Todos
salen a defender los intereses nacionales y refuerzan los
desequilibrios
internacionales
El doble
juego chino-estadounidense
Por
Martine Bulard
Le Monde Diplomatique / blog.mondediplo.net, 22/11/10
Mensajero
Digital, 28/11/10
Gira europea
para el presidente chino Hu Jintao a principios de
noviembre, pivote del G20 los días 11 y 12 del mismo mes,
presencia dominante en el Foro de Cooperación Económica
Asia–Pacífico (Asia–Pacific Economic Cooperation, APEC)
(1) el día 14; China confirma su posición central en los
negocios mundiales. Europa, abandonada durante mucho tiempo,
ahora está siendo cortejada por Pekín, que incluso ha
declarado su intención de comprar una parte de la deuda
portuguesa, como hizo con Grecia con quien ha firmado, al
menos, 13 acuerdos de inversiones. En Francia, el presidente
chino prometió contratos fabulosos –una gran parte ya está
en curso de negociación, pero la zanahoria financiera
siempre es eficaz para evitar los temas molestos.
Naturalmente
Estados Unidos no le va a la zaga. Antes de reunirse con los
veintiún jefes de Estado o de Gobierno en Seúl, el
presidente estadounidense se lanzó a una gira asiática
marcada por su visita a la India, a la que asignó, como su
predecesor, el papel de contrapeso de China; después viajó
a Indonesia, esencial para controlar el estrecho de Malacca
(lugar de tránsito del comercio); a Corea del Sur y a Japón,
en tensión con China.
Unos días
antes su secretaria de Estado Hillary Clinton emprendió un
viaje a Vietnam en el que se comprometió «a alquilar el
puerto estratégico de Cam Ranh en el Mar de China
Meridional, para los barcos de guerra de todos los países»,
incluidos los de Washington (AFP, 30 de octubre de 2010);
después fue a Camboya, Malasia, Nueva Zelanda y Australia,
donde reforzó el acuerdo de cooperación militar. Ambos
dirigentes estadounidenses han creado una especie de cordón
diplomático alrededor de China, cuyos líderes lo perciben
como un asedio.
Estamos muy
lejos de la «Chinamérica» o el G2 inventados por los
periodistas que jugaban a dar miedo. Ya no se trata de
sumergirnos en un escenario de guerra abierta entre los dos
gigantes. En un mundo que se ha vuelto multipolar e
inclinado hacia Asia todos utilizan sus bazas para defender
los intereses nacionales. Salen a reforzar los
desequilibrios internacionales (Le Monde diplomatique
publicará un análisis de la guerra monetaria, por Laurent
Jacque, en su próximo número, a la venta a partir del 1 de
diciembre).
Estados
Unidos acusado
Estados Unidos
está en primera fila. Ha logrado la hazaña de conseguir la
unanimidad (o casi) en su contra en la cumbre del G20.
Algunos días antes el banco central estadounidense, la FED,
decidió poner en marcha la máquina de hacer billetes para
inyectar 600.000 millones de dólares (más de 440.000
millones de euros) a la economía. Eso ha implicado automáticamente
una bajada del dólar y una subida de las demás monedas,
aparte del yuan que permanece muy vinculado al billete
verde.
Desde el punto
de vista estadounidense esa decisión se puede justificar:
la economía está anémica, la producción industrial
estancada, la tasa oficial de desempleo roza el 10% y las
ejecuciones hipotecarias se aceleran... En esas condiciones,
insuflar medios financieros no es un horror económico si se
combina con condiciones favorables a la inversión (en la
industria e infraestructuras), un escalonamiento de las
deudas inmobiliarias de las familias (o incluso una
moratoria), una mejora de los sistemas de salud, educación,
etc. En la época de su esplendor electoral Barack Obama no
pudo –o no quiso– imponer reglas a los grandes bancos.
Así, desde 2008, se han inyectado 1,7 billones de dólares
en la economía estadounidense. Con los resultados que
conocemos. Es poco probable que el presidente cambie de
rumbo después de su derrota en noviembre. (leer de Serge
Halimi «La derrota electoral de un presidente sin proyecto»)
Una parte de
la patronal –y de los elegidos– espera que la caída del
dólar, que automáticamente hace que bajen los precios de
las mercancías vendidas en el extranjero, facilite las
exportaciones para relanzar la máquina.
También será
necesario que las economías socias sean dinámicas. En
Europa, las curas de austeridad sin precedentes reducirán más
la demanda. En Asia, Japón no consigue salir de la trampa
en la que está inmerso desde hace más de un decenio. A
pesar de la insistencia de Obama, Corea del Sur todavía no
ha ratificado el acuerdo de libre comercio firmado en 2007,
que trata especialmente de la importación de automóviles y
carne estadounidenses: en junio de 2008 importantes
manifestaciones –«la revolución de las velas»–
condujeron a una remodelación ministerial en Seúl. Quedan
la India y su 8% de crecimiento y China que ronda el 10%,
pero los obstáculos son numerosos. El balance corre el
riesgo de ser magro.
En cambio la
bajada del dólar implicará de facto una subida de los
precios de las importaciones. Los economistas liberales (y
algunos otros) quieren convencer de que eso favorecerá las
fabricaciones locales… Se olvidan de añadir que las
oleadas de deslocalizaciones han hecho desaparecer sectores
enteros de producciones industriales y mineras.
El ejemplo de
las «tierras raras», imprescindibles para los productos de
alta tecnología, es simbólico: juzgadas no rentables hace
dos decenios, su producción se abandonó en beneficio de
China, que ahora impone sus tarifas y las cantidades que se
venden (leer Olivier Zajec «Comment la Chine a gagné la
Bataille des matériaux stratégiques», Le Monde
diplomatique, noviembre de 2010). También se podría hablar
del textil, de la electrónica o de los demás productos de
consumo masivo. Todavía durante mucho tiempo el gigante de
la distribución Wal–Mart continuará acumulando
beneficios comprando en el otro–Pacífico y…
repercutiendo los aumentos de tarifas sobre los clientes.
Los primeros que corren el riesgo de perder son los
estadounidenses cuyas rentas no sigan la curva.
En cuanto a la
inundación de dólares emitidos por la FED, la mayoría irán
hacia otras regiones donde la rentabilidad sea más alta. Irán
a las deudas públicas (a los bancos centrales que dan por
casi nada sumas considerables a los establecimientos
financieros que prestan a los Estados endeudados a altas
tasas de interés). Servirán para especular sobre las
materias primas (cobre, estaño, petróleo, oro…) y también
sobre los productos agrícolas, que se han convertido en los
favoritos de los fondos de inversión (leer «El hambre y
los medios», Le Monde diplomatique, octubre de 2010, y de
Fréderic Therin, «Genève, au paradis du negoce
alimentaire», Les Echos, 9 de noviembre de 2010).
Finalmente los
especuladores no desdeñan las monedas, los valores bursátiles,
etcétera. Así, Brasil ha tenido que enfrentarse a un flujo
de capitales que ha empujado al Gobierno a poner impuestos
(ligeramente) a la entrada para evitar un estallido del
real. Sin grandes resultados. A pesar de las tasas de interés
próximas a cero, Japón ha visto subir vertiginosamente su
moneda, aunque gastó 24.000 millones de dólares en el mes
de septiembre para intentar calmar el juego. Según las
estadísticas oficiales, los bancos centrales de Corea del
Sur, Malasia, Indonesia, Tailandia y Taiwán han vuelto a
comprar casi 30.000 millones de dólares en menos de un mes
(entre el 27 de septiembre y el 11 de octubre) con el fin de
apoyar la divisa estadounidense y evitar una subida de su
propia moneda. En efecto, la revaluación conlleva de facto
una subida de los precios de las exportaciones, y todos esos
países están enfocados a las ventas exteriores.
La decisión
estadounidense implica un doble desequilibrio: refuerza la
locura de los mercados y empuja a una guerra comercial y
financiera, sobre el fondo de compresión de los salarios y
de los gastos sociales. Lo que ha hecho declarar al
presidente brasileño Lula da Silva: «Si los
estadounidenses toman una medida económica para intentar
resolver un problema de Estados Unidos, deberían pensar en
las consecuencias que eso va a tener en China, Brasil,
Argentina, Alemania, Francia o en un país de África»
(AFP, 10 de noviembre de 2010). Vanos deseos. Es inevitable
pensar en la frase que lanzó el ministro de Finanzas
estadounidense John Connally en 1971, cuando Washington
decidió desvincular el dólar del oro: «El dólar es
nuestra moneda, pero es vuestro problema». Desde entonces,
nuevos actores han adquirido poder (China, Brasil…) pero
su peso monetario permanece débil y por ahora prevalecen
los pequeños arreglos: China continúa comprando los bonos
del Tesoro estadounidense. La supremacía del billete verde
no ha muerto.
China
elimina los ataques
Mientras que
la víspera del G20 Pekín aparecía como el principal
acusado debido a su moneda subvalorada, fueron Washington y
el dólar los que ocuparon el centro de la escena. Pero el
problema permanece. Desde la crisis de 2008, el yuan se ha
enganchado a la divisa estadounidense y baja con ella. En
julio de 2010 el gobierno aflojó la soga y la moneda china
se revalorizó ligeramente (1,5% con respecto al dólar).
Sin que eso cambie nada, por otra parte. Haría falta una
sensible subida del yuan (que los expertos fijan en el 40%)
para que tuviera algún efecto –como se lo impuso Estados
Unidos a Japón a mediados de los años 80–.
De 1985 a
1998, el valor del yen había pasado del 100%, causando una
caída vertiginosa de la economía japonesa de la que en la
actualidad todavía no ha salido (The Economist, «Fear of
the Dragon», 12 de enero de 2010). Un escenario que Pekín
quiere evitar a toda costa.
Desde el punto
de vista chino esa elección es coherente. El gobierno teme
un hundimiento de las exportaciones –y un estallido del
desempleo– sin ser capaz, de momento, de volver su aparato
de producción hacia las necesidades internas. En realidad
el plan de relanzamiento de noviembre de 2008 permitió
desarrollar la inversión (especialmente en
infraestructuras), que se ha convertido en el primer motor
del crecimiento; pero al precio de un considerable derroche
de capital (en la prensa china se multiplican los ejemplos
de corrupción, construcción de inmuebles fantasmas…).
Incluso en alza (18,6% más en el primer semestre), el
consumo no es lo bastante sostenido para tomar el relevo de
la actividad. Máxime que las subidas de las rentas se
extienden más hacia el ahorro, cuyo nivel bate todos los récords
(con una tasa del 56%).
Además las
autoridades intentan apaciguar el hervidero económico
mientras la inflación se acelera: oficialmente un 4,4% más
en octubre (del 10% al 11% según la Academia de las
Ciencias de Pekín), con un auténtico estallido de los
productos alimentarios e inmobiliarios. El Gobierno ha
tomado medidas rápidamente para frenar las subidas
(desbloqueo de cerdo, subvenciones al arroz, control de
algunos precios, lucha contra la especulación), cerrar la
espita del crédito (aumentando las reservas obligatorias de
los bancos…) y seguir restringiendo la entrada de
capitales extranjeros que se infiltran con la esperanza de
una pronta revaluación del yuan. Todavía no ha llegado el
momento de una apertura total del mercado chino.
Sin embargo la
situación no está estabilizada. Las industrias
exportadoras necesitan una revaluación del yuan: en la
actualidad los precios de las importaciones necesarias para
la producción (materias primas, productos intermedios…)
escalan más deprisa que los precios de la exportación; si
el yuan se revalúa, las importaciones serán más baratas y
los precios de las exportaciones más elevados,
restableciendo los márgenes incluso aunque la competencia
sea mayor en los mercados exteriores. Por eso las
autoridades chinas quieren revaluar la moneda
progresivamente, pero «a su ritmo».
Mientras tanto
están inmersas en una contradicción principal: para evitar
una subida muy rápida de su divisa, Pekín sigue comprando
dólares masivamente y al hacerlo infla sus reservas (2,5
billones de dólares) cuyo poder adquisitivo corre el riesgo
de hundirse al mismo tiempo que la divisa estadounidense.
Esto explica, en parte, el incremento de las inversiones en
el extranjero para reciclar esos dólares: compra de deudas
soberanas europeas, participación en los puertos (como en
Grecia), las minas, las empresas… Las empresas chinas ya
son dueñas del 6% de las inversiones extranjeras.
Pero este
ejercicio tiene sus límites. Incluso en China se alzan las
voces para que el país salga de ese dilema. Incluidos los círculos
del poder. Como testimonio el libro blanco de la muy oficial
Comisión para el Desarrollo Económico y Reforma
Institucional, que acaba de dar «la alarma contra la (muy)
grave dependencia del mercado internacional y las enormes
reservas de cambio que constituyen un riesgo enorme para la
estabilidad del país» («Report warns of China’s export
dependency», China Securities Journal).
Al mantener un
sistema enfocado hacia el exterior, China contribuye al
desequilibrio internacional. Pero por razones internas –más
que debido a las fanfarronadas exteriores– el cambio de
rumbo se inicia poco a poco. Para gran beneficio de sus
vecinos más próximos. Corea del Sur y Taiwán, por
ejemplo, que han visto escalar sus exportaciones al Imperio
del Medio llegando respectivamente al 10% y al 14% de su
Producto Interior Bruto (PIB). Hasta entonces se trataba
sobre todo de componentes y productos semiacabados que se
ensamblaban en territorio chino antes de volverlos a
exportar hacia otros lugares. Ahora ese género ha pasado de
«casi un 40% hace un decenio al 27% en 2008», según un
estudio de la universidad de Seúl citado por The Economist.
Los productos
de consumo han tomado el relevo y reflejan, señala el
estudio, «la transformación progresiva de China, que de
‘taller del mundo’ se está convirtiendo poco a poco en
el ‘consumidor del mundo’». El semanario liberal
precisa por otra parte que «las economías filipina,
surcoreana y taiwanesas ahora dependen más de la demanda
china que de la estadounidense». En esos países, los
intereses económicos a menudo tienen prioridad sobre el
miedo al dragón chino….
En realidad
sería erróneo creer que una simple revaluación del yuan
bastaría para sacar al mundo de la recesión. Incluso en
los países para los que China constituye el principal
destino como Brasil (12% de las exportaciones), Japón
(18,9%) o incluso Australia (21,8%), esas ventas sólo
suponen una pequeña parte de las riquezas producidas, como
señala The Economist: 1,2% del PIB brasileño; 2,2% de Japón;
3,4% de Australia. Las exportaciones hacia China no podrían
constituir, ellas solas, los principales motores de
crecimiento de dichos países.
Más
globalmente los principales desequilibrios mundiales se
deben menos a las manipulaciones monetarias –aunque tienen
su influencia– que a la combinación de políticas
fiscales que favorecen la renta sobre el trabajo y a las
estrategias de las empresas que constriñen el empleo y los
salarios. Las enormes desigualdades, especialmente en las
dos mayores economías mundiales (Estados Unidos y China), y
los tremendos planes de austeridad, en particular en Europa,
aplastan los mercados interiores. Y todos intentan captar
los de sus vecinos…
En 2008 todo
el mundo blandió el espectro de la crisis de 1929. En 2010
no sólo el peligro no está descartado sino que todo está
preparado para hundirse de nuevo…
Nota:
(1)
El APEC está formado por: Australia, Brunei, Canadá, Corea
del Sur, Estados Unidos, Indonesia, Japón, Malasia, Nueva
Zelanda, Filipinas, Singapur, Tailandia, China, Hong Kong,
Taiwan, México, Papúa, Nueva Guinea, Chile, Perú, Rusia y
Vietnam.
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