La divisa común europea
permanece atrapada en serios problemas cuya solución parece alejarse. La caída
del euro y de las bolsas el día de ayer es una muestra de la fragilidad de
los arreglos monetarios y financieros al interior de la eurozona.
El fondo especial de ayuda
constituido hace tres semanas, armado con 750 mil millones de euros, no ha
sido suficiente para alejar el espectro de una debacle total de los países más
débiles de la eurozona y por ende, del euro. Al involucrar al Fondo Monetario
Internacional la Unión Europea acepta que necesita de la ayuda externa para
resolver sus problemas. Un mal augurio para el Banco Central Europeo.
Por otra parte, las medidas
anunciadas unilateralmente por Alemania para regular los mercados financieros
(en especial la prohibición de las ventas de cortos al descubierto) no
frenaron los movimientos especulativos que siguen apostando a la caída del
euro. En cambio sí pusieron en evidencia la desunión europea toda vez que
Francia no apoyó la medida. El anuncio hecho por la Merkel estuvo dirigido a
calmar a su electorado, sin duda, pero también es un signo de que Alemania
está cada vez más decidida a buscar imponer sus propias reglas en la Unión
Europea, sin esperar a sus socios.
Finalmente, la decisión del
Banco de España de intervenir Caja Sur (uno de los vehículos clave en la
expansión de crédito en ese país) alerta una vez más sobre la delicada
situación en la que se encuentra el sector bancario en toda Europa, y no sólo
en los países de la cuenca del Mediterráneo.
En este contexto han
resurgido las dudas sobre la viabilidad del euro a largo plazo. Un tema clave
sigue siendo el dilema en el que se encuentra la eurozona al tratarse el tema
de si Grecia (o algún otro país en dificultades similares) debería
abandonar la esfera del euro.
Una eventual salida de Grecia
de la eurozona le permitiría recuperar su política cambiaria y financiera.
Podría devaluar su moneda y estimular las exportaciones, además de imprimir
circulante y comprar deuda pública, evitando tener que pasar por los mercados
de capitales. Grecia podría hacerse un préstamo a sí misma con cargo al
desempeño económico del futuro.
¿Bajo qué condiciones es
posible reintroducir el dracma? Desde el punto de vista legal, los tratados de
la UE exigen que la expulsión de uno de los miembros recoja el voto
aprobatorio de todos ellos. ¿Tendría un país interés en votar su propia
expulsión?
Pero lo más grave es el tema
de la factibilidad económica. Si Grecia decidiera regresar al dracma tendría
que poner esa moneda en circulación para remplazar al euro. Para ello, tendría
que forzar legalmente la conversión de todos los activos denominados en euros
localizados en el espacio económico griego. Siendo el euro una moneda
fiduciaria (es decir, no respaldada por oro o algún otro metal precioso), el
dracma tampoco lo estaría. Su aceptación estaría basada en la confianza que
se tiene en su emisor, el banco central griego. Pero, y aquí viene lo problemático,
la razón principal por la cual ese instituto monetario estaría emitiendo
dracmas sería para devaluarlas tan pronto hubiera concluido la transición
monetaria. Es decir, traicionaría su compromiso de mantener el valor de la
moneda.
Como todos los agentes en la
economía sabrían que el dracma estaría siendo colocado en circulación con
el objetivo de devaluarlo, nadie aceptaría dicha moneda. Además, como el
valor del dracma dependería de la confianza en el instituto emisor, esta
moneda fiduciaria vería fuertemente depreciado su valor durante un largo
tiempo. El dracma no sería una reserva de valor porque su renacimiento habría
estado marcado por el rompimiento del compromiso del instituto emisor.
La logística de esta
transición monetaria es una madeja de problemas difíciles. El abandono del
euro estaría acompañado de expectativas devaluatorias. Para enfrentarlas,
Atenas tendría que cerrar los bancos durante unos días por lo menos, además
de establecer controles estrictos a los flujos de capital. El éxito de esta
transición monetaria dependería de la capacidad de las autoridades económicas
griegas para evitar la fuga de activos hacia otras denominaciones. También
dependería de la velocidad con la que el pánico bancario podría desatarse.
El retorno al dracma podría destruir la economía griega.
Las autoridades económicas
en los países de la eurozona se mantienen en la lógica de una política
macroeconómica neoliberal. Para ellos sólo queda el camino de la austeridad
fiscal. Desgraciadamente, eso coloca a Europa en un modo pro-cíclico y
profundizará la crisis. Al capital eso no parece importarle porque después
de todo, ese ajuste fiscal le acerca un paso más a la destrucción de esa
vieja Europa del pacto redistributivo cuyo mejor exponente fue el Frente
Popular de 1936. Todo esto es un anuncio de grandes acontecimientos por venir.
El capitalismo todavía no llega a una crisis terminal, pero le falta recorrer
el segmento más turbulento de su historia.