¿Hacia dónde
va la crisis financiera internacional?
La crisis económica que se
inició en Estados Unidos a mediados de 2007 y sigue estremeciendo al mundo
tuvo una primera fase de hundimiento bancario e industrial privado; una
segunda en la que los gobiernos de los países desarrollados acudieron a
salvar a la banca de la quiebra, generando ingentes déficits fiscales y
trasladando el cataclismo a las finanzas públicas, y un tercer momento –el
actual– en que la crisis ha pasado a ser monetaria. Dado que la gigantesca
deuda que hoy acumulan esos países –con las excepciones de Alemania y
China– resulta impagable, se marcha inexorablemente hacia una moratoria
generalizada.
Desde el año 2007, cuando
comenzó la actual crisis económica mundial, cuya raíz profunda es el
agotamiento de las fuentes de hidrocarburos y que se manifestó con la explosión
de la burbuja inmobiliaria junto a la especulación con derivados y bursátil,
se han sucedido tres grandes fases. La primera fue el crack
bancario–industrial privado (Lehman Brothers, General Motors, etc). La
segunda fue la respuesta internacional de los distintos gobiernos de bajar las
tasas de interés, imprimir dinero y expandir el crédito para salvar a la
banca en su conjunto de la quiebra.
Así, el salvataje de la banca
se logró a costa de generar importantes déficits fiscales, que fueron
financiados con descomunales emisiones de bonos públicos. Es decir, por
aumentos de la deuda externa. El resultado fue el pasaje del crack privado al
público: Islandia, países bálticos, Dubai, Irlanda, Grecia, y en capilla,
España, Portugal e Italia… por ahora. Tercer acto: como en última
instancia el valor de fondo de una moneda depende de las exportaciones, y la
cotización de corto plazo depende del flujo y reflujo de capitales en el país,
el crack público y privado generó una crisis internacional de tal
envergadura que para aumentar sus exportaciones todos los países recurrieron
a medidas abiertas o encubiertas de devaluación de sus monedas, acompañadas
de una importante especulación monetaria. La crisis se trocó entonces en
monetaria.
Llegó en consecuencia la hora
del cinismo: los políticos al servicio de la banca han decretado el ajuste
bajo el pretexto de que “los gobiernos anteriores habían gastado de forma
excesiva”, o “que se ha estado viviendo por encima de las
posibilidades”, sin aclarar que los “gastos excesivos” fueron justamente
el dinero dado a los banqueros y que son precisamente éstos quienes viven por
encima de las posibilidades de cualquier país (ver Ramonet, pág. 3).
Sin embargo, hemos llegado a un
interesante punto de inflexión, ya que estos ajustes son absolutamente inútiles
para resolver la actual crisis. En efecto, históricamente el capitalismo ha
salido de sus crisis periódicas a través de quiebras empresarias que, al
destruir fuerzas productivas, actuaban como liberadoras de espacio para los
nuevos productores y los que subsistían, y además, mediante el despido de
trabajadores y las rebajas de sus salarios lograban elevar la productividad y
la ganancia de las empresas.
Pero eso se reveló insuficiente
cuando las crisis fueron de notoria envergadura, como la Primera Depresión de
finales del siglo XIX o la Gran Depresión que estalló en 1929. En tales
casos, la salida fue la guerra. La Primera Depresión fue acompañada por
furibundas guerras colonialistas en África y Asia, que como no les alcanzaron
a los trusts de aquella época para repartirse satisfactoriamente los
mercados, llevaron a buena parte de la humanidad a la Primera Guerra Mundial.
La Gran Depresión desembocó en la Segunda Guerra Mundial.
¿Y ahora? ¿Acaso no basta con
el actual ajustazo para que se recomponga rápidamente el virtuoso ciclo económico?
No. Porque estos ajustes, si bien son feroces por sus efectos sobre las
espaldas de los pueblos que los sufren, no resuelven el problema central: el
fabuloso incremento de los déficits fiscales para salvar a los bancos de su
quiebra y el estratosférico nivel a que han llegado las deudas externas de
los países implicados para financiar sus déficits.
Ajuste cruel
e inútil
El núcleo del mercado de la
deuda pública son los bonos de 10 años de duración. Esto significa que el
grueso de la deuda externa de los distintos países se renueva dentro de ese
plazo. Así, el volumen mayor de la deuda de Japón, Alemania y Francia está
concentrado en torno a los 7 años. Otros tienen problemas más serios aún.
Tal es el caso de Estados Unidos, cuya deuda, mayoritaria y peligrosamente, se
ubica en torno a los 5 años. O el de España, a la que durante este año le
vence casi el 18% de su deuda externa pública total, frente al 12% de Grecia
con su deuda “semirreestructurada–semidefaulteada”.
En consecuencia, si tomamos el
rendimiento de los bonos, vemos cómo éste se va elevando desde el caso de
Japón, que posee el bono con el tipo de interés más barato (1,25%) de la
lista, hasta llegar al de Grecia (5,11%), que es el más caro. Esta radiografía
nos permite ver, hoy, a quién le cuesta más y a quién menos manejar su
deuda externa.
La capacidad que tiene un país
de pagar un bono depende de su aptitud para generar riqueza, recaudar
impuestos, poseer un endeudamiento bajo y que éste no esté concentrado en
pocos años. Bajo esta óptica, al analizar a los países clave se evidencia
que su capacidad de repago –exceptuando a China y Alemania– es imposible
de lograr. Sus deudas son impagables.
El actual ajuste europeo,
consistente en la reducción de beneficios sociales (como las ayudas por
hijos) y de los salarios de los empleados públicos, el aumento de la edad
para jubilarse, la disminución del costo del despido de trabajadores, la
ampliación de los contratos temporales, no cierra. Financieramente es un engaño:
el ratio de los intereses a pagar es mayor que el ratio del ajuste. Dejemos el
caso testigo de Grecia, con la mayor deuda pública y déficit fiscal de
Europa –hasta el presidente del Deutsche Bank ha dicho que ese país
“probablemente tendrá que reestructurar su deuda”–.Vayamos a la otra
punta de Europa: Gran Bretaña, que tiene el mejor perfil de vencimientos,
cuyo promedio es de 13 años. Con un déficit fiscal de 156.000 millones de
libras (y que podría ser mayor), que es el equivalente al 11% de su Producto
Interior Bruto (PIB), tiene que abonar en los próximos cinco años 70.000
millones de libras de intereses solamente, como ha dicho públicamente su
primer ministro David Cameron (1). Teniendo presente que el rendimiento de los
bonos es del 3,58%, la cifra implica que habrá que renovar alrededor de 2,5
billones de dólares. O sea que para los próximos cinco años el Reino Unido
tiene un flujo de vencimientos peor que el de España. Hoy el ajuste es de
6.200 millones de libras, lo que no significa nada frente a los 70.000
millones de libras de intereses. Incluso llevando el ajuste a la faraónica
suma de 70.000 millones de libras en cinco años, para el 2015 el capital
adeudado sería exactamente el mismo de hoy.
Es evidente que las deudas de
los países son impagables y que se marcha hacia una moratoria generalizada.
Ahí está el ejemplo de Hungría,
rápidamente acallado por el mundo financiero y que pondría en evidencia lo
que sostiene este artículo. En 2006 su déficit fiscal era del 9,3% del PIB;
en 2008, para evitar su default, el país recibió un préstamo de 24.000
millones de dólares. Ajuste tras ajuste, oficialmente su deuda externa es
hoy, con el 80% del PIB, similar a la de Portugal (86%). Y su déficit fiscal,
supuestamente del 4%, fue denunciado como falso por las nuevas autoridades
magiares, quienes proclamaron que el país estaba por quebrar, ante el pavor
de los mercados financieros, y al otro día debieron desmentirlo.
Independientemente de si quebró
o está al borde de hacerlo, lo realmente importante es que Hungría ha dejado
al desnudo lo evidente: su ajuste no funcionó. Está igual o peor que antes
del mismo. Y esto sucede en momentos en que nos encontramos internacionalmente
con las tasas centrales de interés más bajas de los últimos tiempos: ¡0,1%
en Japón, 0,25% en Estados Unidos o 1% en Europa!
Si las tasas de interés
volvieran a un nivel no demasiado alto, como el de antes de la crisis, en que
estaban entre el 4% y el 5%, eso significaría un aumento de entre 400% y
500%. En ese caso la Gran Depresión de la década de 1930, que desembocó en
la Segunda Guerra Mundial, sería una nimiedad en comparación con lo que
ocurriría.
Pero aunque no se produzca ese
escenario, de todos modos la economía mundial se encamina hacia un embudo.
Hoy, la tasa de rendimiento anual de los bonos es superior a la tasa de
crecimiento de la economía y a la del ajuste, y éste, al generar más recesión–deflación,
determina que habrá menos dinero aún para poder pagar.
Además, el rendimiento que están
teniendo los bonos de deuda pública se está acercando al de la privada, con
lo que las deudas estatales están absorbiendo el crédito mundial, dejando a
las empresas privadas sin financiación. El pequeño detalle es que las deudas
privadas, en promedio, duplican a las públicas en los países desarrollados.
EEUU: el
corazón de las tinieblas
El corazón del sistema, Estados
Unidos, ofrece un panorama aun más desolador. En el terreno fiscal, como
anuncian sus máximas autoridades, en los próximos nueve años acumulará un
déficit de nueve billones de dólares. Un billón por año. El déficit
actual es de 1,6 billones de dólares. No queda claro que este pronóstico se
cumpla, puesto que sólo en dos años la deuda pública estadounidense habrá
superado el PIB, y prácticamente en los próximos cinco años deberán
refinanciarse siete billones de dólares, algo más de la mitad de su deuda
total. ¿Quién podrá financiar 5.300 millones de dólares por cada día
laborable?
Antes de 2009, todos los países
del mundo suscribían sin dudar las emisiones de deuda de Estados Unidos. Pero
como en ese año Washington cuadruplicó su emisión en relación con el año
anterior, China, India y Rusia redujeron sus tenencias y compraron oro con los
fondos de ese recorte. El total de las reservas monetarias mundiales asciende
a unos siete u ocho billones de dólares; de esa suma, China posee alrededor
de 2,5 billones, y Japón, un billón: aunque, milagrosamente, ambas potencias
asiáticas decidieran invertir todas sus reservas en Estados Unidos, apenas
lograrían cubrir con esa inmensa fortuna la mitad de la deuda de ese país
que vence en los próximos cinco años.
Dado que América Latina y África
están excluidas para jugar un papel en este ámbito, y que Europa, en pleno
ajuste, está muy limitada, sólo quedan tres actores capaces de financiar el
déficit de Estados Unidos: los especulativos hedge funds, los bancos de
inversión y otros similares, y los países asiáticos. Pero el apoyo de los
hedge funds y los bancos a los Estados es un verdadero abrazo de oso, como ha
quedado demostrado, por ejemplo, con las experiencias de George Soros en
relación con Gran Bretaña, Malasia y otros países, o la de Goldman Sachs
con Grecia, o el ensañamiento que todos ellos practican actualmente con España.
Así, las nuevas víctimas pueden ser encabezadas mañana por Estados Unidos.
Queda el tercer actor, Oriente,
pero paradójicamente, el meridiano de la crisis en breve se trasladará desde
Europa al Este asiático.
Japón y
China
Desde 1988, Japón logró
financiar su déficit fiscal a través de la emisión de deuda a tasas bajísimas,
incluso al cero por ciento, pero ello implicó llevar esa deuda a límites
inmanejables, una economía en deflación constante y una inestabilidad política
que provocó continuos cambios de jefes de Gobierno (en menos de cuatro años
se sucedieron Junichiro Koizumi, Shinzo Abe, Yasuo Fukuda, Taro Aso, Yukio
Hatoyama, y ahora Naoto Kan). La fórmula japonesa de incrementar la deuda pública
como mecanismo de financiación de los permanentes déficits presupuestarios,
apostando a la multiplicación de las exportaciones para resolver el
estancamiento, ha fracasado.
Las exportaciones no
consiguieron sanear la economía, ni ayer, cuando los vientos eran
extremadamente favorables en el mercado mundial, ni mucho menos hoy, cuando la
crisis internacional, que ya se perfila como depresión, achica los mercados
compradores. Como consecuencia, Japón no puede simultáneamente hacer frente
a su descomunal deuda pública y estimular su economía. En verdad, Tokio ha
venido practicando una metodología que fue muy común en Argentina en tiempos
de la convertibilidad: en vez de emitir moneda, emitir bonos. Pero ese camino
ha llegado a su final.
Todo indica que en breve la
deuda dejará de estar en manos de los grandes conglomerados japoneses, los
viejos zaibatsu [grupo de empresas de gran magnitud, con participaciones
cruzadas en su accionariado y presencia en casi todos los sectores de la
economía] (Mitsui, Mitsubishi, Sumitomo, Sawa, Fuyo, etc.), reciclados en
keiretsu [coalición de empresas con un núcleo central de fuerte poder
financiero y de desarrollo de negocios, rodeado de un conjunto de
organizaciones menores que gozan de mucha autonomía y hasta pueden no
pertenecer a una misma sociedad] y pasará a depender del mercado mundial para
financiarla. Las corporaciones japonesas convertían la deuda pública en una
suerte de deuda interna: el país se endeudaba en yenes al 1,25% e invertía
sus reservas en bonos estadounidenses que pagaban el 3,26% de interés en dólares.
Pero ahora no será posible pagar tan solo el 1,25% de interés por una deuda
que duplica el PIB del país y está concentrada en siete años. La cuestión,
entonces, no es si Japón podrá ayudar a Estados Unidos, sino quién y a qué
precio podrá comprar deuda japonesa.
China, en cambio, con reservas
por 2,5 billones de dólares y un déficit fiscal equivalente al 3,5% de su
PIB, no siente la presión de los mercados internacionales, puesto que debido
a su gigantesco ahorro interno (40% del PIB) tiene poca necesidad de buscar
financiamiento externo. Ése es el problema de muchas empresas transnacionales
radicadas allí, pero no del Estado chino. Sus dificultades son otras, por
ahora, aunque la deuda privada se convertirá en un problema más adelante.
Después de que en el primer
trimestre de 2009 la economía china se hundiera, la política fiscal
proactiva y la monetaria notablemente expansiva fueron los mecanismos mediante
los cuales Beijing buscó sortear la crisis derivada de la caída de sus
exportaciones por la recesión mundial. Entre 2009 y 2010 inyectó nada menos
que 2,4 billones de dólares para expandir el crédito, equivalentes al 50% de
su PIB. Pero buena parte de ese dinero fue a parar a la especulación bursátil–inmobiliaria,
generando una burbuja que el gobierno chino está intentando desactivar (2).
Para ello ha apelado al aumento
del encaje bancario (el porcentaje de los depósitos que los bancos no pueden
prestar), sacando así liquidez del mercado, lo que ya ha hecho tres veces en
lo que va del año. Por otro lado, ha endurecido los requisitos para la
adquisición de una segunda vivienda, incrementado los intereses de esas
operaciones y restringiendo el crédito a las constructoras. No obstante, la
especulación continúa.
Los otros dos problemas que
afronta China son la conflictividad social en ascenso y la sobreproducción de
determinados sectores industriales. Las huelgas, manifestaciones y otros
conflictos actuales son el resultado de la creciente brecha en los ingresos.
Por una parte, la existente entre el campesinado, que aún representa el 40%
de la población, y los trabajadores urbanos. Por otra, la que se abre entre
pobres y ricos: en 2007 el 10% de los chinos más ricos percibían 23 veces más
que el 10% más pobre, lo que significa que ese abismo se agrandó 7,3 veces
con respecto a 1988 (3).
Por último, agotado el
mecanismo de seguir inyectando crédito, el impacto del estímulo estatal
tiende a acabarse antes de que la inversión del sector privado pueda
reemplazarlo por completo. La razón central reside en que la inversión
realizada por el gobierno en activos fijos, que permitió compensar la reducción
de las exportaciones, significó también agregar una capacidad excesiva de
producción en el sector industrial. De tal forma que se encuentra pendiente
de resolución la sobreproducción en los sectores del acero, aluminio,
vidrio, química, construcción de barcos y extracción de aceite de soja (4).
Además, la sobreproducción señalada se acentuará tanto si la burbuja se
desactiva como si estalla, porque en ambos casos disminuiría el consumo.
En consecuencia, dado que el
ajuste en la Unión Europea significa menos exportaciones para China, las
posibilidades de reactivación se encuentran en el mercado interno, hacia
donde tendrá que volcar sus reservas. De tal modo, entre la burbuja
inmobiliaria, la caída de las exportaciones, el conflicto social y político
en aumento y la sobreproducción industrial, China más que ayudar a comprar
deuda estadounidense deberá emplear sus reservas en resolver la crisis que
tiene a sus puertas.
El futuro próximo
¿Hacia dónde va la crisis? En
primer lugar, a una reestructuración, moratorias y defaults abiertos o
encubiertos de la deuda externa de los países desarrollados. En segundo término,
a rupturas de las zonas monetarias, y como tercer aspecto a un nuevo sistema
monetario basado en el patrón oro. El capital financiero opera de la misma
manera en todos los terrenos, tanto social, económico, político o militar:
dividir por abajo y controlar mediante la centralización por arriba.
Esto implica que es posible que
el mercado mundial se fragmente más de lo que está, por ejemplo en la Unión
Europea con la salida de algunos países de la zona euro, o por las guerras
neocoloniales en ciernes. Pero eso no significaría más que su regionalización
aparente.
La Gran Depresión de los años
treinta estuvo acompañada por la creación de zonas monetarias bien
definidas, como las de la libra esterlina o el dólar. La existencia de varios
patrones monetarios que reinaban en sus respectivas áreas y sin posibilidad
de convertibilidad en otras no sería actualmente viable de forma constante.
Tal vez podría darse sólo durante un breve lapso. El dólar, el yuan, el yen
y el euro necesitan ser convertibles rápidamente, porque ésa es la imperiosa
necesidad de las filiales de las 1.000 multinacionales (banca e industria) que
manejan el mundo. Se trata de una necesidad inmanente a la división del
trabajo intraindustrial de una misma empresa o contable–cambiaria de un
mismo banco entre sus sucursales.
La convertibilidad entre las
grandes monedas en un mundo multipolar como el actual, de crisis
internacional, donde las devaluaciones se suceden intermitentemente, donde el
refugio en la calidad de los bonos de Estados Unidos resulta cada vez más
dudoso, donde de manera inédita aumentan las tasas de rendimiento de los
bonos y el precio del oro con deflación en vez de bajar, sube, tiene una sola
salida: el regreso al patrón oro. Y eso sucederá más tarde o más temprano;
de forma más o menos camuflada en distintas variantes; sea de manera directa,
en la que cada moneda equivale a una cantidad determinada de oro, a través de
derechos especiales de giro respaldados en oro o en otras modalidades. Por lo
pronto, lo cierto es que una onza de oro, a valor constante de la década de
1980, tendría que costar unos 2.200 dólares en lugar de los actuales 1.200 dólares.
(*)
Investigador del Instituto IGE, Buenos Aires.
Notas:
1
Agencia EFE, 7–6–10.
2
Sobre el mecanismo de esta especulación, ver Le Monde diplomatique, edición
Cono Sur, Bs. As., septiembre de 2009.
3
Pueblo en Línea, 28–5–10.
4
Agencia Xinhua, 25–4–10.