Alemania
va bien, los alemanes no tanto
Por
Rafael Poch
Corresponsal en Berlín
La Vanguardia, 03/04/11
Si Alemania va
tan bien, si crece un 3,5%, si tiene un desempleo moderado
del 7% y tanto consenso social, ¿por qué su gobierno
pierde una elección tras otra, como acaba de ocurrir en
Baden–Württemberg, la región más próspera del país?
¿Por qué "ciudadano enfadado" (Wüttburger) ha
sido declarada "palabra del año"? Puede que
Alemania vaya bien –sobre todo comparada con la Europa del
sur– pero los alemanes no tanto.
Tras la tópica
afirmación española de que Alemania va bien porque, a
diferencia de otros, "hizo los deberes", se oculta
una década de erosión del "Modell Deutschland" y
del llamado "capitalismo renano" que enrareció el
ambiente social. Aquel sistema de economía social de
mercado construido alrededor del consenso fue, en gran
medida, disuelto por la tardía, pero profunda, rendición
alemana ante el neoliberalismo. La "ley de modernización
de la inversión" del año 2004 autorizó los
"hedge fonds". Siete años después, la situación
de los bancos alemanes es, "la más difícil de la
UE", según el Comisario europeo de Competencia, Joaquín
Almunia.
Atención
desviada
Los alemanes
expresan una comprensión extremadamente crítica de la
situación en la que se encuentra su país, tal como muestra
una encuesta conjunta de la Universidad de Hohenheim y la
banca ING–DiBA de Francfort que acaba de divulgarse. Pagar
por los errores de otros es el asunto central de esta
irritación nacional. Tres de cada cuatro alemanes (74%)
creen que la política sirve a los intereses de las finanzas
y la mayoría no cree que la política haya controlado la
crisis financiera. Casi dos tercios opinan que sus políticos
son incompetentes y los financieros irresponsables.
Bombardeada por una intensa campaña institucional de
"Alemania va bien", la ciudadanía no ha comprado
ese mensaje y demuestra un fuerte escepticismo.
Desde el
gobierno y los medios de comunicación se ha practicado un
sutil cambio de responsabilidad. Los alemanes pagaron
480.000 millones para salvar a sus bancos, más la parte que
les corresponde en el salvamento del euro, directamente
relacionado con sus propios bancos y los de otros países.
Los países manirrotos de Europa han sido identificados como
el malvado sujeto por el que hay que pagar, aunque la
exposición de los bancos alemanes en deuda pública griega
portuguesa, española, italiana e irlandesa ascienda a
612.000 millones de dólares. Los manirrotos europeos han
cubierto a los bancos, a todos los bancos, incluidos los
alemanes, en lo que ha sido, en última instancia, un
recurso nacionalista. En parte este truco ha funcionado,
pero hasta en la prensa nacional se habla de la situación
de los bancos alemanes como "el secreto mejor
guardado".
Erosión
del consenso tradicional
El otro gran
aspecto del cambio que explica el malhumor alemán es
resultado de quince años de aumento de las desigualdades y
de la precariedad laboral. Alemania siempre fue un país
socialmente más nivelado y laboralmente más sólido y
seguro que la media europea, y esta regresión corroe los
fundamentos del consenso social.
Desde 1990
hasta hoy, los impuestos a los más ricos bajaron un 10%,
mientras que la imposición fiscal a la clase media subió
un 13%. En veinte años la clase media se ha reducido,
pasando del 65% a englobar al 59%. Los salarios reales se
han reducido un 0,9%, mientras que los sueldos superiores y
los ingresos por beneficios y patrimonio aumentaron un 36%.
En 1987 los directivos de las principales empresas (índice
DAX) ganaban como media 14 veces más que sus empleados, hoy
ganan 44 veces más. Incluso en Alemania, la clase media está
descubriendo la precariedad.
En el país de
la seguridad laboral, un 22% de la población está hoy
empleada en condiciones precarias y las cifras de paro son
tan relativas como las que los griegos dieron en su día
sobre sus cuentas. Oficialmente hay 3 millones de parados,
pero no se cuentan las personas mayores de 58 años y las
que figuran como no contabilizables. Tampoco entran en la
estadística determinadas categorías no aseguradas, quienes
asisten a cursillos de formación e integración, así como
los parados que buscan trabajo mediante agencias privadas de
empleo", explica a La Vanguardia Dierk Hirschel,
economista jefe de la Federación Alemana de Sindicatos
(DGB). Así, la cifra de parados ya asciende a 4,1 millones.
A ellos se suma otro 1,2 millones de personas que buscan
trabajo sin estar registradas en las oficinas de empleo
porque no tienen derecho a subvención alguna. Finalmente se
incluye la consideración sobre, "4,2 millones de
personas que trabajan involuntariamente a tiempo parcial, o
que ganan tan poco que su salario no les alcanza para
vivir". Con todo eso en la cuenta, "el subempleo
alemán afecta a 9,5 millones de personas, es decir tres
veces más que lo reconocido por la cifra oficial de
parados", dice este economista.
Entre 1996 y
2010 el número de trabajadores temporales se ha
multiplicado por cuatro, pasando de 180.000 a 800.000, y
afecta cada vez más a personas cualificadas. Uno de cada
dos trabajadores alemanes recibe inicialmente un contrato
temporal. "El empleo temporal repercute negativamente
en el bienestar de las personas e influye en su sentimiento
de exclusión social", "una integración estable
en el mercado de trabajo es la condición esencial de la
integración social", constata un estudio de la Agencia
Federal de Trabajo (BA).
El Estado
social alemán sigue siendo amplio y la cogestión sindical
en las empresas continua siendo un factor diferencial, pero
la Alemania de hoy no es la de hace veinte años, cuando el
espantajo comunista determinaba énfasis sociales que se han
ido fundiendo. Obviamente, tampoco la moral del trabajo, e
incluso las infraestructuras, son las mismas. Ahí es donde
hay que situar la tan mencionada "nostalgia por el
Deutsche Mark": la diferencia no era la moneda, sino
buena parte del clima social del país.
Crisis
de lo político
Que todo esto
no fuera propiciado por gobiernos conservadores de la CDU y
el FDP, sino iniciado por verdes y socialdemócratas,
explica que la crisis política afecte a todos los partidos,
incluidos el socialdemócrata (SPD), que es el más
castigado. Los verdes salen inmunes porque su electorado es
sociológicamente uno de los menos sensibles a este cambio
fundamental y de momento se benefician, pero el malhumor es
bastante general.
Casi dos
tercios de los alemanes (64%) creen que a los políticos les
falta competencia para elaborar una estrategia capaz de
prever las intenciones de las instituciones financieras, señala
la encuesta de la Universidad de Hohenheim, según la cual
domina la confusión: la evolución de la situación en los
países de la UE, en los mercados financieros, así como las
medidas políticas para contener la crisis, apenas son
comprensibles. Tres cuartas partes de los encuestados (74%)
dan por hecho que los políticos están más pendientes de
los intereses del sector financiero que de los
contribuyentes. Más de la mitad de la población está
convencida de que la crisis financiera no puede ser
controlada, y sólo uno de cada cuatro confía en que la política
aumente a largo plazo su capacidad de influir sobre la
economía y los bancos, señala el resumen del estudio.
"La gente
parece cada vez menos cegada por frases como "no hay
alternativa", dice Claudia Mast, profesora de estudios
de la comunicación en la Universidad de Hohenheim.
"Los ciudadanos creen que los políticos no han hecho
lo suficiente y temen que la crisis financiera se repita con
aun mayor fuerza. Eso equivale a un voto de castigo a los
bancos y compañías de seguros, pero también a los políticos",
dice a La Vanguardia esta coautora de la encuesta.
Mast subraya
el escaso contraste de esta malhumorada opinión entre los
diferentes grupos de la sociedad. "Apenas hay
diferencia entre jóvenes y mayores, urbanos o rurales, o
entre profesiones. La desconfianza hacia los políticos y el
sector financiero se extiende por igual entre toda la
población", dice. La combinación de la prolongación
de la vida de las centrales nucleares, decidida por Angela
Merkel en septiembre, cotejada con la megacrisis nuclear de
Fukushima, arroja el último dato de este latente enfado
alemán de largo recorrido.
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