IV. Escenarios y alternativas
Resulta
muy difícil predecir cuánto tiempo podrá el
neoliberalismo posponer el estallido de sus contradicciones
estructurales. Pero la prorroga de
estos desenlaces seguramente conducirá a conmociones más
severas. Existen varias posibilidades para el desemboque de
la crisis.
Otro reciclaje
Al
comienzo del 2010 el ajuste comienza a reemplazar al
socorro, en la gestión de la crisis. La socialización de pérdidas
a cuenta del estado tiende a ser sustituida por ataques más
directos a las condiciones de vida de los trabajadores. Con
distinta intensidad y temporalidad, en varios países se ha
puesto en marcha este giro hacia el atropello. El recorte
capitalista exige depurar bancos, eliminar firmas poco
competitivas, achicar el financiamiento público e
introducir reestructuraciones globales, para compensar las
desbalances comerciales y monetarios.
Este
proceso de desvalorización de capitales obsoletos siempre
se ha instrumentado con sufrimiento popular. Lo que se
dirimirá en próximo período es la magnitud de una
cirugía que multiplicará el desempleo, la pobreza y la caída
del salario. Una hipótesis es la consumación de esta
agresión repitiendo lo ocurrido en las últimas dos décadas.
En este período los ajustes provocaron enormes conmociones
en distintas economías, sin desembocar en una eclosión
generalizada y sin modificar la tónica de la etapa.
Al
cabo de serios padecimientos populares, estas sacudidas
financieras concluyeron con una descompresión del temblor
en los países de origen y con irrupciones en nuevas zonas.
Esta trayectoria siguieron los estallidos que conmovieron a
Estados Unidos (1987, 1991, 2001), Europa (1987), Rusia
(1998), Japón (1993), el Sudeste Asiático (1997) y América
Latina (México 1994, Brasil 1999, Argentina 2001).
Si
la convulsión actual reitera esta secuencia, la
reorganización de los bancos más comprometidos y de las
empresas más endeudadas se consumará con transferencias de
ingresos, limpiezas de pasivos y licuaciones de las deudas,
solventadas en la degradación del nivel de vida popular. De
esta reorganización surgiría un interregno preparatorio de
nuevos desplomes. El ritmo de estos colapsos se ha
intensificado desde mediados de los años 80, potenciando las
turbulencias que entre 1970
y el 2007 derivaron en 124 crisis bancarias, 208 crisis
cambiarias y 63 crisis de deuda soberana.
Pero
un escenario de este tipo exigiría también dilatar las crisis de realización y valorización
del capital, mediante los mismos mecanismos que permitieron
sobrellevar estos desequilibrios durante veinte años.
Requeriría la permanencia de ajustes competitivos en los
momentos de alivio y socorros estatales en las situaciones
críticas.
La
regeneración del modelo actual exigiría posponer los
desequilibrios de la demanda, con otra sobrevida
del consumo financiarizado fuera de Estados Unidos, ya que
la convulsión actual ha golpeado como nunca a los
consumidores de la primera potencia (y de otros países que
abusaron del modelo crediticio, como España y Gran Bretaña). Se
necesitaría incorporar al consumo financiarizado a nuevos
segmentos de la clase media de la semiperferia, recurriendo
a políticas
económicas neo-desarrollistas.
Esta
expansión de la demanda en China, India, Brasil o Rusia
podría compensar, pero no sustituir al volumen consumo del
Primer Mundo. Aunque
en los últimos meses se avizoran cierto cambios de roles en
la economía mundial, con mayores exportaciones de los países
centrales y crecientes importaciones de las economías
semiperiféricas, los grandes mercados internos están
localizados en el primer segmento y las posibilidades de
fabricar con bajos costos se ubican en el segundo grupo.
La
supervivencia de la etapa neoliberal necesitaría cimentarse
también en un continuado repunte de la tasa de ganancia.
Una vez superada la erosión de beneficios que generará el
desplome recesivo del 2008-10, los mecanismos para sostener
esa rentabilidad no diferirían de los utilizados en las últimas
décadas. Pero exigirían profundizar ciertos cursos.
Un
aumento de la tasa de explotación sería el principal
instrumento para preservar la valorización del capital. Ya
sobran indicios de esta tendencia con la arremetida
reaccionaria en Grecia, España y Portugal. En estos países
se procesa el gran test de un atropello, que las clases
dominantes han tomado como hoja de ruta.
Otro
instrumento de esta batalla serán los recortes de los
convenios laborales que prepararan las grandes
corporaciones, siguiendo el modelo establecido por General
Motors. Una empresa quebrada es actualmente monitoreada por
los delegados de un gobierno, que invirtió 50.000 millones
de dólares en el rescate y ha tomado a su cargo el 60% de
las acciones de la compañía. Este manejo orienta la
recuperación de la rentabilidad a costa de los
trabajadores. Los despidos, el deterioro de las condiciones
laborales y la pérdida de las conquistas sociales se
financian con fondos públicos.
La
posibilidad de sostener la tasa de ganancia con mayor
abaratamiento de las materias primas presenta, en cambio,
mayores dificultades. Estos insumos se han encarecido en el
último quinquenio como reacción cíclica a la
desvalorización precedente, Como existe, además, un
contexto de escasez de los productos básicos demandados por
las economías intermedias es improbable un retorno a las
bajas cotizaciones de los años 90.
Tampoco
es nítido el nivel que alcanzaría la depuración de
empresas. Los procesos de fusión y concentración de firmas
coexisten con socorros estatales, que a veces reciclan el
dinamismo inversor y en otros casos deterioran los patrones
de competitividad que instauró el neoliberalismo.
Contexto de desenlace
Otro
escenario de la crisis es un agravamiento sin respiro de
todos los desequilibrios, con pocas compensaciones y
virulentas definiciones. En este caso, tendería a
producirse una confluencia de los desarreglos coyunturales
del 2008-10, con las crisis de realización y valorización
de las últimas décadas.
Este empalme sería factible por la magnitud de una conmoción
que afectó en forma simultánea a las economías
desarrolladas, introdujo un contagio global y desató
recesiones más acentuadas.
En
este escenario la crisis asumiría una intensidad mayúscula,
que
podría emular lo ocurrido durante la depresión del 30 o
asemejarse a la stanflation de los años 70. La deflación constituiría el rasgo típico del primer sendero.
Supondría una virulenta
caída del poder adquisitivo, junto a la masificación del
desempleo en las economías centrales. Esta declinación de
los precios introduciría un mecanismo de ajuste para
desvalorizar la fuerza de trabajo y depurar los capitales.
Un desemboque inflacionario conduciría por otro camino, a
esa misma adaptación de
los precios a los nuevos valores de las mercancías.
Las tendencias más recientes de Europa y Asia parecen
indicar cierta preeminencia del recorrido inflacionario, que
en todo caso será anticipado por las políticas económicas
de los gobiernos. En Estados Unidos ha comenzado una discusión
sobre la forma de reducir la deuda pública y muchos
economistas se inclinan por repetir su licuación, mediante
el mismo aumento de los precios que se registró en la
posguerra. Pero ese procedimiento requeriría, además, una
elevada tasa de crecimiento que resulta muy improbable.
También podría irrumpir una combinación de ambas
variantes, adaptada a la actual etapa de capitalismo
mundializado. Pero cualquiera de estas alternativas conduciría
a
colapsos mayúsculos. Lo ocurrido en los años 30 y 70
demuestra, además, que este tipo de crisis puede desembocar
en giros cualitativos de la dinámica del sistema, que en la
actualidad tendrían connotaciones planetarias.
Resulta
imposible anticipar cuál será el desenlace final de la
eclosión del 2008-10. En los
primeros meses de la crisis parecía inminente un desplome
mayor, pero el alivio del 2009 moderó esta impresión.
Entre los marxistas existen distintos presagios sobre la
envergadura de esta eclosión.
Ortodoxos y heterodoxos
Los
debates sobre la crisis han concentrado la atención de
todos los economistas. Los neoliberales ya dejaron atrás su
desconcierto inicial y recitan nuevamente la mitología
del capitalismo eterno. Consideran que este sistema retomará
su marcha floreciente, luego de corregir las imperfecciones
que desencadenaron el transitorio desplome financiero del
2008-10.
Pero
este tipo de fábulas han perdido credibilidad. Es evidente
que la magia del mercado no remonta espontáneamente las
crecientes recaídas de la economía. Además, ya no es tan
fácil encubrir los terribles padecimientos sociales que
rodean a esas convulsiones. A medida que los ajustes se
tornan más virulentos, el mensaje neoliberal pierde
argumentos, encuentra menor auditorio y se torna más pragmático.
También
los heterodoxos exoneran al capitalismo, con sus propuestas
de regulación financiera y supervisión de los bancos.
Atribuyen exclusivamente la crisis al descontrol de las
finanzas y proponen enmendar esta inoperancia con
reglamentos y puniciones a los movimientos especulativos.
Estiman que estas normas permitirán encarrilar la economía,
si se reinstalan segmentaciones operativas en la actividad
financiera con cierta primacía de la banca pública. Otras
propuestas añaden el desmantelamiento de los grandes bancos
y una restricción de operaciones que reduzca la gravitación
de los inversores institucionales, en los mecanismos del
capitalismo patrimonial.
En
los momentos más álgidos de la crisis, estas medidas
fueron discutidas en las cumbres presidenciales. Allí se
consideró reformar el FMI para reafirmar su rol supervisor
del capital financiero internacional. También se ha
evaluado
la introducción de una tasa Tobin, para acotar los
trastornos que genera la vertiginosa movilidad de los fondos
circulantes.
Pero
con el alivio que siguió al socorro estatal, estas
propuestas han perdido predicamento en las cúpulas del
poder. Las convocatorias a la regulación siguen en carpeta,
pero nadie obstruye la continuada preeminencia del
liberalismo financiero. La prohibición de los paraísos
bancarios ha pasado a segundo plano, junto a la prometida
supresión de las bonificaciones a los directivos. La
reforma de entidades que promueve Obama es una versión tan light
de la iniciativa original, como la tasa Tobin que propone
Brown en Inglaterra.
Sin
embargo la sola intención de introducir ciertas
restricciones a la actividad de los bancos ha desatado una
fuerte presión de Wall Street, que mantiene bloqueado un
proyecto para limitar el tamaño de las entidades y
transparentar los riesgos involucrados en las operaciones
con títulos complejos. También se propone introducir
alguna protección a los pequeños tenedores de bonos y
otorgar poder a los accionistas para limitar los premios de
los ejecutivos.
Pero
hasta ahora existe poca predisposición del establishment
norteamericano para implementar estos cambios. Algunos
teóricos heterodoxos cuestionan la impotencia gubernamental
frente a estas presiones. Despotrican contra la
insensibilidad de Wall Street y la corrupción de
Washington, pero no indagan las razones que condujeron a
reemplazar el añorado modelo de posguerra por la
desreglamentación liberal.
Especialmente
ignoran el papel que asumió la propia competencia entre los
bancos, en la primacía de este curso. Esa rivalidad es una
característica del capitalismo, que invariablemente socava
las regulaciones estatales. La propia expansión de los
negocios incentiva este deterioro, a medida que aumenta la búsqueda
de nuevas fuentes de provisión crediticia.
Los
determinantes capitalistas de la hipertrofia bancaria son
desconocidos por todos los analistas que fetichizan las
regulaciones y desconocen el basamento social de estas
normas. Como suponen que el estado es una institución
neutra al servicio de la sociedad (y no de las clases
dominantes), vislumbran a los reglamentos como un equitativo
paraguas que cubre a la comunidad (sin favorecer a los
poderosos).
En
los genéricos elogios a futuras regulaciones financieras
nunca se aclara quién será beneficiado y afectado por
estas reglas. Se omite explicar, que si favorecen a los
banqueros no implicarán cambios significativos y si
apuntalan a otros sectores (como los industriales), abrirán
una pugna competitiva para la recomposición ulterior del
poder financiero.
Los
keynesianos más afamados y amoldados al poder se han
resignado al funcionamiento regresivo del capitalismo. No
solo convalidan la gravitación de los banqueros, sino que
aceptan la tormentosa expansión del desempleo. Esta actitud
los sitúa muy lejos de la “eutanasia del rentista” y
muy cerca de las posturas conservadoras. Su apoyo al socorro
estatal de los bancos es un ejemplo de esa adaptación.
Esta
orientación actualiza el patrón de estrategias macro-económicas,
que en la postguerra adoptaron en común los keynesianos y
los neoclásicos. Esas convergencias se repitieron
posteriormente, mediante regulaciones adaptadas a los
principios del libre-mercado y políticas anti-cíclicas
amoldadas a los criterios neoliberales.
¿Capitalismo humano?
Otras
vertientes heterodoxas discrepan con esa confluencia y
proponen una remodelación progresiva del capitalismo,
mediante la reducción de la desigualdad. Convocan a
revertir el modelo anglosajón a favor de un esquema
socialdemócrata para sustituir el neoliberalismo financiero
por algún relanzamiento productivo.
Ciertas
versiones de este enfoque sugieren introducir de inmediato
medidas de protección de los grupos más afectados por la
crisis (frenar desalojos, aumentar el seguro de desempleo,
introducir un ingreso mínimo universal), junto a reformas
sociales (especialmente en salud y educación) que permitan
restablecer el destruido estado de bienestar. Otros postulan
recrear el espíritu del laborismo y la estrategia de la
economía mixta.
Estas
visiones no ocultan su nostalgia por el esquema que naufragó
en los años 70. Pero convocan a resucitarlo sin explicar
las causas de su hundimiento. Cuestionan en forma simultánea
al liberalismo y a la gestión colectivista, destacando el
carácter fallido de ambos experimentos. Pero olvidan
agregar que la estrategia socialdemócrata fue ensayada en
mayor escala durante gran parte del siglo XX. No se entiende
por qué razón exceptúan a ese esquema de las grandes
frustraciones de la centuria pasada.
Muchas
de estas vertientes comparten la expectativa de humanizar al
capitalismo. Consideran que este sistema perderá su
impronta brutal, a medida que las reformas sensibilicen a
las elites que comandan el sistema.
Pero
este tipo de llamados nunca encuentra eco entre los altos
funcionarios de los estados. Estos directivos suelen amoldar
el sistema a las cambiantes necesidades de las clases
dominantes. Propician acotadas mejoras sociales en los momentos de gran descontento popular y anulan estas reformas en
los períodos de reflujo de la resistencia. Lo mismo
ocurre con las regulaciones financieras. El capitalismo
incorpora ciertos controles que abandona cuando se diluyen
las tensiones.
Lo que torna imposible la gestación de un
“capitalismo humano” es la continuada rivalidad por el beneficio. La búsqueda
de este inalcanzable objetivo conduce a la dilapidar las
energías transformadoras de la población. Un sistema
asentado en la explotación del hombre por el hombre no
puede ser humanizado, ya que vulnera el principio básico de
la convivencia entre individuos. Mientras que la competencia
por la ganancia impide generar relaciones de cooperación,
la ambición por el lucro impone una despiadada cultura de
arribismo, egoísmo y darwinismo social
Estos pilares del sistema explican también
la periódica recreación de esquemas regulados y liberales.
Cuando el principio
de la rentabilidad es afectado por el primer curso se abre
una traumática sustitución hacia el segundo y en
condiciones inversas opera la tendencia complementaria.
La
compulsión de los dominadores a agredir a los trabajadores
constituye un rasgo intrínseco del capitalismo y no un
defecto exclusivo del modelo anglosajón. La conducta
conservadora que adoptan los socialdemócratas cuando asumen
el gobierno es una prueba contundente de esta dinámica. Lo
único que puede limitar los atropellos de los dominadores
es la resistencia social de los oprimidos y la gestación de
estrategias políticas anticapitalistas.
Un nuevo tipo de socialismo
La
visión heterodoxa convencional es impugnada por muchos
analistas radicales, que cuestionan los remiendos
superficiales a la misma estructura de dominación. Resaltan
la profundidad de la crisis actual, destacando la
multiplicidad de sus impactos y objetando la simple apelación
a las regulaciones. Consideran que el estallido del 2008-10
ha puesto contra las cuerdas a todo el régimen de
acumulación instaurado por el neoliberalismo.
Este enfoque evalúa acertadamente la magnitud del
temblor, pero no explicita las conexiones existentes entre
este esquema y sus pilares capitalistas. La convulsión
actual presenta un doble alcance: afecta las estructuras del
neoliberalismo, pero socava al mismo tiempo sus cimientos
capitalistas.
Es un error divorciar ambas facetas, aludiendo de forma
genérica al carácter sistémico de la crisis, sin precisar
su naturaleza capitalista. Hay que subrayar cuál es el modo
de producción corroído por esa eclosión. Si se recurre a
múltiples términos y calificaciones sin mencionar a este
sistema, resulta imposible comprender el sentido de la
crisis.
La principal implicancia de esta caracterización es su
corolario. Cuándo se resalta el carácter capitalista de la
crisis se pone también sobre la mesa la necesidad de una
opción socialista. El capitalismo no es una variante de las
relaciones entre la sociedad civil y el estado, que podría mejorarse
perfeccionando una u otra entidad. Es un régimen asentado
en la propiedad privada de los medios de producción y en la
explotación del trabajo asalariado, que solo puede
erradicarse con iniciativas de construcción socialista.
El significado de esta meta ha generado muchos
interrogantes desde el colapso del denominado “socialismo
real”. Este desplome introdujo gran desconfianza en la
posibilidad de gestar una sociedad que supere las desgracias
del capitalismo. Pero la reaparición de la crisis vuelve a
poner en debate esta opción.
Hasta los fanáticos defensores del orden vigente,
reconocen en la actualidad, que el capitalismo ha perdido la
atracción que reconquistó luego de la implosión de la
URSS. En otros textos hemos explicado por qué razón ese
derrumbe coronó el fracaso de una experiencia incompatible
con un genuino proyecto socialista. También señalamos en
qué medida resulta indispensable reconstituir esta meta
sobre nuevos pilares democráticos y revolucionarios.
Un horizonte de este tipo presupone propuestas
anticapitalistas, también ajenas al “socialismo de
mercado”, que planteó inicialmente la irrupción de
China en el escenario global. Las referencias a ese proyecto
han declinado en los últimos años, con la consolidación
de una clase dominante que afianza la conversión de ese país
en una típica potencia capitalista. Este acelerado viraje
torna particularmente ilusorias las expectativas de forjar un
“consenso de Pekín” progresista y favorable, en
contraposición al regresivo “consenso de Washington”.
Ningún
dato de la política internacional de China avala esta
creencia. Al contrario, todas las iniciativas que adopta el
gigante oriental en Asia, África o América Latina están
guiadas por cálculos de rentabilidad y ambiciones de
dominación. En los tratados comerciales, en los convenios
de inversión y en las definiciones geopolíticas, no
existen diferencias significativas entre China y
Estados Unidos, Europa o Japón.
El
socialismo es un proyecto a recrear desde abajo, con experiencias
que abran horizontes anticapitalistas. En estas acciones
comenzarían a vislumbrarse los contornos de un futuro de
igualdad, democracia y libertad. Se han propuesto muchos términos
para definir ese porvenir, pero el socialismo continúa
aportando la denominación más certera. El desafío es
adaptar esa meta a un nuevo tipo de cataclismo, que amenaza
a la sociedad contemporánea.
V.
Civilización y medio ambiente
Durante
el año pasado proliferaron las cumbres presidenciales para
lidiar con la crisis. Hubo encuentros para coordinar el
socorro de los bancos (Londres), reuniones para
compatibilizar las acciones militares (Estrasburgo) y
convites para tratar el cambio climático (Copenhague). Por
primera vez la temática ambiental quedó equiparada en la
agenda mundial con otros problemas prioritarios.
Esta
relevancia confirma la gravitación que tiene el trastorno
ecológico. Numerosas reflexiones vinculan la crisis económica
global con el desarreglo climático, pero pocos análisis
resaltan el origen capitalista de ambas convulsiones y el
alcance histórico que presenta la destrucción de la
naturaleza.
La
degradación ambiental
El
desastre climático
desborda los desequilibrios corrientes del capitalismo. El
dramático impacto del calentamiento global ya es incluso
reconocido por los escépticos, que durante años
relativizaron la gravedad del problema. La contaminación ha
obligado a presidentes, ministros y ejecutivos a discutir cómo
se reduce la emisión de gases y de qué forma se reemplaza
a los combustibles fósiles.
El
tema es abordado por las clases dominantes ante el
agravamiento de las sequías, los tsunamis, las
inundaciones, los ciclones y el aumento del caudal de los ríos.
La propia noción de cambio climático -que evoca una
transformación gradual del medio ambiente- no expresa la
vertiginosa destrucción de la biodiversidad.
En
los últimos años el deshielo de los glaciares del Ártico
y el incremento del nivel agua en las costas del Sudeste
Asia provocaron una brusca aceleración del deterioro
ambiental. Existe gran coincidencia en pronosticar que
traspasado cierto punto, estas trasformaciones tendrían un
efecto irreversible.
La
emisión de dióxido de carbono se consuma a un ritmo que
supera en un 44%, el volumen de gases que el planeta puede
reabsorber. Esta desproporción va forjando una huella ecológica
de creciente dimensión. La cantidad de recursos que se
necesita para reproducir la vida reabsorbiendo los desechos
se incrementó al doble entre 1961 y 2005. En la actualidad
equivale a 1,2 planetas y en el 2030 supondría dos
planetas. Otros cálculos de esta biocapacidad para
reproducir las condiciones de la vida presentan resultados más
alarmantes.
Es completamente falso atribuir este deterioro a la “irresponsabilidad
de los hombres”, “al
olvido de la naturaleza” o a las “manipulaciones de la
ciencia”. La
crisis ambiental es consecuencia de
un sistema social asentado en el apetito por el lucro.
Durante más de 200 años la competencia por la ganancia
provocó la aniquilación de los recursos naturales, sin
alterar la continuidad de la acumulación. Esta reproducción
ha quedado amenazada en la actualidad.
El
desarrollo capitalista se basa en una matriz energética de
combustión de los recursos no renovables (primero carbón,
luego el petróleo), que junto a la deforestación y la
emisión de gases han desencadenado el recalentamiento
global. La utilización del medio ambiente natural como un
simple insumo de la acumulación ha conducido a la demolición
progresiva de ese entorno.
El
patrón de rentabilidad indujo también
a descartar un desarrollo de la energía solar, que
hubiera protegido a la naturaleza. Cuándo el carbón y el
petróleo empezaron a escasear se desenvolvió el sustituto
nuclear con efectos potencialmente más catastróficos.
En
las últimas décadas el neoliberalismo acentúo estos
descalabros, al propiciar una sobreproducción de mercancías
basada en la utilización creciente de materias primas. La
liberalización de los intercambios, la mundialización del
transporte, la producción just in time y el incremento de
la urbanización han acentuado el sobreuso de los recursos
naturales. Particularmente nocivos son los
agro-fertilizantes y los agro-carburantes.
El
neoliberalismo oxigenó al capitalismo socavando los pilares
materiales del sistema. Este deterioro se consumó en la
carrera por aumentar la productividad reduciendo costos,
incrementando la velocidad de circulación del capital y
acortando el ciclo de vida de los productos.
La
propia dinámica de la valorización conduce a vulnerar los límites
de la naturaleza. El
capitalismo se desenvuelve como una fuerza devoradora.
Promueve un crecimiento ilimitado que desconoce las
restricciones energéticas y materiales. Esta depredación
ha sido muy visible en la utilización del petróleo. En tan
solo un siglo (1930-2030) se ha dilapidado el grueso de las
reservas de ese combustible.
El
capitalismo trata a la naturaleza como una externalidad cuyo
costo debe ser reducido sin reparar las consecuencias del
drenaje. Absorbe crecientes cantidades de todos recursos
omitiendo su escasez potencial. Pero como no puede
desenvolverse sin sustentos materiales esa destrucción
afecta su propia continuidad.
Compromisos
bloqueados
Los
principales gobiernos discuten desde hace años alguna
salida al deterioro ecológico. Pero todas las posibilidades
de acuerdos han
sido bloqueadas por la invariable negativa de las potencias
a cargar con el costo de atenuar el desastre. No logran
conciliar la meta de reducir el calentamiento (evitar un
aumento de la temperatura de 0,7 a 2 grados centígrados por
encima de 1850). Al ritmo actual de emisiones podrían
incluso irrumpir escenarios más dramáticos (4 o 6 grados),
si no se suscribe algún compromiso para disminuir la
generación de los gases corrosivos.
El
impacto recesivo de la crisis global es visto por muchos
economistas como una oportunidad para comenzar esa reducción,
aprovechando la caída del nivel de actividad. Pero nadie
encuentra la forma de concertar un acuerdo entre los países
avanzados, que provocan el 70% de la contaminación y cargan
con la responsabilidad histórica de la degradación
ambiental.
Para
rescatar a los bancos las principales potencias acordaron rápidos
auxilios, pero para salvar al planeta no exhiben la misma
urgencia. La dimensión de las contradicciones en juego
determina estas diferencias. Existe una vasta experiencia de
intervencionismo estatal para lidiar con las crisis
financieras, pero nadie sabe qué hacer frente a la convulsión
climática. En este terreno solo predominan los
interrogantes.
La
reunión de Copenhague fue un retrato de este impasse.
Concluyó peor de lo esperado, con total ausencia de
objetivos o cronogramas para reducir las emisiones. Tampoco
se definió como se distribuiría, financiaría o controlaría
un eventual acuerdo. Solo se consensuaron mecanismos de
intercambio de información. El gran problema de esta parálisis
radica en que la permanencia por debajo de los 2 grados del
calentamiento, no se improvisa. Se requieren iniciativas que
ningún gobierno está dispuesto a instrumentar.
Estados
Unidos sigue apostando a trasladar el descalabro a la
periferia, potenciando la injusticia climática. El mayor
impacto del desastre ambiental recae desde hace años sobre
los pueblos con menor responsabilidad en el problema. Las
grandes sequías y contaminaciones azotan a los países que
tienen escasa incidencia en la combustión global.
Pero
como se demostró durante la catástrofe del Katrina el
desastre también golpea en las puertas de los países
desarrollados, afectando especialmente a la población más
humilde. La política imperial de trasladar a la periferia
un problema planetario tiene poca viabilidad.
Estados
Unidos bloquea cualquier tratado
global por una simple razón: con el 5% de la población
mundial utiliza el 25% de los recursos petroleros. No acepta
cargar con el ajuste que le correspondería. Frustró las
conferencias de la ONU (1992) y se negó a ratificar el
primer convenio de restricción de las emisiones (Kyoto
1997). Los voceros de la primera potencia suelen enunciar
vagas promesas de futuras auto-limitaciones, mientras
impulsan los agro-carburantes, las plantas nucleares y las
manipulaciones genéticas.
El
gigante del Norte tiende a establecer a veces alianzas con
Europa y Japón contra las economías intermedias y en otras
ocasiones tantea acuerdos inversos. Obama parece empeñado
en recuperar el terreno que perdió Bush frente a sus
rivales de la tríada, en la carrera por desenvolver
tecnologías verdes. Como tarde o temprano habrá que poner
en práctica alguna iniciativa, Estados Unidos se prepara
para ejercer el arbitraje global.
La
forma en que Obama encara las tratativas ilustra el grado de
continuidad que mantiene con su predecesor. Abandonó el
coqueteo con varias iniciativas ecológicas y volvió a
darle oxigeno al lobby de los 25 estados norteamericanos que
producen carbón. A diferencia de la Unión Europea, ni
siquiera restringe el incremento de las emisiones.
Pero
no será gratuito seguir pateando para adelante alguna
solución. El problema se agrava día a día, especialmente
desde que las negociaciones desbordaron a la Tríada. China
se ha convertido en un emisor del mismo porte que Estados
Unidos (cada uno es responsable del 22 % del total de gases)
y se resiste a limitar su crecimiento o a considerar
controles externos sobre sus emisiones. También
Rusia e India son partícipes importantes de la contaminación
(5% cada uno) y Brasil pesa como gran absorbente potencial
del calentamiento.
La
incorporación del problema ambiental al ajedrez geopolítico
internacional fue muy visible en Copenhague, cuándo Estados
Unidos relegó a Europa, buscó una negociación directa con
China y rompió el bloque de los países subdesarrollados.
Pero
todo indica que el tema permanecerá en total irresolución,
hasta que alguna devastación mayor impacte sobre los
centros imperiales. El Katrina ya situó a una localidad
estadounidense, en el nivel de tragedia que se vive desde años
en el Océano Pacífico, Birmania o Bangla Desh. Sin embargo
esta advertencia ha sido insuficiente.
Para
fijar un techo al incremento anual de las emisiones se
requieren drásticas medidas de limitación de la competencia capitalista y de moderación del
derroche consumista. Solo un desmoronamiento
ambiental más virulento induciría a la adopción de esas iniciativas.
Capitalismo
verde
La
calamidad ambiental ha sido tradicionalmente ignorada por
los economistas ortodoxos, que están incapacitados para
comprender estos trastornos. A diferencia de los científicos
que han seguido detalladamente la evolución del problema,
oscilan entre la negación y el escepticismo. No pueden
percibir el deterioro del medio ambiente desde el momento
que excluyen a la naturaleza de su abordaje de la economía.
Los
teóricos neoclásicos consideran que ese cimiento opera
como sustento de una ilimitada circulación de flujos
mercantiles. Por eso desconocen la existencia de un
conflicto entre la valorización del capital y su soporte
material. En lugar de reconocer las contradicciones que
oponen a estas dos dimensiones, imaginan una compatibilidad
espontánea que permitiría el crecimiento irrestricto.
Los
ortodoxos suponen que el mercado puede resolver cualquier
anomalía de la ecología y como razonan en horizontes de
corto plazo se despreocupan por las perturbaciones del
futuro. También ignoran los temas ambientales por simple
insensibilidad ética frente a las tragedias humanas de la
periferia.
Los
neoliberales afrontan la degradación ambiental con el
optimismo vulgar que han mostrado frente a la crisis
financiera. Suponen que ambos procesos son pasajeros y serán
espontáneamente superados por algún equilibrio de la
oferta con la demanda. Pero si el entrecruzamiento de estas
dos variables no alcanza para remontar las recaídas de la
economía, no se entiende como podrían aportar algún
remedio al descalabro ambiental.
El
grueso de los economistas heterodoxos espera soluciones de
algún logro tecnológico. Las principales expectativas están
puestas en los nuevos usos de la energía nuclear y en los
alimentos genéticamente modificados. Con argumentos
malthussianos, atribuyen la degradación ecológica al
incremento de la población o a erróneos modelos de
industrialización.
Una
versión muy popular de este enfoque apuesta a la disipación
de la contaminación, mediante la reconversión automotriz
eléctrica, olvidando el agravamiento del problema que
genera la propia fabricación de esos vehículos.
La
carrera que ha comenzado por la búsqueda de tecnologías
verdes opera como un factor de contaminación. Esta
competencia incentiva, además, la multiplicación de
aprendices de brujo que experimentan con innovaciones
riesgosas. Esta improvisación introduce amenazas
suplementarias, al terrible costo de mantener el sistema
social que origina el colapso ambiental.
Los
keynesianos coinciden con sus adversarios neoliberales en el
intentar de salir del laberinto ecológico con proyectos de
capitalismo verde. El principal mecanismo que avizoran es un
mercado de emisiones, que penalizaría a los contaminadores
y premiaría a los protectores del medio ambiente. Las
versiones más ingenuas de esta propuesta estiman que su
implementación será gratuita. Suponen que no exigirá
inversiones desmedidas, ni reducirá el crecimiento. Los más
cautelosos condicionan en cambio este éxito, a la superación
de los desacuerdos entre potencias que impiden la
instrumentación de los bonos eclógicos.
La
aparición de estas iniciativas confirma que la
degradación ambiental no será superada con leves impuestos
al uso del petróleo o el carbón, ni con proyectos
aventureros de captura e inyección del carbono en sitios de
almacenamiento. También corrobora que las salidas
individuales son inefectivas. Es obvio que no tiene sentido
promover el uso bicicletas, mientras se acelera la
construcción de autopistas. A medida que los efectos de la
contaminación se acentúan, decrece el margen para
instrumentar paliativos (como limitar la deforestación) y
aumenta la necesidad de reducir drásticamente la emisión
de gases.
Los
proyectos de capitalismo verde rehúyen estas exigencias con
ilusiones mercantiles. Los ejemplos más corrientes de esta
ensoñación son las campañas conservacionistas (estilo
Gore), que impulsa el ambientalismo capitalista. Intentan
demostrar que la polución será superada, transformando a
la ecología en un gran negocio para el “desarrollo
sustentable”. Especialmente las grandes empresas
transnacionales están empeñadas en publicitar ahorros de
energía, comidas orgánicas y experimentos con fuentes
solares. Con estos mensajes buscan mercantilizar cualquier
abordaje del descalabro climático.
Pero
solo con fanática idolatría por el régimen vigente se
puede suponer que el capitalismo verde resolverá los
desequilibrios ambientales, mediante
energía limpia, vehículos ecológicos o bonos de
contaminación.
Es
evidente que un mercado de créditos de ese tipo incrementaría
la polarización mundial. Si cada país intercambia
compromisos de preservación ambiental en proporción a sus
espaldas financieras, las economías desarrolladas tenderán
a desentenderse del problema, descargándolo sobre la
periferia. Este propósito de los capitalistas de la Tríada
coexiste con su intención de frenar la industrialización
de ciertos países dependientes, para convertirlos en un
campo de deshechos de las fábricas metropolitanas.
La
concreción efectiva de cualquier proyecto de capitalismo
ambiental enfrenta otros obstáculos mayúsculos. Se
requeriría cierta organización global de la inversión,
para penalizar las ramas consumidoras de energía en favor
de los sectores ahorradores y se necesitaría reorientar las
finanzas hacia el crédito en tecnologías verdes. También
habría que introducir una política impositiva
internacional de eco-tasas, para favorecer la transición
hacia alguna norma de consumo que reemplace los hábitos
actuales por alguna selectividad verde.
Las
barreras que bloquean la implementación de estas
estrategias son incontables. El impedimento más obvio es la
ausencia de un poder global, capaz de imponer estas políticas
de concertación a las empresas rivales de las principales
potencias. Tampoco es sencillo generar las condiciones de
rentabilidad requeridas para el shock inversor de semejante
reconversión. El capitalismo ha registrado varias
mutaciones de gran alcance en el pasado, pero no se avizoran
por el momento las condiciones para un viraje de este tipo.
Crisis
de civilización
El colapso ambiental presenta una dimensión superior a
los temblores
coyunturales (típicos de la acumulación) y a las crisis
estructurales (específicas de cada etapa del capitalismo).
Por esta razón no se equipara con la eclosión financiera
del 2008-10, ni con los desequilibrios que generó el
neoliberalismo en las últimas dos décadas.
El
alcance histórico del desastre ambiental se mide por su
impacto sobre el futuro de la sociedad humana. Si el
calentamiento global continúa profundizando la huella ecológica,
podría desatar un descalabro que dejaría atrás todas las
convulsiones conocidas. La devastación de la naturaleza no
genera simplemente otro deterioro social. Introduce una
forma de corrosión que puede demoler los pilares de la vida
colectiva.
Todo
proceso de valorización es intrínsecamente depredador del
medio ambiente y afecta los basamentos materiales de la
reproducción económica. La compulsión competitiva vulnera
siempre los límites del entorno, pero nunca amenazó tanto
al patrón crecimiento vigente desde hace dos centurias. Los
cimientos de este esquema han quedado severamente
cuestionados.
El
desastre ambiental tiende a quebrar los equilibrios
ancestrales, que permitieron construir sociedades basadas en
el intercambio del hombre con la naturaleza. Acompaña la
irrupción de otros fenómenos que rompen estructuras
inmemoriales de convivencia humana. La
urbanización contemporánea es un ejemplo de
estos cataclismos. Por primera vez en la historia, más del
50% de la población mundial ha quedado aglomerada en
atosigados e ingobernables centros ciudadanos.
La
envergadura de la conmoción ambiental ha tornado muy
corriente su identificación con una crisis
de época o de civilización. Ambos términos aluden a dos
rasgos del problema: su magnitud y multiplicidad. Cuándo se
realza las potenciales consecuencias del desastre, predomina
el primer sentido y cuándo se destaca la convergencia del
trastorno climático con el temblor financiero (o la
tragedia alimentaria), prevalece el segundo significado.
Las
distintas caracterizaciones de la crisis civilizatoria
suelen enfatizar uno u otro plano. Pero todas resaltan la
amenaza que afecta a la propia supervivencia de la especie
humana. En este sentido la debacle ambiental presenta
semejanzas con el escenario de demolición humana, que
irrumpió con la aparición de las armas nucleares.
El
desastre ecológico es civilizatorio, desde el momento que
involucra contradicciones seculares. Expresa, además, tendencias
destructivas que escapan al control de los
beneficiarios del régimen actual. Los propios capitalistas
no pueden manejar los efectos que genera la primacía de la
ganancia sobre cualquier otro parámetro social. Este
comportamiento “zombie” ilustra como las monstruosidades
del sistema agobian a sus propios creadores. La continuidad
del capitalismo puede desembocar en un desastre sin retorno.
Las
crisis históricas siempre han implicado enormes
destrucciones de recursos. El capitalismo nació demoliendo
a las civilizaciones circundantes y nunca pudo sustraerse a
los grandes cataclismos.
Se gestó durante los siglos XVII y XVIII con el pillaje de
la acumulación primitiva y la expropiación de los
campesinos. Introdujo un terrible nivel de devastación
entre las poblaciones originarias, que sufrieron la
apetencia de músculos, sangre y oro de los conquistadores.
En esa época se registró la mayor masacre demográfica de
la historia.
Durante la era colonial el sistema se expandió con el
crimen de la esclavitud, que impuso la involución del
continente africano y bloqueó el desarrollo endógeno de
todas las regiones subordinadas a las metrópolis.
Finalmente el capitalismo maduró en la centuria pasada con
la tragedia de dos guerras mundiales, que ocasionaron la
muerte de millones de individuos, en la mayor carnicería
organizada que ha sufrido el género humano.
La
debacle ambiental puede inscribirse en esta secuencia de
colapsos mayúsculos, que han rodearon a cada período del
capitalismo. Nadie sabe cuál es la escala del peligro
actual, como tampoco eran previsibles las distintas
tragedias del pasado. Pero tomando en cuenta esos
precedentes, no son exageradas las advertencias de una
posible hecatombe ambiental.
Temporalidades
discordantes
La crisis histórico-ecológica está enlazada con
el estallido financiero coyuntural y con las tensiones
estructurales del neoliberalismo, pero sigue una trayectoria
temporal autónoma. Procesa desequilibrios que no están
sujetos a la periodicidad del ciclo corto o a las
fluctuaciones largas. Únicamente en su maduración, las
tensiones ecológicas podrían conectarse en forma directa
con los desajustes inmediatos de la acumulación o con las
tensiones de la etapa.
Pero ciertos vínculos ya cobran forma a través de dos
efectos de la mundialización neoliberal: la sobreproducción
de mercancías y la sub-producción de los insumos,
requeridos para sostener la nueva escala de productividad
global. La penuria
de abastecimientos comienza a verificarse en numerosas ramas
y refleja la depredación acumulativa que ha sufrido el
medio ambiente. La escala de este ahogo es por el momento
desconocida, pero el agotamiento de los recursos naturales
generado por la producción sobrante, ya es indicativo de la
gravedad del desarreglo actual.
Esta
combinación de producción excedente y recursos faltantes
introduce una fractura de consecuencias imprevisibles sobre
la dinámica de la acumulación. Los desequilibrios clásicos
de realización y valorización, comienzan a operar sobre
una plataforma natural seriamente dañada.
Pero estos cruces entre la crisis coyuntural, estructural
e histórica no diluyen la dinámica diferenciada de estos
desequilibrios y su procesamiento en ritmos discordantes. La
convulsión del capitalismo es múltiple y sus diversas
aristas no se han amalgamado. Es cierto que la eclosión
financiera expresa una quiebra
del capital, entrelazada con signos de debacle ambiental.
Sin embargo este proceso se desenvuelve como una tendencia,
que no se tradujo hasta ahora en convergencia temporal de
las tres conmociones. ¿El temblor financiero del 2008-2010
marcará el inicio de esta confluencia?
Por
el momento ese empalme constituye solo una hipótesis. La
catástrofe ambiental continúa asediando al capitalismo
como una amenaza en ciernes. Mantiene una discordancia
paralela a los trastornos coyunturales de las finanzas, la
producción y el comercio, que no han hecho eclosionar los
desequilibrios estructurales del neoliberalismo. El
capitalismo contemporáneo está afectado por una sucesión
variada de conmociones, que se desenvuelven sin fusionarse
en una crisis convergente.
La tendencia a este empalme es un ingrediente explosivo
de todas las conmociones de las últimas décadas. Pero como
esa imbricación no se ha consumado, el capitalismo
encuentra formas de recreación periódica, al cabo de
grandes trastornos.
Una fusión de estos puntos críticos se concretaría,
por ejemplo, si la actual recesión se prolonga, no solo
bloqueando las distintas salidas al desmoronamiento
financiero, sino desembocando también en una sepultura del
neoliberalismo. Otra convergencia de mayor alcance se
consumaría, si un gran desastre ambiental –como el
descongelamiento del casquete polar del Ártico- impacta de
lleno sobre el ritmo de la actividad económica.
Eco-socialismo
La
resolución del problema ambiental con distintas variantes
de capitalismo verde es el único horizonte avizorado por
los neoliberales, los keynesianos y muchas corrientes del
ecologismo militante.
Estas
últimas vertientes aspiran a sensibilizar a los
capitalistas, para inducirlos a proteger el medio ambiente
en su propia conveniencia. Suponen que los grandes
empresarios y banqueros terminarán comprendiendo que el
respeto a la naturaleza es indispensable para la continuidad
de sus empresas. Con esa expectativa, muchas ONGs
ambientalistas endulzan el negocio verde, sin cuestionar la
incompatibilidad existente entre la protección ambiental y
el reinado de la ganancia.
Esta
postura impide encarar una lucha consecuente por la defensa
de la naturaleza, ya que la súplica al capital conduce al
auto-engaño. Los dueños del mundo no necesitan consejos de
sus víctimas para gestionar su dominación. Es inútil
solicitarle que sean más razonables y tomen conciencia de
sus intereses de largo plazo. La depredación de la
naturaleza no proviene de esa ignorancia. Simplemente
obedece a la destrucción objetiva
que impone un sistema guiado por la competencia de
beneficios surgidos de la explotación.
En
lugar de atender las peticiones del reformismo ecologista,
las clases dominantes encaran el problema con los mismos
criterios que afrontan cualquier inconveniente surgido de la
acumulación. Buscan transferir la cuenta a los trabajadores
y exigen sacrificios al resto de la sociedad, como si no
tuvieran ninguna responsabilidad en el desastre.
El
principal mensaje de los economistas ortodoxos frente al
descalabro ambiental es un llamado general al ajuste, para
costear con más desempleo (y quizás menor producción) una
reconversión a las tecnologías verdes. Exigen buena letra
para que los patrones introduzcan las inversiones requeridas
para ese cambio. Pero estas medidas presuponen que los
beneficios no se tocan y que las soluciones surgirán de
utilizar las mismas recetas que provocaron la contaminación.
Otros
defensores del orden vigente proponen inducir el
decrecimiento económico y la contracción absoluta del
consumo, para frenar la devastación de la naturaleza. Pero
omiten la
existencia de alternativas progresistas. Es perfectamente
factible desenvolver modelos de crecimiento selectivo, que
jerarquicen la generación bienes sociales en desmedro de
las mercancías prescindibles. Este proceso permitiría,
además, sustituir paulatinamente los combustibles no
renovables por la energía solar.
Este
viraje podría incluso comenzar reduciendo la fabricación
de los productos que agreden al medio ambiente y retrayendo
el consumismo privado. El ejemplo más evidente de este giro
sería un progresivo reemplazo del automóvil individual por
formas de transporte colectivo.
Las
propuestas más interesantes son impulsadas por los teóricos
del eco-socialismo. Han demostrado que no existe ninguna
necesidad de reducir el nivel de vida de población si se
redefine el significado de los bienes, diferenciando los
productos necesarios de los prescindibles y creando sistemas
de información que reemplacen a la publicidad. Estas
iniciativas se enmarcan en la perspectiva de creciente
control social de los recursos y selección popular de
alternativas de producción y consumo, junto al
establecimiento de formas de planificación democrática a
escala global. Son ideas que contemplan un horizonte
socialista de respuestas al desastre ambiental.
Este
enfoque se opone también a los planteos neo-desarrollistas,
que en las economías intermedias relativizan la gravedad
del tema ecológico, presentándolo como un problema de los
países centrales. Sus voceros rechazan cualquier limitación
de la minería extractiva, la siembra con agro-tóxicos o la
industrialización contaminante. Intentan hacer la vista
gorda frente a calamidades que provocan estas actividades en
los segmentos más humildes de la población.
Varios
autores críticos han comenzado a difundir la necesidad de
un cambio radical de las concepciones imperantes, para
sustituir el utilitarismo antropocéntrico por una visión
biocéntrica, que reconozca los derechos de la naturaleza.
Fundamentan su visión en el concepto del “buen vivir”,
que desarrollaron los pueblos originarios del continente.
Pero
es importante situar estos planteos en el contexto de la
crisis histórica del capitalismo, ya que cualquier
disociación de este pilar impide comprender el origen de
los peligros actuales y sus eventuales soluciones. Por esta
razón es decisiva la conciencia anticapitalista que
comienza a ganar influencia en las movilizaciones del
ambientalismo.
En
la cumbre de Copenhague más de 100.000 personas se
movilizaron demandando la adopción de medidas de defensa de
la naturaleza. Las marchas contaron con gran participación
de jóvenes de todos los países e incluyeron
cuestionamientos frontales al socorro de los financistas.
“Si el clima fuera un banco, ya lo hubieran rescatado”,
gritaron los concurrentes a esas manifestaciones.
Este
tono anticapitalista es el dato más prometedor de la
batalla actual. Planteos de este tipo han presidido la
reciente cumbre de Cochabamba (Bolivia), que reunió un
importante número de militantes de 42 países. Se resolvió
exigir una drástica reducción de las emisiones (50% entre
2013 y 2020), crear un Tribunal Internacional de Justicia
Climática, implementar un referéndum mundial en defensa de
la naturaleza y demandar transferencias de los países
desarrollados hacia la periferia para saldar la deuda climática.
La perspectiva eco-socialista comienza a corporizarse en
movimientos populares y propuestas políticas.
Bibliografia
adicional:
-Arriola
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Viejo Topo 253, 2009.
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-Valenzuela
Feijoo José, “La crisis: algunas consideraciones”,
Memoria 234, enero-marzo 2009.
VI. Resúmenes
I. Coyuntura Económica
Este
artículo analiza los determinantes financieros de la
crisis, indagando cómo el auxilio concedido a los bancos
renueva la especulación, obstruye la regulación y recrea
el gigantismo de las entidades. Este socorro incentiva, además,
el descontrol del riesgo que generan los malabarismos contables, el
ocultamiento de los quebrantos y las operaciones con
derivados o títulos empaquetados. Otro ciclo
de expansión
financiera ha concluido con un gran estallido, que esta vez
se localiza en las economías desarrolladas y presenta inéditos
contornos globales.
Como
el rescate de los bancos está deteriorando las finanzas públicas
los
acreedores ya reclaman ajustes, aunque sin acordar el
momento de un recorte general. Esa definición dependerá
del resultado de los atropellos sociales, actualmente
ensayados en la periferia europea. Solo
una fuerte reactivación de la economía mundial evitaría
el viraje hacia políticas contractivas.
Hasta
ahora se pudo frenar un deslizamiento general hacia la depresión. Pero no
existen síntomas de recuperación sostenida en Estados
Unidos, mientras la economía japonesa languidece y Europa
soporta un serio desplome. Únicamente el
bloque de países intermedios
encabezados por China se
ha mantenido a flote, mientras que el grueso del Tercer
Mundo soporta hambre y tragedias sociales.
El
aumento de la desocupación es el indicio más contundente
de los efectos nefastos de una crisis precipitada por la superproducción,
que desató la competencia global por aumentos de
productividad sin correlatos salariales.
La convulsión actual también obedece a los desbalances comerciales
creados por el endeudamiento
estadounidense para consumir
productos fabricados en Asia. Estos desequilibrios se
extienden al interior del
bloque asiático y de la
Unión Europea. La expectativa de resolverlos mediante un rebalanceo de las cuentas globales, olvida que la
recuperación hegemónica
de Estados Unidos y el reingreso de China al capitalismo se
han cimentado en esos desequilibrios. Su replanteo conduciría
a conflictos que desbordan ampliamente cualquier reajuste
de aranceles, tipos de cambio o tasas de interés.
II. Coyuntura político-social
En este artículo se evalúa el impacto geopolítico de
una crisis que afecta en forma desigual a las grandes
potencias. Esta incidencia es acorde al lugar que ocupa cada
país en el orden mundial, en el plano económico y también
militar.
En el cenit del desplome bancario prevaleció la
coordinación, pero en la distensión han reaparecido las
tensiones. Se ha confirmado que Estados
Unidos ejerce el liderazgo imperialista con el visto bueno
de sus rivales. El Pentágono reforzó su despliegue con
menor soberbia unipolar, pero con invariable desprecio hacia
los pueblos invadidos.
Si
Japón fue la potencia más afectada por el contexto económico
de los 90, Europa se perfila como la principal víctima de
la eclosión actual. Este impacto no
obedece a la adopción anticipada del euro o desaciertos en
el ritmo de la unificación. Las clases dominantes debieron
embarcarse en este proyecto por la intensidad de la
competencia global, en un marco de precariedad política y
heterogeneidad económica.
El
continuado atropello de las conquistas populares diluye la
imagen benevolente de la Unión Europea, que no tiene
legalidad y autoridad suficiente para exigir a sus miembros
dureza a cambio de financiación. En el dilema de rescatar a
los países deudores o ser arrastrados por su quebranto, los
conductores de esa asociación definen su futuro de autonomía
o subordinación hacia Estados Unidos.
Pero
el Viejo Continente mantiene también una sólida herencia
de luchas sociales, que se pondrá en juego frente
a las andanadas derechistas y los encubrimientos socialdemócratas.
La expectativa de negociar con el arbitraje del
estado frente a un sorpresivo estallido ha limitado hasta
ahora la reacción popular. Pero ese desconcierto tiende a
desaparecer en huelgas y manifestaciones que podrían
recrear la oleada de resistencia latinoamericana de la última década.
III. Etapa y contradicciones
El artículo analiza la dimensión estructural de la
crisis, considerando todo el periodo neoliberal. Ilustra en
qué aspectos los
desequilibrios de las últimas dos décadas difieren de las tensiones de posguerra y explica por qué razón no constituyen
prolongaciones de desajustes
de los años 70. Las contradicciones actuales son peculiares
de la nueva etapa y todavía no han madurado.
El
neoliberalismo obstruyó la demanda al deteriorar los
ingresos salariales, especialmente en la periferia. Pero
pudo contrarrestar esa retracción con el consumismo,
el incremento de la riqueza patrimonial, el endeudamiento
familiar y la aparición de nuevos segmentos de clase media.
Tampoco
el decrecimiento tendencial de la tasa beneficio alcanzó
puntos críticos. Hubo aumentos de la proporción de
maquinaria en comparación a la mano de obra, resultantes de
la inversión en Asia, la productividad de las empresas
transnacionales y la
destrucción de empleos por tecnologías capital-intensivas.
Pero el nivel de rentabilidad se mantuvo elevado, ante el incremento
de la tasa
de explotación, el abaratamiento inicial de las materias
primas y la desvalorización parcial de los capitales
obsoletos.
IV. Escenarios y alternativas
El artículo evalúa si el
neoliberalismo podrá o no posponer el estallido de sus
contradicciones. Estima que una repetición de lo
ocurrido con los torbellinos anteriores conduciría a
impactos severos en ciertos países pero no a un crack
general. La convulsión sería sucedida por cierta
descompresión hasta el próximo desplome.
Esta
dilación requeriría otro período de sobrevida del consumo financiarizado en las economías intermedias, para
compensar la contracción de ventas en el Primer Mundo. También exigiría el
sostenimiento de la tasa de beneficio con mayores atropellos
sociales, dada la incierta perspectiva de los precios de las
materias primas y de los procesos de depuración empresaria.
Si
por el contrario la crisis coyuntural converge con los
desequilibrios acumulados durante las últimas dos décadas,
la crisis asumiría un alcance mayúsculo. Quedaría
afectado todo el esquema de ofensiva contra el trabajo,
primacía de las empresas transnacionales y expansión geográfico-sectorial
del capital. Este desplome pondría de relieve las
contradicciones creadas por la mundialización neoliberal y podría presentar los rasgos deflacionarios de
la Gran Depresión o las modalidades inflacionarias de los años 70.
Con
sus fábulas del capitalismo eterno los neoliberales ignoran esas
alternativas, pero tampoco los keynesianos discuten estos escenarios. A
medida que pierden fuerza las propuestas de regulación
financiera aumenta la
resignación heterodoxa frente al funcionamiento regresivo
del sistema.
Ciertas
vertientes proponen reducir la desigualdad, pero suponen en
forma equivocada que las políticas de ajuste son patrimonio
exclusivo del modelo anglosajón. En sus convocatorias a
humanizar al capital desconocen que un régimen social
asentado en la explotación no puede gestar relaciones de
cooperación.
Otros
analistas más radicales describen acertadamente los
desequilibrios del edificio neoliberal, pero
omiten los pilares capitalistas de ese esquema. Es necesario
resaltar esos cimientos si se aspira a desenvolver
propuestas superadoras de carácter socialista.
V. Civilización y medio
ambiente
El artículo indaga las consecuencias
de la degradación ambiental, ilustrando como las potencias
eluden afrontar esta amenaza y desaprovechan la
recesión para iniciar una disminución del calentamiento
global. El socorro que otorgaron a los bancos contrasta con
la ausencia de soluciones al desastre ecológico y la
carencia de
cronogramas para alcanzar algún acuerdo de protección de
la naturaleza.
Las
economías más poderosas buscan trasladar a la periferia un
problema que ya golpea en las puertas de los países
desarrollados. Pospondrán medidas hasta que algún
descalabro mayor irrumpa en los centros imperiales.
Estas
calamidades son ignoradas por los economistas ortodoxos, que
excluyen a la naturaleza de sus análisis y desconocen los
conflictos que oponen a la valorización del capital con su
soporte material.
Los
heterodoxos apuestan a remedios tecnológicos, sin notar la
contaminación que genera esa experimentación.
Promueven un mercado de emisiones que agravaría la
polarización mundial y convertiría a la periferia en un
basural de las fábricas metropolitanas. Hay muchos
proyectos de capitalismo verde, pero su implementación
requeriría un poder global, que imponga concertaciones y
puniciones a las grandes empresas.
El
desastre ambiental puede compararse con
distintas atrocidades de un sistema, que nació con la
masacre demográfica de la acumulación primitiva, continuó
con el esclavismo y maduró con dos guerras mundiales.
La crisis histórico-ambiental se manifiesta en la
penuria de requerimientos materiales
que ha generado la sobreproducción de mercancías
.Quiénes intentan sensibilizar al capital para que proteja
a la naturaleza en su propio interés de lucro, equivocan el
camino. La depredación ambiental no proviene de la
ignorancia, sino de la competencia por beneficios surgidos
de la explotación.
El
único correctivo efectivo surgirá de los proyectos
eco-socialistas de planificación democrática y control
popular de los recursos. Ya existe una promisoria conciencia
anticapitalista de esta alternativa, que comienza a
despuntar en las movilizaciones del ambientalismo.
Economista,
Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de
Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz
Escenarios de este tipo son evaluados por analistas
como: Yeldan
Erinc, “On the nature and causes of the collapse of
wealth of nations”, Working Series n 197, PERI,
Amherst, 2009.
La
diferencia entre ambas variantes es parcialmente
expuesta por Arrighi Giovanni,
“The winding paths of capital”, New Left Review 56,
March April 2009.
Entre
1946 y 1956 la deuda pública del país pasó de 271.000
millones de dólares a 274.000, pero como el PBI se
duplicó y se registró una inflación del 40%, la deuda
quedó reducida en forma drástica. La repetición de
este esquema enfrenta enormes obstáculos en la
actualidad. Ver: Krugman Paul, “La deuda de Grecia,
una espiral mortal hacia el default”, Clarín,
10-4-10.
Esta
nueva proyección espacial es analizada por
Harvey David. Los límites del capitalismo y la teoría
marxista, Editorial Fondo de
Cultura Económica; 1990 (cap 13- Punto 6 y cap
10).
Pantich
estima que tendrá un alcance limitado y Brenner que
producirá un desmoronamiento mayúsculo. Panitch
Leo, Konings Martijn, “US Financial power in
crisis”, Historical Materialism, vol 16, Issue 4, 2008
Brenner
Robert, “Un análisis histórico-económico de la
actual crisis”, Sin Permiso, 22-2-09.
Una
apología de este tipo plantea: Sorman Guy, “El
sistema capitalista no muere, siempre rebota”, Clarín,
28-10-09.
Esta
visión es expuesta por: Orlean André,
“La crise moteur du capitalisme”, Le Monde, 30-3-10.
También
Ghymers Christian, “Una visión europea”, XI
Encuentro Internacional sobre Globalización y problemas
del Desarrollo, La Habana, 2-6 marzo 2009. D´Arista
Jane, “Limitar el apalancamiento”, Página 12,
26-5-09.
Estos planteos han sido formulados por Krugman Paul,
“Es hora de reflotar la tasa Tobin”, Clarín,
28-11-09 Krugman Paul, “Los dilemas de nacionalizar”, Clarín,
7-3-09. También: Stiglitz Joseph, “Un nuevo sistema
de crédito es vital para frenar esta crisis”, Clarín,
11-4-09. Lavagna Roberto, “La crisis global reclama
reformas no cosméticas”, Clarín, 24-2-09.
Blackburn
Robin, “La crisis de las hipotecas subprime”, New
Left Review, n 50, 2008.
Boyer Robert, “Hoy el
estado está en mejor posición para definir el
futuro”, Página 12, 29-12-08.
Hobsbawn Eric, “Si el socialismo colapsó
y el capitalismo está en bancarrota: ¿qué
viene después”. 29-9- 2008 www.kaosenlared.net
Una
proyecto de este tipo expone: Ricupero Rubens, “De la
crisis global surgirá un capitalismo mucho más
humano”, La Nación, 3-6-09.
Ver
por ejemplo: Guillen Arturo, “En la encrucijada de la
crisis global”, ALAI, 18-6-09
También
Kregel Jan, “Regulaciones para después de la
crisis”, Página 12, 26-5-09. Kregel, Jan, “Taming
the bond market vigilantes: gaining policy space”, XI
Encuentro Internacional sobre Globalización y problemas
del Desarrollo, La Habana, 2-6 marzo 2009.
Katz
Claudio El
porvenir del socialismo. Primera edición: Editorial.
Herramienta e Imago Mundi, Buenos Aires, 2004. Segunda
edición: Monte Avila, Caracas, 2006
Esta
tesis Arrighi Giovanni, Adam Smith en Pekín, Akal
Madrid, 2007 (epílogo).
Un
ejemplo de este giro del escepticismo a la preocupación
expresa: Fridman Thomas, “Un ataque preventivo vale la
pena”, La Nación 16-12-09.
Dos
análisis completos de este impacto pueden consultarse
en Tanuro Daniel: “Rapport
sur le changement climatique et les taches
anticapitalistes”, Inprecor n 551-552, juillet-aout
2009-08. Foster
John Bellamy, “The vulnerable planet fifteen years”
Monthly Review n 7, vol 61, december 2009.
Una medición en hectáreas globales indica la
existencia de una regresión de 2,7 gha (13,2 billones
de global-hectáreas dividido 6,3 billones de
habitantes) en 1990, a 2,1
gha en la actualidad. Esta medida es utilizada para
mensurar el grado de destrucción del planeta. Amin Samir, “Capitalism and the ecological
footprint” Monthly Review n 6, vol 61, november 2009
También: La Nación, 24-11-09.
Ver:
Chesnais Francois, “Orígenes comunes de la crisis
económica y la crisis ecológica” Herramienta n 41, julio 2009. Dierckxsens
Wim, “Política económica en la transición al
socialismo del siglo XXI”, Foro Social Mundial,
Nairobi 2007.
Esta
caracterización desarrollan: Vega Cantor Renan,
“Crisis civilizatoria”, Herramienta n 42, octubre
2009. Antunes Ricardo, “Introducción”, La crisis estructural
del capital, Ministerio del Poder Popular, Caracas, 2009.
Un
balance de la reunión de Copenhague exponen: Tanuro
Daniel “Derrota en la cumbre, victoria en la base”,
Viento Sur, 24-12-09. Vivas Esther, “El clima en
jaque”, Diagonal 13-11-09.
Ver: Foster John Bellamy, “Capitalism in
wonderland”, Monthly Review n 1, vol 61, may 2009.
Es
la tesis de Gray John, “Planeta en riesgo”, La Nación,
15-11-09.
Ver: Sachs Jeffrey, “Está naciendo un nuevo modelo
de capitalismo”, Clarín, 14-2-09.
Krguman
sostiene la primera postura y Stiglitz la segunda.
Krugman Paul, “Solución a la vista”, La Nación,
8-12-09. Stiglitz Joseph, “Seguimos sin un acuerdo
para salvar el planeta”, Clarín, 8-1-10. Otra
variante de la misma propuesta en Giddens
Anthony, “El clima definirá otra economía”, Clarín,
17-3-09.
Es
la evaluación crítica de Kempf Hervé, “Por primera
vez la humanidad se topa con el límite de los recursos
naturales”, Página 12, 11-1-10. También:
Wallis Victor, “Capitalist and socialist responses to
the ecological crisis” Monthly Review n 6, vol 60,
november 2008.
Es
la evaluación de Husson Michel, “Un capitalisme vert
est-il posible?”, Contretemps, n 1, 1 er trimestre
2009, Paris.
Harman
Chris Zombie capitalism, Bookmarks, 2009,
Klein Naomi, “Capitalismo estilo Sara Palin”, La
Nación, 4-11-09.
Un
ejemplo de estas advertencias en: Chesnais Francois,
“Socialismo o barbarie: las nuevas dimensiones de una
alternativa”,
Herramienta n 42, octubre 2009.
La
discordancia temporal entre las distintas
contradicciones que corroen al capitalismo fue
conceptualizada por
Bensaid,
Daniel. Les
discordance des temps. Les editions de la Passion,
Paris, 1995.
Ver:
Acosta Alberto, “Hacia la declaración universal de los derechos de
la naturaleza”, Alainet
n 454, 5-4-10.
Una
crónica en: Castedo Antia, Garacía Bernat, “Perder
la calle, ganar el discurso”, El País.