La crisis económica que
estalló a finales de 2007 tenía una trayectoria que no sólo la hacía
comparable con la gran depresión de 1929, sino que con base en indicadores
globales sobre producción, comercio mundial y bolsas de valores resultaba
incluso más severa. La evolución de esta recesión estuvo claramente
determinada por las acciones instrumentadas por los bancos centrales de países
desarrollados y en desarrollo y por los gobiernos, incluso con una cierta
coordinación internacional. Estas intervenciones explican que la trayectoria
recesiva se revirtiese luego de casi 12 meses y que en los nueve meses
posteriores hayamos visto una modesta recuperación.
Las intervenciones
gubernamentales y de las autoridades monetarias, financiadas con deuda y con
expansión de la base monetaria, evitaron que la crisis destruyera el sistema
bancario y financiero y amortiguaron los impactos recesivos en las familias
desempleadas y en las empresas industriales con problemas. La experiencia de
1929 explica la rapidez y sincronía mundial con la que se hicieron estas
intervenciones. Entre 1929 y 1932 la inacción marcó la política de Hoover.
Fue hasta que tomó posesión del cargo Roosevelt, en marzo de 1933, que
empezaron a tomarse medidas fiscales para detener la recesión.
Con gasto público se detuvo
la recesión en 2009 y comenzó la recuperación. Así pasó entre 1933 y
1936. En 1937, con un proceso electoral andando, Roosevelt aplicó un
presupuesto fiscal austero que redujo a la mitad el déficit. La consecuencia
fue que el PIB estadounidense cayó 3.4 por ciento. En 2009 esta experiencia
llevó a que desde el inicio de la recuperación se advirtiese que había que
esperar a que se consolidara, lo que se evidenciaría con una reducción
significativa del desempleo. Mientras eso no ocurriera había que mantener los
estímulos fiscales y la política monetaria.
Esta convicción se mantuvo
hasta que las agencias calificadoras degradaron la deuda soberana de Grecia,
centrando la atención de “los mercados” en la magnitud del déficit
fiscal y de la deuda pública de todos los países. La degradación se
fundamenta en una teoría económica que la crisis demostró que no funciona,
que sostiene que el estado debe reducir sus intervenciones para evitar
interferir el funcionamiento de los mercados. Estos mercados –según esa
ideología económica– dejados a la operación de sus fuerzas lograrán
construir un equilibrio óptimo. La primera crisis del siglo XXI evidenció
que no es así.
Resulta que los mercados
“exigen” que los gobiernos reduzcan su déficit, que dejen de ayudar a los
desempleados y empiecen a infligir dolor (Krugman). Pero lo notable es que los
“mercados” no actúan uniformemente: la deuda del gobierno estadounidense
y el déficit fiscal son importantes y a nadie le preocupa, pero la deuda
griega, la española, la portuguesa, la húngara y sus respectivos déficit
fiscales son motivo de alarma mundial. Ello indica que esos “mercados”
razonan políticamente y no basados en una teoría que debía funcionar urbi
et orbi.
Los “mercados”, es decir,
las empresas financieras que sobrevivieron con apoyo gubernamental proveniente
de los contribuyentes, al buscar rendimientos provocarán que millones en el
mundo entero se vean arrastrados a la pobreza. John Paulson, quien ganó 15
millones de dólares apostando contra productos financieros que tenían
hipotecas subprime, lo que le ha valido a Goldman Sachs la acusación de
fraude del gobierno estadounidense, ahora apuesta contra el euro y contra la
deuda española con posiciones bajistas.
Los argumentos que sostienen
que griegos, españoles, portugueses, etcétera, estaban viviendo por encima
de sus posibilidades, puede aplicarse a los estadounidenses, con el agravante
de sus excesos belicistas, lo que confirma que las calificaciones son políticas.
Sin embargo, los gobiernos de la zona del euro han aceptado reducir su déficit.
Los planes presentados dan cuenta de que esa reducción, en efecto, tendrá un
costo social inmediato y en el mediano plazo puede revertir la recuperación.
Ello incrementará los costos sociales. Una vez rescatados por la intervención
estatal, los “mercados” siguen atacando y ganando.
(*)
Orlando Delgado Selley, economista, es profesor en la Universidad Autónoma de
la Ciudad de México (UACM).