Nueva York – Entre los
encargados del diseño de políticas de todo el mundo hay un debate sobre cuándo
y cuán rápido suspender el fuerte estímulo monetario y fiscal que impidió
que la Gran Recesión de 2008–2009 se convirtiera en una nueva Gran Depresión.
Alemania y el Banco Central Europeo están presionando agresivamente por una
austeridad fiscal en el corto plazo; a los Estados Unidos les preocupan los
riesgos de una consolidación fiscal demasiado rápida.
De hecho, los encargados de
diseñar políticas económicas están en una situación sin salida. Si
retiran los estímulos monetarios y fiscales demasiado pronto –cuando la
demanda privada aún es frágil—existe el riesgo de volver a caer en la
recesión y la deflación. Si bien la austeridad fiscal puede ser necesaria en
países con déficits y deudas importantes, aumentar los impuestos y recortar
el gasto público puede empeorar la recesión y la deflación.
Por el otro lado, si se
mantienen los estímulos demasiado tiempo, los déficits fiscales
descontrolados pueden conducir a una crisis de deuda soberana (los mercados ya
están castigando a los países indisciplinados fiscalmente con márgenes de
riesgo más elevados). O, si se monetizan estos déficits, la elevada inflación
podría presionar a la alta las tasas de interés a largo plazo y asfixiar la
recuperación económica.
El problema se complica por
el hecho de que en la última década los Estados Unidos y otros países
deficitarios –incluyendo al Reino Unido, España, Grecia, Portugal, Irlanda,
Islandia, Dubai y Australia—han sido consumidores de primer y último
recurso, gastan más de lo que ingresan y tienen déficits de cuenta
corriente. Mientras tanto, las economías asiáticas emergentes –China en
particular—junto con Japón, Alemania y algunos otros países han sido
productores de primer y último recurso, gastan menos de lo que ingresan y
tienen superávits de cuenta corriente.
Los países que gastan de más
están empezando a hacer recortes debido a la necesidad de reducir su gasto público
y privado, de importar menos y de reducir sus déficits externos y
desapalancarse. Pero si los países deficitarios gastan menos y los países
superavitarios no compensan ahorrando menos y gastando más –especialmente
en gasto público y privado—entonces para la capacidad productiva sobrante
habrá una falta de demanda agregada, lo que llevará a otra caída del
crecimiento económico.
Entonces, ¿qué deben hacer
los encargados del diseño de políticas? Primero, en los países donde la
austeridad fiscal es necesaria para prevenir una crisis fiscal, la política
monetaria debe ser mucho más flexible —mediante tasas oficiales más bajas
y más flexibilidad cuantitativa—para compensar los efectos recesivos y
deflacionarios de una política fiscal más estricta. En general, deben
mantenerse tasas oficiales cercanas a cero en la mayoría de las economías
avanzadas para apoyar la recuperación económica.
Segundo, los países donde aún
no se despiertan los vigilantes del mercado de bonos –los Estados Unidos, el
Reino Unido y Japón—deben mantener sus estímulos fiscales y al mismo
tiempo diseñar planes de consolidación fiscal creíbles para aplicarlos más
tarde a mediano plazo.
Tercero, los países con
exceso de ahorro como China y los países emergentes de Asia, Alemania y Japón,
deben implementar políticas para reducir sus ahorros y sus superávits de
cuenta corriente. Específicamente, China y los países emergentes de Asia
deben aplicar reformas para reducir la necesidad del ahorro de previsión y
permitir que sus monedas se aprecien; Alemania debe mantener sus estímulos
fiscales y ampliarlos a 2011, en lugar de comenzar ahora con su mal concebida
austeridad; y Japón debe aplicar medidas para reducir su superávit de cuenta
corriente y estimular el ingreso y el consumo reales.
Cuarto, los países con superávits
de cuenta corriente deben permitir que sus monedas subvaluadas se aprecien,
mientras que el BCE debe aplicar una política monetaria más flexible que
prevea una debilitación gradual del euro para restablecer la competitividad y
el crecimiento en la zona del euro.
Quinto, en los países donde
el desapalancamiento del sector privado se esté dando muy rápido mediante
una caída de su consumo e inversión, deben mantenerse y ampliarse los estímulos
fiscales mientras los mercados financieros no perciban que esos déficits son
insostenibles.
Sexto, si bien es necesaria
una reforma regulatoria que aumente la liquidez y los coeficientes de capital
de las instituciones financieras, esos coeficientes más elevados deben
adoptarse de manera gradual para evitar un empeoramiento de la contracción
del crédito.
Séptimo, en los países
donde los niveles de deuda pública y privada son insostenibles –la deuda de
las unidades familiares en países donde la burbuja inmobiliaria ha estallado
y las deudas públicas, como la de Grecia, que sufren de insolvencia y no únicamente
de falta de liquidez—esas deudas deben reestructurarse y reducirse a fin de
evitar una deflación de la deuda y una contracción del gasto graves.
Por último, el Fondo
Monetario Internacional, la Unión Europea y otras instituciones
multilaterales deben facilitar un generosos apoyo de prestamista de último
recurso para impedir una recesión deflacionaria severa en países que
necesitan un desapalancamiento público y privado.
En términos generales, el
desapalancamiento de los hogares, los gobiernos y las instituciones
financieras debe ser gradual –y debe estar apoyado por el debilitamiento de
las monedas—si queremos evitar una recesión de doble caída y un
empeoramiento de la deflación. Los países que aún pueden mantener los estímulos
fiscales y que necesitan reducir su ahorro y aumentar su gasto deben
contribuir al ajuste de la cuenta corriente global – mediante ajustes a las
monedas y aumento del gasto– a fin de impedir una carencia global de demanda
agregada.
El no aplicar esas medidas de
política coordinadas –para sostener la demanda agregada en un momento en el
que las tendencias deflacionarias aún son severas en las economías
avanzadas—podría conducir a una recesión de doble caída muy peligrosa y
perjudicial en los países avanzados. Tal resultado provocaría otro episodio
de riesgo sistémico grave en los mercados financieros globales que
desencadenaría una serie de contagios de impagos de deuda soberana y dañaría
severamente las perspectivas de crecimiento de las economías de mercado
emergentes que hasta ahora han experimentado una recuperación más firme que
los países avanzados.
(*)
Nouriel Roubini es presidente de Roubini Global Economics y profesor de la
Stern School of Economics de la Universidad de Nueva York.