Al contrario de la crisis
norteamericana de 2008, la crisis europea de 2010 no es sólo financiera, ni
se limita a la insolvencia de algunos Estados de menor importancia económica,
dentro de la comunidad. Ahora sí, se trata de una crisis monetaria, de
insolvencia del propio euro, una moneda que es emitida por un Banco Central
“metafísico”, que no pertenece a ningún Estado, ni administra la deuda
de ningún Tesoro Nacional. El nuevo sistema monetario europeo comenzó a ser
construido con el Tratado de Maastricht, en 1992, y culminó con la creación
del euro, en 2002.
Basado en la suposición de
los dirigentes europeos de que esta nueva moneda “global” conduciría a la
creación de un poder central capaz de administrarla. A pesar de que la
historia europea enseña que fueron siempre sus Estados los que emitieron sus
propias monedas soberanas, definiendo y garantizando su valor y su circulación
en base a su capacidad de tributación y de endeudamiento.
Desde este punto de vista, se
puede decir que el euro tiene una “falla de origen”, y que funcionó hasta
hoy, como una especie peculiar de moneda semi privada e inconclusa, siendo
aceptada en base a la creencia privada y a la certeza pública de que el Banco
Central Europeo (BCE), y Alemania, cubrirían todas las deudas emitidas por
los 16 Estados miembros de la “eurozona”. Como ocurrió hasta 2008,
permitiendo que todos estos países practicasen tasas de interés casi iguales
a las de Alemania, a pesar de las inmensas diferencias de poder y de riqueza.
Esta situación cambió después
del colapso financiero de 2008, cuando la canciller alemana, Angela Merkel,
estableció el nuevo principio de que cada país europeo tendría que ser
responsable – a partir de aquél momento – por sus propios bancos y por la
cobertura de sus deudas soberanas. La consecuencia inmediata de la nueva
posición alemana, fue la crisis e insolvencia de algunos gobiernos de la
Europa central, en el año 2009, controlada por la intervención del FMI.
En el inicio de 2010,
entretanto, la denuncia del nuevo gobierno socialdemócrata de Grecia, de que
el déficit presupuestario griego del año anterior, había sido mayor de lo
publicado inicialmente, sirvió como detonante de una nueva crisis, que fue
magnificada por el veto alemán – durante seis meses – de cualquier tipo
de ayuda comunitaria al gobierno griego.
Hasta el momento en que la
situación de Grecia amenazó extenderse a otros países endeudados y terminó
afectando a la propia “credibilidad” del euro, obligando a Alemania
aceptar la apresurada aprobación del Fondo Europeo de Estabilización
Financiera, con capacidad anual de movilización de hasta 750 mil millones de
euros. Valor suficiente para controlar la crisis inmediata, pero incapaz de
revertir la desmoralización del sistema monetario europeo, que fue creado en
2002, bajo la tutela alemana.
Para corregir esta “falla
de fabricación” del euro, Francia propuso la creación de un “gobierno
económico europeo”, que no fue aceptado por Alemania. El gobierno alemán,
a su vez, propone –sin el apoyo francés– la creación de un Fondo
Monetario Europeo, para ejercer el control riguroso de la disciplina fiscal de
la eurozona, con el poder de expulsión de los desobedientes.
La negociación continúa,
pero asimismo, en el corto plazo, se impone la posición alemana favorable a
un ajuste fiscal draconiano de todos los países incorporados a la zona del
euro. Como el ajuste está siendo aplicado en economías que ya están
estancadas y con altas tasas de desempleo, es como tirar nafta al fuego y
apostar a una profunda y prolongada recesión, como hicieron los Estados
Unidos al inicio de la crisis de la década de 1930. Aunque atención, porque
en este caso, la recesión y la desvalorización del euro, a pesar de todo,
terminará beneficiando a Alemania, como principal economía exportadora del
viejo continente, y acabarán transfiriendo para las economías más débiles,
el peso de la recesión, del desempleo, de la pérdida salarial y de la
protección social, y el aumento de la lucha de clases, la xenofobia y el
nacionalismo de derecha.
Lo que es peor, sin embargo,
es que nada de esto resolverá el problema de la insolvencia del euro, porque
la moneda europea sólo tendrá valor efectivo en el momento en que fuera
amarrada por un Poder y por un Tesoro Central, capaces de asumir la
responsabilidad permanente de su sustentación, en base a su capacidad de
tributación y endeudamiento. Si esto no ocurre, y si los pequeños Estados
europeos no aceptan la condición de provincias fiscales de Alemania, el
sistema monetario europeo, y el propio euro, están con sus días contados. ¿Por
cuánto tiempo? Tal vez, el tiempo que dure el actual armisticio europeo, de
la pos Segunda Guerra Mundial, que esta vez se llamó Unión Europea.
(*)
José Luis Fiori, miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso, es profesor de
política económica en la Universidad Federal de Río de Janeiro.