Nueva York.– Pese a que un
coro de voces afirma lo contrario, no somos Grecia. Sin embargo, cada vez nos
parecemos más a Japón.
Durante los últimos meses,
gran parte de los comentarios sobre la economía se centraron en un tema: que
los políticos hacen demasiado. Los gobiernos deben dejar de gastar, nos
dicen. Grecia se usa como ejemplo admonitorio, y cada pequeña suba de la tasa
de interés sobre los bonos estadounidenses es considerada como señal de que
los mercados se están volviendo contra Estados Unidos por su déficit.
Mientras tanto, hay continuas
advertencias de que la inflación está a la vuelta de la esquina, y de que la
Reserva Federal debe poner fin a sus esfuerzos destinados a apuntalar la
economía e iniciar su "estrategia de retirada", endureciendo el crédito
gracias a la venta de valores y al aumento de las tasas de interés.
Pero la verdad es que los políticos
no hacen demasiado: hacen demasiado poco. Los datos recientes no sugieren que
Estados Unidos se encamine hacia un colapso de confianza de los inversores, al
estilo de Grecia. En cambio, indican que posiblemente nos encaminamos hacia
una década pérdida al estilo de Japón, atrapado en un período prolongado
de alto desempleo y crecimiento lento.
Hablemos primero de las tasas
de interés. El año pasado, en varias ocasiones nos dijeron, después de un
modesto aumento de las tasas, que los vigilantes de los bonos estaban aquí,
que mejor que Estados Unidos bajara su déficit de inmediato porque si no?
Pero las tasas de interés volvieron a bajar rápidamente.
Me gustaría poder decir que
la disminución de la tasa de interés refleja una oleada de optimismo
respecto de las finanzas federales de Estados Unidos. Pero lo que representan
es una oleada de pesimismo sobre las perspectivas de la recuperación económica,
un pesimismo que ha ahuyentado a los inversores de cualquier cosa que parezca
riesgosa y los ha empujado hacia la seguridad que parece prometer la deuda
estadounidense.
¿Cuál es el motivo de este
nuevo pesimismo? En parte es un reflejo de los problemas de Europa, que en
realidad tienen menos que ver con las deudas gubernamentales de lo que se
dice; el verdadero problema es que, con la creación del euro, los líderes
europeos impusieron una moneda única a economías que no estaban preparadas
para eso.
Pero también hay señales de
advertencia en Estados Unidos, la más reciente de las cuales fue el informe
del miércoles sobre los precios al consumidor, que revelaron que la inflación
había caído por debajo del 1%, el punto más bajo en 44 años.
En realidad, no resulta
sorprendente: se espera que la inflación caiga ante el desempleo masivo y la
capacidad de producción excesiva. Pero no obstante es verdaderamente una mala
noticia. La baja inflación, o peor aún, la deflación, tiende a perpetuar la
depresión económica, porque alienta a la gente a guardar el dinero, y eso
hace que la economía siga deprimida, lo que produce más deflación.
Este círculo vicioso no es
hipotético: pregúntenle a los japoneses, que se metieron en una trampa
deflacionaria en la década de 1990 y, pese a ocasionales episodios de
crecimiento, todavía no han podido salir de ella. Y eso mismo podría ocurrir
aquí.
De manera que los que deberíamos
preguntarnos en este momento no es si estamos por convertirnos en Grecia, sino
qué estamos haciendo para evitar convertirnos en japoneses. Y la respuesta
es: nada.
(*)
Premio Nóbel de Economía.