¿Guerra
de divisas?, por supuesto
Por
Immanuel Wallerstein (*)
Agence Global, 01/11/10
La Jornada, 06/11/10
Traducción de Ramón Vera Herrera
Las divisas son un problema económico
muy particular. Porque las divisas son la verdadera relación donde unos ganan
y otros pierden. Sean cuales sean los méritos de la revaluación o devaluación
de una divisa particular, estos méritos son ganancias sólo si otros pierden.
No puede todo mundo devaluar al mismo tiempo. Es imposible lógicamente y por
tanto carece de sentido en lo político.
La situación mundial es bien
conocida. Hemos estado viviendo en un mundo donde el dólar estadounidense ha
sido la divisa mundial de reserva. Esto, por supuesto, le ha dado a Estados
Unidos un privilegio que ningún otro país tiene. Puede imprimir su divisa a
voluntad, siempre que piense que al hacerlo resuelve algún problema económico
inmediato. Ningún otro país puede hacer esto; o más bien ningún otro país
puede hacerlo sin penalización mientras el dólar se mantenga como la divisa
de reserva aceptada.
Es también muy conocido que,
por algún tiempo ya, el dólar ha estado perdiendo su valor en relación con
otras divisas. Pese a las fluctuaciones continuas, la curva ha sido
descendente tal vez durante 30 años por lo menos.
Los países del noreste de Asia
–China, Corea y Japón– han emprendido políticas relativas a las divisas
que otros países han criticado. De hecho éste es un asunto que es el objeto
de una atención constante en los medios. Sin embargo, para ser justos, en
este momento no es de ningún modo fácil establecer la política más sabia,
aun desde la perspectiva egoísta de cada país.
Yo considero que el asunto
subyacente es más simple que las enredadas explicaciones de la mayoría de
los analistas de política. Comienzo con algunos cuantos supuestos. El estatus
del dólar como divisa de reserva del sistema–mundo es la última ventaja
importante con que cuenta Estados Unidos en el sistema–mundo de hoy. Es por
tanto entendible que Estados Unidos hará lo que pueda para mantener esta
ventaja.
Pero para hacer eso, requiere de
la voluntad de otros países (incluidos, notablemente, esos del noreste de
Asia) no sólo para que usen el dólar como modo de calcular las
transferencias sino como algo en lo cual invertir sus excedentes
(particularmente en bonos del Tesoro estadounidense).
No obstante, la tasa de cambio
del dólar ha ido deslizándose constante. Esto significa que tales excedentes
invertidos en bonos del tesoro valen menos conforme pasa el tiempo. Llega un
punto en que las ventajas de tal inversión (siendo la principal ventaja el
sostener la capacidad de las empresas estadounidenses y los consumidores
individuales para pagar por sus importaciones) serán menores que la pérdida
del valor real de las inversiones en bonos del Tesoro. Ambas curvas se mueven
en direcciones opuestas.
El problema es uno que está
presente en cualquier situación de mercado. Si el valor de unas acciones está
cayendo, los dueños querrán deshacerse de ellas antes de que caigan muy
bajo. Pero si un accionista grande se deshace de ellas muy rápido, esto puede
impeler a que otros corran a vender, lo que ocasiona pérdidas aún mayores.
El juego es siempre encontrar un
momento elusivo para deshacerse de las acciones, uno que no sea ni demasiado
tarde ni demasiado pronto, ni demasiado lento, ni demasiado aprisa. Esto
requiere un sentido perfecto del tiempo, y la busca de esta sincronía
perfecta es el tipo de juicio que con frecuencia se tuerce.
Esto es lo que veo como retrato
básico de lo que está ocurriendo y ocurrirá con el dólar estadounidense.
No puede continuar manteniendo el grado de confianza mundial de que alguna vez
gozó. Tarde o temprano, la realidad económica se le empatará. Esto puede
ocurrir en una conmoción de cinco minutos o en un proceso mucho más lento.
Pero cuando ocurra, la pregunta clave es ¿qué ocurrirá entonces?
No hay hoy otra divisa que tenga
el equilibrio necesario para remplazar al dólar como divisa de reserva.
Siendo ese el caso, cuando el dólar caiga, no habrá divisa de reserva.
Estaremos en un mundo multipolar de divisas. Y un mundo multipolar de divisas
es un mundo muy caótico, en el cual nadie se siente a gusto porque los
constantes virajes repentinos de las tasas de cambio hacen muy precarias las mínimamente
racionales predicciones económicas de corto plazo.
El director administrativo del
Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss–Kahn, en este momento
advierte públicamente que el mundo se está hundiendo en una guerra de
divisas, cuyo resultado “podría tener un impacto negativo y muy dañino en
el más largo plazo”.
Una posibilidad real es que el
mundo pueda revertir, a mí me parece que ya lo está haciendo, a acuerdos de
trueque de facto, una situación que no es en realidad compatible con el
funcionamiento efectivo de la economía–mundo capitalista. ¡Caveat emptor!
(cuidado compradores, N. de SoB), ¡compren a su propio riesgo!
(*) Immanuel Wallerstein,
sociólogo e historiador estadounidense, continuador de la corriente
historiográfica iniciada por Fernand Braudel, es ampliamente conocido por sus
estudios acerca de la génesis y transformaciones históricas del capitalismo.
Su monumental trabajo “El moderno sistema mundial”, cuyo primer tomo
publicó en 1976, analiza el desarrollo del capitalismo como “economía–mundo”.
Actualmente es Senior Research Scholar en la Yale University. En
el 2003 publicó “The Decline of American Power: The U.S. in a Chaotic
World” (New Press).
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