Cuando la pelea de los países
acreedores contra
los países deudores se vuelve guerra de
clases
¿Si esto no es una guerra, ¿qué es?
Por Michael Hudson (*)
New
Economic Perspectives, 03/06/11
Sin Permiso, 05/06/11
Traducción de Mínima Estrella
Poco después de que el Partido
Socialista ganara las elecciones a la Asamblea Nacional
griega en otoño de 2009, saltó a la vista que las finanzas
públicas estaban hechas picadillo. En mayo de 2010, el
presidente francés Nicolas Sarkozy encabezó la propuesta
de redondear al alza, hasta los 120 mil millones de euros,
el volumen de dinero con que los gobiernos europeos habrían
de subsidiar al nada progresivo sistema fiscal griego que
hundió al país en la deuda. Una deuda que los bancos de
Wall Street habían ayudado a esconder con técnicas
contables dignas de Enron.
El sistema fiscal griego operaba como
un sifón extractor de ingresos para pagar a los bancos
alemanes y franceses que compraban bonos públicos griegos
(con suculentas y crecientes tasas de interés). Los
banqueros se están moviendo ahora para formalizar ese
papel, una condición oficial para ir cobrando los bonos
griegos a medida que vayan venciendo y alargar la cuerda
financiera cortoplacista bajo la que está operando ahora
Grecia. Los actuales tenedores de bonos cosecharán unas
enormes ganancias, si este plan tiene éxito. Moody’s
degradó la calificación de la deuda griega a niveles de
basura el pasado 1 de junio (de B1, que ya era un nivel muy
bajo, a Caa1), estimando en un 50% la probabilidad de
quiebra. La degradación sirve para apretar todavía más
las tuercas al gobierno griego. Con independencia de lo que
hagan las autoridades europeas, observaba Moody’s,
“aumenta la probabilidad de que los sostenedores de Grecia
(el FMI, el BCE, y la Comisión de la UE: la “Troika”)
necesiten, en algún momento futuro, de la participación de
acreedores privados en una reestructuración de la deuda
como condición necesaria para encontrar apoyo
financiero”.
Lanzar una guerra de clases en
Grecia para salvar a la banca privada alemana y francesa
La condición necesaria para que
arranque el nuevo paquete “reformado” de empréstitos es
que Grecia lance una guerra clases incrementando sus
impuestos y rebajando su gasto social –incluso las
pensiones del sector privado—, y liquide y ponga en
almoneda tierras públicas, enclaves turísticos, islas,
puertos, agua y sistemas de alcantarillado. Eso incrementará
el coste de la vida y el coste de hacer negocios,
erosionando la ya limitada competitividad de las
exportaciones del país. Los banqueros pintan eso
farisaicamente como un “rescate” de las finanzas
griegas.
Lo que realmente fue rescatado hace un
año, en mayo de 2010, además de otros inversores
extranjeros, fueron los bancos franceses, tenedores de mil
millones de euros de bonos griegos, y los bancos alemanes,
tenedores de otros 23 mil millones. El problema era cómo
conseguir que los griegos secundaran la iniciativa. El recién
elegido primer ministro socialistas George Papandreu parecía
capaz de entregar a su electorado conforme a las líneas
seguidas por los neoliberales partidos socialdemócratas y
laboristas en toda Europa: privatizar las infraestructuras básicas
y comprometer los ingresos futuros para pagar a los
banqueros.
Nuca hubo mejor ocasión que ésta para
servirse de la cuerda financiera y despojar de propiedades y
apretar las tuercas fiscales. Los banqueros, por su parte,
estaban prontos a conceder préstamos para financiar compras
privadas de loterías y apuestas públicas, sistemas de
telefonía, puertos y sistemas de transporte u otras
oportunidades de monopolio. Y en lo que hace a las propias
clases ricas griegas, el paquete de créditos de la UE
lograría mantener al país en la eurozona lo suficiente
como para permitirles sacar su dinero del país, antes de
que llegue el momento en que Grecia se vea forzada abandonar
el euro y volver a una dragma rápidamente devaluada. Hasta
tanto no llegue ese regreso a una moneda propia en caída,
Grecia tiene que seguir la política báltica e irlandesa de
“devaluación interna”, esto es: de deflación salarial
y recorte del gasto público –salvo para pagar al sector
financiero—, a fin de rebajar el empleo, y así, los
niveles salariales.
Lo que realmente resulta devaluado en
los programas de austeridad o de devaluación monetaria es
el precio del trabajo. Es decir, el principal costo interno,
puesto que hay un precio mundial común para combustibles y
minerales, bienes de consumo, alimentos y hasta crédito. Si
los salarios no pueden reducirse por la vía de la
“devaluación interna” (con un desempleo que, empezando
por el sector público, induzca a caídas salariales), la
devaluación de la moneda hará el trabajo hasta el final.
Así es cómo la guerra de los países acreedores contra los
países deudores en Europa troca en guerra de clases. Pero
para imponer tamaña reforma neoliberal, es preciso que la
presión exterior esquive a los parlamentos nacionales
democráticamente elegidos. Pues no es de esperar que los
votantes de todos los países acaben siendo tan pasivos como
los de Letonia e Irlanda cuando se actúa manifiestamente en
contra de sus intereses.
El grueso de la población griega se
percata de lo que ha venido aconteciendo a medida que se
desplegaba todo este escenario a lo largo del pasado año.
“El propio Papandreu ha admitido que no tiene voz en las
medidas económicas que se lanzan sobre nosotros”, dijo
Manolis Glezos, desde la isquierda. “Fueron decididas por
la UE y el FMI. Ahora estamos bajo supervisión extranjera,
lo que plantea cuestiones sobre nuestra independencia económica,
militar y política”. Por la derecha política, el
dirigente conservador Antonis Samaras dijo el pasado 27 de
mayo, cuando avanzaban las negociaciones con la troika
europea: “No estamos de acuerdo con una política que mata
nuestra economía y destruye nuestra sociedad… Grecia sólo
tiene una salida: la renegociación del acuerdo de rescate
[con la UE y el FMI].”
Pero los acreedores de la UE niegan la
mayor: rechazar el acuerdo, amenazan, significaría una
retirada de fondos de tamaña extremidad, que causaría un
colapso bancario y la anarquía económica.
Los griegos se negaron a rendirse
resignadamente. Las huelgas que iniciaron los sindicatos del
sector público pronto se convirtieron en un movimiento
nacional, el “Yo no pago”: los griegos se negaron a
pagar en los puestos de peaje de las autovías o en otros
puestos de acceso público. La policía y otros recaudadores
se abstuvieron de obligar a la gente a pagar. El naciente
consenso populista llevó al primer ministro de Luxemburgo,
Jean–Claude Juncker, a lanzar una amenaza similar a la que
el británico Gordon Brown había levantado contra Islandia:
si Grecia no se allana a las exigencias de los ministros de
finanzas europeos, bloquearán el suministro de crédito que
el FMI internacional tiene apalabrado para junio. Eso, a su
vez, bloquearía los pagos del gobierno griego a los
banqueros extranjeros y a los fondos buitres que han estado
comprando una deuda griega cada vez más depreciada.
Para muchos griegos, eso es tanto como
si los ministros de finanzas amenazaran con disparse un tiro
al pié. Si no hay dinero con qué pagar, los tenedores
extranjeros de bonos sufrirán; al menos, hasta que Grecia
consiga levantar su economía. Pero se trata de un gran
“si”. El primer ministro socialista Papandreu emuló a
la socialdemócrata islandesa Sigurdardottir urgiendo a un
“consenso” para obedecer a los ministros de finanzas de
la UE. “Los partidos de la oposición rechazaron su último
paquete de austeridad, aduciendo que el apretón de cinturón
acordado a cambio de un rescate de 110 mil millones de euros
desvitaliza completamente la economía.”
Lo que está en cuestión en
Grecia, Irlanda, España, Portugal y el resto de Europa
Lo que está en cuestión es si Grecia,
Irlanda, España, Portugal y el resto de Europa terminarán
destruyendo el reformismo democrático para derivar hacia
una oligarquía financiera. El objetivo financiero es
esquivar a los parlamentos para exigir un “consenso” que
de prioridad a los acreedores extranjeros a costa del
conjunto de la economía. Se exige a los parlamentos que
abdiquen de su poder político legislativo. Lo que ahora
mismo significa “mecado libre” es planificación
central… en manos de banqueros centrales. Tal es la nueva
vía hacia la servidumbre por deuda a la que están llevando
los “mercados libres” financiarizados: mercados
“libres” para que los privatizadores carguen precios
monopolistas por servicios básicos “libres” de
regulaciones de precios y de regulaciones antioligopólicas,
“libres” de limitaciones al credito para proteger a los
deudores, y sobre todo, “libres” de interferencias por
parte de los parlamentos electos. En una perversión del
lenguaje, a un proceso de fijación de precios para los
monopolios naturales –transporte, comunicación, loterías,
suelo— substraído al dominio público se le llama ahora
la alternativa a la servidumbre: en realidad, es el camino
hacia la servidumbre por deuda, hacia un verdadero
neofeudalismo financiarizado, que es lo que se está
dibujando en el horizonte del futuro. Esa es la filosofía
económica al revés de nuestro tiempo.
La concentración del poder financiero
en manos no democráticas era inherente ya al modo en que
comenzó a forjarse en Europa la planificación centralizada
en manos financieras. El Banco Central Europeo no tiene tras
de sí gobierno electo alguno que pueda recaudar impuestos.
La constitución de la UE prohíbe al BCE el rescate de
gobiernos. Y los artículos del acuerdo con el FMI prohíben
también a éste ofrecer apoyo fiscal a los déficits
presupuestarios nacionales. “Un Estado mienbro puede
obtener créditos del FMI, sólo si “lo precisa para
comprar a causa de su balanza de pagos o de su posición de
reservas o de los desarrollos en sus reservas’. Grecia,
Irlanda y Portugal no van, desde luego, cortos de reservas
internacionales… El FMI está haciendo préstamos por
problemas presupuestarios. Y se supone que no es eso lo que
debe hacer. El Banco Federal Alemán lo dijo muy claramente
en su informe del pasado marzo: ‘Cualquier contribución
financiera del FMI para resolver problemas que no entrañen
necesidad de moneda extranjera –como la financiación
directa de déficits presupuestarios— sería incompatible
con su mandato monetario’. El presidente del FMI,
Dominique Strauss–Kahn, y el economista jefe, Olivier
Blanchard, están llevando al FMI a territorio prohibido, y
no hay tribunal de justicia que pueda pararles.” (Roland
Vaubel, “Europe’s Bailout Politics,” The International
Economy, Primavera de 2011, p. 40.)
La moraleja es: cuando de lo que se
trata es de salvar a los banqueros, se ignoran las reglas, a
fin de servir a una “justicia más alta”, cual es la de
salvar de pérdidas a los bancos y a sus socios de las altas
finanzas. Lo que se halla en vivo contraste con la política
del FMI hacia los trabajadores y los “contribuyentes”.
La guerra de clases ha regresado al mundo de los negocios:
vengativa, y esta vez, con los banqueros como ganadores.
La UE substituyó a los Estado
nacionales por la planificación de los banqueros, y por esa
vía fue substituida la política democrática por la
oligarquíaa financiera
La Comunidad Económica Europea que
precedió a la actual Unión Europea fue creada por una
generación de dirigentes, cuyo principal objetivo era poner
fin a las interminable guerras intestinas que asolaron a
Europa durante mil años. El objetivo de muchos de ellos era
poner fin a los mismos Estados nacionales, en el supuesto de
que son las naciones las que van a la guerra. Lo que comúnmente
se esperaba era que la democracia económica batiría a la
mentalidad monárquica y aristocrática, afanada en la
gloria y la conquista. Internamente, la reforma económica
depuraría a las economíaas europeas del legado de las
pasadas conquistas feudales de territorio, y en general, de
bienes comunales públicos. El objetivo era beneficiar al
conjunto de la población europea. Tal era el programa
reformista de la economía política clásica.
La integración europea comenzó por el
comercio, la vía de menor resistencia: la Comunidad del
Carbón y del Acero promovida por Robert Schuman en 1952,
seguida, en 1957, por la Comunidad Económica Europea (CEE,
el Mercado Común). La integración aduanera común y la Política
Agrícola Común (PAC) fueron rematads con la integración
financiera. Pero, a falta de un Parlamento continental real
que legislara, fijara tipos impositivos, protegiera las
condiciones de trabajo, defendiera a los consumidores y
controlara los centros bancarios extraterritoriales, la
planificación central pasa, por defecto, a manos de los
banqueros y de las entidades financieras. Tal es la
consecuencia de substituir a los estado nacionales por la
planificación de los banqueros. Así fue substituida la política
democrática por la oligarquía financiera.
Las finanzas como forma de guerra
Las finanzas son una forma de guerra.
Como en la conquista militar, su objetivo es hacerse con el
control de la tierra y de las infraestructuras públicas, e
imponer tributos. Eso entraña dictar leyes a sus súbditos,
y concentrar la planificación social y económica en manos
centralizadas. Eso lo que se está haciendo ahora con medios
financieros, sin el coste, para el agresor, de poner un ejército
sobre el campo de batalla. Pero las economías bajo ataque
pueden terminar tan profundamente devastadas por los rigores
financieros como por las acometidas militares en punto a
contracción demográfica, acortamiento de la media de vida,
emigración y fuga de capitales.
El ataque no lo montan los Estados
nacionales como tales, sino una clase financiera
cosmopolita. Las finanzas han sido siempre cosmopolitas, más
que nacionalistas, y siempre han buscado imponer sus
prioridades y su poder legislador a las democracias
parlamentarias.
Como la de cualquier monopolio o la del
interés banderizo, la estrategia financiera busca bloquear
el poder público regulador o fiscalizador. Desde la
perspectiva financiera, la función ideal del Estado es
robustecer y proteger al capital financiero y al “milagro
del interés compuesto”, que hace que las fortunas sigan
multiplicándose exponencialmente, más rápido de lo que la
economía puede crecer, hasta que empieza a dar bocados en
la substancia económica misma, haciendo a la economía lo
mismo que los acreedores predatorios y los rentistas
hicieron con el Imperio Romano.
Esa dinámica financiera es lo que
amenaza con quebrar a la Europa de nuestros días. Pero la
clase financiera ha ganado poder bastante como para invertir
el tablero ideológico e insistir con cierto éxito en que
lo que amenaza a la unidad Europa son las poblaciones
nacionales que actúan resistiendo a las exigencias
cosmopolitas del capital financiero para imponer políticas
de austeridad a los trabajadores. Se pretende que deudas que
ya se han convertido en impagables pasen a la contabilidad pública:
sin necesidad de batalla militar alguna, huelga decirlo; al
menos, los baños de sangre son cosa del pasado. Desde el
punto de vista de las poblaciones irlandesa y griega (a las
que tal vez no tarden en añadirse la portuguesa y la española),
los gobiernos nacionales parlamentarios han de movilizarse
para imponer los términos de una rendición incondicional a
los planificadores financieros. Casi podría decirse que el
ideal es reducir los parlamentos a regímenes títere
locales al servicio de una clase financiera cosmopolita que
se sirve del apalancamiento crediticio para despojar y
hacerse con los restos del dominio público que acostumbraba
a llamarse “bienes comunes”. Así pues, en resolución,
estamos entrando en un mndo postmedieval de cercamientos: un
nuevo Movimiento Cercador impulsado por una ley financiera
abrogadora de la ley común y civil y depredadora del bien
común.
Trichet dibuja el programa de
un golpe de estado financiero contra la democracia europea
Dentro de Europa, el poder financiero
se concentra en Alemania, Francia y Holanda. Sus bancos son
los mayores tenedores de bonos públicos de Grecia, a la que
ahora se exige imponer austeridad. Sus bancos son también
los mayores tenedores de títulos de los bancos irlandeses,
que ya fueron rescatados por los contribuyentes irlandeses.
El pasado jueves, 2 de junio 2011, el
presidente del BCE, Jean–Claude Trichet dibujó el esquema
adecuado para establecer el régimen de oligarquía
financiera por toda Europa. De moco harto apropiado, anunció
su plan luego de recibir el premio Carlomagno en Aquisgrán,
Alemania, lo que simbólicamente expresaba que Europa se había
unificado, no sobre el fundamento de la paz económica soñado
por los arquitectos del Mercado Común en los años 50, sino
sobre unos fundamentos oligárquicos diametralmente
opuestos.
En el arranque mismo de su discurso
(“Construir Europa, construir instituciones”), Trichet
alabó muy oportunamente al Consejo Europeo, dirigido por el
señor Van Rompuy, y al Eurogrupo de los ministros de
finanzas, dirigido por el señor Juncker, por haber
proporcionado dirección e impulso desde lo más alto.
Juntos, forman lo que la prensa popular europea llama la
“troika” de acreedores. El discurso del señor Trichet
se refirió al “ ‘triálogo’ entre el Parlamento, la
Comisión y el Consejo”.
La tarea de Europa, explicó, era
secundar a Erasmus en punto a llevar a Europa más allá de
su “tradicional y estricto concepto de nacionalidad”. El
problema de la deuda urgió a nuevas “medidas de política
monetaria: las llamamos decisiones ‘no estándar’,
estrictamente separadas de las decisiones ‘estándar’, y
están orientadas a restaurar una mejor transmisión de
nuestra política monetaria en las presentes conciones
anormales de los mercados.” El problema entre manos es el
de convertir esas condiciones en una nueva normalidad: la de
pagar deudas y redefinir la solvencia para reflejar la
capacidad de pago de una nación por la vía de poner en
almoneda su dominio público.
“Los países que no han vivido
atenidos a la letra o al espíritu de las reglas han
experimentado dificultades”, observó Trichet. “Vía
contagio, esas dificultades han terminado por afectar a
otros países en la UME. Hacer más estrictas las reglas
para prevenir políticas sin sentido es, así pues, una
prioridad urgente”. Su uso del término “contagio”
pinta como una enfermedad lo que no es sino el gobierno
democrático y la protección de los deudores. Reminiscente
del discurso de los Coroneles griegos con que empezaba la
famosa película “Z”: combatir el izquierdismo como si
se tratara de una peste agrícola a exterminar con el
pesticida ideológico adecuado. El señor Trichet hacía
suya la retórica de los coroneles. La tarea de los
socialistas griegos es, evidentemente, hacer lo que los
coroneles y sus sucesores conservadores no pudieron hacer:
entregar el mundo del trabajo a contrarreformas económicas
irreversibles.
“Hay medidas en curso que implican
asistencia financiera bajo estrictas condiciones, plenamente
en línea con la política del FMI. Soy consciente de que
muchos observadores tienen reparos y se preguntan en qué
parará esto. La línea que separa la solidaridad regional y
la responsabilidad individual podría borrarse, si no se
cumplieran estrictamente las condiciones puestas. En mi
opinión, lo apropiado sería prever a medio plazo dos
etapas para los países en dificultades. Eso, naturalmente,
traería consigo un cambio del Tratado.
“En una primera etapa, está
justificado suministrar aistencia financiera en el contexto
de una fuerte programa de ajustes. Resulta apropiado dar a
los países una oportunidad para corregir por sí mismos la
situación y restaurar la estabilidad.
“Al mismo tiempo, esa asistencia está
en el interés del conjunto del área euro, pues previene la
difusión de las crisis, que podría causar daños a otros
países.
“Es de la mayor importancia que se
proceda al ajuste; que los países –gobierno y oposición—
se unan en pos del esfuerzo requerido; y que los países
contribuyentes supervisen con mucha atención el desarrollo
del programa.
“Pero si un país todavía no está
todavía allanado a eso, yo creo que todos estaremos de
acuerdo en que la cosa es muy distinta. ¿Sería ir
demasiado lejos que, en esta segunda etapa, ideáramos dar a
las autoridades de la zona euro una capacidad de decisión
mucho más profunda y autorizada en la formación de las políticas
económicas del país, si éstas fueran por un camino
desastroso? ¿Una influencia directa, muy por encima y mucho
más allá de la pura supervisión reforzada del presente?
[el énfasis con crsiva es mío, M.H.].”
El presidente del BCE dio entonces la
premisa política clave de su programa de reformas (si es
que se puede usar esa palabra para hablar de unas políticas
que son precisamente lo contrario del programa reformista de
la Ilustración europea):
“Podemos ver ante nuestros ojos que
la pertenencia a la UE, y más todavía a la UME, introduce
una nueva comprensión del modo de ejercer la soberanía. La
interdependencia significa que los países, de facto, no
tienen autoridad interna completa. Pueden experimentar
crisis enteramente causadas por las absurdas políticas económicas
de otros.
“Con un nuevo concepto de una segunda
etapa podríamos cambiar drásticamente la presente
gobernanza basada en la dialéctica de supervisión,
recomendaciones y sanciones. Con el actual concepto, todas
las decisiones quedan en manos del país concernido, aun si
no se aplican las recomendaciones, aun si su actitud genera
dificultades mayores a otros países miembros. Con el nuevo
concepto, no sólo sería posible, sino en ciertos casos
hasta obligado, que en una segunda etapa fueran las
autoridades europeas –el Consejo, sobre la base de
propuestas de la Comisión, junto con el BCE— las que
tomaran directamente decisiones aplicables a la economía en
cuestión.
“Una forma de imaginar eso es que las
autoridades europeas tuvieran derecho de veto sobre algunas
decisiones de política económica nacionales. En
particular, eso podría incluir grandes gastos fiscales, así
como elementos esenciales para la competitividad del país…”
Por “políticas económicas
absurdas” entiende el señor Trichet la de negarse a pagar
deudas: depreciarlas para adecuarlas a la capacidad de pago,
sin poner en almoneda el propio territorio y privatizar
monopolios del dominio público, negarse a substituir la
democracia económica por el control de los banqueros.
Hundiendo y retorciendo el cuchillo en la larga historia del
idealismo europeo, Trichet presenta falsariamente su
propuesta de golpe de estado financiero como si estuviera en
el espíritu de Jean Monet, Robert Schuman y otros demócratas
que promovieron la integración europea en la esperanza de
crear un mundo más pacífico: un mndo que habría de ser más
próspero y productivo, no un mndo basado en el despojo
financiero de activos.
“Jean Monnet escribio hace 35 años
en sus memorias: ‘Nadie puede decir hoy cuál será el
marco institucional de la Europa del futuro a causa de la
impredictibilidad de los cambios venideros que generarán
los cambios presentes’.
“En esa Unión del mañana, o del
pasado mañana, ¿sería demasiado osado vislumbrar, en el
campo económico, con un mercado único, una sóla moneda y
un único banco central, un ministerio de finanzas de la Unión?
No necesariamente un ministerio de finanzas que administre
un gran presupuesto federal. Pero un ministerio de finanzas
que ejerza responsabilidades directas en al menos tres
dominios: primero, la supervisión tanto de las políticas
fiscales como de las de competitividad, así como las
responsabilidades directas antes mencionadas en lo
concerniente a países en la ‘segunda etapa’ dentro del
área euro; segundo, todas las responsabilidades típicas de
las ramas ejecutivas en lo concerniente al sector financiero
integrado de la unión, así como en lo tocante al acompañamiento
de la plena integración de los servicios financieros; y
tercero, la representación de la confederación de la unión
en instituciones financieras interacionales.
“Husserl concluía su conferencia de
una manera visionaria: ‘La crisis existencial de Europa sólo
puede terminar de dos formas: con su dimisión (…)
precipitándose en un espíritu de odio y en la barbarie; o
en su renacimiento a partir del espíritu de la filosofía,
a través de un heroísmo de la razón (…).”
Como observó mi amigo Marshall
Auberback a propósito de este discurso, su mensaje resulta
lo bastante familiar como descripción de lo que está
ocurriendo en los EEUU: “Es la respuesta del Partido
Republicano en Michigan. Tomad el control de las ciudades en
crisis gobernadas por minorías desfavorecidas, sacad del
poder a sus gobiernos democráticamente electos y serviros
de poderes extraordinarios para imponer austeridad”. En
otras palabras: ningún margen de actuación en la Unión
Europea para alguna agencia como la propuesta por Elizabeth
Warren en los EEUU. No es ése el tipo de integración
idealista al que aspira Trichet y el BCE. A lo que conduce
es a los créditos de pantalla con que se cierra la película
“Z”: Las cosas prohibidas por la Junta de Coroneles
incluyen: “movemientos pacifistas , huelgas, sindicatos
obreros, pelo largo en los hombres, The Beatles, música
moderna y popular, (‘la
musique populaire’), Sophocles, León Tolstoy, Eschylo,
escribir que Sócrates era homosexual, Eugène
Ionesco, Jean–Paul Sartre, Anton Chekhov, Harold Pinter,
Edward Albee, Mark Twain, Samuel Beckett, la bar association,
sociología, Enciclopedias
internacionales, prensa libre y
nueva matemática . También quedaba prohibida la
letra Z, usada como símbolo para recordar que Grigoris
Lambrakis y su espíritu de resistencia viven (zi = ‘él (Lambrakis)
vive’).”
En el cuidadoso resumen que del
discurso de Trichet hizo el Wall Street Journal: “si un país
rescatado no se allana al programa de ajuste fiscal,
entonces podría exigirse una ‘segunda etapa’, que
posiblmente entrañaría ‘dar a las autoridades de la
eurozona ‘una capacidad de decisión mucho más profunda y
autorizada en la formación de las políticas económicas
del país…’.” Las autoridades de la eurozona
–singularmente, sus instituciones financieras, no las
instituciones democráticas orientadas a la protección de
los trabajadores y de los consumidores, a la elevación de
los niveles de vida, etc.— “podrían llegar a tener,
bajo tal régimen, ‘derecho de veto sobre ciertas
decisiones de política económica’. En particular, podría
vetar ‘grandes gastos fiscales y elementos esenciales para
la competitividad del país’.”
Citando el lúgubre interrogante de
Trichet –“en esta unión del mañana … ¿sería
demasiado osado, en el campo económico, imaginar un
ministerio de finanzas para la unión?”—, el artículo
observaba que “un ministerio así, no necesariamente
dispondría de un gran presupuesto federal, pero se implicaría
en la supervisión y en la presentación de vetos, y
representaría al bloque monetario en las instituciones
financieras internacionales”.
De acuerdo con mis propios recuerdos,
el idealismo socialistas luego de la II Guerra Mundial
estaba harto en todo el mundo de ver los estados nacionales
como instrumentos bélicos. Esta ideologíaa pacifista
eclipsó a la ideologíaa socialista originaria de fines del
siglo XIX, que buscaba reformar los Estados para sacar el
poder legislativo, el poder fiscal, y aun la misma
propiedad, de las manos de las clases que los venían
detentando desde que las invasiones vikingas establecieron
en Europa el privilegio feudal, la tenencia absentista de
tierras y el control financiero de los monopolios
comerciales, y luego, y de modo creciente, el privilegio
bancario de la creación de moneda.
Elllo es que, como observaba
recientemente mi colega de la Universidad de Missouri en
Kansas, el profesor William Black, en el blog económico de
la UMKC: “Una de las grandes paradojas es que los
gobiernos de la periferia, generalmente orientados al
centroizquierda, adoptaran tan entusiásticamente las
recetas ultraderechistas aferradas a la idea de que la
austeridad es una respuesta apropiada
a una gran recesión… Porqué partidos orientados a
la izquierda abrazan recomendaciones de economistas de
ultraderecha, cuyos dogmas antirregulatorios contribuyeron a
causar la crisis, es uno de los grades misterios de la vida.
Sus políticas son autodestructivas económicamente y
suicidas políticamente.”
Grecia e Irlanda se han convertido en
la piedra de toque para saber si las economías serán
sacrificadas en aras a pagar unas deudas que no pueden ser
pagadas. Lo que amaga en el horizonte es un interregno en el
que el camino hacia la quiebra y la austeridad permanente
traerá consigo el creciente despojo de tierras y empresas públicas
substraídas al dominio común, el ceciente desvío de más
y más ingresos de los consumidores para pagar el servicio
de la deuda, el aumento de los impuestos para que los
gobiernos paguen a los tenedores de bonos y una creciente
proporción de los ingresos empresariales destinada a pagar
a los banqueros.
Si esto no es guerra, ¿qué es?
* Michael Hudson es ex economista de
Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes
inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan
Chase & Co.), Arthur Anderson y después en el Hudson
Institute. En 1990 colaboró en el establecimiento del
primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder
Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue asesor económico en
jefe de Dennis Kucinich en la reciente campaña primaria
presidencial demócrata y ha asesorado a los gobiernos de
los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al Instituto
de Naciones Unidas para la Formación y la Investigación.
Distinguido profesor investigador en la Universidad de
Missouri de la ciudad de Kansas, es autor de numerosos
libros, entre ellos “Super Imperialism: The Economic
Strategy of American Empire”.
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