La
crisis global no da señales de resolverse
¿Hacia la
Gran Depresión?
Por
Alejandro Nadal (*)
La Jornada, 07/07/10
La crisis global no da señales
de resolverse. Los sobresaltos en los mercados financieros y las malas
noticias en los sectores reales de la economía indican que las cosas podrían
empeorar. Algunos analistas ya se preguntan abiertamente si el mundo se
encamina hacia una réplica de la Gran Depresión de los años 30.
No es una pregunta alarmista.
La realidad es que las raíces de esta crisis son muy profundas y se
encuentran en la esencia misma de las economías capitalistas. El volcán que
estalló en 2008 es la parte visible de un desastre que se viene cocinando
desde hace más de 30 años. Conviene recordar algunos rasgos de la evolución
de la economía estadounidense para comprender que la recuperación va a
requerir algo más que un simple estímulo fiscal. Las lecciones son
importantes para todo el mundo.
En Estados Unidos la crisis
actual no se origina simple y llanamente en el mercado de las hipotecas
chatarra. Los orígenes se encuentran en la compresión salarial desde los años
70. Ese fenómeno terminó con la llamada fase dorada del capitalismo
(1945–1975) marcada por tasas de crecimiento sostenido, por remuneraciones
al alza y una reducción notoria en la desigualdad social. En cambio, a partir
de los años 70 el crecimiento se redujo, la masa salarial cayó y la
desigualdad aumentó.
La única manera de mantener
niveles adecuados de demanda agregada fue a través del endeudamiento que
comenzó a crecer desmedidamente en los años 70. Ese proceso culminó con el
desenfrenado crecimiento de pasivos del sector privado en los últimos 15 años
en Estados Unidos. Hoy el panorama no es nada tranquilizador. Un estudio
reciente revela que en promedio la contribución del endeudamiento a la
demanda agregada en ese país durante la década pasada alcanzó 15 por ciento
anual y culminó en 1998 con un 22 por ciento. O sea que casi una cuarta parte
de la demanda agregada en Estados Unidos estuvo financiada con deuda en 1998.
En contraste, en la década de los 20, en promedio la deuda sólo financió
8.7 por ciento de la demanda agregada.
El desplome actual es todavía
más preocupante. En los últimos 30 meses el desplome en el nivel de
endeudamiento es de 42 por ciento. Es decir, que el desendeudamiento tiene
contribución negativa a la demanda agregada, muy superior a lo que sucedió
entre 1929 y 1931 (caída de 12.5 por ciento por el desendeudamiento). Y ese
ritmo de desendeudamiento no parece estar menguando en estos días. Lo único
que ha podido mitigar ese brutal proceso de contracción de la demanda
agregada ha sido el estímulo fiscal que ahora está por agotarse.
En este contexto, el llamado
a la reducción del déficit fiscal en el comunicado final del G–20 de
Toronto es una estupidez. Desde 1970, ni la demanda, ni el empleo han crecido
en Estados Unidos sin la ayuda de una demanda agregada impulsada por el
endeudamiento.
Mientras los asalariados
trataban de compensar el estrangulamiento salarial y la pérdida de poder de
compra con más deuda, el gran capital desplazó sus operaciones hacia países
con bajos costos salariales. El proceso culminó con el traslado de cientos de
miles de empleos hacia China. En tres décadas el mundo fue testigo del
desmantelamiento de la planta industrial en Estados Unidos. Algunos consideran
que se trató de un proceso asociado a la evolución normal de una economía
capitalista. Pero lo cierto es que las grandes compañías multinacionales que
se beneficiaron con el traslado de sus operaciones manufactureras a China no
se desindustrializaron, simplemente cambiaron de domicilio.
En Estados Unidos se quedaron
los que piensan que lo mejor de ese país es su capacidad de hacer
innovaciones financieras. Un resultado de este proceso fue el desequilibrio
mundial entre los más grandes países superavitarios (China) y deficitarios
(Estados Unidos). En buena medida la incapacidad de la economía
estadounidense para generar empleos se debe precisamente al desmantelamiento
de la planta industrial a lo largo de los últimos 25 años.
En el Congreso en Washington
casi nadie quiere otro paquete de estímulo para la economía estadounidense.
Por eso muchos ahora piensan que habrá una recaída y la gráfica de la
recesión tendrá la forma de una W. Pero otros piensan que podría tener la
forma de una L muy, pero muy alargada. Es decir, la economía de Estados
Unidos permanecería en el colapso varios años.
Frente a este paisaje, el
G–20 se pronunció por mantener y profundizar el modelo económico
neoliberal en el mundo. Como si el único futuro posible fuera el mismo
laboratorio de donde salió la crisis actual. Deberían leer el último capítulo
de la Teoría General de Keynes, en especial el pasaje en el que advierte que
quizá el único medio para mantener el pleno empleo y disminuir la
desigualdad será a través de la socialización de la inversión. Pero, caray,
todo esto estaba prohibido pensarlo en el pequeño estado policíaco en que
Canadá convirtió la sede del G–20.
(*)
Alejandro Nadal es economista, profesor investigador del Centro de Estudios
Económicos, El Colegio de México, y colabora regularmente con el cotidiano
mexicano de izquierda La Jornada.
El fantasma
del déficit fiscal rinde al G-20
Por
Alejandro Nadal (*)
La Jornada, 29/06/10
El G-20 de Toronto pasará a
la historia. No por la represión contra los manifestantes, eso ya es
costumbre y nada nuevo. Será recordado por el compromiso de sus integrantes
para convertir la crisis en una réplica de la gran depresión. El comunicado
final del G-20 explícitamente le pone cifras a este pacto retrógrado:
reducir en 50 por ciento los déficit fiscales para 2013. Una medida que en la
fase actual de la crisis, con una demanda deprimida y altas tasas de
desempleo, equivale a un suicidio colectivo.
Es la respuesta a la histeria
del déficit fiscal que en Europa y en Estados Unidos comienza a desdibujar
una muy frágil recuperación. Parlamentos y congresos de legisladores parecen
conejos asustados en un corral que dice a la entrada equilibrio fiscal.
En Europa la austeridad
fiscal domina, porque se le ve como la herramienta para rescatar no sólo al
euro, sino a un proyecto macroeconómico fundado en la estupidez neoliberal.
Ese salvamento pasa ahora por la destrucción de lo último que queda del
pacto social del Estado de bienestar. Poco importa que con los desajustes en
la UE y los altos niveles de desempleo, los recortes fiscales profundicen esta
dolorosa recesión y hundan a Europa por muchos años.
En el Congreso de Estados
Unidos hay dos corrientes. Los ingenuos piensan que el estímulo fiscal ya
cumplió su misión y que es tiempo de devolverle la estafeta al sector
privado para mantener el crecimiento. La corriente perversa sostiene que el
paquete fracasó, que ya se agotaron sus efectos y que no hay que repetir esa
receta. Con estas visiones es claro que la administración Obama no conseguirá
otro paquete de estímulo, y la economía estadunidense regresará a la recesión
en 2011, si no es que antes.
Un análisis más cuidadoso
sobre los efectos del paquete de estímulo fiscal en Estados Unidos confirma
esta conclusión. En febrero de 2009 el Congreso estadunidense aprobó el
paquete de estímulo fiscal promovido por Obama, que incluyó reducciones
fiscales por 288 mil millones de dólares (mmdd), un gasto en programas de
educación, salud y beneficios por desempleo por otros 224 mmdd y préstamos y
concesiones federales por 275 mmdd. Con sus 787 mmdd es el ejemplo más
importante de política contracíclica en la historia fiscal de aquel país.
Cuando se aprobó el estímulo
el PIB estadunidense se desplomaba en caída libre: el primer trimestre de
2009 cayó 6.4 por ciento. No hay duda que el paquete ayudó a revertir esa
tendencia y para el tercer trimestre de 2009 se tenía un crecimiento
positivo. Desgraciadamente el efecto sobre el empleo no fue tan importante y
la tasa de desocupación se mantiene en alrededor de 10 por ciento.
Los efectos de este estímulo
no han sido lo que quería la Casa Blanca, en parte por la naturaleza misma de
la crisis y su entorno deflacionario. Los consumidores han usado la ayuda para
descargar deudas, y en el contexto de gran capacidad ociosa existente las
empresas no han invertido. Ahora que se está agotando el efecto del estímulo
(para fines de este verano ya se habrá ejercido casi todo el paquete fiscal),
el horizonte se oscurece. Si no hay otro impulso, la economía de Estados
Unidos se hundirá en el estancamiento durante años.
Se insiste en reducir el déficit
fiscal vía la eliminación del paquete de ayuda, por la creencia de que dicho
déficit genera aumentos en la tasa de interés. Esa es la razón que esgrime
Robert Samuelson (el no-economista del Washington Post). Pero ¿nadie le ha
dicho que en Estados Unidos la tasa de interés ya es cero y que precisamente
por eso la política monetaria no tiene tracción para impulsar a la economía?
Las otras razones caen por su
propio peso. Se habla de que Estados Unidos ya llegó al tope en su capacidad
de endeudamiento (la relación deuda pública PIB ya llegó al 90 por ciento).
Pero la crisis no deja mucho espacio de maniobra y, por otro lado, los niveles
de endeudamiento de una economía capitalista son un tema controvertido (en
Japón la deuda pública es de 200 por ciento del PIB y no hay síntomas de
inflación). Si como decía Keynes, el dinero es un vínculo entre el presente
y el futuro, este endeudamiento es un préstamo que se hace la sociedad a sí
misma.
En plena crisis, con
desempleo galopante, lo increíble es que en Estados Unidos y Europa la
batalla de la austeridad fiscal la están ganando los neoliberales. Por eso en
Toronto todos en el G-20 olvidaron que la mejor manera de cerrar un déficit
fiscal y enfrentar el endeudamiento es con altas tasas de crecimiento estable.
Y eso es precisamente lo que no se va a lograr con la famosa austeridad.
El G-20 también será
recordado por la sumisión de Obama a las ínfulas de una Alemania que ha
podido imponer sus prioridades en Europa. La visión de austeridad fiscal de
la señora Merkel era algo que Obama no tenía por qué comprar si hubiera
tenido un poco más de claridad en sus convicciones. Pero bueno, ya estaba
visto que en la Casa Blanca no hay convicciones que duren más allá de la
hora del almuerzo.
(*)
Alejandro Nadal es economista, profesor investigador del Centro de Estudios
Económicos, El Colegio de México, y colabora regularmente con el cotidiano
mexicano de izquierda La Jornada.
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