El
primer fallo fundamental de la economía keynesiana tuvo
lugar hace cuarenta años durante la Guerra de Vietnam,
cuando la economía se estaba recalentando, pero el sistema
político no adoptó las medidas correctoras para frenar la
inflación, es decir, aumentar los impuestos y reducir el déficit
fiscal. La década de estancamiento económico que siguió
se convirtió en un factor central para desacreditar tanto
al liberalismo como al Partido Demócrata.
Ahora
estamos asistiendo a un gran segundo fracaso de la doctrina
que John Maynard Keynes ideó para la gestión de una economía
sana. Esta vez, Washington se enfrenta al problema
opuesto-una economía marcadamente por debajo de lo esperado
en el que el diez por ciento de la fuerza laboral se
encuentra sin trabajo ni ingresos. Sin embargo, el
Presidente y el Congreso demócrata, espantados por el
creciente déficit federal no están dispuestos a hacer lo
que Keynes prescribió en estas circunstancias-aumentar sin
miramientos el gasto federal y programar incluso déficit
presupuestarios más grandes con el fin de forzar una
alimentación a la fuerza y provocar así una recuperación
más fuerte.
Los
resultados de esta decisión política serán trágicos para
millones de familias que están
luchando por sobrevivir, pero también serán
potencialmente devastadores para el Partido Demócrata. Los
demócratas están implícitamente decididos a no hacer nada
más para sacar al país de las cada vez más profundas
dislocaciones y pérdidas de producción. Cometer errores
puede ser perdonado, pero no darse por vencido.
El
presidente y sus lugartenientes han evidentemente decidió
que ya han hecho lo suficiente. De hecho, siguen recordándonos
que salvaron al país de algo peor. Millones, sin embargo,
están reacios a dar las felicitaciones, ya que lo que están
experimentando en la actualidad es algo peor. Las pérdidas
duraran más y se multiplicaran más ampliamente mientras
Washington se niegue a actuar más enérgicamente. Los
estadounidenses quienes nunca han oído hablar de Keynes harán
sus propios juicios acerca de a quién culpar.
Esto
representa un fracaso de la política, no de la lógica
keynesiana. Pero la distinción poco le importa a la gente
común. Si el sistema político nunca puede encontrar el estómago
para recibir la medicina desagradable que Keynes prescribe,
¿de qué sirve esta doctrina para gobernar? En los 60s el
orden político le falló a Keynes en un momento de alza-no
quisieron poner restricciones a una economía
sobre-estimulada. Ahora los políticos le están fallando a
Keynes en la baja-se niegan a alimentar a la fuerza una
economía herida cuando necesita desesperadamente ayuda del
gobierno.
Hace
algunos años, el fallecido John Kenneth Galbraith explicaba
por qué los políticos en los 60s no actuaron contra la
incipiente inflación cuando Lyndon Johnson era presidente.
“Un aumento de los impuestos en un momento en que los
precios están subiendo, le parece a todos, menos los
ciudadanos más ilustrados, como una acción gratuita
bastante peculiar”, escribió Galbraith. ““Se paga así
mas por las mercancías: el gobierno le añadía de este
modo sal a la herida con impuestos más altos.”
Esta
vez, Barack Obama no tendrá buenas excusas. Si la economía
se desliza de nuevo hacia la recesión o simplemente se
estanca durante muchos años, perdiendo potencial de
producción, empleos e ingresos, el presidente será
ciertamente el chivo expiatorio. Los déficits son la cura,
no la enfermedad, como muchos de nosotros hemos estado
escribiendo durante meses. Es verdad que las cuentas en rojo
enojan a la gente que cacarea y expresa alarma. Pero ningún
partido político perdió una elección por culpa del déficit.
La teoría de sentirse-bien-con-el-déficit de Ronald Reagan
logró lo opuesto.
El
problema del gobierno de Obama es que él trata de tener las
dos cosas. Su presidencia se inició con el gasto del plan
de estímulo, pero muy por debajo de lo que incluso algunos
de sus propios economistas dijeron que sería necesario.
Entonces el presidente se dirigió rápidamente hacia el
otro lado del argumento y se unió al coro de los halcones
del déficit, lamentando las cuentas en rojo y prometiendo
hacer algo al respecto (como podría ser mediante la reducción
de la Seguridad Social?).
Obama,
en vez de inclinar las cosas para el lado del estímulo con
claridad y convicción, envía señales mixtas y dudosas al
hacer buenas migas con la derecha demócrata (los Blue Dog
Demócratas) y los republicanos de derecha. El presidente se
negó a dar instrucciones precisas al Congreso, y como es lógico,
los nerviosos miembros del Congreso tomaron esto como un
permiso para evadir responsabilidades. El efecto de todo
esto será la eliminación de la legislación que promovía
el estímulo, demasiado trivial como para hacer casi nada
por la economía.
La
estrategia económica de Obama resulta así ser más cercana
a la de Herbert Hoover que a la de Franklin Roosevelt. No se
puede decir por los discursos presidenciales si él adhiere
a Keynes o a la “ religión de los viejos tiempos”
predicada por los conservadores del presupuesto equilibrado.
Tal vez eso podría cambiar si las cifras económicas de
repente pasen a ser negativa, pero ya sería demasiado poco
y demasiado tarde. El presidente parece estar bajo la
influencia del rancio bromuro-los pensadores que Keynes
alguna vez ridiculizó como los
“economistas difuntos”.
(*)
William Greider es un conocido periodista y escritor.
Durante 17 años fue editor la sección de Asuntos
Nacionales de la revista Rolling Stone. En las últimas dos
décadas ha venido criticado sistemáticamente el
pensamiento económico neoliberal.