Crisis mundial

Serios desacuerdos en la Asamblea anual del Fondo Monetario Internacional

La crisis y el fin de Bretton Woods II

Por Alejandro Nadal (*)
La Jornada, 13/10/10

La asamblea anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) concluyó con la persistencia de desacuerdos básicos, que son un mal presagio. Ninguna de las dificultades fundamentales de la economía mundial pudo resolverse en estos días. La guerra de las divisas está a la vuelta de la esquina y los peores días de la crisis podrían estar de regreso en unos meses. Hasta se dice que 2008 podría ser un día de campo, comparado con lo que viene en 2011.

En Washington nadie esperaba milagros. Después de todo, el FMI perdió la brújula desde el 15 de agosto de 1971. Ese día Nixon ordenó cerrar la ventanilla de compra–venta de oro y terminó el mundo de los tipos de cambio fijos para el que fue creado el FMI en la conferencia de Bretton Woods en 1944. Al cabo de unos años, el Fondo redefinió su misión como promotor de la liberalización financiera a escala global. Y en este nuevo papel pudo presidir sobre una larga lista de crisis financieras, cada vez más frecuentes y profundas. Como se sabe, en numerosos casos la medicina recetada por el FMI resultó peor que la enfermedad.

Poco a poco se fue consolidando un sistema que recibió en los años noventa el nombre de Bretton Woods II. Al igual que antes, el dólar seguía siendo el referente monetario en la economía mundial, pero en el nuevo esquema, Estados Unidos mantenía una posición de “consumidor en última instancia” y era subsidiado por China y los países exportadores de petróleo interesados en mantener su propio tren de exportaciones. Mientras hubo crecimiento, las cosas marcharon más o menos de manera estable. Claro, los gigantescos desequilibrios se fueron acumulando y adoptaron la forma de un astronómico déficit en las cuentas externas de Estados Unidos y su dual, las gigantescas reservas del banco central en China.

Este esquema podía durar mientras las tasas de crecimiento hicieran pensar a todos que el porvenir era brillante y siempre lo sería. Pero ese tipo de expectativas terminan por ser desmentidas por la dura realidad. Siempre se supo que Bretton Woods II era un sistema insostenible y que terminaría por reventar. Pero mientras dura el carnaval, nadie se preocupa por la cruda del día siguiente.

Al estallar la crisis, el conocido dilema de Triffin se manifestó con una claridad deslumbrante. El desplome en la demanda efectiva en Estados Unidos dejó un vacío que había que llenar. El caos en el sector financiero imposibilitó a los bancos estadounidenses fungir como intermediarios entre el ahorro y el consumo, y el gobierno tuvo que entrar al quite con sus estímulos fiscales y rescates de las hipotecarias semioficiales.

Pero el estímulo fiscal y la inyección de la Reserva Federal de más de un billón (castellano) de dólares para adquirir bonos del Tesoro terminaron por sacudir al mundo entero. Para colmo, aunque el estímulo fiscal permitió una especie de recuperación, resultó insuficiente. En lugar de mantenerlo y aumentar su volumen, la clase política estadounidense dejará que expire este otoño. La política monetaria, en su esquema de flexibilización cuantitativa, seguirá inyectando liquidez a un sistema que permanece estancado y con altas tasas de desempleo. Encima de todo, la pérdida de valor del dólar no fue suficiente para corregir el déficit comercial.

Hoy las principales economías del mundo están a punto de sufrir una recaída de proporciones alarmantes. En Estados Unidos el sistema bancario no acaba de digerir el desastre del sector hipotecario. El incremento en los costos de operación de los bancos debido a la ejecución de hipotecas vencidas es la peor amenaza del sector bancario. Esta es la cicatriz que dejarán las hipotecas subprime en los estados financieros de los bancos. Lo importante es que para un banco con problemas en la línea de flotación, el incremento en los gastos de operación puede ser el tiro de gracia.

Europa está amenazada por el regreso a la austeridad fiscal de su absurdo Tratado de Maastricht y Japón porque, en el fondo, nunca superó la crisis de los años noventa. La recesión en forma de W para la economía global es casi inevitable. Para las llamadas economías emergentes el problema se agrava porque sus exportaciones se verán afectadas.

Los desequilibrios acumulados en los últimos 20 años tocan a la puerta hoy para reclamar atención. A China se le exige disciplina cambiaria y mayor énfasis en la demanda interna. Pero la percepción en Pekín es que el gigante asiático no puede darse el lujo de perder competitividad en los mercados internacionales. Eso sucedería si aumentan sus costos laborales y se permite la apreciación del renminbi. Por eso China reclama a su vez disciplina monetaria al país que emite los papelitos verdes, que otrora fueron la piedra de toque del sistema monetario internacional.

Es la terminación del sistema de Bretton Woods II. No será un final tranquilo. Y sí, 2011 puede muy bien ser el peor año de la crisis.


(*) Alejandro Nadal es economista, profesor investigador del Centro de Estudios Económicos, El Colegio de México, y colabora regularmente con el cotidiano mexicano de izquierda La Jornada.


Guerras devaluatorias, otra vez

Jorge Eduardo Navarrete
Rebelión, 15/10/10

Es probable que el resultado formal de una reunión, expresado en un documento oficial que mereció consenso, nunca haya sido descalificado en forma tan tajante por el principal dirigente de la institución concernida. Este insólito rechazo ocurrió el sábado pasado.

El documento fue el comunicado de la 22 Reunión del Comité Monetario y Financiero Internacional del FMI. La descalificación estuvo a cargo del director–gerente del Fondo, Dominique Strauss–Kahn. Según la videograbación de la entrevista difundida en su portal por el propio FMI, la demoledora declaración se produjo en una conferencia de prensa al término de la reunión del comité que había aprobado el comunicado.

Strauss–Kahn dejó en claro, al responder a una pregunta en la que se objetaba la insuficiencia del lenguaje del documento, que “el lenguaje no es eficaz, las palabras no van a hacer que las cosas cambien, se requiere adoptar políticas; la cuestión no es cambiar el lenguaje sino conseguir que, mediante acciones de política más coordinadas, cambie la realidad... Me siento un tanto decepcionado. No podemos seguir hablando, hablando y sólo hablando; lo que necesitamos es acción verdadera y ésta sólo puede hacerse en forma cooperativa”.

Con el párrafo anterior podría haber comenzado una crónica un tanto sarcástica de lo ocurrido, reveladora, sin embargo, del ambiente que se vivió en esa reunión, en la que participaron los ministros de Finanzas y gobernadores de bancos centrales de 25 países. Lo que casi todas las crónicas subrayaron fue que desapareció el esprit de corps, que se diluyó la unidad de propósito que se había manifestado en los dos años precedentes, en medio de la crisis. Ahora los planteamientos fueron más dispares, las posiciones más irreductibles y, al final, el lenguaje con el que se trató de expresar un consenso que no existió en la realidad, resultó muy alejado del contenido de los debates y, como se señaló, ineficaz, débil, insuficiente. El trasfondo del debate lo constituyó, como el ministro brasileño de Finanzas, Guido Mantega, adelantó hace dos semanas, el tema que todos hubieran preferido evitar pero que a todos preocupa: otra vez, las guerras devaluatorias.

Aunque los desalineamientos de los tipos de cambio se encuentran alrededor de todo el planeta, pareciera, a juzgar por el sentido del debate, que el único problema real se encuentra en la subvaluación del yuan renminbí, la moneda de China. A principios de octubre, The Economist hizo notar que numerosos países han intervenido en los mercados cambiarios para evitar que sus monedas se aprecien en términos nominales: “A pesar de los encabezados, China no es el único gran interventor. Otros se han esforzado mucho más por mantener deprimida la cotización de su moneda.”

Sin embargo, con inusitada frecuencia, el presidente y el primer ministro de ese país han recibido ruegos, sugerencias, exigencias y amenazas para convencerlos de que permitan una revaluación sustancial del yuan. Los oyó Hu de Obama cuando se reunieron en Nueva York en septiembre y los oyó Wen de los líderes europeos en la cumbre anual China–UE, poco después.

Un ejemplo de la forma elegante de expresión fue la usada por Strauss–Kahn en la conferencia de prensa ya mencionada: es inevitable, dijo, que se revalúen las monedas de los países ampliamente superavitarios. Las formas vulgares han estado a cargo de algunos legisladores republicanos que han empezado a utilizar la cuestión como un arma electoral contra Obama, acusándolo de ser pro chino y fomentar el empleo en China, pero no en Ohio.

En esta materia, el Comité Monetario y Financiero convino en reconocer que, entre los factores que agudizan la vulnerabilidad financiera mundial, se cuentan “los flujos de capital volátiles, los movimientos de los tipos de cambio y las cuestiones relacionadas con la oferta y acumulación de reservas internacionales”. Estos temas, todos muy conflictivos, seguirán siendo estudiados para contribuir a “aumentar la efectividad de las políticas de gestión de las corrientes de capital”. Quizá el año próximo se pueda tomar alguna decisión –o antes, si el Grupo de los 20 decide tomar el toro por los cuernos en Seúl en noviembre.

Otra cuestión de interés en los debates del comité fue la relacionada con los “derrames transfronterizos” (“cross–border spillovers”). Las consecuencias sobre terceros países de las políticas o acciones económicas nacionales fue uno de los temas discutidos hace casi 30 años en la cumbre Norte–Sur de Cancún. Lo que a la sazón preocupaba a los países del Sur eran las políticas monetarias restrictivas que empujaban las tasas de interés “hasta los niveles más altos de la era cristiana”, como dijo con un modicum de exageración Helmut Schmidt, y las repercusiones sobre sus costos de financiamiento y de servicio de la deuda.

Hubieron de pasar tres decenios para que las consecuencias negativas sobre terceros, imaginativamente denominadas spillover effects, atrajesen la atención del órgano de decisión política del FMI. Se debatió, sin llegar a un acuerdo, si las acciones de supervisión del fondo, dirigidas normalmente a las políticas nacionales, deben abarcar también las consecuencias externas de esas políticas. Es claro que el “derrame transfronterizo” que muchos tenían en mente era, precisamente, el relacionado con las consecuencias de la subvaluación del yuan y la extraordinaria acumulación de reservas internacionales de China sobre el comercio y las finanzas mundiales, en especial el déficit comercial y la deuda externa estadounidenses. El comité continuará considerando este tema como parte de su revisión de la efectividad de la supervisión ejercida por el fondo, que nunca se ha caracterizado por la objetividad, la ausencia de dobles estándares y la equidad.

Con palabras del comunicado del comité, en medio de una “recuperación frágil y desigual” y ante la necesidad de asegurar un “crecimiento fuerte, sostenible y equilibrado”, todo mundo debe “abstenerse de acciones de política que pudieran afectar este objetivo compartido”. Lo que faltó, naturalmente, fue anunciar cómo y cuándo se ejercería esta saludable restricción y quiénes deberían abstenerse primero.

Hay otra versión de lo ocurrido en estas reuniones. Se encuentra en el portal de la Secretaría de Hacienda: “La política económica de México sustentada en la responsabilidad y el buen manejo recibió el reconocimiento de la comunidad internacional durante [...] la reunión anual de gobernadores del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional”. Los aplausos todavía se escuchan.


Cañones económicos contra el yuan

Por Hedelberto López Blanch
forosdebolsa.com, 14/10/10

La Cámara de Representantes de Estados Unidos se lanzó con todas sus fuerzas contra la República China para tratar de que el país asiático reevalúe su moneda, el renmimbi (RMB) o yuan, situación a la que Washington atribuye la mayoría de los males económicos que padece.

En su creciente política agresiva, que podría provocar una guerra económica entre los dos países con posibilidades de extensión mundial, la Cámara aprobó un proyecto de ley que permitiría imponer sanciones comerciales a China como represalia a la política cambiaria de esa nación.

Desde hace varios años, Estados Unidos ha persistido en tomar medidas contra Pekín porque, según ha manifestado, el enorme déficit comercial con China se debe a la subvaluación del yuan pues se abaratan las exportaciones desde esa nación.

Como consecuencia, indicó la actual presidenta de la Cámara, la demócrata Nancy Pelosi, esta situación es una desventaja competitiva pues abarata los productos chinos exportados en contra de las fabricaciones estadounidenses y ha supuesto “la pérdida de dos millones de empleos en el país en la última década”.

La prepotencia hegemónica de los congresistas llegó al extremo cuando argumentaron que el proyecto de ley se dirige contra todo país que manipule el valor de su divisa. Es decir, solo Washington esta “autorizado” a hacer lo que desee con su moneda (dólar) como lo ha hecho desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial.

El documento, para convertirse en ley, debe ser sancionado por el Senado y después por el presidente Barack Obama, aunque los analistas consideran que tiene pocas probabilidades de triunfar pues la Casa Blanca esperará primero a que pasen las elecciones legislativas de noviembre y en segundo lugar, no desea una confrontación comercial con el gigante asiático.

Al mismo tiempo, el Departamento de Comercio y 36 importantes compañías estadounidenses han manifestado que de ser aprobado el proyecto, se profundizaría la crisis económica, se reduciría el crecimiento y aumentaría el desempleo, además de violar los compromisos en el marco de las reglas de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que estipulan el cálculo de impuestos antidumpling y los tipos de subsidios sujetos a derechos compensatorios.

Pekín sostiene un tipo de cambio del yuan subvaluado frente al dólar estadounidense, lo cual le permite disminuir el costo de sus exportaciones e incrementar el superávit comercial que disfruta sobre Estados Unidos y Europa. Tras el último ajuste hecho en junio por China, el cambio actual se sitúa en 6,7980 yuanes por dólar.

China mantiene ese nivel cambiario con la compra de dólares por yuanes, y después coloca parte de esos billetes en el mercado de deuda estadounidense, los llamados títulos del Tesoro Público de los que ya posee 900.000 millones.

De esa forma, pone freno a la subida del yuan y aunque la hace dependiente del dólar, también la convierte en el mayor acreedor de Washington.

Como ambas economías se retroalimentan directamente a China tampoco le conviene que el dólar caiga en picada, mientras que un incremento acelerado del renmimbi haría a su industria menos competitiva, afectaría su mercado laboral al subir los precios de sus mercancías y bajaría la demanda con la consecuente reducción de la producción en las empresas exportadoras.

A principios de 2010, las reservas de divisas de China alcanzaron los 2,4 billones de dólares, o sea, más del 30% de la totalidad del orbe.

Si Pekín dejara de comprar bonos del Tesoro, se produciría una caída en el valor del dólar que traería grandes repercusiones para el sistema financiero y la economía mundial, incluyendo principalmente a estas dos naciones en litigio.

Estados Unidos está atado de pies y manos ya que tiene una deuda externa de 13 billones de dólares y para mantener sus abultadas importaciones, necesita la entrada diaria de miles de millones de dólares que recibe de China, Japón, Corea del Sur y varias naciones petroleras árabes.

En el trasfondo existen dos razones para que Estados Unidos presione a China: tratar de impedir que el gigante asiático continúe con un vertiginoso crecimiento y pueda en unos 20 años compartir o convertirse en la primera economía mundial que le quite esa hegemonía a Washington, y segundo, que el dólar continúe como la moneda principal de intercambio mundial por encima de cualquier otra.

La vocera del Ministerio de Relaciones Exteriores chino, Jiang Yu, afirmó en conferencia de prensa que el proyecto de ley es “imprudente y miope" y que la apreciación de la moneda no resolverá el problema del déficit comercial estadounidense.

Jiang, al igual que el Ministro de Comercio, Chen Deming, puntualizaron que Estados Unidos debe hacer esfuerzos para disminuir los controles de las exportaciones a China y que si se quiere reducir el déficit, debe autorizar las ventas de productos de alta tecnología a su mercado lo que conllevaría a realizar compras más costosas.

La depreciación del billete verde en los últimos años provocada por la crisis del sistema capitalista estadounidense, sus enormes gastos de guerra en Iraq, Afganistán, la baja en la productividad y el aumento del desempleo, entre otros males, han motivado que grandes bancos internacionales estén promoviendo el uso del yuan en sus transacciones comerciales con Pekín.

El diario británico Financial Times informó recientemente d que bancos como el Citigroup, HSBC, JP Morgan y BBVA (este último español) realizan campañas en Asia, Norteamérica, América Latina y Europa para que las compañías utilicen el renmimbi que ya se abre paso en el comercio internacional.

Por su parte, China permite a naciones vecinas realizar negocios con su propia moneda sin necesidad de convertirla en euros o dólares lo cual evita las fluctuaciones en los tipos de cambio.

También Pekín ha firmado convenios en América Latina con Brasil y Argentina donde la moneda de intercambio es el yuan, mientras que Perú y Chile están interesados en acogerse a esas transacciones.

Ya no son tiempos de unipolaridad, y tanto la Cámara de Representantes estadounidense como la Casa Blanca, tendrán que adaptarse a las nuevas realidades mundiales o sufrirán las consecuencias.