La
crisis económica internacional tiene un fuerte impacto en
el Este europeo. La forma de la crisis está moldeada por
las especificidades de los regímenes de acumulación periféricos.
Los países que siguen una estrategia de industrialización
dependiente han sido particularmente afectadas por la caída
de las exportaciones hacia el Oeste europeo. El resecamiento
de los influjos de capital derrumbó los modelos de
acumulación financiarizada en los países bálticos y en el
Sudeste europeo. Los intereses de los bancos oriundos en
Europa del Oeste han sido dominantes en el diseño de las
políticas frente a la crisis. En los países europeos más
periféricos, el FMI juega un rol clave en el manejo de la
crisis.
Veinte
años después de la implosión del socialismo estatal, las
estrategias de desarrollo capitalista en el Este europeo se
encuentran en un cul-de-sac. Los países que han seguido una
estrategia basada en las exportaciones, han sufrido una
fuerte caída de sus exportaciones hacia Europa occidental.
Los países de Europa del Este que habían basado su
crecimiento en enormes influjos de capital e inversiones
inmobiliarias, han sido severamente afectados por el fin de
la bonanza crediticia y pertenecen al grupo de los países más
golpeados por la crisis económica internacional. En el Este
europeo, la crisis tiene rasgos específicos del capitalismo
periférico.
Las
raíces regionales de la crisis
Las
vulnerabilidades externas de los países del Este europeo ya
nacieron en la transformación hacia el capitalismo en los años
noventa. Bajo la presión de la Unión Europea y las
instituciones internacionales, los gobiernos abrieron sus
economías rápidamente al comercio internacional al
comienzo de los años noventa. No consiguieron preservar una
protección notable para sus sectores particularmente
vulnerables en las negociaciones comerciales con la Unión
Europea. Por lo tanto, los primeros acuerdos comerciales
fueron asimétricos al favor de la UE (Vachudova, 2005).
Esas asimetrías contribuyeron a la desindustrialización de
la primera fase de transformación. Con la excepción de la
República Checa y Hungría, la balanza comercial de los países
de Europa del Este sigue siendo negativa hasta hoy.
Desde
el fin de los años noventa, la extroversión de las economías
del Este europeo se profundizó con el comienzo de las
negociaciones sobre el ingreso de los países de la región
en la UE. Por un lado, la Comisión Europea pidió con
vehemencia la apertura al capital de Europa del Oeste y una
aceleración de las privatizaciones.
Por
otro lado, las fuerzas euroliberales y nacientes grupos de
capital, que sirvieron como enlace entre el capital
transnacional y la economía nacional, favorecieron una
privatización acelerada a favor del capital extranjero lo
cual, a veces, incluyó grupos económicos nacionales como
socio menor (cf. Drahokoupil, 2009).
El
terreno había sido preparado conceptualmente por una plétora
de think–tanks neo–liberales de los cuales muchos
recibieron gran parte de su financiamiento por parte de
organismos estadounidenses (cf. Schneider, 2003). Como
consecuencia, empresas oeste–europeas tomaron control de
sectores clave de las economías del Este europeo,
especialmente del sector financiero, de la infraestructura básica,
del comercio y de la industria manufacturera.
En
muchos sectores, el control extranjero va más allá de la
dimensión que éste alcanzó en América Latina. Un ejemplo
clave es el sector bancario. Con la excepción de Eslovenia,
los bancos extranjeros controlaron más de 63% del sector
bancario, en unos casos como Estonia o Eslovaquia inclusive
casi 100%, en el año 2006 (Frangakis, 2009).
El
único país que evitó una extranjerización muy extendida
de su economía ha sido Eslovenia donde hubo una concertación
estrecha entre el gobierno, las asociaciones empresariales y
los sindicatos. Mientras que, por lo menos en unos países
(Eslovaquia, Eslovenia, Hungría, Polonia, República
Checa), las inversiones extranjeras directas contribuyeron a
un crecimiento de las exportaciones, su impacto en la
balanza de ingresos ha sido muy negativo en toda la región
porque la repatriación de ganancias ha alcanzado niveles
muy altos (Hunya, 2009). En la República Checa y Hungría,
el déficit de la balanza de ingreso alcanzó 7,8% y 8,1%
del PIB, respectivamente el año 2008 (Astrov/Pöschl,
2009). Por lo tanto, el elevado grado de presencia de
empresas transnacionales ha sido un factor clave para los déficit
estructurales de la cuenta corriente de los países de
Europa del Este y, por consiguiente, de su vulnerabilidad
externa.
Dentro
de esquemas extrovertidos, se pueden distinguir dos modelos
de acumulación diferentes en el Este europeo: la
industrialización dependiente y la financiarización
dependiente (Becker, 2008). En los países del Grupo de
Visegrád (Eslovaquia, Hungría, Polonia, República Checa)
y Eslovenia, el modelo de acumulación tiene como eje
principal la industrialización exportadora hacia Europa
occidental. Con la excepción de Eslovenia, la industria
exportadora es controlada por empresas transnacionales.
Muchas veces, la especialización es muy estrecha. Por
ejemplo, la parte de la industria automovilística en
Eslovaquia en las exportaciones totales alcanzó casi 40% en
el año 2007 (Okáli et al, 2008). Por lo tanto, la dinámica
de acumulación está muy estrechamente vínculada al Oeste
europeo (especialmente Alemania). El nivel de los salarios
ha sido bajo. En los últimos años, el consumo ha sido
estimulado por el crecimiento de los créditos. Con la
excepción notable de Hungría, gran parte de la deuda
privada ha sido denominada en la moneda nacional. Eso limita
el impacto directo de los vaivenes del tipo de cambio sobre
la clase media endeudada.
El
segundo modelo fue la financiarización dependiente. Los países
bálticos (Estonia, Letonia, Lituania) y los países del
Sudeste europeo (Bulgaria, Bosnia y Herzegovina, Croacia,
Montenegro, Serbia, y en una medida menor, también Rumania)
adoptaron políticas económicas basadas en un tipo de
cambio muy fijo y sobrevalorizado al estilo de los países
del Cono Sur del fin de los setenta/ comienzo de los ochenta
y de Argentina y Uruguay en los noventa.
En
Estonia, Lituania, Bulgaria y Bosnia y Herzegovina inclusive
se introdujeron currency boards como en Argentina de
la época de Menem. Los gobiernos y los economistas
liberales argumentaron que esta política económica permite
la reducción de la inflación que había sido a veces muy
alta. La disminución de las tasas de inflación ganó
legitimidad para la política económica neoliberal.
No
obstante, la baja de la inflación no fue la única
consecuencia del tipo de cambio sobrevalorizado. Se
obstaculizó el desarrollo industrial. Se abrieron déficit
elevadísimos en la balanza comercial y la cuenta corriente.
En
todos los países que siguieron estrategias de
financiarización dependiente, el déficit de la cuenta
corriente superó considerablemente el límite crítico de
5% del PIB. En casos extremos, como en Letonia y Bulgaria,
el déficit alcanzó niveles más allá del 20% del PIB (Becker,
2007, Astrov/Pöschl, 2009). Los déficit externos se
financiarizaron por via de un endeudamiento externo lo cual
mostró un crecimiento muy rápido. En países como
Bulgaria, Hungría, Estonia y Letonia, la deuda externa
bruta superó los 100% del PIB en el año 2008 (Astrov; Pöschl,
2009).
Por
lo tanto, los niveles del déficit de la cuenta corriente y
del endeudamiento externo superaron en términos relativos
los niveles alcanzados por Argentina o Uruguay en los años
inmediatamente antes de la crisis 2001–2002 (Onaran,
2007). Los bancos oriundos del Oeste europeo obviamente
continuaron financiando tales déficit partiendo del
supuesto que, en caso de crisis, la Unión Europea los va a
salvar.
Generalmente,
los créditos no fueron utilizados con fines productivos.
Especialmente en los países bálticos, los créditos
alimentaron burbujas inmobiliarias (Brixiova et al 2009).
Los sectores financieros, inmobiliarios y de construcción
fueron los sectores clave del modelo. Un creciente
endeudamiento de los hogares estimuló también el consumo.
Gran parte de esos créditos fueron denominados en divisas.
Para los bancos, eso redujo el riesgo de cambio. Para los
deudores, el endeudamiento en moneda extranjera parecía más
barato. Por la deuda en divisas, los deudores de la clase
media fueron ligados al modelo financiarizado y al tipo de
cambio sobrevalorizado. Una devaluación de la moneda
nacional implicaba inevitablemente una crisis de deuda para
los deudores y la amenaza de una crisis bancaria. Simultáneamente,
la sobrevalorización fue una causa principal del déficit
de la cuenta corriente creciente. El sustento del déficit
de la cuenta corriente dependía de influjos de capital. El
modelo de acumulación no fue sustentable económicamente a
mediano o largo plazo.
Todos
los elementos de una severa crisis financiera ya estuvieron
presentes antes del comienzo de la crisis económica
internacional.
Generalmente,
esos indicios de una crisis inminente fueron ignorados. Por
mucho tiempo, la crisis no fue un tema del debate público.
Cuando la crisis aguda ya había comenzado en los Estados
Unidos y países de Europa del Oeste, los economistas
liberales y la prensa liberal conservadora argumentaron que
la crisis no afectaría al Este europeo. Hubo unas voces
disidentes aisladas, especialmente en Serbia (Kovacevic,
2008), que apuntaron a las debilidades de los modelos económicos
y a los indicios de una crisis inminente.
Trayectorias
de la crisis
La
crisis de sobreacumulación de los países del centro (Johsua,
2009) afectaba a los países en el Este europeo por dos
caminos diferentes: por la fuerte reducción de las
exportaciones y por el resecamiento de los influjos de
capital (o por la salida de capitales).
La
caída brusca de las exportaciones fue el efecto principal
en los países cuyos modelos de acumulación se
caracterizaban por la industrialización dependiente –i.e.
Eslovenia, Eslovaquia, República Checa y, parcialmente,
Polonia. En el primer trimestre de 2009 las exportaciones
cayeron en 25–30% comparado con el nivel alcanzado en el
mismo trimestre del año anterior (Astrov, Pöschl, 2009).
La caída de las exportaciones tenía fuertes repercusiones
para la producción industrial, especialmente la industria
automovilística. Vladimír Vano, economista del banco
Volksbank Slovensko, explicó los mecanismos de la siguiente
manera: "La fuerte caída de la producción en
Eslovaquia sigue con un pequeño atraso a la reducción de
pedidos en Alemania" (cit. en Jesný/Sibyla, 2009).
Además el otorgamiento más restrictivo de créditos
desinfló la burbuja inmobiliaria y frenó las actividades
de construcción. La caída del PIB comenzó relativamente
tarde, pero ha sido fuerte en el primer trimestre de 2009 en
comparación con el primer trimestre del año anterior en
5,6% (y 5,3% en el segundo trimestre de 2009), en Eslovenia
por 9,0%, en la República Checa en 3,4% (Eurostat, 2009a).
El único país de la región que no sufrió una recesión
hasta ahora es Polonia.
La
economía polaca es menos orientada hacia la exportación y
más diversificada. La erosión de la demanda interna ha
sido lenta y la devaluación del Zloty, la moneda polaca,
sirvió como sustento a la exportación. No obstante, el
viceministro de la economía, Stanislaw Gomulka (2009), teme
que esos sustentos al crecimiento se debiliten. El desempleo
creció llegando a tasas de desempleo más allá del 10% en
Eslovaquia.
En
los países con un modelo de financiarización dependiente,
el agotamiento de los flujos de capital tenía un efecto
devastador.
Los
bancos tenían problemas de refinanciar sus actividades. Las
burbujas inmobiliarias y las actividades en el sector de
construcción se derrumbaron. Las políticas procíclicas
agudizan la recesión (Becker, 2009a). Debido al enorme déficit
de la cuenta corriente, al alto nivel y a la estructura
cortoplacista del endeudamiento externo, los países bálticos
fueron los primeros países del Este europeo que fueron
afectados por la crisis. En esos países, la caída del PIB
ya comenzó en el primer semestre de 2008 y se aceleró
vertiginosamente en el primer semestre del año de 2009. En
Letonia, el PIB del primer trimestre de 2009 fue 18,6% más
bajo que en el mismo período del año anterior, y en el
segundo trimestre 18,2% más bajo. Las cifras
correspondientes para Lituania son 11,6% y 22,6%, para
Estonia 15,1% y 16,6% (Eurostat, 2009a). La recesión en los
países bálticos es más fuerte que la crisis en Argentina
y Uruguay en 2001 y 2002. El desempleo en los países bálticos
casi se triplicó dentro de un año llegando a tasas de
desempleo (abierto) de cerca de 17% en Letonia y Lituania en
el mes de julio de 2009 (Eurostat, 2009b; los datos más
recientes de Estonia no están disponibles debido al recálculo
permanente). Perteneciendo los sistemas sociales de esos países
a los más débiles de la UE, eso implica un desastre
social.
La
recesión llegó con un poco de atraso a los países del
Sudeste europeo. El fin de enormes influjos implica también
el fin del crecimiento en los países de esa subregión. En
varios países sucesores de Yugoslavia, la memoria de la
crisis financiera de los años ochenta y noventa todavía
está viva. Se pudo observar el retiro de dinero de los
bancos. En Croacia, la gente comenzó a comprar divisas y
depositarlas en las casa en los meses de primavera del 2009.
En los países del Sudeste europeo, la recesión todavía no
es tan aguda como en los países bálticos, pero se
profundiza. En muchos países, como Rumania, Serbia o
Croacia, el PIB cayó por cerca de 6% en el primer trimestre
del 2009 respecto al mismo período del año anterior (Becker,
2009b; Eurostat, 2009a). En Rumania la recesión en el
segunda semestre se agudizó al punto que el PIB cayó 8,8%
en términos anuales (Eurostat, 2009). El crecimiento del
desempleo todavía no ha sido tan rápido como en los países
bálticos aunque no solamente la recesión, sino también el
retorno de inmigrantes contribuye al crecimiento del
desempleo. En países como Rumania, una parte de la población
volvió al campo para dedicarse a la producción semi–subsistencia
durante la crisis de transformación en los noventa. Tal
vez, esta reacción a la crisis va a repetirse. En los
Estados que son sucesores de Yugoslavia, como Serbia,
Croacia o Bosnia y Herzegovina, la economía todavía sufre
las secuelas de las guerras de los noventa, la situación
social es bastante mala y el desempleo muy alto. La pobreza
va a agravarse.
Políticas
económicas frente a la crisis
En
la Unión Europea, no hubo una respuesta conjunta a la
crisis. Prevalecieron medidas concertadas entre los
ministerios de finanzas, los bancos centrales y el sector
bancario a nivel nacional.
Al
nivel de la UE, el cuadro conceptual para el rescate de los
bancos fue formulado en una sesión de los miembros de la
zona euro (y Gran Bretaña), lo cual excluyó a la gran
mayoría de los países miembros este–europeos de la UE.
Este cuadro no tomó en cuenta la situación específica de
los países este–europeos donde la refinanciación en
moneda extranjera fue el problema más urgente (cf. Becker,
2009). Con un atraso de varias semanas, se aumentaron los
fondos de apoyo a la balanza de pagos de países miembros de
la UE.
En
este contexto, la respuesta a la crisis se bifurcó en la
Unión Europea y en el Este europeo. Impulsados por fuerzas
de centro–izquierda, unos gobiernos de países que habían
seguido una estrategia de una industrialización exportadora
tomaron unas medidas anticíclicas tímidas. Ese fue el caso
en Eslovaquia, Eslovenia y muy tarde también de la República
Checa (Becker, 2009a). Economistas, periodistas y unos
sectores empresariales atacaron este camino de la política
económica de una manera bastante agresiva y, a veces,
inclusive histérica. Un buen ejemplo es el semanario checo
Respekt que aludió a un escenario de una bancarrota del
Estado checo (Sachr; Svehla, 2009) aunque el nivel de
endeudamiento público es bastante bajo. En Polonia, el
gobierno ultraliberal tomó un curso ligeramente procíclico
y utiliza la reducción del déficit presupuestario como
pretexto para radicalizar la política de privatizaciones (Rostowski,
2009).
En
los países de la financiarización dependiente, las políticas
económicas se han caracterizado por un perfil marcadamente
procíclico.
En
esta subregión, la Comisión Europea dejó la iniciativa al
Fondo Monetario Internacional (FMI) que ha actuado en
estrecha consulta con la UE. Hasta ahora, tanto países
miembros de la UE –Hungría, Letonia, Rumania– como países
fuera de la UE –Serbia y Bosnia y Herzegovina (y en el ámbito
de la exURSS Ucrania y Bielorusia)– firmaron tratados con
el FMI (Becker, 2009; Becker, 2009d; Galgóczi, 2009).
El
grueso del financiamiento ha provenido del FMI. Los
programas son orientados hacia los intereses de los bancos
oeste–europeos.
Una
prioridad de la política del FMI es mantener abiertas las líneas
de crédito hacia los bancos en el Este europeo. Éste
coincide con el interés de los bancos en el Oeste europeo
porque quieren mantener su presencia en Europa del Este y
preservar su control sobre el sector financiero de la región.
Los bancos son adversarios de una devaluación de las
monedas nacionales de la región porque implicaría una
devaluación de sus activos y problemas para los deudores en
divisas.
Por
lo tanto, el FMI y la Comisión Europea han definido como la
meta principal de los programas del FMI el mantenimiento de
los tipos de cambio actualmente vigentes. Para reducir el déficit
de la balanza comercial, se comprime duramente la demanda
interna a través de políticas fiscales y salariales muy
restrictivas. Reducciones de los salarios nominales apuntan
además a la creación de una tendencia deflacionista.
Reducciones de los salarios nominales (o por lo menos
reales) de los empleados públicos y de las jubilaciones son
un elemento clave de casi todos los programas. Los cortes
presupuestarios son particularmente brutales en el caso de
Letonia.
En
este pequeño país báltico, los salarios han sido drásticamente
reducidos. Muchas empleadas públicas han sido despedidas.
El presupuesto de la salud se corta por lo menos en 30%. El
gobierno quiere cerrar 32 de los 56 hospitales.
Muchas
escuelas rurales son cerradas (cf. Wolff, 2009; Rekacewicz;
Rucevska; 2009). Se destruye la infraestructura social que
ya antes de la crisis era bastante débil. Por vía de estas
medidas, el FMI quiere acercar al país a la adopción del
euro.
Estas
políticas no profundizan meramente el malestar social, sino
también sufren sus propias contradicciones. La política
pro–cíclica y el mantenimiento del tipo de cambio
debilitan aún más la base productiva que ya era muy frágil
antes de la crisis. En los países bálticos, la crisis es
ya tan aguda que los deudores enfrentan serios problemas
para asegurar el servicio de sus deudas. Es muy incierto si
los países podrán al fin y al cabo evitar una devaluació–depreciación
de sus monedas.
La
opción "euro" como salida de la crisis no parece
muy realista. La zona euro sufre de tensiones fuertes entre
los países con superávit de la cuenta corriente y los países
con un elevado déficit.
Durante
los últimos años, el déficit de la cuenta corriente de países
del Sur europeo como España, Portugal y Grecia ha aumentado
fuertemente y alcanzó niveles muy altos antes de la crisis
actual.
La
estructura productiva de los países bálticos (y del
Sudeste europeo) es más débil que en los países mediterráneos.
Con los tipos de cambio actuales, ellos serían conminados a
la estagnación a largo plazo (Becker, 2009a).
Se
ha organizado unas protestas sociales en Hungría, Letonia,
Bulgaria, Serbia y Bosnia y Herzegovina. En los comicios se
cuestionaron a veces los partidos gobernantes (especialmente
en Hungría y Letonia), a veces la protesta social enfocó
las consecuencias sociales de la crisis y de las políticas
económicas. Por ejemplo, trabajadores serbios protestaron
contra el no pago de salarios y políticas de privatización.
En Bosnia y Herzegovina, los veteranos de guerra marcharon
en las calles protestando contra el corte de sus
prestaciones sociales. En unos países, los sindicatos del
servicio público organizaron unas pequeñas huelgas.
No
obstante, las protestas sociales están lejos de llegar a
niveles críticos para el bloque social dominante. Además,
la clase media está a favor del mantenimiento del tipo de
cambio vigente y por lo tanto no cuestiona la lógica
subyacente a las políticas económicas dominantes.
Conclusión
La
crisis económica internacional tiene un fuerte impacto en
el Este Europeo. La forma de crisis está moldeada por los
especifidades de los régimenes de acumulación periféricos.
Los países que siguen una estrategia de industrialización
dependiente han sido muy golpeados por la caída de la
exportaciones hacia el Oeste europeo. El resecamiento de los
influjos de capital derrumbó los modelos de acumulación
financiarizada en los países bálticos y en el Sudeste
europeo. El abismo económico y social entre los países del
centro y de la periferia de la UE crece. Frente a la crisis,
las políticas económicas en países miembros de la UE como
Hungría y Letonia son mucho más parecidas a las políticas
de países fuera de la UE como Serbia, Croacia o Ucrania que
al resto de la Unión Europea. En esos países más periféricos
de Europa, la Comisión Europea dejó la iniciativa y el
diseño de las políticas económicas extremadamente
restrictivas al FMI. Por lo tanto, la cohesión política de
la UE sufre de una erosión.
(*)
Joachim Becker, es profesor en la Wirtschaftsuniversitaet
Wien (Universidad de Economía de Viena), Viena, Austria,
E–mail:joachim.becker@wu.ac.at