Desde
la primavera pasada la casi totalidad de los Estados
centrales han inscrito la reducción de su déficit público
entre las prioridades de su agenda, emprendiendo políticas
de restricción presupuestaria, más o menos drásticas.
Comprender las razones de las mismas, sobre todo inscribiéndolas
en la dinámica de la crisis financiera de 2007–2008 y, más
extensamente, en la crisis estructural del capitalismo que
estalló en los años 1970, constituye el primer objetivo de
este artículo. Pero también se propone explicar por qué
esta nueva fase de la crisis reviste una importancia
fundamental para los asalariados y asalariadas.
Algunas
generalidades previas sobre la deuda pública
Antes
de nada es necesario recordar algunos elementos sobre la
naturaleza de la deuda pública, dado que en torno a ella
persisten bastantes opiniones erróneas reforzadas por el
discurso dominante actual que impide una comprensión cabal
de la naturaleza de la deuda pública y sus funciones. (1)
El
principal error consiste en no comprender que el Estado no
es un agente económico como otro cualquiera. Si al igual
que cualquier otro agente económico (la empresa o el hogar)
su endeudamiento es siempre fruto de gastar por encima de
sus recursos, su situación difiere de éstas por el hecho
fundamental de que el Estado dispone de la capacidad de
decidir, de fijar tanto el nivel de ingresos como el de
gastos. El Estado tiene una amplia capacidad para aumentar
sus ingresos, fundamentalmente a través de la política
fiscal: le basta con incrementar las bases impositivas,
aumentar los impuestos existentes o establecer nuevos
impuestos. Aún cuando tenga sus propios límites, la presión
fiscal ofrece al Estado la posibilidad de aumentar rápidamente
y de forma sustancial sus ingresos a unos niveles que no lo
pueden hacer las economías privadas. En cuanto a los
gastos, también puede restringirlos a niveles y ritmos
igualmente impracticables por éstas últimas: ¿qué
empresa puede decidir de la noche a la mañana recortes
fundamentales en determinados servicios sin poner en riesgo
su existencia a corto e incluso muy corto plazo?
Otra
diferencia entre los procesos de endeudamiento de los
agentes privados y los públicos (el Estado, las
administraciones periféricas o los organismos de protección
social) y que explica, en parte, lo anterior, es el carácter
político de las decisiones que determinan tanto la
recaudación como el gasto, sea a través del equilibrio
entre ambos (bastante raro) como del desequilibrio (más
frecuente). Por ello, partimos de que los ingresos y gastos
públicos dependen en definitiva de la relación de fuerzas
entre los distintos bloques sociales (2), es decir, clases
sociales, fracciones de clase, capas o categorías sociales
que se confrontan en el seno del Estado. En una palabra, de
la lucha de clases.
Por
consiguiente, la deuda pública es de arriba abajo un
artefacto político: tanto tu creación como su gestión
dependen de decisiones políticas. En cuanto a la
universalidad del fenómeno (no se conoce un solo Estado
capitalista que no esté endeudado), ésta se debe a las
funciones que cumple la deuda. En primer lugar, permite
reducir la contribución de las clases, capas o gente rica
(en cuyo primer rango se encuentra la casi totalidad de la
burguesía) a la financiación de los gastos generales de la
sociedad (que en buena parte están cubiertas por el gasto público),
permitiéndoles enriquecerse un poco más. De hecho, la
contribución adicional que el Estado tendría derecho a
pedirles a estos contribuyentes, dado su nivel de ingresos y
de ahorro, para equilibrar los gastos a través de los
ingresos fiscales, termina convirtiéndose en créditos que
otorgan al Estado para cubrir parte de sus gastos
recurriendo a los empréstitos. En definitiva, la deuda pública
resultante de la insuficiente contribución fiscal de la
parte mas rica y acomodada de la población, permite a este
sector enriquecerse aún más a través de los intereses que
impone al Estado a la hora de otorgarle préstamos para la
financiación de la deuda pública.
En
segundo lugar, de todos los títulos que constituyen el
capital financiero (títulos bancarios, de compañías
aseguradoras, de fondos de inversión, etc.) los de la deuda
pública son los más seguros. Simplemente, porque a
diferencia de lo que habitualmente se oye, un Estado no
puede quebrar, tal como puede ocurrirle a una empresa o a
una economía doméstica.
Cuando
un estado no está en condiciones de hacer frente a sus
compromisos, de hacer frente al servicio de la deuda (de
rembolsar una parte del capital principal y pagar los
intereses devengados hasta esa fecha), sus acreedores (y
actualmente también el FMI) “reestructuran” la deuda:
vuelven a escalonar el reembolso de los préstamos mediante
la concesión de nuevos créditos, normalmente incrementando
las tasas de interés y el valor de las garantías sobre el
patrimonio del Estado o de determinadas fuentes de ingresos,
exigiéndoles, al mismo tiempo, una gestión más drástica
de las finanzas.
En
resumen, un Estado que se encuentre (momentáneamente)
incapacitado para hacer frente a su deuda se encuentra
simplemente... un poco más endeudado; endeudado por más
tiempo y menos libre a la hora de tomar sus decisiones. En
cuanto al rechazo puro y simple de la deuda por parte del
Estado, posibilidad que siempre tiene a mano en función de
su soberanía y que muestra de forma mas cabal la naturaleza
política de la deuda pública, es un medida que se da muy
raramente: podría hacerlo un poder revolucionario
determinado a romper con el orden capitalista. El último
ejemplo fue el de la joven República socialista soviética.
Por
lo tanto, no sorprende que, en estas condiciones, el
endeudamiento de los Estados Centrales [*] contribuya de
forma decisiva en todo tiempo y lugar a la acumulación del
capital financiera. Además, hoy en día los títulos de la
deuda pública representan una parte importante del capital
financiero a escala mundial.
Como
lo sugieren las líneas precedentes, el endeudamiento es al
mismo tiempo una medio directo para doblegar a los Estados
centrales al dictado del capital financiero o del capital en
general. Los que prestan son los que tienen el poder en última
instancia: manejar los hilos de la bolsa es tener el derecho
a controlar e incluso determinar la utilización del dinero
que se invierte en ella. Para un Estado endeudado es difícil
no ceder a las presiones de quienes les prestan el dinero
otorgándoles más ventajas y privilegios a diferentes
niveles (para empezar, en el terreno fiscal), y más difícil
aún impulsar una política contraria a sus intereses. Dicho
de otro modo, la deuda pública es, también, un mecanismo
de alienación de la soberanía del Estado en beneficio del
capital.
Como
ya señaló Marx: “La deuda pública o, lo que es lo mismo
pero en otros términos, la alienación del Estado, sea éste
despótico, constitucional o republicano, marca el sino de
la era capitalista. La única, digamos, riqueza nacional que
pertenece realmente a los pueblos modernos, es la de la
deuda pública.”(4)
¿Por
qué han crecido las deudas pública de los Estados?
El
análisis precedente permite comprender por qué la deuda pública
es un fenómeno estructural. Ahora bien, su volumen depende
de la coyuntura, sobre todo económica, y de las política
impulsadas por los gobiernos. Con la ralentización del
nivel de crecimiento y del ritmo de acumulación del capital
que caracterizó la crisis estructural abierta en los años
1970, las deudas pública se agravaron de forma casi mecánica:
con la ralentización del crecimiento los ingresos públicos
(sobre todo fiscales) tendieron a disminuir mientras que,
por el contrario, ciertos gastos (políticas anti cíclicas
de relanzamiento, subvenciones a sectores o regiones más
afectadas por la crisis, incremento del gasto por desempleo,
inversiones públicas para formación o infraestructuras públicas,
etc.) crecieron.
El
encadenamiento de política neoliberales a partir de los año
1980 no arregló en nada esta situación; más bien al
contrario, estas políticas han tenido a las finanzas públicas
entre sus objetivos favoritos: la disminución de la presión
fiscal (impuestos y cotizaciones sociales) a base de la
reducción de las tasas impositivas o de las bases de
cotización cuenta entre sus logros más importantes (en
este apartado como en el resto, se han desarrollado políticas
favorables a los intereses de las clases dominantes) que no
han podido ser compensadas por la reducción de determinados
gastos (por lo general en detrimentos de los intereses de
las clases populares), agravándose el problema de la deuda
pública.
Por
lo tanto, las finanzas públicas de casi todos los países
están en muy mal estado ya que la crisis financiera de los
años 2007–2008 provocada por el estallido de la burbuja
inmobiliaria en los Estados Unidos, pero también en España
e Irlanda, y ampliamente difundida a través de la titulación
de la deuda, se degradó de forma brutal y masiva.
Se
conjugaron tres efectos de esta crisis. Por una parte, para
evitar la quiebra de las instituciones del capital
financiero más directamente amenazados por la bancarrota
generalizada (bancos, instituciones de crédito hipotecario,
compañías de seguros, fondos de inversión, etc.), todos
los Estados centrales pusieron en marcha planes de salvación,
haciéndose cargo de los préstamos dudosos, otorgándoles
dinero o entrando, pura y simplemente, a formar parte de su
capital; dicho de otro modo, nacionalizándoles total o
parcialmente; y actuando, por otra parte, como garantes de
los préstamos interbancarios (para evitar la contracción
del crédito) y de los depósitos bancarios (para evitar la
retirada masiva de efectivo).
Las
sumas dedicadas a estas operaciones de reflote en otoño del
2008 fueron faraónicas. Recordemos: 700 mil millones de dólares
en los EEUU; 500 mil millones de libras en el Reino Unido;
1.700 mil millones de euros por los Estados de la zona
euro... En suma, los gobiernos de estos Estados centrales
optaron por salvar al crédito privado (y al capital
financiero, que es su intermediario y beneficiario)
agravando considerablemente el endeudamiento público y
aplicando, una vez más, el principio de socializar las pérdidas
para perpetuar la práctica de privatizar los beneficios.
Por
otra parte, a lo largo del invierno de 2008 y primavera de
2009 y para evitar las traslación a la economía real de
los previsibles efectos recesivos de la crisis financiera
(sobre todo su dimensión bancaria), esos mismos gobiernos
pusieron en marcha planes apoyo y relanzamiento de la economía
mediante sumas masivas. Recordemos: 825 mil millones de dólares
en los EEUU, 200 mil millones de euros en la UE, 585 mil
millones de euros en China, 115 mil millones de euros en Japón.
Por
último, la recesión económica o, al menos, la fuerte
ralentización del crecimiento que estos planes no han
podido evitar, trajeron consigo una fuerte reducción de la
recaudación fiscal de los Estados. Varios ejemplos: en
Francia, el IVA no recaudó sino 129,4 mil millones en 2009
contra 137 mil millones en 2008 y el impuesto sobre
sociedades se redujo de 49,5 mil millones en 2008 a 20,6 mil
millones en 2009. (5)
Es
cierto que, entre tanto, una parte de las sumas avanzadas
por los Estados centrales durante el período más duro de
la crisis para salvar los segmentos más expuestos del
capital financiero (en particular a la banca) se han
recuperado: bien porque no fue preciso utilizar las garantías
depositadas para hacer frente a los préstamos bancarios,
bien porque la banca ha devuelto (con interés) el dinero
que le fue prestado. Así, sobre el programa de 700 mil
millones de dólares estadounidense, sólo fueron utilizados
100 mil millones; ahora bien, a ello hay que añadir los 400
mil millones consagrados a salvar la quiebra de
instituciones de préstamos hipotecarios, Fredle Mac y
Fannie Mae, así como la Federal Housing finance Agency, con
el objetivo de que no se derrumbara todo el sector
inmobiliario y arrastrara a la depresión al conjunto de la
economía.
Sin
embargo, todo el dinero inyectado en el circuito económico
a través de medidas de relanzamiento anticíclicas no se
han recuperado más que bajo la forma de una recuperación
de ingresos fiscales (que ha sido superior que si no se
hubieran puesto en pie esas políticas). Sin ellas, la
recesión económica hubiera sido más severa y la caída de
los ingresos aún mayor. En cuanto a los ingresos perdidos,
hay que decir que lo han sido para siempre; sin ninguna
posibilidad de recuperación.
El
resultado general no se ha hecho esperar: desde principios
del año 2009 se asiste al agravamiento de los déficit
presupuestarios y a la explosión de la deuda pública en
casi todos los Estados centrales. Entre el 2008 y 2009 el déficit
público ha pasado del 2 al 6,2% del PIB en el conjunto de
la zona euro (del 0 al 3,3% en Alemania, del 0,4% al 3,4 en
Austria, del 0,7 al 5,3% en Holanda, del 1,2 al 6% en Bélgica,
del 2,7 al 5,3% en Italia, del 3,3 al 7,5% en Francia, del
4,1 al 11,2% en España, del 2,8 al 9m4% en Portugal, del
7,3 al 14,3% en Irlanda, del 7,7 al 13,6% en Grecia), del
4,9 al 11,5% en el Reino Unido y de un excedente del 2,5 a
un déficit del 0,5% en Suecia. Mientras, entre 2007 y 2009,
ese mismo déficit ha pasado del 2,85 al 11% en los Estados
Unidos, del 2,4 al 7,2% en el Japón y en Corea del Sur se
pasaba de un excedente presupuestario del 4,7% a un
presupuesto totalmente equilibrado. Las deuda públicas han
seguido el mismo camino: entre 2008 y 2009, del 69,4 al
78,7% del PIB en el conjunto de la zona euro (del 89,8 al
96,7% en Bélgica, del 66 al 73,2% en Alemania, del 43,9 al
64% en Irlanda, del 67,5 al 77,6% en Francia, del 196,1 al
115,8% en Italia, del 66,4 al 76,8% en Portugal), del 52 al
68,1% en el Reino Unido y, entre 2007 y 2009, del 62 al 83%
en los Estados Unidos, del 167 al 193% en Japón. (7)
Para
financiar estos déficit crecientes todos los estados han
recurrido al mercado financiero, incrementando de ese modo
la deuda del Estado. Obviamente para el mejor provecho (en
todos los sentidos del término) de los “inversores
institucionales” (bancos, compañías de seguros, fondos
de inversión, fondos de pensiones, etc.) recuperados por
los planes de rescate llevados a cabo por esos mismos
Estados a los que, en medida de agradecimiento, estos
sectores financieros estaban deseosos de prestar dinero. Sólo
que a tasas de interés que crecen en la misma medida que
las necesidades de financiación de los Estados se agravan y
se ven confrontados a la lógica del mercado, entrando en un
círculo vicioso que abarca a todo el mundo, prestamistas y
deudores, y al que es preciso poner fin.
¿Por
qué y cómo van a desendeudarse ahora los Estados?
La
necesidad de desendeudarse en la que se encuentran los
Estados viene de la presión que ejercen sobre ellos eso que
en el nuevo léxico neoliberal se conoce como
“mercados”; es decir, los “inversores
institucionales” que han sido hasta el presente, y
continuarán siendo en adelante, los principales
prestamistas.
En
el curso de estos últimos meses, esta presión ha sido
ejercida a través del aumento de la tasa de interés (tanto
más alta cuanto más grande fuera el nivel de
endeudamiento) con lo que el riesgo de incumplimiento de
pago de los Estados que lo necesitaban, aumentando las
dificultades para obtenerlos. Evidentemente en esas
circunstancias, estos acreedores tenían todo el interés en
dramatizar la situación para hacer aumentar aún más las
tasas de interés de los préstamos que estaban dispuestos a
conceder... y permitir a sus deudores reembolsarles los préstamos
anteriores! Cuentan a su favor con la acción de los
especuladores (entre loa que, a menudo, se encuentran ellos
mismos) jugando para ello a tres niveles: 1) la complicidad
de las agencias de notación que avalúan el riesgo de
incumplimiento de los Estados y cuyos principales clientes
son, por definición, los acreedores (y como se suele decir:
no hay que decepcionar a los clientes!); 2) la especulación
a la baja sobre los títulos viejos, baja provocada
artificialmente por ellos al venderlos masivamente a plazos
y al descubierto (sin poseerlos realmente); y, 3) la
especulación al alza con los SWAP (seguros sobre créditos
insolventes) vinculados a las deudas públicas. (8)
En
último término, si bien es cierto que todo prestamista se
beneficia del endeudamientos de su prestatario y tiene interés
en que este endeudamiento no sólo se perpetúe sino que se
agudice, también tiene que velar para que su deudor continúe
estando en condiciones de reembolsarle la deuda y los
intereses de la misma.
Si,
como he recordado más arriba, de todos los deudores
posibles, los Estados son los que más se pueden endeudar y
su crédito es, en principio, más sólido, hay un punto a
partir del cual (por el volumen de su deuda) su insolvencia
de pago se hace posible e incluso probable. Y si bien cuando
se llega esta situación de insolvencia los acreedores no
corren el riesgo de terminar en la ruina (una vez más hay
que recordar que el Estado no puede quebrar), ello no
elimina todos los inconvenientes: en la mejor de las hipótesis,
les obliga a realizar provisiones suplementarias, limitando
su volumen de actividad y reduciendo, por ello, el nivel de
su valorización; y en la peor, la reestructuración de la
deuda de sus deudores suele ir acompañada de una
desvalorización parcial de los anteriores títulos de
deuda; es decir, de una pérdida global. Así pues, un
prestamista debe cuidar que el endeudamiento de su
“cliente” se mantenga a un nivel asequible para él.
Para ello, le exige que adapte su “tren de vida” (la
relación entre los ingresos y gastos) a ese objetivo.
Sin
embargo, tras lustros de endeudamiento creciente de los
Estados centrales, el crecimiento de los déficit públicos
y la explosión de las deudas públicas registradas desde
principios del año 2009 creó inquietud entre los
“inversores institucionales” sobre la capacidad de sus
deudores –o de algunos de ellos, al menos– para
responder a sus compromisos. Ya no les era suficiente con
levantar la voz de alarma a través de un aumento de los
tipos de interés o con la especulación sobre los títulos
públicos: era preciso que los países más endeudados se
comprometieran a poner en orden sus finanzas para garantizar
el reembolso de la deuda y de los intereses. Y las
negociaciones en torno a la concesión de nuevos préstamos
les dio la ocasión y el medio para ello: quien quisiera
obtener dinero no tenían otra opción que someterse a sus
criterios y proceder a una redefinición de sus políticas.
A
través de dos vías. Para alcanzar la reducción del déficit
público y lograr un saldo primario positivo (el saldo antes
de la imputación de la carga de la deuda) que permita
abordar un proceso de reducción de la deuda, se necesita
bien incrementar los ingresos, bien disminuir los gastos, y,
si es posible, ambas cosas a la vez. De hecho, la primera de
estas vías repugna bastante a los gobiernos presos de los
dogmas neoliberales impidiéndoles recurrir a un incremento
de carga impositiva dando un giro sobre la disminución
practicada a lo largo de las tres últimas décadas. (9)
Si
a pesar de todo y bajo la presión de esa necesidad, algunos
se han visto obligados a recurrir a ellas, su opción ha
estado circunscrita, sobre todo, al incremento de los
impuestos indirectos (principalmente el IVA). Esta opción
es un exponente –junto al resto de la política económica–
de su carácter de clase, ya que constituye el modelo
impositivo más injusto porque golpea más a las rentas
bajas que a las altas.
En
la práctica, la reducción fundamental de la deuda pública
se ha llevado a cabo mediante la disminución del gasto público:
congelación e incluso reducción de los salarios en el
sector público, reducción de su cuantía no sustituyendo a
la gente que se jubila o mediante el despido puro y duro de
algunos de entre ellos, reducción consecutiva o
desmantelamiento de algunos servicios públicos de algunos
de ellos, recortes salariales aplicados en los subsidios públicos
o en los ingresos mínimos garantizados a las personas más
pobres... Estas son las medidas prioritarias en la agenda de
casi todos los Estados centrales tal y como durante los últimos
decenios ocurría en los Estados periféricos sometidos a
las políticas de ajuste estructural del Banco Mundial y del
FMI.
Las
razones por las que han optado por esa alternativa son fáciles
de explicar. Son coherentes con el paradigma neoliberal, que
sigue siendo el referente de todos los Estados centrales,
sea cual sea su orientación o color político y a pesar de
las catástrofes que ya ha provocado el neoliberalismo,
entre las cuales se encuentra la crisis financiera de
2007–2008. Un paradigma que enseña que siempre es preciso
privilegiar la oferta sobre la demanda; es decir, optar por
el enriquecimiento de los más ricos (el ahorro financia las
inversiones; por lo tanto, la oferta) en lugar de la reducción
de la pobreza (para que el su consumo impulse la demanda).
En
estas condiciones, en lo posible, hay que evitar el
incremente de la carga impositiva que podría repercutir
negativamente en el ahorro de los que más tienen (los
hogares de los ricos o acomodados) o, peor aún, pesar sobre
el capital (reduciendo su valorización). Si finalmente, es
necesario aumentar los impuestos, primero hay que golpear
sobre las rentas más bajas en lugar de hacerlo sobre las
altas, recurriendo preferentemente al incremento de los
impuestos indirectos en lugar de a los directos (sobre la
renta o el patrimonio). Al menos, así no podrán acusar a
los gobiernos actuales de falta de coherencia: desendeudar a
los Estados con las mismas políticas que les han endeuda
hasta ahora. Es lo mismo que tratar de darle aire a un
asfixiado ¡estrangulándole! No hace falta ser muy experto
para prever el resultado de tales políticas.
Pero
los gobiernos van más allá de las políticas que han
puesto en píe estas últimas décadas. Con las políticas
adoptadas para la reducción de la deuda, han dado un nuevo
paso en el programa neoliberal hacia una “sociedad de bajo
coste”: la reducción del gasto público que han puesto en
marcha no tiene otro objetivo que reducir el costo general
de los medios sociales de consumo (equipamientos colectivos
y servicios públicos) que son parte de los medios de
producción socializados y constituyen gastos generales de
la producción capitalista. Algunos de estos medios (el
sistema público de enseñanza y de protección social de la
infancia, la salud, la invalidez y la vejez, etc.)
constituyen elementos centrales para la reproducción de la
fuerza social de trabajo.
Así
pues, la comprensión del gasto público constituye en la práctica
un ataque contra los elementos socializados del salario. En
definitiva, más allá de una enésima operación para
garantizar los intereses del capital financiero o de quienes
entre ellos están más amenazados por el riesgo de impago
por parte de los Estados centrales, la política de reducción
del gasto público persigue un objetivo mucho más amplio
que beneficia al capital en su conjunto: la reducción del
coste social de reproducción de la fuerza social del
trabajo: su desvalorización. Es lo que vamos a tratar a
continuación.
La
situación particular de la zona euro
Antes
de empezar, veamos cómo se encuentran los Estados de la
zona euro bajo el ángulo de los procesos precedentes. En
esta zona, una gran parte de los títulos de la deuda está
en manos de la banca europea: “Al 31 de diciembre de 2009,
los bancos de la zona euro representaban casi 2/3 (62%) de
la exposición total de todos los bancos internacionales
hacia los residentes de los países de la zona euro (España,
Grecia, Irlanda y Portugal). Su deuda total ascendía a 727
miles de millones de dólares en España, 402 miles de
millones de dólares en Irlanda, 244 miles de millones de dólares
en Portugal y 206 miles de millones de dólares en
Grecia.”(10)
En
estos últimos meses, las dudas en cuanto a la capacidad de
determinados Estados europeos (sobre todo los que se
designan bajo el acrónimo inglés PIIGS: Portugal, Irlanda,
Italia, Grecia y España) para satisfacer sus deudas que han
crecido a medida que se agudizaba su déficit y aumentaba su
deuda, repercutieron, consecuentemente, sobre la situación
de esos bancos y, progresivamente, han generado en Europa,
como en los mejores tiempos de la crisis financiera de 2008,
el riesgo de contraer el crédito en el mercado
interbancario, con la renuncia de los banco europeos de
otorgarse créditos mutuamente debido al desconocimiento
mutuo, o conocimiento cabal, de su respectivo compromiso en
la financiación de las deudas públicas europeas.
El
temor creciente a una suspensión de pagos de Grecia,
alimentada por la fuerte degradación de su situación
financiera a lo largo de 2008–2009 se agravó tras el
anuncio del déficit presupuestario y el estado de las
finanzas públicas, que era mucho peor de lo que se había
anunciado en un primer momento (tras el cambio de la mayoría
parlamentaria) desencadenando una especulación contra el
euro y dando via libre a todo tipo de especulaciones sobre
el riesgo del estallido de la zona euro.
Lejos
de ponerse de acuerdo ante una situación que exacerba los
conflictos nacionales en un contexto totalmente nuevo en
virtud de los tratados que rigen la Unión Europea y la zona
euro, los gobiernos de los Estados de esta zona no
reaccionaron hasta el mes de mayo pasado. En primer lugar,
afirmando su solidaridad colectiva de fachada cara a las
crecientes dificultades de Grecia para que lograra préstamos
en el mercado financiero internacional: su ayuda se tradujo
en 110 mil millones de euros de los cuales 30 mil fueron
aportados por el FMI. Además, crearon un fondo europeo
dotado de 750 mil millones de euros (de los cuales 250 mil
fueron otorgados por el FMI) para hacer frente a
dificultades similares que pudieran atravesar otros Estados
(los más previsibles Portugal, Irlanda y España) de la
zona euro en los meses siguientes. Estos fondos se
complementan con préstamos obtenidos en el mercado
financiero y garantizados por los Estados europeos, lo que
no hará sino agravar aún más el déficit de estos Estados
para salvar a sus prestamistas y... permitir a éstos últimos
de prestar a los primeros sin demasiado riesgo.
Asimismo,
el Banco Central Europea (BCE) ha sido autorizado a comprar
títulos de deuda pública de los Estados europeos, que
hasta el momento, a diferencia de su homólogo
estadounidense, no podía hacer debido su obsesiva política
de control de la inflación. De ese modo que así espera
incrementa la liquidez sobre el mercado de los títulos públicos
y, por otro, reducir la tensión sobre este mercado que
conduciría a un alza de las tasas de interés sobre los préstamos
futuros desvalorizando los título en circulación y
perjudicando a quienes los tienen: los acreedores de los
Estados. Una vez más, se trata de beneficiar al capital
financiero.
Aún
cuando estas dos primeras medidas contradicen los tratados
que rigen la institución monetaria europea (lo que explica
las reticencias de los más rigurosos –a la cabeza de los
cuales se encuentra el gobierno alemán–; ¿Pero, de qué
valen los tratados cara al imperativo categórico de salvar
al capital financiero cuyos títulos están expedidos en
euros?), los siguientes se inscriben, por el contrario, en
la más pura ortodoxia neoliberal.
Porque,
como contrapartida, lo que se exige a todos los Estado
miembros es el más estricto rigor presupuestario, conminándoles
a reconducir su déficit público a los límites previstos
en Maastricht (a lo sumo el 3% del PIB) de aquí al 2013.
Grecia se vio obligada a prometer reducir su déficit en
cinco puntos a lo largo de este año, pasando del 13,6 al
8,7%, así como de economizar 30 mil millones de euros en 3
años, recortando el gasto público (supresión de la
treceava y catorceava paga del personal funcionario,
congelación de la contratación, no sustitución de 4 sobre
5 funcionarios, reducción de 600 millones de euro en la
subvención a los hospitales, recorte de 540 millones de
euros a los fondos de pensión...) e incrementando los
impuestos (tabaco, alcohol, carburantes, teléfonos móviles,
impuesto especial sobre negocios rentables y el valor de la
propiedad, la lucha contra el fraude y la evasión fiscal
que es desde hace mucho tiempo el deporte nacional, etc.).
Medidas
similares a estas va a ser adoptadas en todos los Estados de
la zona euro: España se ha comprometido a economizar 65 mil
millones de euros en los próximo 3 años a través de la
reducción del 5% del salario personal funcionario, la no
sustitución de 9 funcionarios sobre 10 y la prolongación
de la edad de jubilación de 65 a 67 años; Portugal ha
congelado los salarios del funcionariado hasta el 2013 y
suprimir 73.000 empleos en cuatro años; Italia promete
economizar 27 mil millones de euros mediante la no sustitución
de 4 funcionarios sobre 5 y la prolongación de la edad de
jubilación de 59 a 61 de aquí a 2013; Francia ahorrará 45
mil millones de euros mediante la no sustitución de 1
funcionario sobre 2 y el retraso de la edad de jubilación
de 60 a 62 años de aquí a 2016 al mismo tiempo que agita
proyectos de despido de funcionarios; el Estado irlandés ha
reducido en un 10% los salarios del funcionariado y no va a
reemplazarlos una vez que se jubilen, recorta las
prestaciones por desempleo e incrementa los impuestos.
Incluso la virtuosa Alemania a prometido economizar 81 mil
millones de euros en los próximo 4 años para reducir su déficil
del 5 al 3% de su PIB, que no deberá sobrepasar los 10 mil
millones de euros en 2016, a través, fundamentalmente, de
retrasar la edad de jubilación de 65 a 67 años entre 2012
y 2029. En resumen, la carrera hacia la demolición social
ya ha comenzado en Europa y está en marcha en la zona euro
bajo el pretexto de reducir la deuda pública.
Los
“ajustes estructurales” que van a aplicar los gobiernos
a sus respectivas poblaciones serán mucho más drásticas
en la medida que, prisioneras de la zona euro, no podrán
jugar sobre el efecto de la recuperación económica
(incrementando los ingresos presupuestarios) como lo hacían
antiguamente a través de la devaluación monetaria o
mediante una política crediticia más laxa susceptibles de
relanzar la economía pero también de alimentar la inflación
y, por consiguiente, devaluar las títulos de deuda en
moneda nacional. En resumen, después de haber perdido el
control de estos instrumentos tradicionales de política
económica como son los tipos de cambio y las tasas de interés,
los gobiernos de la zona del euro no pueden sino acudir a
sus conciudadanos y contribuyentes para presentarles la
factura de la deuda y hacérsela pagar antes de sus
respectivos Estados ... en beneficio del capital y las capas
más ricas y prósperas.
El
espectro de la depresión
¿Cuáles
son los efectos socioeconómicos previsibles de los planes
de austeridad presupuestaria comprometidos por los gobiernos
de los Estados europeos?
En
primer lugar, está claro que no lograrán bloquear el
crecimiento de la deuda pública y mucho menos a hacerla
disminuir. A pesar de su carácter drástico, los recortes
previstos en el gasto público, al igual que el aumento de
los ingresos fiscales, debido a la débil recuperación económica
(por otra parte, frenada por los recortes en el gasto público
– Volveré sobre este punto) será insuficientes para
restaurar el equilibrio fiscal, y mucho más para lograr un
superávit primario que permita iniciar un proceso de
desendeudamiento. A lo más que pueden llegar estos planes
de austeridad es a contener los déficit públicos y a
ralentizar el crecimiento de las deudas públicas, evitando
su deriva incontrolada que, por otra parte, constituye su
objetivo inmediato conforme a los deseos de los operadores
financieros y los acreedores de los Estados europeos.
En
este contexto, situar las deudas públicas europeas bajo el
límite del 60% previsto en el tratado de Maastricht se
convierte en pura utopía: según el último escenario
previsto por la OCDE en el horizonte de 2025, la deuda
austriaca estará en el 83% del PIB, la neerlandesa en el
85%, la española en el 85%, la alemana en el 86%, la
irlandesa en el 132%, la italiana en el 130%, la greca en el
137% y la media de la UE se situará en el 101%. Sólo la
deuda de Luxemburgo (53%) se situaría bajo el límite de
referencia (hay que tener en cuenta que en 2007 ésta deuda
era del 11%). (11)
Por
eso es comprensible que los “mercados” (los operadores
financieros en el nuevo léxico neoliberal) no se hayan
entusiasmado por el anuncio de estos planes. Las tasas de
interés exigidas para otorgar nuevos préstamos a Grecia
apenas se han ablandado (lo que da cuenta de una falta de
confianza de los acreedores en la capacidad de Grecia para
sanear sus finanzas públicas); los concedidos a Portugal,
Irlanda y España e, incluso, a Italia, son algo superiores
a los acordados con Alemania o Francia; el BCE sigue estando
obligado a realizar préstamos a la banca privada, prueba de
que los bancos siguen desconfiando unos de otros; el Libor
(interés al que se prestan los bancos entre sí a corto
plazo) ha pasado del 0,25 al 0,55% en marzo pasado, el euro
continúa depreciándose (–20% frente al dólar y –13%
frente a las divisas de sus principales socios comerciales
de la zona desde 2009), etc.
Para
lograr ralentizar más el endeudamiento de los Estados
europeos sería preciso recurrir no ya a recortes más
fuertes en el gasto sino a aumentos significativos en los
impuestos. A modo de ejemplo: mientras que la no sustitución
de un trabajador o trabajadora funcionaria sobre dos no le
permite economizar al Estado francés más de 500 millones
de euros por año, con el deterioro irremediable de los
servicios público que supone esta medida, la reducción del
IVA en los restaurantes (que no se vio acompañada por la
reducción de previos y la creación de empleo prometidas)
produjo un perdida de 3 mil millones de euros en la
recaudación fiscal y las exoneraciones a la patronal en las
cotizaciones sociales le cuestan al Estado (teóricamente)
25 mil millones de euros suplementarios. (12) ¡Ya sabemos
por qué los gobernantes europeos son tan reacción a
aprovechar los recursos potenciales de los impuestos! Si los
actuales planes de austeridad puestos en pie por los
gobiernos europeos tienen pocas posibilidades de restablecer
el equilibrio financiero de sus respectivos Estados corren,
en cambio, el riesgo no sólo de quebrar la tímida
recuperación económica que se esbozó a finales del 2009
sino se hundir Europa en una nueva recesión o, incluso, en
una depresión.
Porque,
inevitablemente, estos planes van a limitar la demanda
final. De entrada, de forma directa, a través de la reducción
del gasto público: reducción de los empleos públicos,
reducción de los salarios reales e incluso nominales de las
y los funcionarios, de las transferencias sociales, de la
obra pública, etc. Ése es el efecto inmediato de los
recortes presupuestarios en los distintos ministerios. Pero,
más aún de forma indirecta: el crecimiento más lento, por
no hablar de recesión, hará aumentar el número de gente
en paro (con las y los trabajadores despedidos y la gente
joven que no encuentra su primer empleo), de los
trabajadores y trabajadoras precarios, incrementará el
tiempo medio de permanencia en el desempleo y hará bascular
hacia la pobreza y la asistencia social a un número
creciente de parados y paradas. Por lo tanto, ejerce presión
sobre los salarios (ralentizando su crecimiento en el mejor
de los casos, estancándolos en su mayoría y, en algunos
casos, reduciéndolos bajo el chantaje del despido) e
incitará al ahorro doméstico preventivo (al menos a
quienes lo puedan hacer). En una palabra, estas políticas
van a desequilibrar un poco más la repartición del
“valor añadido” (de la riqueza socialmente
suplementaria producida anualmente) entre los salarios y la
plusvalía, en detrimento de los primeros y en beneficio de
la segunda. He tenido la ocasión de demostrar que ésta es
la cuestión que se encuentra en el corazón de la actual
crisis estructural del capitalismo y que es responsable, in
fine, de todos los desórdenes que han conducido a la crisis
financiera de 2007–2008.
Estas
medidas no pueden sino agravar el profundo mal que padece
actualmente la economía capitalista, responsable de su
decaimiento y de la repetición continua, desde hace más de
veinte años, de sus recuperaciones rápidamente abortadas
por las crisis financieras y las recesiones. (13)
Si
bien en principio la caída del euro favorece las
exportaciones hacia las zonas en las que la recuperación
económica es fuerte (sobre todo Asia), no llegará a
compensar los elementos recesivos precedentes; sobre todo,
dado el carácter altamente autoconcentrado de la economía
Europa: su tasa de apertura comercial (importación +
exportaciones/ PIB) no es más que del 16%. (14)
Otra
amenaza para la economía europea es el encadenamiento de
una espiral depresiva debida a la contracción de la demanda
bajo los efectos de la necesidad y la voluntad del
desendeudamiento de los Estados. Algunos economistas se
refieren a ello de forma abierta: “En tanto que los
agentes privados están lejos de haber pagado sus deudas, se
espera que los agentes públicos lo hagan. Una situación
peligrosa que se conoce bien desde Irving Fischer. La
deflación de la deuda (un proceso de caida generalizada de
los precios y de la actividad debido a la voluntad de los
agentes económicos de privilegiar su desendeudamiento) fue
un elemento característico de buena parte de los años 30 y
es la amenaza que pesa hoy sobre la economía europea. No
hemos evitado la crisis de los años 30; sólo su primera
parte.” (15)
Aún
cuando este escenario catastrófico no es el más probable,
si es cierto, por el contrario, que Europa conocerá una
nueva crisis de la deuda pública tanto en Grecia como, sin
duda, en Portugal, España e Irlanda, a más tardar en el
horizonte de 2013– 2014 o, probablemente, antes, cuando se
haga evidente que los Estados no serán capaces de mantener
sus compromisos de reducción del déficit, desacelerando el
crecimiento y, a fortiori, yendo a una nueva recesión que
limitará sus ingresos fiscales y aumentando de forma automática
algunos de sus gastos económicos (subvenciones a los
sectores más afectados por la recesión) o sociales (lo que
se refiere a las prestaciones por desempleo y a las rentas básicas).
Esta
nueva crisis será más grave dado que en su ínterin se va
a degradar la situación financiera. Dado que una gran parte
de los títulos emitidos por los Estados están en manos de
los bancos europeos, la nueva crisis de la deuda pública se
transformará en crisis bancaria, afectando de lleno a la
“economía real” europea y amenazando la estabilidad
financiera de los Estados que han actuado como garantes.
La
alternativa a esta situación sería la de un relanzamiento
combinado de la demanda interna en los Estados que generan
grandes excedentes y cuyos déficit públicos son menores,
tales como Alemania, Austria, Holanda y los Estados nórdicos.
Pero no parece que esa sea la opción que se adopte en la
Unión Europea, ampliamente dominada por los intereses
nacionales (los conflictos de intereses entre los diferentes
bloques nacionales) y cuyas instituciones no prevén, por
otra parte, ningún mecanismo de “gobernanza económica
común” más allá de las políticas sobre los déficit públicos.
Todo
lo dicho hasta ahora sugiere, sin embargos, que van a ser
los trabajadores y trabajadoras quienes van a constituir las
principales víctimas de las políticas de austeridad
presupuestaria puestas en pie por los gobiernos europeos.
Bastante afectados por las tres décadas precedentes de bajo
crecimiento, interrumpida periódicamente por recesiones, su
situación corre el riesgo de degradarse aún más bajo el
efecto de las políticas actuales. Por una parte, afectando
directamente al salario indirecto: a los elementos
socializados del salario bajo la forma de prestaciones
diversas (prestaciones de desempleo, seguro médico,
pensiones de invalidez o edad avanzada, etc.) o a los
servicios públicos (eseñanza, equipamientos deportivos o
culturales, dispensarios y hospitales, etc.). En una
palabra, estas políticas van a dar un fuerte y amplio
impulso, sin precedentes hasta ahora, al desmantelamiento,
hasta ahora ralentizado, de lo que se conoce como Estado de
Bienestar o Estado Social.
Porque,
sin duda, de todas las funciones del Estado que están
sujetas a dieta, ésta última es la que más riesgo corre
de ser puesta a régimen de pan y agua.
Por
otra parte, y como ya lo he mencionado, los efectos
recesivos, incluso depresivos, de estas políticas van a
degradar las condiciones de empleo, de trabajo y de
remuneración del conjunto de los asalariados y asalariadas,
incrementando su tasa de explotación, aumentando el “ejército
industrial de reserva” (desarrollando la precariedad y el
paro), extendiendo de la pobreza y la miseria, con su
inevitable cortejo de desesperación y revueltas impotentes
cuyas expresiones (hundidas en la delincuencia y revueltas
en los barrios populares) terminan siempre por volverse
contra sus autores que son, también, las principales víctimas.
En
resumen, las políticas de austeridad presupuestaria
adoptadas por los gobiernos europeos van a determinar, sin
duda, una nueva etapa en la ofensiva que ha emprendido el
capital contra los trabajadores y trabajadoras para hacerles
pagar un precio cada vez más caro por su propia crisis.
Esta nueva etapa marca, también, una reorientación de la
ofensiva cuyo objetivo es más atacar el salario indirecto
que el directo.
Si
bien en las últimas tres décadas las medidas han estado
orientadas fundamentalmente al golpear sobre las condiciones
de intercambio y uso de la fuerza de trabajo, intensificando
su explotación, comprimiendo los salarios, degradando la
protección jurídica de la gente asalariada, el capital, a
través del Estado, ataca ahora las condiciones de
reproducción de la fuerza de trabajo: el sistema eductivo,
la vivienda social, impulsando nuevos recortes en el sistema
público de salud (liberando al estado de su responsabilidad
hacia la gente enferma), reduciendo de forma drástica y
generalizada las pensiones para lo que se han preparado a
conciencia bajo el argumento de la ampliación legal de la
edad de jubilación y la necesidad de incrementar la duración
de los años cotizados para acceder a ese derecho, etc.
El
objetivo final de estas políticas no es otro que el
desmantelamiento de los pilares básicos sobre los que se
construyó la relación salarial en la época fordista, con
el efecto derivado la fragmentación de la clase obrera
entre una parte, cada vez menor, que continuará beneficiándose
de esa herencia, y el resto que, poco a poco, será desposeído
de ella e incluso situado fuera de ese campo.
La
clase obrera, con trabajo o en desempleo, como principal víctima
de las políticas de austeridad presupuestaria, es también
la única que puede hacerla fracasar. La radicalidad de los
ataques que le dirige el capital no puede darse sin reacción
por parte de los trabajadores y trabajadoras, a riesgo de
conocer una regresión histórica de sus condiciones
materiales y sociales de existencia, sin precedentes desde
el nacimiento del capitalismo en Europa, El reto no se
reduce a salvar algunas de las conquistas sociales logradas
por la clase obrera y sus organizaciones en épocas
anteriores. Lo que todo el mundo debe ser consciente es de
que lo que está en juego es la preservación de las
conquistas sociales de la civilización moderna que consiste
en que la sociedad debe hacerse cargo de los sectores más débiles
y más pobres: niños y niñas y personas mayores, enfermas
e incapacitadas); más aún, se trata de la lucha por la
vida, por su preservación, refuerzo e intensificación,
contra la muerte: contra el reino del capital y la acumulación
del trabajo muerto que no tolera la vida más que en la
medida que pueda explotarla bajo la forma de trabajo vivo,
como un vampiro que se perpetúa y se regenera succionando
la sangre de sus víctimas. (16)
Sin
embargo, el carácter crucial de estos retos no garantiza
que tal movilización vaya a darse ni que sea exitosa. Sobre
todo, porque esta nueva agresión del capital se da en una
situación de degradación continua de la relación de
fuerzas entre el capital y el trabajo, en el que se combinen
la dispersión de las y los trabajadores, el debilitamiento
de su nivel de combatividad, la influencia que mantienen las
organizaciones sindicales y sus políticas heredadas del
antiguo movimiento obrero social–demócrata asimilada al
social–liberalismo y pronta a frenar, engañar y socavar
las luchas; y la debilidad de las fuerzas anticapitalistas.
En estas condiciones, si estos conflictos tienen lugar, es
necesario que las fuerzas anticapitalistas intervengan con
ideas claras.
Como
mínimo será necesario exigir que la reducción de los déficit
públicos se haga no mediante una reducción de los gastos
(sobre todo sociales) sino un incremento de los ingresos
fiscales, tasando sobre todo al capital (principalmente, al
capital financiero) y a las rentas y patrimonio de la gente
rica y acomodada.
Lo
que tendría una doble virtud: tanto de influir poco en la
demanda (sólo marginalmente sobre lo de los artículos de
lujo) porque se realizará sobre el ahorro de estos hogares,
como de corregir (un poco) las desigualdades entre las
rentas y de patrimonio que no han dejado de ahondarse en el
curso de estas dos últimas décadas.
Pero
más radicalmente, sería necesario exigir el repudio de la
deuda pública como medida de justicia social y fiscal. Lo
que no sería otra cosa que hacer pagar a los acreedores de
los Estados el conjunto de los impuestos que no han pagado
hasta ahora y que ha contribuido a aumentar la deuda pública
y que ahora está siendo utilizado de forma especulativa y
sin limites, y que es directamente responsable de la crisis
financiera, cuya solución ha degradado por segunda vez las
finanzas públicas. En suma hacerles pagar el precio justo
de su incivismo y su rapacidad.
(*)
Alain Bihr es profesor de sociología en la Universidad de
Franche–Comté (Francia). Ha publicado recientemente en Editions page deux,
Collection Empreinte, “La logique méconnue du capital”
(2010).
Notas:
(*)
El autor se refiere a los Estados de los países ricos
diferenciándolos de los Estados de los países emergentes.
(Nota del Traductor).
1. Retomo aquí los fundamental de dos artículos
anteriores: “Sommaire rappel de quelques vérités élémentaires
sur la dette publique” - A Contre-Courant, n°162, février-mars
2005- (“Dette publique” in La novlangue néolibérale,
Editons Page deux, Lausanne, 2007) ; y “Que cache la
croissance de la dette publique ?”, A Contre- Courant, n°211,
janvier-février 2010.
2.
Un bloque social es un sistema, algunas veces muy complejo,
de alianzas jerarquizadas entre diferentes clases,
fracciones, capas o categorías sociales, algunas veces
rivales entre ellas; alianzas constituidas bajo la dirección
de una de ellas que ocupa allí lo que se llama una posición
hegemónica; y en la que la unidad es asegurada por una red
de organizaciones comunes así como por una ideología común.
3.
El hecho de que, en nuestros días, con la ayuda de la
“globalización”, los títulos de la deuda pública de
la inmensa mayoría de los Estados no estén
mayoritariamente en inversores y contribuyentes de esos
mismos países sino de otros países, no modifica
fundamentalmente el raciocinio precedente: que sea prestada
a su propio Estado o a Estados terceros por intermediarios
de los actores financieros que son los bancos, las compañías
de seguros, los fondos de inversión, etc., el ahorro de los
hogares ricos y de gente acomodada podría estar siempre
sometida (en todos los sentidos del término) a una tasación
impositiva y servir para financiar los gastos públicos por
la vía de los impuestos más que por el de la deuda. La “
globalización financiera sólo universalizó
(universalizando su campo de ejercicio) el procedimiento de
enriquecimiento de estos hogares por la vía del
endeudamiento de los Estados.
4. Le Capital, Editions Sociales, tome III, page 196.
5. Institut national de la statistique et des études économiques,
“Principaux impôts par catégorie”, www.insee.fr/fr/indicateurs/cnat_annu/base_2000/finances_publiques/princip
aux_impots_2009_valeur.xls
6. Chiffres cités par Frédéric Lordon, “L'urgence du
contre-choc”, Le Monde Diplomatique, marzo 2010, page 9.
7. Eurostat, Newsrelease Euroindicators 55/2010, abril
2010, http://epp.eurostat.ec.europa.eu/cache/ITY_PUBLIC/2-22042010-BP/EN/2-22042010-
BP-EN.PDF; et OCDE, Perspectives économiques de l'OCDE, n°87,
mayo 2010, page 255, http://www.oecd.org/dataoecd/45/19/45305161.pdf
8.
El crédito cruzado SWAP (coberturas de fallo) son unos
contratos de seguridad destinados a garantizar a los
acreedores contra faltas de pago eventuales por parte de sus
deudores. Pero, contrariamente a una prima de seguro clásica,
su nivel no depende de la probabilidad del riesgo sino únicamente
de la relación entre demanda y oferta de este tipo de
contrato. Por añadidura, este tipo de contrato puede
adquirirse aunque no se posea el título de crédito al cual
se refiere, sin exponerse, por consiguiente al riesgo de
falta de pago que cubre!; ¡Es como si pudiéramos
asegurarnos contra la destrucción del coche del vecino! En
fin, se trata de títulos líquidos, es decir que se puede
revender después de haberlos suscrito o rescatado. Cuando
se refieren en títulos de la deuda pública de un Estado,
su compra masiva provoca, en el mejor de los casos, la
subida de sus cotización (lo que les permite a los
especuladores realizar al paso de las “ plusvalías
especulativas), perjudicando el crédito de los títulos en
los cuales se refieren y haciendo aumentar los tipos de
interés a los cuales deben ser emitidos los títulos
siguientes; degradando de hecho la situación del Estado
deudor y aumentando el riesgo de riesgo real de pago de su
parte; en el peor de los casos, estas compras masivas
provocan este riesgo y les permiten a los especuladores
embolsar el importe de la seguridad. ¡Cuando se es
asegurado contra el incendio del coche del vecino, tenemos
evidentemente todo interés en ver cómo se quema!
9.
A modo de ejemplo, si no existieran las desgravaciones
introducidas desde 1999, la deuda pública francesa sería
20 puntos inferior a la que es actualmente y la carga de los
intereses de la deuda, 0,5 menos del PIB de lo que es hoy. Cf.
Paul Champsaur y Jean-Philippe Cotis, Rapport sur la
situation des finances publiques, La Documentation française,
mayo 2010, page 13 www.elysee.fr/president/root/bank_objects/Rapport_Finances_publiques.pdf
10. Banque des règlements internationaux, Bulletin
trimestriel, junio 2010, pages 4-5; http://www.bis.org/publ/qtrpdf/r_qt1006b_fr.pdf
11. OCDE, ibid.
12. Cifras dadas por Laurent Cordonnier, “Un pays peut-il
faire faillite”?”, Le Monde Diplomatique, marzo 2010,
page 10.
13. “Sur la crise (1): “Le triomphe catastrophique du
néolibéralisme”, A Contre- Courant, n°199, novembre
2008 ; “A propos d'un excès de plus-value”, en la web A
l'Encontre, le 20 janvier 2009; “Pour une approche
multidimensionnelle des crises de la production capitaliste”,
en la web A l'Encontre el 13 juin 2009.
14. Cifra dada por Laurent Jeanneau y Guillaume Duval,
“Zone euro: la croissance au péril de la rigueur”,
Alternatives Economiques, n°293, julio-agosto 2010, page
19.
15. Jacques Le Cacheux, “La sortie de crise sera plus
dure à gérer que la crise ellemême “, Alternatives
Economiques, n°291, mayo 2010, página 73.
16. “Prendre aux mots la dimension mortifère du
capitalisme contemporain”, en la web A l'Encontre el 9
junio 2010.