El
artículo examina el impacto de la crisis capitalista sobre
las economías latinoamericanas, destacando los países con
mayor grado de desarrollo de las fuerzas productivas. La
tesis defendida es que, a diferencia de lo que ocurrió en
la crisis de los años 1930, cuando el aislamiento de los
flujos de comercio y capital permitió que las economías más
desarrolladas de la región dieran impulso a un proceso de
industrialización por substitución de importaciones, el
nuevo marco histórico debe intensificar la tendencia a la
reversión neocolonial que afecta a todas las dimensiones de
la vida latinoamericana.
Plenamente
integrada en los circuitos mercantiles, productivos y
financieros que impulsan la valorización de capital en
escala global, América Latina sentirá el impacto de la
crisis capitalista de manera redoblada. Los países que más
avanzaron en la liberalización de la economía serán,
evidentemente, los más expuestos a los efectos destructivos
del nuevo momento histórico. La crisis será transmitida
por el patrón histórico tradicional: caída del comercio
internacional, contracción de los precios de los
commodities, parálisis de los flujos de crédito e
inversiones, fuga de capitales, aumento de las
transferencias de lucros e intereses al exterior.
El
desfase entre la súbita reversión de las expectativas en
las economías centrales y el clima de relativa normalidad
que prevaleció en la región a lo largo de 2008 y
principios de 2009, sobre todo en los países que disponen
de mercado interno de mayor representación, no debe
alimentar la expectativa de que América Latina escapará de
una brutal contracción en la actividad económica. La
grieta temporal entre el movimiento de la crisis en el
centro y su impacto en la periferia, sólo refleja el
diferente encadenamiento de la relación crédito–gasto–ingresos
en las economías que constituyen la "locomotora"
del sistema capitalista mundial –donde la crisis de crédito
repercute inmediatamente sobre la demanda agregada y sobre
las expectativas de los empresarios– y aquellas que son
sus "vagones" y van a remolque de la expansión
generada en el centro de la economía mundial donde los
efectos multiplicadores de ingreso de las exportaciones, al
ampliar el mercado interno, dan una supervivencia al
crecimiento económico. El fenómeno no es nuevo y ya fue
ampliamente estudiado por la vieja CEPAL. En la situación
actual, esta relación es reforzada por la mayor
diversificación de los países de destino de las
exportaciones, debido en gran medida al mayor peso de las
ventas en mercados emergentes, destacándose la importancia
crucial del comercio con la China.
El
círculo vicioso del subdesarrollo
Los
mecanismos de desarrollo de la crisis en América Latina
tienden a repetir patrones históricos conocidos que, con
las debidas especificidades, combina estrangulamiento
cambial, desorganización de las finanzas públicas,
inestabilidad monetaria y financiera, estancamiento de la
producción, quiebra de empresas, destrucción de fuerzas
productivas y ampliación del desempleo. La paralización
del flujo de remesas de los inmigrantes y la inversión del
flujo de inmigraciones deben agravar los efectos negativos
de la crisis, afectando, sobre todo, a las economías más débiles.
En
los países que presentan baja exposición al endeudamiento
externo y expresivo volumen de reservas cambiales, la
llegada del estrangulamiento cambial podrá ser postergada
por algún tiempo, reforzando la expectativa simplista de
que, en plena globalización, algunas economías podrían
"despegar" del todo y patrocinar un inusitado
modelo de crecimiento basado en el "capitalismo en un sólo
país". Instalada la crisis, las presiones del
imperialismo para despejar la carga de la recesión global
en las economías de la región serán cada vez mayores.
Cerrando el efímero ciclo de crecimiento, luego de tres décadas
de estancamiento, el orden económico internacional
recolocará a América Latina en la rutina de Sísifo del
ajuste económico permanente.
Se
ilusionan los que, soñando con la posibilidad de un
neodesarrollo extemporáneo, imaginan que la crisis de la
economía internacional pueda representar una "ventana
de oportunidades" que permitiría una nueva disposición
de fuerzas más favorable a las economías de la región o,
por lo menos, a aquellas que lograron un mayor grado de
desarrollo de las fuerzas productivas. La industrialización
por sustitución de importaciones –dirigida hacia la
modernización de los patrones de consumo de una exigua
parte de la población, impulsada por el capital
internacional, con el apoyo del Estado, y financiada por la
concentración de la renta y por la creciente
desnacionalización de la economía– es un fenómeno del
pasado. Las premisas históricas objetivas y subjetivas que
le daban soporte se desmoronaron. No hay, por tanto, la
menor posibilidad de que América Latina repita la hazaña
de los años 1930, cuando los países con mayor grado de
desarrollo de las fuerzas productivas y mayor control sobre
los centros internos de decisión reaccionaron a la crisis
internacional impulsando la formación de la economía
nacional. La situación actual es radicalmente diferente.
Los
frentes de valorización del capital dependen cada vez más
de la creciente integración de la economía latinoamericana
en la economía mundial y de la apertura de nuevos negocios
por la sistemática ampliación de formas predatorias y
parasitarias de acumulación de riqueza.
En
los años 1930, la desarticulación de los flujos de
comercio y de crédito internacional, al generar un relativo
aislamiento de las economías periféricas, permitió que
los países que no insistieron en atar su sistema monetario
al patrón oro lograsen un mayor control sobre sus centros
internos de decisión. En la actualidad, la preservación
incólume de los mecanismos comerciales y financieros que
impulsan la globalización de los negocios mantiene la
periferia atada al centro cíclico. Al comprometer los
instrumentos de comando de la política económica, el orden
institucional liberal aparta la posibilidad de que la crisis
internacional redunde en mayor margen de maniobra para las
economías de la región.
En
la década de 1930 el colapso del complejo exportador y la
interrupción de los flujos financieros internacionales
provocaron, sobre todo en las economías más desarrolladas,
desplazamientos en la correlación de fuerzas que
fortalecieron las fracciones burguesas más comprometidas
con la consolidación del Estado nacional y el avance de la
industrialización. La alianza de estos segmentos con las
masas urbanas, que iniciaban su vida política, generó la
base de sustentación que permitió la ruptura con el viejo
status quo, creando las condiciones subjetivas para la
cristalización de políticas económicas dirigidas a la
defensa y a la expansión del mercado interno. Sin el corte
con el Estado liberal oligárquico y la formación de un
nuevo bloque de poder, el pacto populista, sería imposible
promover el desplazamiento del eje dinámico del crecimiento
al interior de la economía nacional. No hay nada semejante
en el horizonte, pues como el conjunto de la burguesía
latinoamericana se encuentra completamente comprometida con
el orden global, la crisis tiende a exacerbar su posición
subalterna en relación al capital internacional. Las
excepciones conocidas, Venezuela, Bolivia y, en menor medida
Ecuador, países fuertemente dependientes de la renta
generada por enclaves relacionados con el sector energético,
que pasan por un proceso de movilización popular que
cuestiona el orden global, huyen de esta caracterización.
La
impotencia de la burguesía latinoamericana para enfrentar
el imperialismo y la inexistencia de mecanismos endógenos
que impulsen la autodeterminación del capitalismo
latinoamericano hacen que la crisis internacional refuerce
la posición del capital financiero, nacional y extranjero,
especialmente de sus segmentos ligados al comercio
internacional y a la intermediación financiera.
Por
tanto, sin desplazamientos significativos en la composición
del bloque de poder, es bastante remota –por no decir
nula– la posibilidad de rupturas políticas que puedan
debilitar las bases del Estado neoliberal en el continente y
abrir espacio para cambios cualitativos en el patrón de
intervención del Estado en la economía.
En
la primera mitad del siglo XX, la difusión de las
estructuras elementales de la 1ª y de la 2ª Revolución
Industrial abría espacio a procesos de industrialización
por sustitución de importaciones que tendían a funcionar
como un régimen central de acumulación, articulado en
torno a un departamento de bienes de producción, anclado en
espacios económicos nacionales relativamente bien
delimitados. Las escalas mínimas de producción compatibles
con la dimensión de las mayores economías latinoamericanas
y las exigencias de bases técnicas y financieras armónicas
con el tamaño ya adquirido por las burguesías nativas
permitieron, en un primer momento, que la industrialización
fuese impulsada a partir de adentro, movilizando las energías
económicas de la propia región.
En
un segundo momento, a partir de la postguerra, cuando la
necesidad de profundizar el proceso de sustitución de
importaciones comenzó a tropezar con la estrechez del
mercado interno y con la insuficiencia del grado de
monopolización del capital nacional, la subordinación de
la estrategia de expansión de la industria al movimiento de
internacionalización de los mercados internos liderado por
las grandes empresas internacionales, permitió que las
economías más avanzadas llevasen la industrialización
dependiente y subdesarrollada al límite de sus
posibilidades. El patrón de acumulación capitalista
contemporáneo, basado en la mundialización del capital,
aparta cualquier posibilidad de un retroceso al desarrollo
anclado en un régimen central de acumulación. Las escalas
mínimas de producción sobrepasan por amplio margen la
dimensión de los mercados nacionales y las bases técnicas
y financieras de la nueva etapa del desarrollo capitalista
están mucho más allá de las limitadas posibilidades de la
base empresarial de la región.
La
experiencia histórica muestra que los nexos que atan a América
Latina al orden global son extraordinariamente resistentes a
las crisis económicas y financieras. Por tanto, si no
hubiera una completa desarticulación del sistema
capitalista mundial –hipótesis que, en el momento, parece
poco probable–, la capacidad de la región de defenderse
de los efectos más destructivos de la crisis depende de la
toma de una decisión política en sentido de redefinir
unilateralmente el modo de participación en la economía
mundial, rompiendo los lazos de subalternidad en relación
al capital internacional y a las potencias imperialistas. No
es lo que está ocurriendo; por el contrario, la crisis
internacional ha intensificado el poder del imperialismo en
la región. En verdad, el profundo compromiso de las clases
dominantes latinoamericanas con el orden global funciona
como un bloqueo institucional y mental que inviabiliza la
formulación de respuestas creativas que la situación histórica
exige.
Burguesías
dependientes, burguesías impotentes
La
impotencia para tomar iniciativas económicas y políticas
que afronten los cánones del orden global desarma
completamente a las burguesías latinoamericanas para
enfrentar las dificultades generadas por la crisis. Sin
espacio para maniobra, solamente les resta sancionar las
presiones oriundas de los centros imperiales y rogar por una
rápida recomposición de la economía internacional.
Partiendo
de la suposición de que la crisis internacional es un fenómeno
temporal, que no justifica actitudes que puedan implicar un
retroceso en el proceso de liberalización, los gobiernos
latinoamericanos han respondido a las crecientes
dificultades externas de manera reactiva. Si el diagnóstico
de una crisis pasajera no se confirma, en breve quedará
patente la catástrofe que significa la ausencia de una
estrategia preventiva.
Sin
tener cómo protegerse de los efectos desastrosos de la
crisis, América Latina se encuentra frente a la amenaza de
una aceleración del proceso de reversión neocolonial.
Eslabón débil del sistema capitalista mundial y zona de
influencia de los Estados Unidos, la región será duramente
presionada a dar su contribución en el proceso de
socialización de los perjuicios del gran capital. Como la
crisis impone la eliminación del parque productivo
redundante, es de esperarse una aceleración y una mayor
intensidad en la tendencia a la desindustrialización y a la
especialización regresiva que ha caracterizado el ajuste
estructural de las economías latinoamericanas a los dictámenes
del orden global.
Los
que apuestan a la posibilidad de que los bajos salarios y la
mayor lenidad con el deterioro del medio ambiente puedan
representar una ventaja comparativa, no comprenden el
significado del cambio provocado por la inflexión del
contexto histórico. Al cerrarse un largo ciclo de difusión
de tecnologías, la crisis general del capitalismo inaugura
una lucha de vida o muerte entre el capital nuevo y el
capital viejo. En el momento decisivo de la competición
intercapitalista, cuando es la propia sobrevivencia de las
empresas la que está en juego, la ventaja va para el lado
que dispone de armas más eficaces y de la capacidad de
condicionar el terreno de la batalla. Por más que la crisis
afecte a las economías desarrolladas de una manera general
y a la economía norteamericana en particular,
comprometiendo temporalmente su capacidad de tomar
iniciativa en el plano internacional, ella no debilita la
brutal asimetría en la distribución del poder económico,
financiero, político y militar que rige el orden
internacional. Las diferencias en la capacidad de consumo de
la sociedad, las desproporciones en las bases técnicas y
financieras del capital y las discrepancias en el grado de
organización económica y en el poderío bélico de los
Estados nacionales garantizan a los países desarrollados,
Estados Unidos al frente, el control absoluto de las
finanzas internacionales, del ritmo y de la intensidad del
proceso de introducción y difusión de las innovaciones, así
como de las iniciativas políticas y militares que
definieron los parámetros institucionales dentro de los
cuales se dará la reorganización de la economía mundial.
Las potencias imperialistas poseen, por tanto, condiciones
extraordinariamente favorables para arbitrar el proceso de
desvalorización de capitales y para liderar la reorganización
del orden internacional.
Crisis
y reversión neocolonial
Sin
poder de iniciativa económica y política en el plano
internacional, las sociedades latinoamericanas quedan
sujetas a la presiones que tienden a exacerbar su posición
subalterna en el sistema capitalista mundial y sólo les
resta profundizar el ajuste estructural que les impone, básicamente,
tres funciones en el orden global: franquear el espacio económico
a la penetración del capital internacional, adaptando las
fuerzas productivas y las relaciones de producción a las
tendencias de la división internacional del trabajo;
cohibir el éxodo de corrientes migratorias que puedan
generar inestabilidades en los países centrales; y aliviar
el stress producido por las regiones altamente
industrializadas sobre el ecosistema mundial, cumpliendo el
triste y paradójico papel de reserva de materia prima, pulmón
y depósito de basura de la civilización occidental.
Dentro
de estos parámetros, las tendencias de la división
internacional del trabajo reservan a América Latina la
función de abastecedor de productos agropecuarios y
minerales y fuente de recursos energéticos orgánicos y
minerales.
En
suma, el "sálvese quien pueda" debe acelerar la
destrucción total de las fuerzas productivas de América
Latina y, como consecuencia intensificar su especialización
regresiva en la economía mundial; aumentar la
desnacionalización de sus economías, estimulando el carácter
tributario y subsidiario de sus economías; así como
agravar la desarticulación de sus centros internos de
decisión, sumándose todo para comprometer todavía más el
control nacional sobre el desarrollo capitalista en la región.
El nuevo contexto histórico exacerba, así, la histórica
incompatibilidad entre capitalismo, democracia y soberanía
nacional en América Latina.
Dentro
de tales parámetros, las alternativas de los países de la
región se limitan a minimizar el ritmo y la intensidad con
que se avanza hacia la barbarie.
Crisis,
reforma y revolución
Al
colocar en juego la unidad de las relaciones sociales,
internacionales y transnacionales que sostienen el proceso
de globalización de los negocios, la crisis inaugura un
marco histórico que será caracterizado por
transformaciones de gran envergadura en todas las
dimensiones de la economía y de la sociedad. Los dramáticos
acontecimientos que marcaron la primera mitad del siglo XX
muestran que, en la era del capitalismo monopolista, las
crisis capitalistas no dejan margen a la posibilidad de
soluciones racionales y civilizadas.
Al
mostrar abiertamente las contradicciones y los antagonismos
del modo de producción capitalista, la paralización del
proceso de producción instiga a la lucha de clases entre la
burguesía y el proletariado. La disputa se polariza en
torno a las vías de superación de la crisis. La solución
del capital subordina todo a un objetivo central: restaurar
las condiciones para la retoma de la acumulación. En el
seno de la burguesía, las divergencias dicen respecto al
modo de distribuir la carga de la crisis entre los varios
grupos capitalistas y a la disputa en relación a los nuevos
frentes de expansión de las inversiones, consolidándose, básicamente,
en diferencias con relación al papel del Estado en la
economía, al modo de participar de la economía mundial y a
la forma de reorganizar el proceso productivo y las
relaciones entre el capital y el trabajo. La solución
contra el capital se organiza en torno a la necesidad
concreta de resistir a toda costa el avance de la barbarie y
de aprovechar la fragilidad del régimen burgués, para
superar lo más rápidamente posible el capitalismo. La
alternativa obrera depende, por tanto, de un salto en la
conciencia de la clase en relación a la necesidad, a la
posibilidad y a los desafíos de la revolución socialista.
Por
las peculiaridades de su formación social, sociedades de
origen colonial que cayeron en las redes del capitalismo
dependiente, en América Latina el combate a la crisis
adquiere maneras propias, fundiendo la necesidad de
enfrentar los problemas concretos generados por la crisis
general del capitalismo –el agravamiento de la barbarie–
con los problemas históricos heredados del pasado: la
segregación social y la dependencia externa. En un primer
momento, la reacción concreta contra la crisis se confunde
con la necesidad de evitar el avance del proceso de reversión
neocolonial, único medio de evitar la escalada alarmante de
la barbarie.
La
ruptura con los mecanismos que subordinan las economías
periféricas al orden global coloca, en seguida, la urgencia
de vencer la situación de dependencia y subdesarrollo, único
medio de afirmar la "voluntad política" de la
sociedad nacional. Finalmente, la afirmación de la soberanía
nacional lleva a la confrontación con el imperialismo,
generando la necesidad concreta de liquidar el capitalismo y
dar inicio a la transición socialista. El problema del
enfrentamiento de la crisis es, por tanto, fundamentalmente
político. La superación de las dificultades generadas por
la crisis internacional implica un conjunto encadenado de
transformaciones económicas, sociales y culturales que
entra en frontal contradicción con los intereses estratégicos
de las potencias imperialistas, del capital internacional y
de las burguesías latinoamericanas, el trípode que
sostiene al patrón de acumulación y de dominación
neoliberal en el continente.
En
estas circunstancias, la posibilidad de una respuesta
positiva de América Latina a los desafíos colocados por la
crisis capitalista depende fundamentalmente de un profundo
giro en las bases de sustentación del Estado que permita la
formación de un bloque de poder fundado en la fuerza de las
clases populares. Los únicos sujetos históricos que, por
no estar comprometidos con los negocios de la globalización
y por ser sus principales víctimas, son capaces de llegar
hasta las últimas consecuencias en la ruptura con los nexos
externos e internos responsables de la situación de
dependencia y subdesarrollo.
En
suma, el enfrentamiento de la crisis económica debe ser
visto como parte de un proceso histórico de gran
complejidad que no puede ser disociado de la problemática
de la transición del capitalismo al socialismo en
condiciones de subdesarrollo y dependencia.
En
esta transición, lo fundamental es garantizar la
irreversibilidad del proceso revolucionario, acelerando las
transformaciones en las relaciones de producción que
aseguren el control de los trabajadores sobre la economía,
profundizando los cambios culturales indispensables para que
la incorporación de progreso técnico sea subordinada a las
posibilidades materiales de la región y a las reales
necesidades de la población, fomentando el desarrollo de
las fuerzas productivas a fin de conquistar lo más pronto
posible la seguridad alimentaria y la autosuficiencia
material de la sociedad, incluyendo las condiciones mínimas
para la defensa contra la agresión militar imperialista, y,
sobre todo, incentivando y promoviendo por todos los medios,
el papel protagonista de las masas populares de una manera
general y del proletariado en particular, sobre el proceso
político, única garantía efectiva de defensa de las
conquistas sociales y de avance de la revolución socialista
como un proceso ininterrumpido de transformación que apunta
hacia la construcción de la sociedad comunista. El punto de
partida de este proceso es la defensa intransigente de la
economía popular contra los efectos devastadores de la
crisis.
(*)
Doctor en Economía por el Instituto de Economía de la
Universidad del Estado de Campinas IE/UNICAMP, Brasil y
profesor en esa misma institución. E–mail: plinio@eco.unicamp.br