Peligro:
guerra de divisas
Por
Claudi Pérez
El País, 10/10/10
Los países bajan la cotización
de sus monedas en busca de ventajas competitivas que les ayuden a salir de la
crisis, pero un enfrentamiento retrasaría la recuperación.
Washington, calle 19.–
Edificios de grandes ventanales, taxis con la suspensión destrozada, puertas
cerradas como sepulcros egipcios por las que de pronto aparece un hombre
invariablemente vestido con un impecable traje gris. Una estampa que recuerda
a un cuadro de Edward Hopper, nada realmente memorable si no fuera porque se
trata de una de las mayores concentraciones de poder del mundo: el Fondo
Monetario Internacional a un lado, el Banco Mundial al otro, ministros de
Economía entrando y saliendo de una reunión del G–7, de otra del G–20,
el Tesoro estadounidense a cuatro pasos, la Casa Blanca ahí al lado. Ese
reducido espacio debería ser algo parecido a la sala de control de la economía
mundial, al asiento del piloto desde donde se decide qué dirección tomar
para evitar las amenazas que acechan la frágil recuperación.
La crisis sigue siendo un
virus mutante: esta vez el peligro estriba en una guerra de guerrillas de
devaluaciones competitivas que puede derivar en una guerra comercial. De nuevo
el espectro de la Gran Depresión: eso es lo que sucedió en los años treinta
del siglo pasado. Se supone que la calle 19 de Washington es el lugar adecuado
si uno quiere saber cómo se va a sortear este capítulo de la Gran Recesión.
Y sin embargo, el piloto está en otra parte. Al otro lado del mundo: China
está a los mandos.
La quinta mutación de la
crisis (inmobiliaria primero, después financiera, sucesiva y simultáneamente
recesión económica, crisis fiscal e incipiente crisis de divisas) deja el frágil
equilibrio del capitalismo global en manos de un país con un capitalismo sui
géneris. "Solo China, que ha emergido como líder, tiene las claves para
arreglar esto", ha asegurado esta semana George Soros, el más conocido
delincuente de aventuras financieras –así le describe el Nobel Paul Krugman–,
que algo debe saber de divisas: allá por los años noventa especuló contra
la libra esterlina e hizo doblar la rodilla al mismísimo Banco de Inglaterra.
"Existe el riesgo de una guerra comercial. Eso sería muy grave para la
economía mundial. Solo China puede iniciar un proceso de cooperación
internacional que acabe con las tensiones apreciando su moneda",
sostiene. Aunque hay que tener cuidado con sus palabras. Hay quien siempre
apuesta en contra de lo que dice Soros: él hace eso mismo.
La guerra –o tal vez algo
menos: hay problemas más importantes que el tipo de cambio chino, decía el
viernes el premio Nobel Joseph Stiglitz en el FMI– estaba ahí larvada desde
hace tiempo. China mantiene su moneda –el yuan o renminbi– artificialmente
infravalorada, entre un 20% y un 40%, según varios estudios. Además, impone
férreos controles a la entrada y salida de capitales. Eso no es nuevo, ni
mucho menos. Pero con la economía mundial en el alambre desde hace mil días,
esa política ha acabado desatando ahora fuertes tensiones en el mercado de
divisas: provoca quejas generalizadas y de alguna manera obliga a los demás
países a hacer lo mismo. Vendiendo yuanes y comprando otras monedas, China
mantiene el tipo de cambio débil, favorece sus exportaciones y embalsa así
un enorme superávit comercial.
Otros emergentes asiáticos
han optado por copiar esa operativa desde hace tiempo: toda Asia ha capeado
excelentemente la crisis con un modelo de crecimiento basado en la exportación,
en el ahorro interno, en la acumulación de reservas. El otro lado del espejo
es EE UU, incapaz de competir con China y condenado a perpetuar un déficit
comercial que dificulta la recuperación. Aunque en este debate hay pocos
inocentes. Washington también está tratando de devaluar su moneda. De una
forma menos burda que en otros casos, pero al cabo jugando al mismo juego, a
pesar de sus feroces críticas a China.
En medio, todos los demás:
los países emergentes, que tienen que competir por mantener sus monedas
baratas para no perder cuota de exportaciones, y los desarrollados, que en
medio de un fuerte ajuste fiscal confiaban en salir del túnel con las ventas
al exterior y ven cómo eso es muy difícil con sus divisas tan caras.
Simplificando, todos contra todos. Ricos contra pobres: EE UU y la Unión
Europea elevan sus presiones sobre China. Pobres contra ricos: China no se da
por aludida y el resto de emergentes elevan la escala de su intervención a
pesar de las amenazas. Ricos contra ricos: Alemania se queja de que EE UU
sigue inundando de liquidez su economía y acaba haciendo lo mismo que tanto
critica, devaluar. Y pobres contra pobres: los países emergentes asiáticos y
latinoamericanos se ven obligados a competir en los mercados para ir más allá
en esa carrera por devaluar, por ganar de esa manera fuertes dosis de
competitividad, por imponer controles de capital ante las llegadas masivas de
capital que pueden acabar convirtiéndose en burbujas.
Hasta ahora se trata de
escarceos, apenas de las primeras hostilidades. La cosa se complica si todo el
mundo opta por esa vía, ya sea directamente –comprando o vendiendo divisas
en un mercado que mueve tres billones de euros al día– o de forma más
sibilina: con las compras de deuda pública y con una política monetaria
excepcionalmente laxa. "Si esa política se generaliza y se combina con
controles de capitales y con medidas proteccionistas, tenemos un
problema", asegura Daniel Gros, del Center for Economic Policy Research
de Bruselas.
El problema ya está ahí.
Japón, Brasil, Corea del Sur, Taiwán, Malaisia, Tailandia, Filipinas, Suiza,
Reino Unido y, cómo no, China y EE UU, se han enfrascado en esa dinámica que
el director gerente del FMI, Dominique Strauss–Kahn, califica de
"guerra o batalla", palabras de alto voltaje que se justifican por
el hecho de que son ya varios países "los que han empezado a usar la
divisa como un arma", según el primer ejecutivo del Fondo.
Aunque el FMI alude siempre
en primer lugar a China, el problema tiene otras muchas aristas. "Las políticas
monetarias de los grandes bancos centrales [como el estadounidense, el europeo
y el japonés] y las presiones especulativas que introducen los derivados
financieros están también en el centro del problema, pero de eso el Fondo no
suele decir ni una sola palabra", replica a este diario James K.
Galbraith, brillante economista e hijo del mítico John K. Galbraith, uno de
los grandes académicos del siglo pasado y experto en todo lo relativo a la
Gran Depresión.
La batalla tiene visos de ir
para largo. China ha desarrollado su economía en base a las exportaciones y
un yuan infravalorado es una pieza importante: afrontar una subida del tipo de
cambio que provoque el cierre de fábricas por parte de las empresas
exportadoras y que cause desempleo, aunque fuera temporalmente, sería difícil
de soportar, ya que a los problemas que el paro causa en cualquier país China
añade factores relativos a la legitimidad del régimen político. "Las
presiones de los demás países, como por ejemplo las amenazas del Congreso de
EE UU con medidas proteccionistas, conseguirán probablemente acelerar un poco
la apreciación del renminbi, pero no lograrán apartar a China de su
gradualismo, que es de lejos la forma preferida de cambio económico del
Gobierno chino", sostiene en Washington Tomás Baliño, economista y ex
subdirector del FMI.
En realidad, China ya suavizó
el pasado junio los férreos controles sobre su tipo de cambio: el problema es
que desde entonces el yuan se ha revalorizado apenas un 2%. "Una
burla", ataca Krugman desde The New York Times cada vez que tiene
oportunidad. El Ejecutivo chino parece seguir a pies juntillas ese viejo
proverbio que habla de cubrir largas distancias con pequeños pasos: el
problema es que la comunidad internacional considera que en la política de
tipos de cambio, observar la evolución del yuan es como sentarse a ver crecer
la hierba. Tanto el Nobel Krugman como Daniel Gros y otros expertos abogan por
dejar la diplomacia a un lado y empezar a disparar: aconsejan al presidente
Barack Obama que impida a los chinos comprar bonos del Tesoro estadounidense,
o que imponga controles de capital a China o, directamente, que apruebe
medidas proteccionistas contra los productos chinos, algo que el Congreso
norteamericano incluso ha debatido recientemente. Es decir: que inicie las
represalias.
La presión, de momento, no
funciona. Por un buen puñado de razones. China está sentada sobre un mar de
reservas de más de dos billones de euros (dos veces el PIB español) que le
dan una cierta tranquilidad. Su política económica ha sido una de las
mejores en la lucha contra la Gran Recesión, el estímulo económico funcionó
y la retirada ha sido gradual, para combatir la formación de burbujas. Además,
China recuerda experiencias anteriores de desórdenes en el mercado de divisas
y no quiere nada parecido: tras los acuerdos del Louvre a mediados de los
ochenta, en los que los grandes países se pusieron de acuerdo para devaluar
el dólar, el yen japonés se disparó y provocó un estancamiento del que la
economía japonesa no ha conseguido salir. Incluso puede aludir a la historia
reciente para defender sus tesis: a finales de los noventa, en medio de una
grave crisis en el Sureste asiático, mantuvo la estabilidad de su divisa a
pesar de que hubiera podido devaluar, como hicieron los países de su entorno,
y ayudó a capear el temporal. "¿Qué le estamos pidiendo a China? ¿Que
suelte el control y su moneda se dispare? Eso provocaría grandes problemas y
el crecimiento económico se resentiría en todo el mundo. Tengo la sensación
de que China va a seguir con su camino y va a seguir apreciando el yuan a su
ritmo. Probablemente, además, ese sea el camino correcto", explica en
una cafetería junto a la sede del Banco Mundial el economista Guillermo
Calvo, de la Universidad de Nueva York.
Y con o sin amenazas, por ahí
van los tiros. El pasado jueves, en Bruselas, la Comisión Europea, el Banco
Central Europeo y el Eurogrupo recibieron al primer ministro chino, Wen Jiabao,
con las ya habituales reclamaciones para que abra el grifo del tipo de cambio
y permita así una recuperación más rápida en Europa. "No se unan a
ese coro de presiones", respondió Wen. "Una apreciación rápida
provocaría el cierre de fábricas, los obreros tendrían que volver al campo,
habría desórdenes sociales. No sería positivo para el mundo que China
sufriera", dijo.
No parece fácil que el
gigante asiático se aparte de esa senda. El presidente del banco central de
China, Zhou Xiaochuan, respondía con cierta ironía a las preguntas de la
prensa el pasado viernes sobre las hostilidades desatadas en el mercado de
divisas: "No conocemos la definición exacta de una guerra de
divisas". Hay una anécdota reveladora que se atribuye a Zhou y que
ilustra perfectamente el sentir de China al respecto: interpelado por los
tipos de cambio en una reunión con otros banqueros centrales y varios
ministros de Hacienda de grandes países, Zhou contaba que la política
cambiaria china había dado buenos resultados a corto plazo, pero abogaba por
un cambio a medio y largo plazo. Preguntado por la duración del medio y largo
plazo, el banquero chino fue meridianamente claro: "China tiene 4.000 años
de historia".
El desenlace de esta polémica
no está claro en absoluto. Luis Servén, economista del Banco Mundial,
explica que el regreso del apetito por el riesgo explica los movimientos de
capitales hacia los países emergentes, que crecen con rapidez y para quienes
la crisis ya es prácticamente agua pasada. "Imponer controles de
capitales para suavizar ese flujo y evitar las burbujas es lógico, pero es
como poner puertas al campo", indica. La otra manera de devaluar es
seguir con la austeridad: gastar poco, consumir poco, ahorrar más y más.
"La gran amenaza es que todo el mundo se meta en ese círculo vicioso,
acompañando esa política de devaluaciones competitivas, de controles de
capital y en última instancia de medidas proteccionistas que empiezan a
aparecer aquí y allá y pueden agravar las tensiones", añade.
Otros expertos advierten de
problemas adicionales con China, más allá de los tipos de cambio: "Hay
continuas violaciones de la propiedad intelectual, usando la tecnología que
obtienen sus empresas de las alianzas con multinacionales en proyectos con
fuerte respaldo estatal, como los trenes de alta velocidad", advierte
Vicente Pallardó, del Observatorio de Economía Internacional de la
Universidad de Valencia. "El modelo chino ha funcionado muy bien, y por
eso va a ser tan difícil cambiarlo. Sobre todo cuando China se da cuenta de
que ahora muchos otros países, y en general todas las grandes potencias, están
usando otros métodos para conseguir lo mismo: devaluar sus monedas",
concluye.
Las presiones sobre China van
a seguir llegando por tierra, mar y aire. La comunidad internacional considera
que China se ha hecho mayor: un día concede el Nóbel al disidente Liu Xiaobo
para acelerar, de alguna manera, el giro político, y al día siguiente son el
G–7, el G–20, EE UU y la UE quienes reclaman al gigante asiático mayor
responsabilidad en la gestión de la crisis cambiaria: otra forma de reconocer
que, de alguna manera, tal vez solo China pueda resolver el entuerto. Un
modelo descrito con el acertijo "economía social de mercado" está,
cada vez más, al mando del más especulativo de los casinos financieros, el
de las divisas. Al cabo, esta crisis económica no es una, sino muchas. Y esas
personalidades sucesivas, que emergen unas de las otras, suelen ofrecer entre
sí los más raros y asombrosos contrastes.
El
FMI no logra parar la guerra de divisas
entre potencias
Se ha
impuesto el “sálvese quien pueda”
Por
Pablo R. Aretxabaleta
Gara, 11/10/10
China, EEUU, Japón, Gran
Bretaña, Brasil... Los principales actores económicos mundiales se han
embarcado en una guerra por mantener un bajo valor de sus monedas y favorecer
así sus exportaciones. La denominada «guerra de divisas» ha hecho saltar la
alarma ante la posibilidad de que todos pierdan en un escenario de crisis. La
cumbre del FMI y el Banco Mundial del fin de semana ha mezclado reproches
mutuos y llamamientos a la cooperación.
La salida de la crisis es
estrecha y larga. Y los estados tienen prisa por salir. El problema es que en
esa urgencia se ha impuesto el sálvese quien pueda y hay codazos por
colocarse en primera fila. Lejos de los continuos llamamientos a las
soluciones globales y a alejarse del proteccionismo, la práctica de los
gobiernos sigue la línea de dar preferencia a las salidas particulares. El último
episodio es la guerra de divisas que han desencadenado a la vez que alertan de
lo peligroso de utilizar las monedas como arma.
Muchos estados dan por
agotado el camino de los estímulos fiscales para fomentar el consumo interno.
Además, han comenzado a aplicar ajustes que no facilitan que sus ciudadanos
sean los que impulsen la demanda. Así que miran hacia sus exportaciones para
poder sostener el crecimiento económico. Y para impulsarlas necesitan una
moneda débil. Pero es complicado que todos los países impulsen esa política
a la vez. De ahí las críticas entrecruzadas para que sea el otro el que
ceda.
Presión
sobre China
Hasta ahora, y en la cumbre
del G–7 de este fin de semana, ha sido China el centro de las acusaciones
por mantener el yuan infravalorado, pero ya no es sólo el gigante asiático
quien fomenta esta política.
Hace ya varios años que
escucha las demandas de Estados Unidos y la Unión Europea para que revalúe
el yuan. Hasta ahora ha mantenido una cotización controlada y sólo
recientemente ha permitido una fluctuación mínima vinculada a una cesta de
divisas. Pero Estados Unidos quiere más. Acusa a China de impulsar de esta
manera sus exportaciones y lograr así crecimientos por encima del 9% del PIB
al año. Con la crisis, nuevos actores se han sumado desde los países
emergentes a la utilización de sus divisas, como Tailandia, Corea del Sur o
Brasil. Chile también estudia esta posibilidad.
Pero son también los países
más ricos los que intervienen para defender sus exportaciones. La alarma que
ha llegado a alertar del riesgo de «guerra de divisas» ha saltado con la
intervención de Japón, que sigue enzarzado en la lucha contra la deflación.
El ministro de finanzas de Japón, Yoshihiko Noda, defendió el viernes, en el
plenario de la Asamblea Anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del
Banco Mundial, la decisión de su Gobierno de intervenir en los mercados para
abaratar el yen, algo necesario, dijo, «para reactivar el crecimiento y
luchar contra la deflación».
El mes pasado Japón
intervino por primera vez en seis años en el mercado de divisas para frenar
la subida de yen, después de que la moneda llegara a tocar la posición más
alta contra el dólar en los últimos 15 años. Mantener sus tipos prácticamente
a cero también es una inyección de liquidez que baja el valor de su moneda.
«La deflación hace que los tipos de interés estén altos, y desanima a los
inversores a invertir en tecnología a medio plazo. Además, los hogares no
perciben mejoras porque sus ingresos nominales han caído, pese a que sus
ingresos reales han crecido», justificó Noda. En estas circunstancias, dijo
el japonés, el «Gobierno va tomar todas las medidas que sean necesarias para
lidiar con esta situación», con plena disposición a intervenir en los
mercados. La intervención del primer ministro muestra que ya nadie se quiere
quedar atrás. Y quienes más critican tampoco lo hacen. Estados Unidos también
lleva tiempo con un dólar débil frente al euro, una situación mantenida con
los tipos de interés rozando el 0%, inyectando liquidez, es decir, con la máquina
de hacer billetes de la Reserva Federal, y con las medidas de estímulo que
mantiene cuando otros países las han comenzado a retirar.
Como aprecia el economista
Joseph Stiglitz, Estados Unidos se posiciona en contra de intervenir en el
mercado de divisas, pero su política monetaria tiene en la práctica las
mismas consecuencias que la china. El presidente del banco central brasileño,
Henrique Meirelles define así la situación. «El dólar se está debilitando
debido a las medidas adoptadas para luchar contra la crisis, el euro no se está
debilitando tanto debido a sus propios problemas y China está haciendo que su
divisa se debilite frente al dólar».
China y
Europa
El escaso valor de estas
monedas lleva el dinero de los inversores hacia los emergentes. Brasil ha
amenazado con intervenir a su vez para impedir la revaluación de su moneda,
el real, y el lunes duplicó el impuesto que grava las compras extranjeras de
sus bonos en un intento de reducir el súbito aflujo de fondos (desde
principios de 2009 el real se había revalorizado un 30%). En las semanas
previas a la cumbre del G–7, Europa ha llevado al voz cantante de las críticas
contra China. El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso,
exigió al primer ministro chino, Wen Jiabao, en su visita a Europa, una «amplia
y ordenada apreciación del yuan» para evitar dañar a la recuperación económica
de la UE que, como principal mercado de las exportaciones chinas, también
afectaría negativamente al gigante asiático.
No obstante, Wen afirmó que
«los líderes políticos y empresariales europeos no deberían unirse al coro
de presión para lograr una apreciación del yuan» para que permita una mayor
flotación de su moneda pues, a su juicio, una apreciación podría provocar
una crisis en el gigante asiático, con la pérdida de miles de empleos y un
«desastre» para la economía mundial. En el caso europeo, el comercio
bilateral con China se ha triplicado entre 2000 y 2009, un periodo en el que
el déficit comercial con el gigante asiático se ha incrementado desde los
49.000 hasta los 133.000 millones de euros, tras alcanzar un pico de 170.000
millones en 2008 (año del estallido de la crisis), según señala la agencia
Efe.
Atados al
euro
La Unión Europea es quien más
problemas tiene para este tipo de intervención. El euro se encuentra en la
actualidad en sus valores máximos en ocho meses y se cambia a unos 1,40 dólares,
tras una fuerte apreciación en las últimas semanas.
China
financia
Pero la ventaja competitiva
de China con su política de yuan barato es la que ha permitido, al mismo
tiempo, que haya sostenido las economías de sus competidores. China es el
principal poseedor de dólares y deuda estadounidense. Así, pues es quien
financia a EEUU, pero también a Europa en un momento en el que los estados
buscan compradores para su deuda. «Compramos una importante cantidad de bonos
europeos en la época más difícil, entre ellos de Grecia, Irlanda, España,
Portugal e Italia», dijo el primer ministro chino Wen Jiabao, quien repitió
que continuará con esta política mientras «los países del euro tengan
problemas».
A su vez, también esto
supone una dependencia para China, que tendría serios problemas en caso de
una recesión en los países que ayuda financieramente.
Según el especulador George
Soros, es China quien decide realmente el devenir de las divisas y cuando no
intervino sobre el euro, cayó hasta los 1,20 dólares, momento en el que sus
compras revirtieron la caída.
Otra de las consecuencias de
las divisas baratas es la huida de las inversiones hacia el oro, en máximos
históricos, por encima de los 1.300 dólares por onza; el petróleo, por
encima de los 84 dólares el barril pese a la crisis; el trigo, la soja o el
maíz.
El
FMI no logra avances en el control de
conflictos monetarios
Strauss–Kahn:
"El problema no son las monedas,
sino los desequilibrios"
Por
Claudi Pérez
Enviado especial a la reunión del FMI
El País, 10/10/10
Washington.– En una cumbre
marcada por una incipiente guerra de divisas que puede derivar en una guerra
comercial –como ya sucedió en los años treinta del siglo pasado, durante
la Gran Depresión–, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha cerrado su
tradicional asamblea de otoño con escasos avances. Y avisa de que tampoco hay
que esperar demasiado del próximo G–20, en Corea del Sur.
Varios países, empezando por
Estados Unidos, reclaman al Fondo que asuma un papel central para rebajar las
hostilidades, que han originado medidas encaminadas a devaluar monedas de
diversos países, con intervenciones directas en el mercado o de forma más
sibilina, con una política monetaria muy expansiva.
Su director gerente, el francés
Dominique Strauss–Kahn, ha admitido en una multitudinaria rueda de prensa en
Washington que el Fondo "tiene que ser árbitro, juez y analista", y
adelanta que la institución prepara una iniciativa para aumentar la eficacia
en la supervisión del sistema monetario internacional. Traducción libre: no
gran cosa. Habrá que esperar para ver progresos. Por ahora no hay consenso.
EE UU encabeza una campaña
para reforzar el papel del FMI en la resolución de disputas sobre el sistema
monetario internacional; una especie de Bretton Woods II. "La excesiva
acumulación de reservas está conduciendo a serias distorsiones e inhibiendo
el ajuste internacional", dijo el secretario del Tesoro, Timothy Geithner.
Se trata de una manera más
diplomática de decir lo que tanto el Fondo como EE UU repiten desde hace
tiempo: China mantiene el yuan artificialmente sobrevalorado y eso dificulta
la suavización de los desequilibrios mundiales (Alemania, China y Japón, a
un lado, con grandes superávits de cuenta corriente; EE UU y otros países
como España al otro, con fuertes déficits).
Strauss–Kahn aguó ese
mensaje en la conferencia de prensa de clausura de la cumbre: "El
problema no es que las monedas estén apreciadas, sino los desequilibrios y la
falta de coordinación de las políticas nacionales, que a la postre se dejan
notar en los tipos de cambio".
Más
supervisión
La llamada guerra de las
divisas se ha apoderado de las sesiones del FMI, después de que los esfuerzos
de la Reserva Federal por impulsar la liquidez con bajos tipos de interés
llevaran a un debilitamiento del dólar. Japón, Brasil, Corea del Sur,
Malasia, Tailandia, Filipinas y otros países han puesto en marcha medidas
parecidas, además de controles de capital en algunos casos ante las entradas
masivas de fondos, o simplemente han aumentado la escala de sus intervenciones
directas en los mercados para evitar que sus monedas se aprecien, para no
perder exportaciones.
Países emergentes como
Brasil aducen que las políticas monetarias de los avanzados están provocando
una depreciación de monedas como el dólar, una debilidad que Washington
trata de aprovechar, dicen, para potenciar su sector exportador. A la
debilidad del dólar se suma la del yuan , lo que ha provocado intervenciones
de distintos países que podrían ser analizadas por el FMI si finalmente se
consensúa una iniciativa de supervisión que daría más poderes al Fondo.
El FMI evalúa la posibilidad
de enfatizar la vigilancia de cinco potencias clave: EE UU, la zona euro,
China, Japón y Reino Unido. Esa estrategia se llevaría a cabo emitiendo los
informes anuales sobre estas potencias de forma simultánea para analizar si
sus políticas pueden tener consecuencias no previstas en otros países.
Strauss–Kahn pidió a los
países que retrocedan y eviten el surgimiento de una "guerra de
divisas", término que utilizó por primera vez el ministro de Finanzas
brasileño, Guido Mantega, hace unos días, y que ya se ha extendido. Ante los
periodistas, enfatizó el hecho de que "la cooperación es la solución;
la solución nunca puede ser nacional cuando hay tensiones como estas".
De momento, solo palabras: tampoco el G–20, después del impulso inicial de
las reuniones de Londres y Pittsburgh, ha podido ir mucho más allá en
algunas de las cuestiones más espinosas de esta crisis.
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