero cualquiera de estas alternativas conduciría a colapsos mayúsculos. Lo ocurrido en los años 30 y 70 demuestra, además, que este tipo de crisis puede desembocar en giros cualitativos de la dinámica del sistema, que en la actualidad tendrían connotaciones planetarias[6].

Resulta imposible anticipar cuál será el desenlace final de la eclosión del 2008-10. En los primeros meses de la crisis parecía inminente un desplome mayor, pero el alivio del 2009 moderó esta impresión. Entre los marxistas existen distintos presagios sobre la envergadura de esta eclosión[7].

Ortodoxos y heterodoxos

Los debates sobre la crisis han concentrado la atención de todos los economistas. Los neoliberales ya dejaron atrás su desconcierto inicial y recitan nuevamente la mitología del capitalismo eterno. Consideran que este sistema retomará su marcha floreciente, luego de corregir las imperfecciones que desencadenaron el transitorio desplome financiero del 2008-10[8].

Pero este tipo de fábulas han perdido credibilidad. Es evidente que la magia del mercado no remonta espontáneamente las crecientes recaídas de la economía. Además, ya no es tan fácil encubrir los terribles padecimientos sociales que rodean a esas convulsiones. A medida que los ajustes se tornan más virulentos, el mensaje neoliberal pierde argumentos, encuentra menor auditorio y se torna más pragmático.

También los heterodoxos exoneran al capitalismo, con sus propuestas de regulación financiera y supervisión de los bancos. Atribuyen exclusivamente la crisis al descontrol de las finanzas y proponen enmendar esta inoperancia con reglamentos y puniciones a los movimientos especulativos. Estiman que estas normas permitirán encarrilar la economía, si se reinstalan segmentaciones operativas en la actividad financiera con cierta primacía de la banca pública. Otras propuestas añaden el desmantelamiento de los grandes bancos y una restricción de operaciones que reduzca la gravitación de los inversores institucionales, en los mecanismos del capitalismo patrimonial[9].

En los momentos más álgidos de la crisis, estas medidas fueron discutidas en las cumbres presidenciales. Allí se consideró reformar el FMI para reafirmar su rol supervisor del capital financiero internacional. También se ha evaluado la introducción de una tasa Tobin, para acotar los trastornos que genera la vertiginosa movilidad de los fondos circulantes[10].

Pero con el alivio que siguió al socorro estatal, estas propuestas han perdido predicamento en las cúpulas del poder. Las convocatorias a la regulación siguen en carpeta, pero nadie obstruye la continuada preeminencia del liberalismo financiero. La prohibición de los paraísos bancarios ha pasado a segundo plano, junto a la prometida supresión de las bonificaciones a los directivos. La reforma de entidades que promueve Obama es una versión tan light de la iniciativa original, como la tasa Tobin que propone Brown en Inglaterra.

Sin embargo la sola intención de introducir ciertas restricciones a la actividad de los bancos ha desatado una fuerte presión de Wall Street, que mantiene bloqueado un proyecto para limitar el tamaño de las entidades y transparentar los riesgos involucrados en las operaciones con títulos complejos. También se propone introducir alguna protección a los pequeños tenedores de bonos y otorgar poder a los accionistas para limitar los premios de los ejecutivos.

Pero hasta ahora existe poca predisposición del establishment norteamericano para implementar estos cambios. Algunos teóricos heterodoxos cuestionan la impotencia gubernamental frente a estas presiones. Despotrican contra la insensibilidad de Wall Street y la corrupción de Washington, pero no indagan las razones que condujeron a reemplazar el añorado modelo de posguerra por la desreglamentación liberal.

Especialmente ignoran el papel que asumió la propia competencia entre los bancos, en la primacía de este curso. Esa rivalidad es una característica del capitalismo, que invariablemente socava las regulaciones estatales. La propia expansión de los negocios incentiva este deterioro, a medida que aumenta la búsqueda de nuevas fuentes de provisión crediticia.

Los determinantes capitalistas de la hipertrofia bancaria son desconocidos por todos los analistas que fetichizan las regulaciones y desconocen el basamento social de estas normas. Como suponen que el estado es una institución neutra al servicio de la sociedad (y no de las clases dominantes), vislumbran a los reglamentos como un equitativo paraguas que cubre a la comunidad (sin favorecer a los poderosos).

En los genéricos elogios a futuras regulaciones financieras nunca se aclara quién será beneficiado y afectado por estas reglas. Se omite explicar, que si favorecen a los banqueros no implicarán cambios significativos y si apuntalan a otros sectores (como los industriales), abrirán una pugna competitiva para la recomposición ulterior del poder financiero.

Los keynesianos más afamados y amoldados al poder se han resignado al funcionamiento regresivo del capitalismo. No solo convalidan la gravitación de los banqueros, sino que aceptan la tormentosa expansión del desempleo. Esta actitud los sitúa muy lejos de la “eutanasia del rentista” y muy cerca de las posturas conservadoras. Su apoyo al socorro estatal de los bancos es un ejemplo de esa adaptación.

Esta orientación actualiza el patrón de estrategias macro-económicas, que en la postguerra adoptaron en común los keynesianos y los neoclásicos. Esas convergencias se repitieron posteriormente, mediante regulaciones adaptadas a los principios del libre-mercado y políticas anti-cíclicas amoldadas a los criterios neoliberales.

¿Capitalismo humano?

Otras vertientes heterodoxas discrepan con esa confluencia y proponen una remodelación progresiva del capitalismo, mediante la reducción de la desigualdad. Convocan a revertir el modelo anglosajón a favor de un esquema socialdemócrata para sustituir el neoliberalismo financiero por algún relanzamiento productivo.

Ciertas versiones de este enfoque sugieren introducir de inmediato medidas de protección de los grupos más afectados por la crisis (frenar desalojos, aumentar el seguro de desempleo, introducir un ingreso mínimo universal), junto a reformas sociales (especialmente en salud y educación) que permitan restablecer el destruido estado de bienestar. Otros postulan recrear el espíritu del laborismo y la estrategia de la economía mixta[11].

Estas visiones no ocultan su nostalgia por el esquema que naufragó en los años 70. Pero convocan a resucitarlo sin explicar las causas de su hundimiento. Cuestionan en forma simultánea al liberalismo y a la gestión colectivista, destacando el carácter fallido de ambos experimentos. Pero olvidan agregar que la estrategia socialdemócrata fue ensayada en mayor escala durante gran parte del siglo XX. No se entiende por qué razón exceptúan a ese esquema de las grandes frustraciones de la centuria pasada.

Muchas de estas vertientes comparten la expectativa de humanizar al capitalismo. Consideran que este sistema perderá su impronta brutal, a medida que las reformas sensibilicen a las elites que comandan el sistema[12].

 Pero este tipo de llamados nunca encuentra eco entre los altos funcionarios de los estados. Estos directivos suelen amoldar el sistema a las cambiantes necesidades de las clases dominantes. Propician acotadas mejoras sociales en los momentos de gran descontento popular y anulan estas reformas en los períodos de reflujo de la resistencia. Lo mismo ocurre con las regulaciones financieras. El capitalismo incorpora ciertos controles que abandona cuando se diluyen las tensiones.

Lo que torna imposible la gestación de un “capitalismo humano” es la continuada rivalidad por el beneficio. La búsqueda de este inalcanzable objetivo conduce a la dilapidar las energías transformadoras de la población. Un sistema asentado en la explotación del hombre por el hombre no puede ser humanizado, ya que vulnera el principio básico de la convivencia entre individuos. Mientras que la competencia por la ganancia impide generar relaciones de cooperación, la ambición por el lucro impone una despiadada cultura de arribismo, egoísmo y darwinismo social

Estos pilares del sistema explican también la periódica recreación de esquemas regulados y liberales. Cuando el principio de la rentabilidad es afectado por el primer curso se abre una traumática sustitución hacia el segundo y en condiciones inversas opera la tendencia complementaria.

La compulsión de los dominadores a agredir a los trabajadores constituye un rasgo intrínseco del capitalismo y no un defecto exclusivo del modelo anglosajón. La conducta conservadora que adoptan los socialdemócratas cuando asumen el gobierno es una prueba contundente de esta dinámica. Lo único que puede limitar los atropellos de los dominadores es la resistencia social de los oprimidos y la gestación de estrategias políticas anticapitalistas.

Un nuevo tipo de socialismo

La visión heterodoxa convencional es impugnada por muchos analistas radicales, que cuestionan los remiendos superficiales a la misma estructura de dominación. Resaltan la profundidad de la crisis actual, destacando la multiplicidad de sus impactos y objetando la simple apelación a las regulaciones. Consideran que el estallido del 2008-10 ha puesto contra las cuerdas a todo el régimen de acumulación instaurado por el neoliberalismo[13].

Este enfoque evalúa acertadamente la magnitud del temblor, pero no explicita las conexiones existentes entre este esquema y sus pilares capitalistas. La convulsión actual presenta un doble alcance: afecta las estructuras del neoliberalismo, pero socava al mismo tiempo sus cimientos capitalistas.

Es un error divorciar ambas facetas, aludiendo de forma genérica al carácter sistémico de la crisis, sin precisar su naturaleza capitalista. Hay que subrayar cuál es el modo de producción corroído por esa eclosión. Si se recurre a múltiples términos y calificaciones sin mencionar a este sistema, resulta imposible comprender el sentido de la crisis.

La principal implicancia de esta caracterización es su corolario. Cuándo se resalta el carácter capitalista de la crisis se pone también sobre la mesa la necesidad de una opción socialista. El capitalismo no es una variante de las relaciones entre la sociedad civil y el estado, que podría mejorarse perfeccionando una u otra entidad. Es un régimen asentado en la propiedad privada de los medios de producción y en la explotación del trabajo asalariado, que solo puede erradicarse con iniciativas de construcción socialista.

El significado de esta meta ha generado muchos interrogantes desde el colapso del denominado “socialismo real”. Este desplome introdujo gran desconfianza en la posibilidad de gestar una sociedad que supere las desgracias del capitalismo. Pero la reaparición de la crisis vuelve a poner en debate esta opción.

Hasta los fanáticos defensores del orden vigente, reconocen en la actualidad, que el capitalismo ha perdido la atracción que reconquistó luego de la implosión de la URSS. En otros textos hemos explicado por qué razón ese derrumbe coronó el fracaso de una experiencia incompatible con un genuino proyecto socialista. También señalamos en qué medida resulta indispensable reconstituir esta meta sobre nuevos pilares democráticos y revolucionarios[14].

Un horizonte de este tipo presupone propuestas anticapitalistas, también ajenas al “socialismo de mercado”, que planteó inicialmente la irrupción de China en el escenario global. Las referencias a ese proyecto han declinado en los últimos años, con la consolidación de una clase dominante que afianza la conversión de ese país en una típica potencia capitalista. Este acelerado viraje torna particularmente ilusorias las expectativas de forjar un “consenso de Pekín” progresista y favorable, en contraposición al regresivo “consenso de Washington”[15].

Ningún dato de la política internacional de China avala esta creencia. Al contrario, todas las iniciativas que adopta el gigante oriental en Asia, África o América Latina están guiadas por cálculos de rentabilidad y ambiciones de dominación. En los tratados comerciales, en los convenios de inversión y en las definiciones geopolíticas, no existen diferencias significativas entre China y Estados Unidos, Europa o Japón.

El socialismo es un proyecto a recrear desde abajo, con experiencias que abran horizontes anticapitalistas. En estas acciones comenzarían a vislumbrarse los contornos de un futuro de igualdad, democracia y libertad. Se han propuesto muchos términos para definir ese porvenir, pero el socialismo continúa aportando la denominación más certera. El desafío es adaptar esa meta a un nuevo tipo de cataclismo, que amenaza a la sociedad contemporánea.

V. Civilización y medio ambiente

Durante el año pasado proliferaron las cumbres presidenciales para lidiar con la crisis. Hubo encuentros para coordinar el socorro de los bancos (Londres), reuniones para compatibilizar las acciones militares (Estrasburgo) y convites para tratar el cambio climático (Copenhague). Por primera vez la temática ambiental quedó equiparada en la agenda mundial con otros problemas prioritarios.

Esta relevancia confirma la gravitación que tiene el trastorno ecológico. Numerosas reflexiones vinculan la crisis económica global con el desarreglo climático, pero pocos análisis resaltan el origen capitalista de ambas convulsiones y el alcance histórico que presenta la destrucción de la naturaleza.

La degradación ambiental

El desastre climático desborda los desequilibrios corrientes del capitalismo. El dramático impacto del calentamiento global ya es incluso reconocido por los escépticos, que durante años relativizaron la gravedad del problema. La contaminación ha obligado a presidentes, ministros y ejecutivos a discutir cómo se reduce la emisión de gases y de qué forma se reemplaza a los combustibles fósiles[16].

El tema es abordado por las clases dominantes ante el agravamiento de las sequías, los tsunamis, las inundaciones, los ciclones y el aumento del caudal de los ríos. La propia noción de cambio climático -que evoca una transformación gradual del medio ambiente- no expresa la vertiginosa destrucción de la biodiversidad.

En los últimos años el deshielo de los glaciares del Ártico y el incremento del nivel agua en las costas del Sudeste Asia provocaron una brusca aceleración del deterioro ambiental. Existe gran coincidencia en pronosticar que traspasado cierto punto, estas trasformaciones tendrían un efecto irreversible[17].

La emisión de dióxido de carbono se consuma a un ritmo que supera en un 44%, el volumen de gases que el planeta puede reabsorber. Esta desproporción va forjando una huella ecológica de creciente dimensión. La cantidad de recursos que se necesita para reproducir la vida reabsorbiendo los desechos se incrementó al doble entre 1961 y 2005. En la actualidad equivale a 1,2 planetas y en el 2030 supondría dos planetas. Otros cálculos de esta biocapacidad para reproducir las condiciones de la vida presentan resultados más alarmantes[18].

Es completamente falso atribuir este deterioro a la “irresponsabilidad de los hombres”, “al olvido de la naturaleza” o a las “manipulaciones de la ciencia”. La crisis ambiental es consecuencia de un sistema social asentado en el apetito por el lucro. Durante más de 200 años la competencia por la ganancia provocó la aniquilación de los recursos naturales, sin alterar la continuidad de la acumulación. Esta reproducción ha quedado amenazada en la actualidad.

El desarrollo capitalista se basa en una matriz energética de combustión de los recursos no renovables (primero carbón, luego el petróleo), que junto a la deforestación y la emisión de gases han desencadenado el recalentamiento global. La utilización del medio ambiente natural como un simple insumo de la acumulación ha conducido a la demolición progresiva de ese entorno.

El patrón de rentabilidad indujo también  a descartar un desarrollo de la energía solar, que hubiera protegido a la naturaleza. Cuándo el carbón y el petróleo empezaron a escasear se desenvolvió el sustituto nuclear con efectos potencialmente más catastróficos.

En las últimas décadas el neoliberalismo acentúo estos descalabros, al propiciar una sobreproducción de mercancías basada en la utilización creciente de materias primas. La liberalización de los intercambios, la mundialización del transporte, la producción just in time y el incremento de la urbanización han acentuado el sobreuso de los recursos naturales. Particularmente nocivos son los agro-fertilizantes y los agro-carburantes.

El neoliberalismo oxigenó al capitalismo socavando los pilares materiales del sistema. Este deterioro se consumó en la carrera por aumentar la productividad reduciendo costos, incrementando la velocidad de circulación del capital y acortando el ciclo de vida de los productos[19].

La propia dinámica de la valorización conduce a vulnerar los límites de la naturaleza. El capitalismo se desenvuelve como una fuerza devoradora. Promueve un crecimiento ilimitado que desconoce las restricciones energéticas y materiales. Esta depredación ha sido muy visible en la utilización del petróleo. En tan solo un siglo (1930-2030) se ha dilapidado el grueso de las reservas de ese combustible.

El capitalismo trata a la naturaleza como una externalidad cuyo costo debe ser reducido sin reparar las consecuencias del drenaje. Absorbe crecientes cantidades de todos recursos omitiendo su escasez potencial. Pero como no puede desenvolverse sin sustentos materiales esa destrucción afecta su propia continuidad[20].

Compromisos bloqueados

Los principales gobiernos discuten desde hace años alguna salida al deterioro ecológico. Pero todas las posibilidades de acuerdos han sido bloqueadas por la invariable negativa de las potencias a cargar con el costo de atenuar el desastre. No logran conciliar la meta de reducir el calentamiento (evitar un aumento de la temperatura de 0,7 a 2 grados centígrados por encima de 1850). Al ritmo actual de emisiones podrían incluso irrumpir escenarios más dramáticos (4 o 6 grados), si no se suscribe algún compromiso para disminuir la generación de los gases corrosivos.

El impacto recesivo de la crisis global es visto por muchos economistas como una oportunidad para comenzar esa reducción, aprovechando la caída del nivel de actividad. Pero nadie encuentra la forma de concertar un acuerdo entre los países avanzados, que provocan el 70% de la contaminación y cargan con la responsabilidad histórica de la degradación ambiental.

Para rescatar a los bancos las principales potencias acordaron rápidos auxilios, pero para salvar al planeta no exhiben la misma urgencia. La dimensión de las contradicciones en juego determina estas diferencias. Existe una vasta experiencia de intervencionismo estatal para lidiar con las crisis financieras, pero nadie sabe qué hacer frente a la convulsión climática. En este terreno solo predominan los interrogantes.

La reunión de Copenhague fue un retrato de este impasse. Concluyó peor de lo esperado, con total ausencia de objetivos o cronogramas para reducir las emisiones. Tampoco se definió como se distribuiría, financiaría o controlaría un eventual acuerdo. Solo se consensuaron mecanismos de intercambio de información. El gran problema de esta parálisis radica en que la permanencia por debajo de los 2 grados del calentamiento, no se improvisa. Se requieren iniciativas que ningún gobierno está dispuesto a instrumentar[21].

Estados Unidos sigue apostando a trasladar el descalabro a la periferia, potenciando la injusticia climática. El mayor impacto del desastre ambiental recae desde hace años sobre los pueblos con menor responsabilidad en el problema. Las grandes sequías y contaminaciones azotan a los países que tienen escasa incidencia en la combustión global.

Pero como se demostró durante la catástrofe del Katrina el desastre también golpea en las puertas de los países desarrollados, afectando especialmente a la población más humilde. La política imperial de trasladar a la periferia un problema planetario tiene poca viabilidad.

Estados Unidos bloquea cualquier tratado global por una simple razón: con el 5% de la población mundial utiliza el 25% de los recursos petroleros. No acepta cargar con el ajuste que le correspondería. Frustró las conferencias de la ONU (1992) y se negó a ratificar el primer convenio de restricción de las emisiones (Kyoto 1997). Los voceros de la primera potencia suelen enunciar vagas promesas de futuras auto-limitaciones, mientras impulsan los agro-carburantes, las plantas nucleares y las manipulaciones genéticas.

El gigante del Norte tiende a establecer a veces alianzas con Europa y Japón contra las economías intermedias y en otras ocasiones tantea acuerdos inversos. Obama parece empeñado en recuperar el terreno que perdió Bush frente a sus rivales de la tríada, en la carrera por desenvolver tecnologías verdes. Como tarde o temprano habrá que poner en práctica alguna iniciativa, Estados Unidos se prepara para ejercer el arbitraje global.

La forma en que Obama encara las tratativas ilustra el grado de continuidad que mantiene con su predecesor. Abandonó el coqueteo con varias iniciativas ecológicas y volvió a darle oxigeno al lobby de los 25 estados norteamericanos que producen carbón. A diferencia de la Unión Europea, ni siquiera restringe el incremento de las emisiones.

Pero no será gratuito seguir pateando para adelante alguna solución. El problema se agrava día a día, especialmente desde que las negociaciones desbordaron a la Tríada. China se ha convertido en un emisor del mismo porte que Estados Unidos (cada uno es responsable del 22 % del total de gases) y se resiste a limitar su crecimiento o a considerar  controles externos sobre sus emisiones. También Rusia e India son partícipes importantes de la contaminación (5% cada uno) y Brasil pesa como gran absorbente potencial del calentamiento.

La incorporación del problema ambiental al ajedrez geopolítico internacional fue muy visible en Copenhague, cuándo Estados Unidos relegó a Europa, buscó una negociación directa con China y rompió el bloque de los países subdesarrollados.

Pero todo indica que el tema permanecerá en total irresolución, hasta que alguna devastación mayor impacte sobre los centros imperiales. El Katrina ya situó a una localidad estadounidense, en el nivel de tragedia que se vive desde años en el Océano Pacífico, Birmania o Bangla Desh. Sin embargo esta advertencia ha sido insuficiente.

Para fijar un techo al incremento anual de las emisiones se requieren drásticas medidas de limitación de la competencia capitalista y de moderación del derroche consumista. Solo un desmoronamiento ambiental más virulento induciría a la adopción de esas iniciativas.

Capitalismo verde

La calamidad ambiental ha sido tradicionalmente ignorada por los economistas ortodoxos, que están incapacitados para comprender estos trastornos. A diferencia de los científicos que han seguido detalladamente la evolución del problema, oscilan entre la negación y el escepticismo. No pueden percibir el deterioro del medio ambiente desde el momento que excluyen a la naturaleza de su abordaje de la economía.

Los teóricos neoclásicos consideran que ese cimiento opera como sustento de una ilimitada circulación de flujos mercantiles. Por eso desconocen la existencia de un conflicto entre la valorización del capital y su soporte material. En lugar de reconocer las contradicciones que oponen a estas dos dimensiones, imaginan una compatibilidad espontánea que permitiría el crecimiento irrestricto.

Los ortodoxos suponen que el mercado puede resolver cualquier anomalía de la ecología y como razonan en horizontes de corto plazo se despreocupan por las perturbaciones del futuro. También ignoran los temas ambientales por simple insensibilidad ética frente a las tragedias humanas de la periferia[22].

Los neoliberales afrontan la degradación ambiental con el optimismo vulgar que han mostrado frente a la crisis financiera. Suponen que ambos procesos son pasajeros y serán espontáneamente superados por algún equilibrio de la oferta con la demanda. Pero si el entrecruzamiento de estas dos variables no alcanza para remontar las recaídas de la economía, no se entiende como podrían aportar algún remedio al descalabro ambiental.

El grueso de los economistas heterodoxos espera soluciones de algún logro tecnológico. Las principales expectativas están puestas en los nuevos usos de la energía nuclear y en los alimentos genéticamente modificados. Con argumentos malthussianos, atribuyen la degradación ecológica al incremento de la población o a erróneos modelos de industrialización[23].

Una versión muy popular de este enfoque apuesta a la disipación de la contaminación, mediante la reconversión automotriz eléctrica, olvidando el agravamiento del problema que genera la propia fabricación de esos vehículos[24].

La carrera que ha comenzado por la búsqueda de tecnologías verdes opera como un factor de contaminación. Esta competencia incentiva, además, la multiplicación de aprendices de brujo que experimentan con innovaciones riesgosas. Esta improvisación introduce amenazas suplementarias, al terrible costo de mantener el sistema social que origina el colapso ambiental.

Los keynesianos coinciden con sus adversarios neoliberales en el intentar de salir del laberinto ecológico con proyectos de capitalismo verde. El principal mecanismo que avizoran es un mercado de emisiones, que penalizaría a los contaminadores y premiaría a los protectores del medio ambiente. Las versiones más ingenuas de esta propuesta estiman que su implementación será gratuita. Suponen que no exigirá inversiones desmedidas, ni reducirá el crecimiento. Los más cautelosos condicionan en cambio este éxito, a la superación de los desacuerdos entre potencias que impiden la instrumentación de los bonos eclógicos[25].

La aparición de estas iniciativas confirma que la degradación ambiental no será superada con leves impuestos al uso del petróleo o el carbón, ni con proyectos aventureros de captura e inyección del carbono en sitios de almacenamiento. También corrobora que las salidas individuales son inefectivas. Es obvio que no tiene sentido promover el uso bicicletas, mientras se acelera la construcción de autopistas. A medida que los efectos de la contaminación se acentúan, decrece el margen para instrumentar paliativos (como limitar la deforestación) y aumenta la necesidad de reducir drásticamente la emisión de gases.

Los proyectos de capitalismo verde rehúyen estas exigencias con ilusiones mercantiles. Los ejemplos más corrientes de esta ensoñación son las campañas conservacionistas (estilo Gore), que impulsa el ambientalismo capitalista. Intentan demostrar que la polución será superada, transformando a la ecología en un gran negocio para el “desarrollo sustentable”. Especialmente las grandes empresas transnacionales están empeñadas en publicitar ahorros de energía, comidas orgánicas y experimentos con fuentes solares. Con estos mensajes buscan mercantilizar cualquier abordaje del descalabro climático[26].

Pero solo con fanática idolatría por el régimen vigente se puede suponer que el capitalismo verde resolverá los desequilibrios ambientales, mediante energía limpia, vehículos ecológicos o bonos de contaminación.

Es evidente que un mercado de créditos de ese tipo incrementaría la polarización mundial. Si cada país intercambia compromisos de preservación ambiental en proporción a sus espaldas financieras, las economías desarrolladas tenderán a desentenderse del problema, descargándolo sobre la periferia. Este propósito de los capitalistas de la Tríada coexiste con su intención de frenar la industrialización de ciertos países dependientes, para convertirlos en un campo de deshechos de las fábricas metropolitanas.

La concreción efectiva de cualquier proyecto de capitalismo ambiental enfrenta otros obstáculos mayúsculos. Se requeriría cierta organización global de la inversión, para penalizar las ramas consumidoras de energía en favor de los sectores ahorradores y se necesitaría reorientar las finanzas hacia el crédito en tecnologías verdes. También habría que introducir una política impositiva internacional de eco-tasas, para favorecer la transición hacia alguna norma de consumo que reemplace los hábitos actuales por alguna selectividad verde.

Las barreras que bloquean la implementación de estas estrategias son incontables. El impedimento más obvio es la ausencia de un poder global, capaz de imponer estas políticas de concertación a las empresas rivales de las principales potencias. Tampoco es sencillo generar las condiciones de rentabilidad requeridas para el shock inversor de semejante reconversión. El capitalismo ha registrado varias mutaciones de gran alcance en el pasado, pero no se avizoran por el momento las condiciones para un viraje de este tipo[27].

Crisis de civilización

El colapso ambiental presenta una dimensión superior a los temblores coyunturales (típicos de la acumulación) y a las crisis estructurales (específicas de cada etapa del capitalismo). Por esta razón no se equipara con la eclosión financiera del 2008-10, ni con los desequilibrios que generó el neoliberalismo en las últimas dos décadas.

El alcance histórico del desastre ambiental se mide por su impacto sobre el futuro de la sociedad humana. Si el calentamiento global continúa profundizando la huella ecológica, podría desatar un descalabro que dejaría atrás todas las convulsiones conocidas. La devastación de la naturaleza no genera simplemente otro deterioro social. Introduce una forma de corrosión que puede demoler los pilares de la vida colectiva.

Todo proceso de valorización es intrínsecamente depredador del medio ambiente y afecta los basamentos materiales de la reproducción económica. La compulsión competitiva vulnera siempre los límites del entorno, pero nunca amenazó tanto al patrón crecimiento vigente desde hace dos centurias. Los cimientos de este esquema han quedado severamente cuestionados.

El desastre ambiental tiende a quebrar los equilibrios ancestrales, que permitieron construir sociedades basadas en el intercambio del hombre con la naturaleza. Acompaña la irrupción de otros fenómenos que rompen estructuras inmemoriales de convivencia humana. La  urbanización contemporánea es un ejemplo de estos cataclismos. Por primera vez en la historia, más del 50% de la población mundial ha quedado aglomerada en atosigados e ingobernables centros ciudadanos.

La envergadura de la conmoción ambiental ha tornado muy corriente su identificación con una crisis de época o de civilización. Ambos términos aluden a dos rasgos del problema: su magnitud y multiplicidad. Cuándo se realza las potenciales consecuencias del desastre, predomina el primer sentido y cuándo se destaca la convergencia del trastorno climático con el temblor financiero (o la tragedia alimentaria), prevalece el segundo significado.

Las distintas caracterizaciones de la crisis civilizatoria suelen enfatizar uno u otro plano. Pero todas resaltan la amenaza que afecta a la propia supervivencia de la especie humana. En este sentido la debacle ambiental presenta semejanzas con el escenario de demolición humana, que irrumpió con la aparición de las armas nucleares.

El desastre ecológico es civilizatorio, desde el momento que involucra contradicciones seculares. Expresa, además, tendencias destructivas que escapan al control de los beneficiarios del régimen actual. Los propios capitalistas no pueden manejar los efectos que genera la primacía de la ganancia sobre cualquier otro parámetro social. Este comportamiento “zombie” ilustra como las monstruosidades del sistema agobian a sus propios creadores. La continuidad del capitalismo puede desembocar en un desastre sin retorno[28]. 

Las crisis históricas siempre han implicado enormes destrucciones de recursos. El capitalismo nació demoliendo a las civilizaciones circundantes y nunca pudo sustraerse a los grandes cataclismos. Se gestó durante los siglos XVII y XVIII con el pillaje de la acumulación primitiva y la expropiación de los campesinos. Introdujo un terrible nivel de devastación entre las poblaciones originarias, que sufrieron la apetencia de músculos, sangre y oro de los conquistadores. En esa época se registró la mayor masacre demográfica de la historia.

Durante la era colonial el sistema se expandió con el crimen de la esclavitud, que impuso la involución del continente africano y bloqueó el desarrollo endógeno de todas las regiones subordinadas a las metrópolis. Finalmente el capitalismo maduró en la centuria pasada con la tragedia de dos guerras mundiales, que ocasionaron la muerte de millones de individuos, en la mayor carnicería organizada que ha sufrido el género humano.

La debacle ambiental puede inscribirse en esta secuencia de colapsos mayúsculos, que han rodearon a cada período del capitalismo. Nadie sabe cuál es la escala del peligro actual, como tampoco eran previsibles las distintas tragedias del pasado. Pero tomando en cuenta esos precedentes, no son exageradas las advertencias de una posible hecatombe ambiental[29].

Temporalidades discordantes

La crisis histórico-ecológica está enlazada con el estallido financiero coyuntural y con las tensiones estructurales del neoliberalismo, pero sigue una trayectoria temporal autónoma. Procesa desequilibrios que no están sujetos a la periodicidad del ciclo corto o a las fluctuaciones largas. Únicamente en su maduración, las tensiones ecológicas podrían conectarse en forma directa con los desajustes inmediatos de la acumulación o con las tensiones de la etapa.

Pero ciertos vínculos ya cobran forma a través de dos efectos de la mundialización neoliberal: la sobreproducción de mercancías y la sub-producción de los insumos, requeridos para sostener la nueva escala de productividad global. La penuria de abastecimientos comienza a verificarse en numerosas ramas y refleja la depredación acumulativa que ha sufrido el medio ambiente. La escala de este ahogo es por el momento desconocida, pero el agotamiento de los recursos naturales generado por la producción sobrante, ya es indicativo de la gravedad del desarreglo actual.

Esta combinación de producción excedente y recursos faltantes introduce una fractura de consecuencias imprevisibles sobre la dinámica de la acumulación. Los desequilibrios clásicos de realización y valorización, comienzan a operar sobre una plataforma natural seriamente dañada.

Pero estos cruces entre la crisis coyuntural, estructural e histórica no diluyen la dinámica diferenciada de estos desequilibrios y su procesamiento en ritmos discordantes. La convulsión del capitalismo es múltiple y sus diversas aristas no se han amalgamado. Es cierto que la eclosión financiera expresa una quiebra del capital, entrelazada con signos de debacle ambiental. Sin embargo este proceso se desenvuelve como una tendencia, que no se tradujo hasta ahora en convergencia temporal de las tres conmociones. ¿El temblor financiero del 2008-2010 marcará el inicio de esta confluencia?

Por el momento ese empalme constituye solo una hipótesis. La catástrofe ambiental continúa asediando al capitalismo como una amenaza en ciernes. Mantiene una discordancia paralela a los trastornos coyunturales de las finanzas, la producción y el comercio, que no han hecho eclosionar los desequilibrios estructurales del neoliberalismo. El capitalismo contemporáneo está afectado por una sucesión variada de conmociones, que se desenvuelven sin fusionarse en una crisis convergente[30].

La tendencia a este empalme es un ingrediente explosivo de todas las conmociones de las últimas décadas. Pero como esa imbricación no se ha consumado, el capitalismo encuentra formas de recreación periódica, al cabo de grandes trastornos.

Una fusión de estos puntos críticos se concretaría, por ejemplo, si la actual recesión se prolonga, no solo bloqueando las distintas salidas al desmoronamiento financiero, sino desembocando también en una sepultura del neoliberalismo. Otra convergencia de mayor alcance se consumaría, si un gran desastre ambiental –como el descongelamiento del casquete polar del Ártico- impacta de lleno sobre el ritmo de la actividad económica.

Eco-socialismo

La resolución del problema ambiental con distintas variantes de capitalismo verde es el único horizonte avizorado por los neoliberales, los keynesianos y muchas corrientes del ecologismo militante.

Estas últimas vertientes aspiran a sensibilizar a los capitalistas, para inducirlos a proteger el medio ambiente en su propia conveniencia. Suponen que los grandes empresarios y banqueros terminarán comprendiendo que el respeto a la naturaleza es indispensable para la continuidad de sus empresas. Con esa expectativa, muchas ONGs ambientalistas endulzan el negocio verde, sin cuestionar la incompatibilidad existente entre la protección ambiental y el reinado de la ganancia.

Esta postura impide encarar una lucha consecuente por la defensa de la naturaleza, ya que la súplica al capital conduce al auto-engaño. Los dueños del mundo no necesitan consejos de sus víctimas para gestionar su dominación. Es inútil solicitarle que sean más razonables y tomen conciencia de sus intereses de largo plazo. La depredación de la naturaleza no proviene de esa ignorancia. Simplemente obedece a la destrucción objetiva  que impone un sistema guiado por la competencia de beneficios surgidos de la explotación.

En lugar de atender las peticiones del reformismo ecologista, las clases dominantes encaran el problema con los mismos criterios que afrontan cualquier inconveniente surgido de la acumulación. Buscan transferir la cuenta a los trabajadores y exigen sacrificios al resto de la sociedad, como si no tuvieran ninguna responsabilidad en el desastre.

El principal mensaje de los economistas ortodoxos frente al descalabro ambiental es un llamado general al ajuste, para costear con más desempleo (y quizás menor producción) una reconversión a las tecnologías verdes. Exigen buena letra para que los patrones introduzcan las inversiones requeridas para ese cambio. Pero estas medidas presuponen que los beneficios no se tocan y que las soluciones surgirán de utilizar las mismas recetas que provocaron la contaminación.

Otros defensores del orden vigente proponen inducir el decrecimiento económico y la contracción absoluta del consumo, para frenar la devastación de la naturaleza. Pero omiten  la existencia de alternativas progresistas. Es perfectamente factible desenvolver modelos de crecimiento selectivo, que jerarquicen la generación bienes sociales en desmedro de las mercancías prescindibles. Este proceso permitiría, además, sustituir paulatinamente los combustibles no renovables por la energía solar.

Este viraje podría incluso comenzar reduciendo la fabricación de los productos que agreden al medio ambiente y retrayendo el consumismo privado. El ejemplo más evidente de este giro sería un progresivo reemplazo del automóvil individual por formas de transporte colectivo. 

Las propuestas más interesantes son impulsadas por los teóricos del eco-socialismo. Han demostrado que no existe ninguna necesidad de reducir el nivel de vida de población si se redefine el significado de los bienes, diferenciando los productos necesarios de los prescindibles y creando sistemas de información que reemplacen a la publicidad. Estas iniciativas se enmarcan en la perspectiva de creciente control social de los recursos y selección popular de alternativas de producción y consumo, junto al establecimiento de formas de planificación democrática a escala global. Son ideas que contemplan un horizonte socialista de respuestas al desastre ambiental[31].

Este enfoque se opone también a los planteos neo-desarrollistas, que en las economías intermedias relativizan la gravedad del tema ecológico, presentándolo como un problema de los países centrales. Sus voceros rechazan cualquier limitación de la minería extractiva, la siembra con agro-tóxicos o la industrialización contaminante. Intentan hacer la vista gorda frente a calamidades que provocan estas actividades en los segmentos más humildes de la población.

Varios autores críticos han comenzado a difundir la necesidad de un cambio radical de las concepciones imperantes, para sustituir el utilitarismo antropocéntrico por una visión biocéntrica, que reconozca los derechos de la naturaleza. Fundamentan su visión en el concepto del “buen vivir”, que desarrollaron los pueblos originarios del continente[32].

Pero es importante situar estos planteos en el contexto de la crisis histórica del capitalismo, ya que cualquier disociación de este pilar impide comprender el origen de los peligros actuales y sus eventuales soluciones. Por esta razón es decisiva la conciencia anticapitalista que comienza a ganar influencia en las movilizaciones del ambientalismo.

En la cumbre de Copenhague más de 100.000 personas se movilizaron demandando la adopción de medidas de defensa de la naturaleza. Las marchas contaron con gran participación de jóvenes de todos los países e incluyeron cuestionamientos frontales al socorro de los financistas. “Si el clima fuera un banco, ya lo hubieran rescatado”, gritaron los concurrentes a esas manifestaciones[33].

Este tono anticapitalista es el dato más prometedor de la batalla actual. Planteos de este tipo han presidido la reciente cumbre de Cochabamba (Bolivia), que reunió un importante número de militantes de 42 países. Se resolvió exigir una drástica reducción de las emisiones (50% entre 2013 y 2020), crear un Tribunal Internacional de Justicia Climática, implementar un referéndum mundial en defensa de la naturaleza y demandar transferencias de los países desarrollados hacia la periferia para saldar la deuda climática. La perspectiva eco-socialista comienza a corporizarse en movimientos populares y propuestas políticas.


Bibliografia adicional:

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-Valenzuela Feijoo José, “La crisis: algunas consideraciones”, Memoria 234, enero-marzo 2009.

VI. Resúmenes

I. Coyuntura Económica

Este artículo analiza los determinantes financieros de la crisis, indagando cómo el auxilio concedido a los bancos renueva la especulación, obstruye la regulación y recrea el gigantismo de las entidades. Este socorro incentiva, además, el descontrol del riesgo que generan los malabarismos contables, el ocultamiento de los quebrantos y las operaciones con derivados o títulos empaquetados. Otro ciclo de expansión financiera ha concluido con un gran estallido, que esta vez se localiza en las economías desarrolladas y presenta inéditos contornos globales.

Como el rescate de los bancos está deteriorando las finanzas públicas los acreedores ya reclaman ajustes, aunque sin acordar el momento de un recorte general. Esa definición dependerá del resultado de los atropellos sociales, actualmente ensayados en la periferia europea. Solo una fuerte reactivación de la economía mundial evitaría el viraje hacia políticas contractivas.

Hasta ahora se pudo frenar un deslizamiento general hacia la depresión. Pero no existen síntomas de recuperación sostenida en Estados Unidos, mientras la economía japonesa languidece y Europa soporta un serio desplome. Únicamente el bloque de países intermedios encabezados por China se ha mantenido a flote, mientras que el grueso del Tercer Mundo soporta hambre y tragedias sociales.

El aumento de la desocupación es el indicio más contundente de los efectos nefastos de una crisis precipitada por la superproducción, que desató la competencia global por aumentos de productividad sin correlatos salariales.

La convulsión actual también obedece a los desbalances comerciales creados por el endeudamiento estadounidense para consumir productos fabricados en Asia. Estos desequilibrios se extienden al interior del bloque asiático y de la Unión Europea. La expectativa de resolverlos mediante un rebalanceo de las cuentas globales, olvida que la recuperación hegemónica de Estados Unidos y el reingreso de China al capitalismo se han cimentado en esos desequilibrios. Su replanteo conduciría a conflictos que desbordan ampliamente cualquier reajuste de aranceles, tipos de cambio o tasas de interés.

II. Coyuntura político-social

En este artículo se evalúa el impacto geopolítico de una crisis que afecta en forma desigual a las grandes potencias. Esta incidencia es acorde al lugar que ocupa cada país en el orden mundial, en el plano económico y también militar.

En el cenit del desplome bancario prevaleció la coordinación, pero en la distensión han reaparecido las tensiones. Se ha confirmado que Estados Unidos ejerce el liderazgo imperialista con el visto bueno de sus rivales. El Pentágono reforzó su despliegue con menor soberbia unipolar, pero con invariable desprecio hacia los pueblos invadidos.

Si Japón fue la potencia más afectada por el contexto económico de los 90, Europa se perfila como la principal víctima de la eclosión actual. Este impacto no obedece a la adopción anticipada del euro o desaciertos en el ritmo de la unificación. Las clases dominantes debieron embarcarse en este proyecto por la intensidad de la competencia global, en un marco de precariedad política y heterogeneidad económica.

El continuado atropello de las conquistas populares diluye la imagen benevolente de la Unión Europea, que no tiene legalidad y autoridad suficiente para exigir a sus miembros dureza a cambio de financiación. En el dilema de rescatar a los países deudores o ser arrastrados por su quebranto, los conductores de esa asociación definen su futuro de autonomía o subordinación hacia Estados Unidos.

Pero el Viejo Continente mantiene también una sólida herencia de luchas sociales, que se pondrá en juego frente a las andanadas derechistas y los encubrimientos socialdemócratas. La expectativa de negociar con el arbitraje del estado frente a un sorpresivo estallido ha limitado hasta ahora la reacción popular. Pero ese desconcierto tiende a desaparecer en huelgas y manifestaciones que podrían recrear la oleada de resistencia latinoamericana de la última década.

III. Etapa y contradicciones

El artículo analiza la dimensión estructural de la crisis, considerando todo el periodo neoliberal. Ilustra en qué aspectos los desequilibrios de las últimas dos décadas difieren de las tensiones de posguerra y explica por qué razón no constituyen prolongaciones de desajustes de los años 70. Las contradicciones actuales son peculiares de la nueva etapa y todavía no han madurado.

El neoliberalismo obstruyó la demanda al deteriorar los ingresos salariales, especialmente en la periferia. Pero pudo contrarrestar esa retracción con el consumismo, el incremento de la riqueza patrimonial, el endeudamiento familiar y la aparición de nuevos segmentos de clase media.

Tampoco el decrecimiento tendencial de la tasa beneficio alcanzó puntos críticos. Hubo aumentos de la proporción de maquinaria en comparación a la mano de obra, resultantes de la inversión en Asia, la productividad de las empresas transnacionales y la destrucción de empleos por tecnologías capital-intensivas. Pero el nivel de rentabilidad se mantuvo elevado, ante el incremento de la tasa de explotación, el abaratamiento inicial de las materias primas y la desvalorización parcial de los capitales obsoletos.

IV. Escenarios y alternativas

El artículo evalúa si el neoliberalismo podrá o no posponer el estallido de sus contradicciones. Estima que una repetición de lo ocurrido con los torbellinos anteriores conduciría a impactos severos en ciertos países pero no a un crack general. La convulsión sería sucedida por cierta descompresión hasta el próximo desplome.

Esta dilación requeriría otro período de sobrevida del consumo financiarizado en las economías intermedias, para compensar la contracción de ventas en el Primer Mundo. También exigiría el sostenimiento de la tasa de beneficio con mayores atropellos sociales, dada la incierta perspectiva de los precios de las materias primas y de los procesos de depuración empresaria.

Si por el contrario la crisis coyuntural converge con los desequilibrios acumulados durante las últimas dos décadas, la crisis asumiría un alcance mayúsculo. Quedaría afectado todo el esquema de ofensiva contra el trabajo, primacía de las empresas transnacionales y expansión geográfico-sectorial del capital. Este desplome pondría de relieve las contradicciones creadas por la mundialización neoliberal y podría presentar los rasgos deflacionarios de la Gran Depresión o las modalidades inflacionarias de los años 70.

Con sus fábulas del capitalismo eterno los neoliberales ignoran esas alternativas, pero tampoco los keynesianos discuten estos escenarios. A medida que pierden fuerza las propuestas de regulación financiera aumenta la resignación heterodoxa frente al funcionamiento regresivo del sistema.

Ciertas vertientes proponen reducir la desigualdad, pero suponen en forma equivocada que las políticas de ajuste son patrimonio exclusivo del modelo anglosajón. En sus convocatorias a humanizar al capital desconocen que un régimen social asentado en la explotación no puede gestar relaciones de cooperación.

Otros analistas más radicales describen acertadamente los desequilibrios del edificio neoliberal, pero omiten los pilares capitalistas de ese esquema. Es necesario resaltar esos cimientos si se aspira a desenvolver propuestas superadoras de carácter socialista.

V. Civilización y medio ambiente

El artículo indaga las consecuencias de la degradación ambiental, ilustrando como las potencias eluden afrontar esta amenaza y desaprovechan la recesión para iniciar una disminución del calentamiento global. El socorro que otorgaron a los bancos contrasta con la ausencia de soluciones al desastre ecológico y la carencia de cronogramas para alcanzar algún acuerdo de protección de la naturaleza.

Las economías más poderosas buscan trasladar a la periferia un problema que ya golpea en las puertas de los países desarrollados. Pospondrán medidas hasta que algún descalabro mayor irrumpa en los centros imperiales.

Estas calamidades son ignoradas por los economistas ortodoxos, que excluyen a la naturaleza de sus análisis y desconocen los conflictos que oponen a la valorización del capital con su soporte material.

Los heterodoxos apuestan a remedios tecnológicos, sin notar la contaminación que genera esa experimentación. Promueven un mercado de emisiones que agravaría la polarización mundial y convertiría a la periferia en un basural de las fábricas metropolitanas. Hay muchos proyectos de capitalismo verde, pero su implementación requeriría un poder global, que imponga concertaciones y puniciones a las grandes empresas.

El desastre ambiental puede compararse con distintas atrocidades de un sistema, que nació con la masacre demográfica de la acumulación primitiva, continuó con el esclavismo y maduró con dos guerras mundiales.

La crisis histórico-ambiental se manifiesta en la penuria de requerimientos materiales que ha generado la sobreproducción de mercancías .Quiénes intentan sensibilizar al capital para que proteja a la naturaleza en su propio interés de lucro, equivocan el camino. La depredación ambiental no proviene de la ignorancia, sino de la competencia por beneficios surgidos de la explotación.

El único correctivo efectivo surgirá de los proyectos eco-socialistas de planificación democrática y control popular de los recursos. Ya existe una promisoria conciencia anticapitalista de esta alternativa, que comienza a despuntar en las movilizaciones del ambientalismo.


[1]Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz

[2]Ver: Le Monde, 30-3-10.

[3] Escenarios de este tipo son evaluados por analistas como:  Yeldan Erinc, “On the nature and causes of the collapse of wealth of nations”, Working Series n 197, PERI, Amherst, 2009.

[4]La diferencia entre ambas variantes es parcialmente expuesta por Arrighi Giovanni, “The winding paths of capital”, New Left Review 56, March April 2009.

[5]Entre 1946 y 1956 la deuda pública del país pasó de 271.000 millones de dólares a 274.000, pero como el PBI se duplicó y se registró una inflación del 40%, la deuda quedó reducida en forma drástica. La repetición de este esquema enfrenta enormes obstáculos en la actualidad. Ver: Krugman Paul, “La deuda de Grecia, una espiral mortal hacia el default”, Clarín, 10-4-10.

[6]Esta nueva proyección espacial es analizada por Harvey David. Los límites del capitalismo y la teoría marxista, Editorial Fondo de Cultura Económica; 1990 (cap 13- Punto 6 y cap 10).

[7]Pantich estima que tendrá un alcance limitado y Brenner que producirá un desmoronamiento mayúsculo. Panitch Leo, Konings Martijn, “US Financial power in crisis”, Historical Materialism, vol 16, Issue 4, 2008  Brenner Robert, “Un análisis histórico-económico de la actual crisis”, Sin Permiso, 22-2-09.

[8]Una apología de este tipo plantea: Sorman Guy, “El sistema capitalista no muere, siempre rebota”, Clarín, 28-10-09.

[9]Esta visión es expuesta por: Orlean André, “La crise moteur du capitalisme”, Le Monde, 30-3-10. También Ghymers Christian, “Una visión europea”, XI Encuentro Internacional sobre Globalización y problemas del Desarrollo, La Habana, 2-6 marzo 2009. D´Arista Jane, “Limitar el apalancamiento”, Página 12, 26-5-09.

[10] Estos planteos han sido formulados por Krugman Paul, “Es hora de reflotar la tasa Tobin”, Clarín, 28-11-09 Krugman Paul, “Los dilemas de nacionalizar”, Clarín, 7-3-09. También: Stiglitz Joseph, “Un nuevo sistema de crédito es vital para frenar esta crisis”, Clarín, 11-4-09. Lavagna Roberto, “La crisis global reclama reformas no cosméticas”, Clarín, 24-2-09.

[11]Blackburn Robin, “La crisis de las hipotecas subprime”, New Left Review, n 50, 2008.

 Boyer Robert, “Hoy el estado está en mejor posición para definir el futuro”, Página 12, 29-12-08.  Hobsbawn Eric, “Si el socialismo colapsó  y el capitalismo está en bancarrota: ¿qué viene después”. 29-9- 2008 www.kaosenlared.net

[12]Una proyecto de este tipo expone: Ricupero Rubens, “De la crisis global surgirá un capitalismo mucho más humano”, La Nación, 3-6-09.

[13]Ver por ejemplo: Guillen Arturo, “En la encrucijada de la crisis global”, ALAI, 18-6-09

También Kregel Jan, “Regulaciones para después de la crisis”, Página 12, 26-5-09. Kregel, Jan, “Taming the bond market vigilantes: gaining policy space”, XI Encuentro Internacional sobre Globalización y problemas del Desarrollo, La Habana, 2-6 marzo 2009.

[14]Katz Claudio El porvenir del socialismo. Primera edición: Editorial. Herramienta e Imago Mundi, Buenos Aires, 2004. Segunda edición: Monte Avila, Caracas, 2006

[15]Esta tesis Arrighi Giovanni, Adam Smith en Pekín, Akal Madrid, 2007 (epílogo).

[16]Un ejemplo de este giro del escepticismo a la preocupación expresa: Fridman Thomas, “Un ataque preventivo vale la pena”, La Nación 16-12-09.

[17]Dos análisis completos de este impacto pueden consultarse en Tanuro Daniel: “Rapport sur le changement climatique et les taches anticapitalistes”, Inprecor n 551-552, juillet-aout 2009-08. Foster John Bellamy, “The vulnerable planet fifteen years” Monthly Review n 7, vol 61, december 2009.

[18] Una medición en hectáreas globales indica la existencia de una regresión de 2,7 gha (13,2 billones de global-hectáreas dividido 6,3 billones de habitantes) en 1990, a 2,1 gha en la actualidad. Esta medida es utilizada para mensurar el grado de destrucción del planeta. Amin Samir, “Capitalism and the ecological footprint” Monthly Review n 6, vol 61, november 2009 También: La Nación, 24-11-09.

[19]Ver: Chesnais Francois, “Orígenes comunes de la crisis económica y la crisis ecológica” Herramienta n 41, julio 2009. Dierckxsens Wim, “Política económica en la transición al socialismo del siglo XXI”, Foro Social Mundial, Nairobi 2007.

[20]Esta caracterización desarrollan: Vega Cantor Renan, “Crisis civilizatoria”, Herramienta n 42, octubre 2009. Antunes Ricardo, “Introducción”, La crisis estructural del capital, Ministerio del Poder Popular, Caracas, 2009.

[21]Un balance de la reunión de Copenhague exponen: Tanuro Daniel “Derrota en la cumbre, victoria en la base”, Viento Sur, 24-12-09. Vivas Esther, “El clima en jaque”, Diagonal 13-11-09.

[22] Ver: Foster John Bellamy, “Capitalism in wonderland”, Monthly Review n 1, vol 61, may 2009.

[23]Es la tesis de Gray John, “Planeta en riesgo”, La Nación, 15-11-09.

[24]Ver: Sachs Jeffrey, “Está naciendo un nuevo modelo de capitalismo”, Clarín, 14-2-09.

[25]Krguman sostiene la primera postura y Stiglitz la segunda. Krugman Paul, “Solución a la vista”, La Nación, 8-12-09. Stiglitz Joseph, “Seguimos sin un acuerdo para salvar el planeta”, Clarín, 8-1-10. Otra variante de la misma propuesta en Giddens Anthony, “El clima definirá otra economía”, Clarín, 17-3-09.

[26]Es la evaluación crítica de Kempf Hervé, “Por primera vez la humanidad se topa con el límite de los recursos naturales”, Página 12, 11-1-10. También: Wallis Victor, “Capitalist and socialist responses to the ecological crisis” Monthly Review n 6, vol 60, november 2008.

[27]Es la evaluación de Husson Michel, “Un capitalisme vert est-il posible?”, Contretemps, n 1, 1 er trimestre 2009, Paris.

[28]Harman Chris Zombie capitalism, Bookmarks, 2009, Klein Naomi, “Capitalismo estilo Sara Palin”, La Nación, 4-11-09.

[29]Un ejemplo de estas advertencias en: Chesnais Francois, “Socialismo o barbarie: las nuevas dimensiones de una alternativa”, Herramienta n 42, octubre 2009.

[30]La discordancia temporal entre las distintas contradicciones que corroen al capitalismo fue conceptualizada por  Bensaid, Daniel. Les discordance des temps. Les editions de la Passion, Paris, 1995.

[31]Ver especialmente los trabajos de Lowy Michael, “Changement climatique: Contribution au débat”, septembre-octobre 2009 n°553-554.

[32]Ver: Acosta Alberto, “Hacia la declaración universal de los derechos de la naturaleza”, Alainet  n 454, 5-4-10.

[33]Una crónica en: Castedo Antia, Garacía Bernat, “Perder la calle, ganar el discurso”, El País.