Nueva
York.– La economía mundial, artificialmente impulsada desde la recesión de
2008–2009 por un estímulo fiscal y monetario en gran escala y rescates
financieros, va camino de una profunda recesión este año, al ir
desapareciendo los efectos de esas medidas. Peor aún, no se han abordado los
tremendos excesos que alimentaron la crisis: demasiada deuda y demasiado
endeudamiento en el sector privado (familias, bancos y otras entidades
financieras e incluso en gran parte del sector empresarial).
El desendeudamiento del
sector privado apenas ha comenzado. Además, ahora hay un enorme
re–endeudamiento del sector público en las economías avanzadas, con
enormes déficits presupuestarios y una acumulación de deuda pública
impulsada por los estabilizadores automáticos, los estímulos fiscales anticíclicos
keynesianos y los inmensos costos de la socialización de las pérdidas del
sistema financiero.
En el mejor de los casos,
afrontamos un período prolongado de crecimiento anémico y por debajo de la
tendencia general en las economías avanzadas, al empezar el desendeudamiento
por parte de las familias, las entidades financieras y los gobiernos a
repercutir en el consumo y la inversión. En el nivel mundial, los países que
gastaron demasiado –los Estados Unidos, el Reino Unido, España, Grecia y
otros– deben ahora desendeudarse y están gastando, consumiendo e importando
menos.
Pero los países que
ahorraron demasiado –China, el Asia en ascenso, Alemania y el Japón– no
están gastando más para compensar la reducción del gasto en los países que
se están desendeudando. Así, pues, la recuperación de la demanda agregada
mundial será débil, con lo que impulsará mucho menos el crecimiento
mundial.
La desaceleración mundial,
ya evidente en los datos correspondientes al segundo trimestre de 2010, se
acelerará en la segunda mitad del año. El estímulo fiscal desaparecerá,
cuando empiecen a entrar en vigor los programas de austeridad en la mayoría
de los países.
Los ajustes de inventario,
que impulsaron el crecimiento durante algunos trimestres, se acabarán. Los
efectos de las políticas tributarias que robaron la demanda al futuro
–como, por ejemplo, los incentivos a compradores de coches y viviendas–
disminuirán, al expirar esos programas. Las condiciones del mercado laboral
siguen siendo débiles, con poca creación de empleo y una sensación de
malestar que va extendiéndose entre los consumidores.
La situación previsible en
las economías avanzadas es una mediocre recuperación en forma de U, aun
cuando evitemos la doble caída en forma de W. En los Estados Unidos, el
crecimiento anual ya estaba por debajo de la tendencia general en la primera
mitad de 2010 (2,7 por ciento en el primer trimestre y se calcula que en el
período abril–junio será un mediocre 2,2 por ciento). El crecimiento va a
aminorarse aún más: hasta el 1,5 por ciento en la segunda mitad de este año
y avanzado 2011.
Sea cual fuere la letra del
alfabeto que los resultados económicos de los EE.UU. representen en última
instancia, lo que viene será como una recesión. Una mediocre creación de
empleo y un mayor aumento del desempleo, mayores déficits presupuestarios cíclicos,
una nueva bajada de los precios de las viviendas, mayores pérdidas de los
bancos con las hipotecas, el crédito al consumo y otros préstamos y el
riesgo de que el Congreso apruebe medidas proteccionistas contra China
contribuirán a ello.
En la zona del euro, las
perspectivas son peores. El crecimiento puede estar próximo a cero al final
de este año, cuando la austeridad fiscal haga efecto y los mercados de
valores bajen. Unos marcados aumentos en los márgenes soberanos,
empresariales y de la liquidez interbancaria aumentarán los costos de capital
y los aumentos de aversión al riesgo, volatilidad y riesgo soberano socavarán
aún más la confianza de las empresas, los inversores y los consumidores. El
debilitamiento del euro será positivo para la balanza exterior de Europa,
pero los beneficios resultarán más que contrarrestados por el daño a las
exportaciones y las perspectivas de crecimiento en los EE.UU., China y el Asia
en ascenso.
Incluso China está dando
muestras de desaceleración, debidas a los intentos de su Gobierno de
controlar el recalentamiento económico. La desaceleración en las economías
avanzadas, junto con un euro más débil, minarán aún más el crecimiento
chino, con lo que su tasa de crecimiento pasara de más del 11 por ciento al 7
por ciento al final de este año. Se trata de una mala noticia para el aumento
de las exportaciones en el resto de Asia y entre los países ricos en materias
primas, que cada vez dependen más de las importaciones chinas.
Una importante víctima será
el Japón, donde el anémico crecimiento de la renta real está deprimiendo la
demanda interna y las exportaciones a China mantienen el poco crecimiento que
hay. El Japón padece también un bajo crecimiento potencial, debido a la
falta de reformas estructurales y a unos gobiernos débiles e ineficaces
(cuatro primeros ministros en cuatro años), un gran volumen de deuda pública,
tendencias demográficas desfavorables y un yen fuerte que se aprecia durante
los períodos de aversión al riesgo.
Una previsible situación en
la que el crecimiento de los EE.UU. se desplome hasta el 1,5 por ciento, la
zona del euro y el Japón estén estancados y el crecimiento de China se
reduzca hasta por debajo del 8 por ciento puede no entrañar una contracción
mundial, pero, como en los EE.UU., lo parecerá, y cualquier sacudida
posterior podría inclinar de nuevo esa inestable economía mundial hacia una
recesión propiamente dicha.
Las posibles causas de
semejante sacudida son legión. Los problemas de la zona del euro con los
riesgos de la deuda soberana podrían empeorar, con lo que propiciarían otra
ronda de correcciones de los precios de los activos, aversión mundial al
riesgo, volatilidad y contagio financiero. Un circulo vicioso de corrección
de los precios de los activos y un crecimiento más débil, junto con
contratiempos inesperados que actualmente no están reflejados en los precios,
podría propiciar nuevas bajadas de los precios de los activos y un
crecimiento aún menor, dinámica que condujo a la economía mundial a la
recesión en primer lugar.
Y no podemos excluir la
posibilidad de un ataque militar israelí al Irán en los doce próximos
meses. Si sucediera eso, los precios del petróleo podrían aumentar rápidamente
y, como en el verano de 2008, desencadenar una recesión mundial.
Por último, los encargados
de la adopción de decisiones se están quedando sin instrumentos. Otra
relajación monetaria cuantitativa no cambiará gran cosa, porque hay poco
margen para un estimulo fiscal suplementario en la mayoría de las economías
avanzadas y la capacidad para rescatar a las entidades financieras que son
demasiado grandes para quebrar –pero también para ser salvadas– quedará
profundamente limitada.
De modo que, a medida que se
evaporen las ilusorias esperanzas optimistas de una rápida recuperación en
forma de V, el mundo avanzado se encontrará en el mejor de los casos en una
larga recuperación en forma de U, que en algunos casos –la zona del euro y
el Japón– puede ser lo suficientemente larga para extenderse en una casi
depresión en forma de L. Será difícil evitar la recesión con caída doble.
En un mundo así, la
recuperación en los más fuertes mercados en ascenso –la gran esperanza de
la economía mundial– también se verá afectada, porque ningún país es
una isla económicamente. De hecho, el crecimiento de muchas economías con
mercados en ascenso –empezando por la de China– depende en gran medida de
unas economías avanzadas entregadas a la reducción de gastos.
Abróchense los cinturones
para un viaje muy accidentado.
(*)
Nouriel Roubini es presidente de Roubini Global Economics y profesor de la
Stern School of Economics de la Universidad de Nueva York.