¿Se han hecho los economistas a sí
mismos irrelevantes? Si tiene alguna duda, eche un vistazo a
la edición actual de la revista The International Economy,
una publicación de excelente presentación que cuenta con
el respaldo de los ex presidentes de la Reserva Federal Paul
Volcker y Alan Greenspan, además del presidente del Banco
Central Europeo Jean–Claude Trichet, el ex secretario de
Estado George Shultz, el New York Times y el Washington
Post, diarios que aseguran que la revista se encuentra “a
la cabeza del pelotón.”
El artículo principal del último número
es “El gran debate sobre el estímulo”.[1] ¿Contribuye
el estímulo fiscal de Obama a la mejora de la economía o
es un obstáculo para ésta?
El profesor de economía de Princeton y
columnista del New York Times Paul Krugman y el jefe
economista de Moody's Analytics Mark Zandi representan la
perspectiva keynesiana según la cual el gasto de público a
cuenta del déficit es necesario para sacar la economía de
la recesión. Zandi afirma que gracias al estímulo fiscal
la economía ha hecho enormes progresos desde principios de
2009, una opinión compartida por el Consejo presidencial de
asesores económicos y la Oficina de Presupuestos del
Congreso.
El punto de vista opuesto, defendido
por el profesor de economía de Harvard Robert Barro y otros
economistas europeos como Francesco Giavazzi y Pagano Marco
así como el Banco Central Europeo, asegura que los
excedentes presupuestarios logrados por el Gobierno mediante
el recorte del gasto estimulan la economía al reducir la
ratio de la deuda respecto al producto Interno bruto. Se
trata de la escuela de economía del tipo “[si no tienen
pan,] que coman torta.”
Barro asegura que el estímulo fiscal
no tiene ningún efecto, porque la gente anticipa los
futuros incrementos fiscales que implica el déficit público
y aumenta su ahorro personal para compensar la deuda pública.
Giavazzi y Pagano llegan a la conclusión de que, dado que
el estímulo fiscal no se extiende a la economía, la
austeridad fiscal basada en un aumento de los impuestos y
una reducción del gasto público podría ser la cura para
el desempleo.
Si uno pasa por alto el mundo real y la
necesidad vital de obtener un sustento, uno puede llegar a
encandilarse con este debate. Sin embargo, en cuanto uno
mira el mundo por la ventana se da cuenta de que los
recortes de la Seguridad Social, Medicare, Medicaid, los
cupones de comida y los subsidios a la vivienda en un
momento en que 15 millones de estadounidenses han perdido
sus empleos, su cobertura médica y sus hogares significan
un camino seguro a la muerte por inanición, enfermedades
curables o congelación, además de la pérdida de los
insumos de mano de obra productiva de 15 millones de
personas. Aunque algunos defensores de esta política anti
keynesiana niegan que dé lugar a trastornos sociales, la
observación de Gerald Celente está más cerca de la
realidad: “Cuando la gente no tiene nada que perder, lo
pierde.”
La escuela keynesiana Krugman es
igualmente ilusa. Ninguna de las partes participantes en “El
gran debate sobre el estímulo” tiene idea de que el
problema de los EE.UU. sea que una gran parte de su PIB y
los empleos, ingresos y carreras profesionales ligadas a éste
han sido trasladados a ultramar y entregados a chinos,
indios y otros trabajadores extranjeros de bajo nivel de
salarios. Los beneficios se han disparado en Wall Street,
mientras que las perspectivas de empleo para la clase media
han quedado destruidas.
La deslocalización de empleo en
Estados Unidos fue resultado, en primer lugar, de las
presiones de Wall Street para obtener “rendimientos
accionariales más altos”, es decir, más beneficios, y,
en segundo, de la influencia de economistas descerebrados,
como los que participan en el debate sobre el estímulo
fiscal, que asocian erróneamente la globalización con el
libre comercio en lugar de su antítesis: la búsqueda de un
factor de más bajo costo en el extranjero o factor de
ventaja absoluta, lo contrario de la ventaja comparativa que
es la base de la teoría del libre comercio. Incluso Krugman,
que tiene algunas credenciales como teórico del comercio ha
caído en trampa de igualar la globalización al libre
comercio.
Como los economistas suponen, erróneamente
según las teorías del comercio más recientes como las de
Ralph Gomory y William Baumol, que el libre comercio siempre
es mútuamente beneficioso, no han podido examinar los
devastadores efectos nocivos de la deslocalización. Los más
inteligentes de entre ellos que señalan este elemento son
descartados con el sambenito de “proteccionistas”.
La razón de que los estímulos
fiscales no puedan salvar la economía de estadounidense no
tiene nada que ver con la diferencia entre Barro y Krugman.
Tiene que ver con el hecho de que un gran porcentaje de
empleos de alta productividad y alto valor añadido, y los
ingresos y las carreras profesionales de la clase media se
han entregado a personas de otros países. Lo que antes era
PIB de EE.UU. es ahora PIB de China, India y otros países.
En los casos en que los empleos han
sido trasplantados al extranjero, el estímulo fiscal no es
una llamada a la vuelta al trabajo de los trabajadores con
el fin de satisfacer la demanda de consumo creciente. Si el
estímulo fiscal tiene algún efecto, será el estímulo del
empleo en China y la India.
La escuela económica del tipo “que
coman torta” está igualmente equivocada. A medida que la
inversión, la investigación, el desarrollo tecnológico,
etc. han sido trasladados a otros países, el recorte de
derechos económicos simplemente hunde a la población
nacional todavía más. Los estadounidenses no pueden pagar
sus hipotecas, plazos del coche, matrículas escolares,
facturas de servicios públicos o para el caso cualquier
factura, sobre la base de las escalas salariales de China e
India. Por lo tanto, los estadounidenses son expulsados del
mercado de trabajo y se convierten en dependientes del
presupuesto federal. La “consolidación fiscal”
significa la cancelación de un gran número de seres
humanos.
Durante la Gran Depresión, muchos
asalariados eran recién llegados al mercado de trabajo,
procedentes de explotaciones agrícolas familiares, donde
muchos padres y abuelos seguían ganándose la vida. Cuando
sus puestos de trabajo en la ciudad desaparecieron, muchos
pudieron volver al campo.
Hoy la agricultura está en manos de la
agroindustria. No hay granjas a las que los desempleados
puedan regresar.
La escuela económica “que coman
torta” nunca menciona el único punto a su favor. Estados
Unidos, con toda su inflada fuerza e importancia, depende
del dólar como moneda de reserva. Es este papel del dólar
lo que permite a Estados Unidos pagar sus importaciones en
su propia moneda. Para un país cuyo comercio es tan
desequilibrado como el de Estados Unidos, este privilegio es
lo que mantiene el país a flote.
Las amenazas al papel del dólar son
los déficit presupuestario y comercial. Ambos son tan
grandes y se han acumulado durante tanto tiempo que la
perspectiva de corregirlos se ha evaporado. Como he escrito
desde hace ya años, EE.UU. es tan dependiente del dólar
como moneda de reserva que se ve obligado a tener como
principal objetivo de sus políticas la preservación de
este papel. De lo contrario, al ser un país dependiente de
las importaciones, no será capaz de pagar por el exceso de
importaciones sobre las exportaciones.
La “consolidación fiscal”, nuevo
nombre dado a la austeridad, podría salvar el dólar. Sin
embargo, a menos que el objetivo a alcanzar sea el hambre,
la falta de vivienda y la agitación social, la austeridad
debe recaer sobre el presupuesto militar. Estados Unidos no
puede permitirse el lujo de mantener sus guerras, que le
cuestan millones de millones de dólares, y que sólo sirven
para enriquecer aún más a los inversores en la industria
de armamentos. EE.UU. no puede permitirse el sueño
neoconservador de una hegemonía mundial y un Oriente Medio
vencido y abierto a la colonización israelí.
¿Sorprende a alguien que ni uno solo
de los defensores de la escuela “que coman torta”
mencione la reducción del gasto militar? Los derechos económicos,
a pesar del hecho de que son pagados por impuestos
destinados a este fin específico y de que han registrado
superávit desde la época de Ronald Reagan, son siempre lo
que los economistas ofrecen a la guillotina.
¿Y qué opinan ambas escuelas respecto
al dilema entre inflación o deflación? No tenemos que
preocuparnos. Martin Feldstein, uno de los economistas de
primera fila de Estados Unidos afirma: “La buena noticia
es que los inversores no deberían preocuparse por ninguna
de las dos.” Su explicación resume bien la despreocupación
de los economistas estadounidenses.
Feldstein dice que no puede haber
inflación debido a la alta tasa de desempleo y la baja tasa
de utilización de la capacidad. Por lo tanto, “hay poca
presión al alza sobre los salarios y los precios en Estados
Unidos.” Además, “el reciente aumento en el valor del dólar
respecto al euro y la libra ayuda a reducir los costos de
importación.”
En cuanto a la deflación, no hay
riesgo tampoco ahí. El enorme déficit impide la deflación,
“por lo que la buena noticia es que la posibilidad de una
inflación o una deflación significativas en los próximos
años figura en un lugar bajo en la lista de riesgos económicos
que enfrenta la economía de EE.UU. y los inversores
financieros.”
Tenemos ante nosotros una profesión
económica desconocedora. Puede haber un período inicial de
deflación a medida que las existencias de viviendas y los
precios bajan con la economía, que están bajando y no
subiendo. La deflación será de corta duración, porque
como el déficit del gobierno aumenta con la economía en
declive, la perspectiva de financiar un déficit de dos
billones de dólares anuales se evapora una vez que los
inversores individuales han completado su huida del mercado
de valores a los bonos “seguros” del Estado, una vez que
las crisis griega, española e irlandesa, anunciadas a bombo
y platillo, han propiciado el traslado de los inversionistas
del euro al dólar, y una vez que las excesivas reservas de
los bancos creadas por el plan de rescate se han utilizado
en la compra de bonos del Tesoro.
Así pues, ¿cómo se financia el déficit?
No busque una respuesta a uno y otro lado del gran debate
del estímulo. No tienen ni idea, a pesar de que la
respuesta es obvia.
La Reserva Federal monetizará el déficit
del gobierno federal, y el resultado será una elevada
inflación –posiblemente hiperinflación– y un elevado
desempleo, de forma simultánea.
El establishment de la economía
descerebrada no tiene una respuesta de política económica
para evitar la gran debacle, suponiendo que sean capaces de
reconocerla.
Los economistas que han pasado sus
vidas profesionales racionalizando la globalización como
algo bueno para Estados Unidos no tienen ni idea del
desastre que han provocado.
(*) Paul Craig Roberts fue
secretario adjunto del Tesoro en el gobierno de Ronald
Reagan y redactor jefe del Wall Street Journal. La crítica
económica esbozada en este artículo está desarrollada en
su más reciente libro “How the Economy Was Lost” (Cómo
perdimos la economía). Puede contactarse en:
paulcraigroberts@yahoo.com
(**) S. Seguí pertenece a los
colectivos de Rebelión y Tlaxcala, red de traductores por
la diversidad lingüística. Esta traducción se puede
reproducir libremente a condición de respetar su integridad
y mencionar el nombre del autor y el del traductor, y la
fuente.
Nota:
1.-
http://www.international-economy.com/TIE_Su10_Bartlett.pdf