Tras la infaltable euforia
inicial, un clásico derivado de la psicosis maníaco–depresiva que
caracteriza a los mercados financieros, dos certezas parecen emerger sobre el
recientemente anunciado plan de “salvataje” para Grecia. La primera es que
es resulta ineficaz. La segunda es que demoró demasiado. Sólo comprar
tiempo, después de perderlo, para que nada mejore. El dedo acusador se posó
sobre el gobierno y el pueblo griegos. Las poco felices acusaciones abarcaron
desde el estigma de ser “evasores impositivos seriales” por razones
culturales, hasta la utilización del inoportuno término “fiesta” para
describir el comportamiento fiscal del período pre–crisis.
Cierto es que el anterior
gobierno griego, con la inestimable ayuda de Goldman Sachs, ocultó la
verdadera magnitud de sus déficit fiscales. No menos cierto es que si de
ocultar evidencias se trata, la pertenencia de Grecia a la zona del euro jugó
un papel importante a la hora de explicar la persistencia en las sombras de un
gran déficit presupuestario. Lo real es que Grecia lleva más de un decenio
perteneciendo a la Zona Euro y no sólo padecía déficit fiscales
recurrentes, sino que también convivía desde hace años con déficit
comerciales (entre un 13 y 17 por ciento en los últimos 5 años) que no podían
ser cubiertos sino parcialmente por la balanza de servicios y, en la
actualidad, con las transferencias comunitarias.
Desde hace décadas se
escuchan argumentos en oposición a la creación prematura del euro porque,
para empezar, carecía de un nivel de integración política y económica que
pudiera sostener la moneda. A pesar de que esas condiciones no se han
modificado, y de la crisis que hoy afecta, como era de esperar, a países con
menor productividad relativa, los analistas se montan sobre la
irresponsabilidad fiscal de Grecia para eludir el verdadero debate, que nace
en las dificultades estructurales que aún persisten y desemboca en el
incierto futuro de la moneda común. Mientras tanto, por ejemplo, España
recorre un camino similar al de Grecia.
Ahora bien, el temor que
invade a Europa no se vincula con la grave recesión en la que entró Grecia
(su economía se contrajo un 2,3 por ciento en el primer trimestre de 2010),
ni con su desempleo creciente (12,1 por ciento en marzo, record desde 2004, y
en contraste con el 9,1 por ciento de hace un año), ni con que las víctimas
de la represión producto de la protesta social se incrementen. En definitiva,
con los padecimientos reales del pueblo griego. El pánico, la pesadilla, el
escozor, lo causan la probable cesación de pagos de su deuda. Es por eso que
la tan “original e inédita” receta que se aplicará una vez más es una
combinación de fondos frescos para garantizar y afrontar pagos de esa deuda y
el clásico paquete de ajuste, para que tampoco en el futuro falten fondos
para “honrarla”. Primero lo primero.
En medio de la oscuridad, una
grieta. El siempre rígido y únicamente concentrado en la inflación Banco
Central Europeo, por primera vez en su historia compró deuda en los mercados
financieros para “garantizar fondos y liquidez en aquellos segmentos del
mercado que sean disfuncionales”. A la velocidad de la luz, su independencia
y credibilidad comenzaron a cuestionarse, y su decisión fue criticada,
acusada de erosionar las políticas de estabilidad de precios. Rápidamente se
aclaró entonces que la medida sólo busca restaurar el mercado de bonos, que
se hará de manera muy limitada y, aunque parezca increíble, pero a tono con
la irracionalidad de todo el paquete, que la liquidez inyectada será
esterilizada (“neutralizado” el efecto monetario).
Entonces, ¿a quiénes salva
el plan de salvataje? Claramente ni a los que continuarán engrosando la tasa
de desempleo, ni a los que verán congelados sus salarios hasta el año 2014,
ni a los trabajadores a los que se les flexibilizarán sus condiciones
laborales para, claro está, facilitar la posibilidad de su despido, ni a los
que verán reducidas sus pensiones, ni a los que pagarán dos puntos
porcentuales más de IVA.
Pues bien, mientras que este
plan de salvataje no salvará a nadie más que a los tenedores de deuda griega
que cobrarán sus acreencias al menos por un tiempo, la economía griega
profundizará su recesión. Finamente, es muy probable que la crisis derive en
la cesación de pagos, que es precisamente lo que se quiere evitar. A menos
que una nueva teoría económica irrumpa desde las profundidades del Partenón,
la combinación de un tipo de cambio sobrevaluado y atado al de sus
principales socios comerciales, recesión y un paquete de ajuste fiscal
violento como el que se puso en marcha sólo empeorará las cosas. Mientras
tanto, con suerte, el epicentro del debate deberá migrar desde la innegable
irresponsabilidad fiscal, hacia la continuidad de la unión monetaria que, tal
como hoy se la conoce, deberá ser seriamente cuestionada.
(*)
Economista de AEDA.