Leer los periódicos puede ser una
experiencia asombrosa. El 26 de julio de este año, los
diarios estadounidenses publicaron dos notas bastante
contradictorias. En el primer artículo noticioso, USA Today
publicó su pronóstico trimestral de los economistas. El
titular decía: Mengua el optimismo de los economistas.
Parece que la combinación de desasosiego en Europa, el
deslucido crecimiento económico, un mercado de viviendas débil
y una desaceleración de la producción fabril hacen muy
improbable que Estados Unidos pueda recuperar los 8,5
millones de empleos perdidos a un paso superior al glacial.
Además, temen una inestabilidad financiera global.
Así que, con razón, no son
optimistas. Uno podría decir que el optimismo congénito de
los economistas en torno al mercado mundial finalmente golpeó
en la dura roca de la realidad. Algunos de nosotros llegamos
a esta conclusión bastante antes. Así que, ¿cómo es
posible que, el mismo día, el New York Times publique un
artículo de primera plana en torno al vertiginoso aumento
de las ganancias de las industrias estadounidenses?
La respuesta, de nuevo, está en el
encabezado: Las industrias hallan vertiginosas ganancias en
hacer recortes más profundos. No es que las industrias estén
vendiendo más productos. De hecho están vendiendo menos.
Pero han estado reduciendo costos –es decir, han estado
despidiendo trabajadores.
Han descubierto que, si despiden
suficientes trabajadores y hacen que los que se quedan
laboren más duro, pueden hacer que menores ventas les
brinden mayores ganancias. Eso se llama triunfo de la
productividad. Ethan Harris, economista en jefe del Bank of
America Merryll Lynch, es bastante honesto acerca de esto:
Las compañías están exprimiendo sus costos laborales para
levantar más ganancias.
Sin embargo, como apunta el New York
Times, el resultado es que los beneficios se están yendo a
los accionistas y no a la economía más amplia. Y las
industrias no intentan que esto sea una solución temporal.
Porque aun si mejoran las ventas, no planean contratar más
trabajadores. Por el contrario, según un ejecutivo en jefe
de una gran firma, lo último que nos preocupa es cuándo
vamos a añadir más capacidad. Más bien, estamos
reconfigurando nuestro sistema operacional completo para
darle mayor flexibilidad.
Así, ¿acaso las industrias
estadounidenses (y otras industrias en otras partes del
mundo) encontraron la bala mágica que les permita expandir
sus ganancias para siempre en el futuro? Deben estar
bromeando. En los años 20, Henry Ford era famoso por pagar
a sus empleados sueldos más altos que la norma porque, decía,
quería que también fueran sus clientes. Sus sucesores en
Ford ahora han reducido su fuerza laboral estadounidense en
más de 50 por ciento en los últimos cinco años. Más
ganancias, pero menos clientes.
Hay un pequeño problema del cual
escribieron Keynes y Kalecki –la demanda efectiva. En
cualquier cálculo de mediano plazo, si no hay los
suficientes clientes, no habrá las suficientes ventas y muy
pronto las ganancias se secarán. Las industrias que están
incrementando sus ganancias al reducir sus obreros van a
tener ganancias crecientes por un breve lapso y luego van a
chocar con la dura pared de ladrillos de una deflación
seria. Y se desfondarán.
¿No pueden ver esto? Claro, alguno sí
lo ven, pero están operando con el principio hedonista de
coman, beban y sean felices porque mañana habremos de
morir. Podríamos llamarlo un “solitario de Ponzi”.[1]
En los esquemas ordinarios de Ponzi, el operador estafa a
otras personas hasta que la casa de naipes se colapse, como
le ocurrió a Bernie Madoff. En un solitario de Ponzi, uno
se estafa así mismo hasta que se desfonda. Y al igual que
los inversionistas de un esquema de Ponzi ordinario (las víctimas
potenciales) esperan que el colapso venga sólo después de
que hayan logrado ellos sus ganancias, así los jugadores de
este solitario de Ponzi (los ejecutivos industriales) confían
en que podrán escaparse con sus ganancias personales antes
de que la industria completa se colapse. Pues ¡buena
suerte!
Nota de
SoB:
1.- Famoso estafador que dio su nombre
a lo que en economía se denomina “esquema” o “pirámide
Ponzi”, aunque no fue su inventor. En los años ’20, en
EEUU, Carlo Ponzi, un inmigrante italiano, tomaba
inversiones ofreciendo fabulosos intereses. El esquema
funcionaba sobre la base de pagar a los primeros inversores
con el dinero de los que entraban después en el
“esquema” o “pirámide”. Lógicamente, llega un
momento en que todo se derrumba. Se trata de un mecanismo clásico,
pero que se ha repetido infinidad de veces antes y después
de Ponzi, especialmente en épocas de crisis. La última de
esas “pirámides” fue la organizada por Madoff, una de
las estrellas de Wall Street.
(*) Immanuel Wallerstein, sociólogo
e historiador estadounidense, continuador de la corriente
historiográfica iniciada por Fernand Braudel, es
ampliamente conocido por sus estudios acerca de la génesis
y transformaciones históricas del capitalismo. Su
monumental trabajo “El moderno sistema mundial”, cuyo
primer tomo publicó en 1976, analiza el desarrollo del
capitalismo como “economía–mundo”. Actualmente es
Senior Research Scholar en la Yale University. En
el 2003 publicó “The Decline of American Power: The U.S.
in a Chaotic World” (New Press).