Olvídense de una recuperación
sin problemas. Los ministros de finanzas y los
gobernadores de los bancos centrales del G-20, se reunieron este fin de
semana en Busan, Corea del Sur y
decidieron abandonar las políticas fiscales
expansionistas “de probada calidad” a favor de su propio extraño
brebaje de políticas de reducción
de gastos y medidas de austeridad.
Los miembros de la UE
están ansiosos de restaurar la ilusoria “confianza de los
mercados”, algo que es seguro
que se perderá cuando la eurozona se vuelva a deslizar hacia la recesión
y el renqueante sector bancario comience a sangrar tinta roja. El
recorte de los déficits mientras
la economía todavía se está reponiendo debilitará la demanda y
obligará a las empresas a despedir a más trabajadores. Esto disminuirá
la actividad económica y frenará el crecimiento. Es una receta
para el desastre.
Lo que
sigue es un pasaje del blog de Paul Krugman:
“El recorte de los gastos
mientras la economía sigue estando profundamente deprimida es una
manera muy costosa y bastante
ineficaz de reducir la deuda futura. Costosa, porque deprime aún más la economía; ineficaz, porque al deprimir la
economía, la contracción fiscal
también reduce los ingresos de impuestos…
“Lo correcto, de manera
abrumadora, es hacer cosas que reduzcan los gastos y/o
aumenten los ingresos después que la economía se haya recuperado –específicamente, esperar hasta después que la economía
tenga fuerza suficiente para que
la política monetaria pueda compensar los efectos contraccionistas de
la austeridad fiscal. Pero no: los halcones del déficit quieren su
parte mientras las tasas de
desempleo se mantienen casi a un nivel récord y la
política monetaria sigue estando escasa de dinero cerca del límite
cero” (“Lost Decade, Here We
Come”, Paul Krugman, New York Times).
Europa marcha directamente
hacia una depresión. El apego a una economía de la
edad de piedra es impresionante. Es como si John Maynard Keynes no
hubiera existido. Cuando el PIB
se contrae –como inevitablemente lo hará– los déficits
aumentarán y el rendimiento de los bonos se ampliará, haciendo que
sea más costoso financiar los
negocios. La confianza pública se desvanecerá, las
relaciones entre los Estados miembros se estropearán, y las ciudades
se llenarán de manifestantes
enfurecidos. La consolidación fiscal desgarrará a los 16
Estados de la UE y provocará una crisis mayor que Lehman Bros. El BCE
tiene que apoyar la demanda
alentando los gastos de los gobiernos mientras los hogares reparan sus cuentas destrozadas y los reguladores se hacen
cargo de bancos hundidos.
Cualquier desviación de este plan sólo exacerbará los problemas.
¿Cuán enfermo está el
sistema bancario de la UE? Al respecto, un pasaje del New
York Times: “Es un
misterio de 2,6 billones (millones de millones) de dólares. Es el monto
que los bancos extranjeros y otras compañías financieras han prestado
a instituciones públicas y
privadas de Grecia, España y Portugal, tres países tan
sumidos en problemas económicos que según creen algunos analistas e
inversionistas, una parte significativa de esa montaña de deuda nunca
será reembolsada.
“El problema es,
lamentablemente, que nadie –ni los inversionistas, ni los
reguladores, ni siquiera los propios banqueros– sabe exactamente qué
bancos mantienen las mayores
reservas de préstamos putrefactos dentro de ese montón. Y
la duda, como siempre lo hace durante las crisis económicas, ha hecho
que parezca ocasionalmente que el
sistema financiero ya vulnerable de Europa se
atasca. A principios del mes pasado, en una indicación de hasta qué
punto la situación se había
hecho peligrosa, algunos bancos europeos –que parecen tener más de la mitad de esos 2,6 billones de dólares en deuda–
casi dejaron de prestarse
mutuamente dinero…” Analistas
del Royal Bank of Scotland calculan que de los 2,2 billones de euros que los bancos europeos y otras instituciones fuera de
Grecia, España y Portugal pueden
haber prestado a esos países, unos 567.000 millones son deuda
gubernamental, unos 534.000 millones son préstamos a compañías no
bancarias del sector privado, y
aproximadamente 1 billón de euros son préstamos a otros
bancos. Aunque la crisis se originó en Grecia, mucho más fue pedido
prestado por España y su sector
privado –1,5 billones de euros, en comparación con los
338.000 millones de euros de Grecia- (“Debtors’ Prism: Who Has
Europe’s Loans?”, Jack Ewing, New York Times.
Esto prueba que el verdadero
problema lo constituyen los bancos, no la “deuda
soberana” (que sólo es de 567.000 millones del total de 2,2 billones
de euros).
La UE se enfrenta al mismo
problema que EE.UU.; o se hace cargo de los bancos
insolventes y reestructura su deuda –afectando a los dueños de bonos
y valores– o sufre años de un
diabólico rendimiento económico inferior con alto desempleo,
decrecientes inversiones, una deflación agotadora y malestar social.
La UE ha elegido este último
camino, y por razones que podrían no ser demasiado claras a
primera vista. Un euro más barato hace que las exportaciones de la UE
sean más competitivas, lo que
asegurará la felicidad del miembro más poderoso de la UE
(Alemania).
Las políticas deflacionarias
también protegen los intereses de los dueños
de bonos que han invertido fuertemente en instituciones financieras cuyos
patrimonios han sido enormemente inflados por dinero barato y masivo
apalancamiento. Finalmente, las medidas de austeridad transfieren las pérdidas
de los bancos y de bancos fantasmas sobre las espaldas de trabajadores,
consumidores y pensionados. El abuso contra los trabajadores para
enriquecer a los dueños de bonos
y a los banqueros es un cálculo político. No tiene sentido
económico.
El apretón de cinturones en
la UE significa que el mundo tendrá que depender (de
nuevo) de la recuperación del consumidor estadounidense, superar su
lastre histórico de deuda
personal y reanudar los gastos como un demente. Con un
desempleo que ronda el 10%, líneas de crédito que se reducen a diario
y la jubilación que se aproxima
(de muchos nacidos después de la Segunda Guerra
Mundial), parece una perspectiva poco probable.
(*)
Mike Whitney es un analista político independiente que vive en el Estado de
Washington y colabora regularmente con CounterPunch.