Un
préstamo y una plegaria
Por
Nouriel Roubini and Stephen Mihm (*)
Crisis–economica.blogspot, 20/05/11
Nueva
York.– Los países conocidos colectivamente como PIIGS
–Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España– cargan con
unos niveles cada vez más insostenibles de deuda pública y
privada. Varios de los más afectados –Portugal, Irlanda y
Grecia– han visto que los costos de su endeudamiento
alcanzaban cifras sin precedentes en las últimas semanas,
aun después de que su pérdida de acceso a los mercados
propiciara rescates financiados por la Unión Europea y el
Fondo Monetario Internacional. También están aumentando
los costos del endeudamiento de España.
Grecia
es claramente insolvente. Aun con un plan de austeridad
draconiano, que asciende al 10 por ciento de su PIB, su
deuda pública ascendería al 160 por ciento del PIB.
Portugal, donde el crecimiento lleva un decenio estancado,
está experimentando un desastre en cámara lenta que
provocará la insolvencia del sector público. En Irlanda y
en España, la transferencia de enormes pérdidas del
sistema bancario al balance general del Estado, que se suma
a una deuda pública en aumento, provocará con el tiempo la
insolvencia de su deuda soberana.
El
planteamiento oficial, el plan A, ha sido el de fingir que
esas economías padecen una crisis de liquidez, no un
problema de solvencia, y que la facilitación de préstamos
de rescate, junto con austeridad fiscal y reformas
estructurales, puede restablecer la sostenibilidad de la
deuda y el acceso a los mercados. Esa actitud de
“prolongar y fingir” o de “prestar y rezar” está
condenada al fracaso, porque, lamentablemente, la mayoría
de las opciones a las que han recurrido en el pasado los países
endeudados para librarse de su excesiva deuda no son
viables.
Por
ejemplo, los PIIGS no disponen de la antigua solución de
imprimir dinero y escapar de la deuda mediante la inflación,
porque están atrapados en la camisa de fuerza de la zona
del euro. La única institución que puede poner en marcha
la máquina de imprimir –el Banco Central Europeo– nunca
recurrirá a la monetización de los déficits fiscales.
Tampoco
podemos esperar un rápido crecimiento del PIB para salvar a
esos países. La carga de la deuda de los PIIGS es tal, que
resulta prácticamente imposible que obtengan unos
resultados económicos sólidos. Además, el crecimiento
económico que algunos de esos países lleguen a registrar
depende de la aplicación de reformas políticamente
impopulares que sólo darán frutos a largo plazo... y a
costa de un sufrimiento aún mayor a corto plazo.
Para
restablecer el crecimiento, esos países deben recuperar
también competitividad logrando una depreciación real de
su divisa, es decir, convirtiendo sus déficits comerciales
en superávits, pero un euro que está apreciándose,
impulsado por una restricción monetaria excesivamente
temprana por parte del BCE, entraña una mayor apreciación
real, lo que socava la competitividad.
La
solución alemana para ese aprieto –la de mantener el
aumento de los salarios por debajo de la productividad, con
lo que se reducen los costos por unidad laboral– tardó más
de un decenio en dar resultados. Si los PIIGS iniciaran hoy
ese proceso, los beneficios tardarían demasiado en llegar
para restablecer la competitividad y el crecimiento.
La
última opción –la deflación de los salarios y los
precios– para reducir los costos, lograr una depreciación
real y restablecer la competitividad va acompañada de una
recesión cada vez más profunda. La depreciación real
necesaria para restablecer el equilibrio del saldo del
comercio con el exterior aumentaría aún más el valor de
las deudas en euros, con lo que resultarían aún más
insostenibles.
Tampoco
son opciones viables las de reducir el consumo privado y público
para aumentar el ahorro privado y aplicar una austeridad
fiscal para reducir las deudas privadas y públicas. El
sector privado puede gastar menos y ahorrar más, pero eso
entrañaría un costo inmediato, conocido como la paradoja
de la frugalidad de Keynes: reducción de la producción
económica y aumento de la deuda como porcentaje del PIB.
Estudios recientes hechos por el FMI y otros indican que el
aumento de los impuestos, la reducción de las subvenciones
y del gasto estatal, incluso el gasto ineficiente, asfixiaría
el crecimiento a corto plazo, lo que exacerbaría el
problema subyacente de la deuda.
Si
los PIIGS no pueden librarse de sus problemas mediante la
inflación, el crecimiento, la devaluación ni el ahorro, el
plan A está fracasando o está condenado a fracasar. La única
opción substitutoria es la de pasar rápidamente el plan B:
una reestructuración ordenada y una reducción de las
deudas de los Estados, familias y bancos de esos países.
Puede
hacerse de varias formas. Una puede ser la de reestructurar
las deudas públicas de los PIIGS sin reducir la cantidad
principal debida, que consiste en ampliar las fechas de
vencimiento de las deudas y reducir el tipo de interés de
la nueva deuda a niveles muy inferiores que los actualmente
insostenibles de los mercados. Esa solución limita el
riesgo de contagio y las posibles pérdidas que las
entidades financieras arrostrarían, si se redujera el valor
del principal de la deuda.
Las
autoridades deberían examinar también la posibilidad de
recurrir a las innovaciones utilizadas en los decenios de
1980 y 1990 para ayudar a los países en desarrollo cargados
de deuda. Por ejemplo, se podría alentar a los titulares de
bonos a que cambiaran los bonos vigentes por otros
vinculados con el PIB, que ofrecen pagos vinculados con un
crecimiento económico futuro. En realidad, esos
instrumentos convierten a los acreedores en accionistas de
la economía de un país, lo que les da derecho a recibir
una porción de sus beneficios futuros, mientras se reduce
temporalmente la carga de la deuda.
Otra
forma de convertir en parte la deuda hipotecaria en
patrimonio de los accionistas es la de reducir el valor
nominal de las hipotecas y aportar los beneficios futuros,
en caso de que los precios de la viviendas aumenten a largo
plazo, a los bancos acreedores. También se podrían reducir
los bonos bancarios y convertirlos en fondos propios, lo que
evitaría la absorción de los bancos por el Estado y al
mismo tiempo impediría que la socialización de las pérdidas
de los bancos causara una crisis de la deuda soberana.
Europa
no puede seguir destinando fondos para resolver el problema
y rezar por que el crecimiento y el tiempo aporten la
salvación. Nadie bajará del Cielo, deus ex machina,
para rescatar al FMI o a la UE. Los acreedores y los
titulares de bonos que prestaron el dinero en primer lugar
deben arrostrar su parte de la carga por el bien de los
PIIGS, de la UE y de sus propios saldos finales.
*
Nouriel Roubini y Stephen Mihm son coautores de “Crisis
Economics: A Crash Course in the Future of Finance”
(“Economía de crisis. Curso
intensivo sobre el futuro de las finanzas”), recientemente
publicado en edición de bolsillo en los Estados Unidos y el
Reino Unido.
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