Tras el desplome de los
mercados financieros globales, la crisis pareció dar un respiro, al punto de
que muchos consideran que lo peor pasó. Existe un dejo de verdad en esta visión,
pues una parte de los países del globo han vuelto a crecer como Brasil,
China, India y Argentina (que se perfila como uno de los países de mayor
crecimiento en los próximos años). Sin embargo, las luces de alarma han
vuelto a encenderse a raíz de la posibilidad que se produzca una crisis en
Europa. Aunque el protagonista es Grecia, la situación amenaza con contagiar
a varios países, como España, Irlanda, Italia y Portugal.
¿Qué ocurre en Grecia? Como
todo país que ingresó al euro debió, además de cumplir una serie de metas
fiscales, monetarias y financieras, renunciar a la posibilidad de emitir su
propia moneda. Ese privilegio quedó en manos del Banco Central Europeo (BCE),
entidad supranacional cuyo funcionamiento es el ejemplo ideal de una “banca
central independiente”. ¿Cuál es el rasgo principal de esta
“independencia”? El BCE tiene prohibido financiar déficit fiscales de los
Estados miembros del Euro. La política fiscal queda seriamente restringida
por las posibilidades de obtener crédito privado o de modificar la estructura
impositiva.
En este contexto aparecen los
problemas fiscales griegos. En la práctica es como si los países del euro
hubiesen adoptado una moneda extranjera. Al renunciar a la moneda propia sólo
los Estados con “cuentas ordenadas” están capacitados para enfrentar un
cimbronazo financiero como el que experimentaron recientemente. Los que tienen
números rojos están por completo a merced del humor de los mercados. El euro
no posee ningún tipo de mecanismo fiscal supranacional que permita corregir
las graves disparidades estructurales hacia el interior de la Eurozona, ni
amortiguar ningún tipo de fluctuación macroeconómica. Lo único por hacer
es prenderle una vela a la política monetaria del BCE que, como ha quedado
demostrado por la reciente crisis, es un mecanismo muy torpe a la hora de
regular la demanda agregada.
La moneda común nació
privilegiando la política monetaria por sobre la política fiscal. En este
marco se inscribe el problema de solvencia de Grecia, que necesita
reestructurar su deuda o recibir un paquete de salvataje que no esté atado a
un brutal ajuste. Aunque recientemente se han tomado medidas para crear un
fondo que brinde ayuda a los países con problemas fiscales y se ha decido
prestarle a Grecia, el brutal ajuste que se impone es éticamente
cuestionable, políticamente delicado de implementar y económicamente
improcedente (pues tiende a profundizar la recesión). Si se desea que el euro
sobreviva, es indispensable un rediseño profundo de los mecanismos fiscales y
monetarios, ya que el actual paquete para Grecia y el fondo especial de
salvataje están diseñados para facilitar un ajuste de las cuentas públicas
y no su uso anticíclico.
El problema con las cuentas
de Grecia es que sus números son tan rojos (déficit fiscales y externos
superan los 10 puntos porcentuales del producto) que además de asustar a los
mercados inducen a los observadores a tomar los indicadores tradicionales de
solvencia de un Estado de forma fetichista, como si el problema fuese
solamente el tamaño de la deuda y no las restricciones propias de una unión
monetaria sin política fiscal conjunta. La conclusión “la deuda griega es
muy grande” se toma pasando por alto un hecho fundamental: ¿por qué
Inglaterra, con un déficit público y una deuda como fracción del producto
similar a la griega, no tiene los mismos problemas y puede llevar adelante políticas
de corte expansionista?
La respuesta es que
Inglaterra, al no adoptar el euro, mantuvo su soberanía monetaria. A lo largo
de su historia la deuda pública inglesa llegó hasta triplicar el producto, y
sin embargo la cesación de pagos jamás se produjo: sus obligaciones
financieras se han venido pagando puntualmente desde hace siglos.
Un Estado soberano que emite
deuda principalmente en su propia moneda, como el inglés, nunca defaultea; en
el peor de los casos paga emitiendo su propia moneda. La monetización del déficit
fiscal puede inducir variaciones en el tipo de cambio, produciendo efectos
macroeconómicos importantes. Pero si la deuda está denominada en la moneda
local y la fluctuación cambiaria no es muy problemática, los compromisos
financieros podrán ser honrados sin ningún problema emitiendo moneda.
La gran diferencia entre
Inglaterra y Grecia es que ante la gran inestabilidad que producen las
decisiones de gasto y ahorro del sector privado, su Estado puede intervenir.
El euro es un arreglo monetario cuyo principal defecto fue el haber sido
concebido bajo la premisa de que la política monetaria basta para
contrarrestar una crisis, intentando limitar lo más posible la política
fiscal.
(*)
Economista. Becario Conicet.