La
crisis del euro
Cuando
la austeridad falla
Por
Paul Krugman (*)
New
Yorr Times, 22/05/11
El País,
24/05/11
A menudo me
quejo, con razón, sobre el estado del debate económico en
Estados Unidos. Y la irresponsabilidad de algunos políticos
–como los republicanos que afirman que el impago de la
deuda de Estados Unidos no sería gran cosa– da miedo.
Pero al menos
en EE UU los fanáticos del dolor, aquellos que sostienen
que subir los tipos de interés y recortar el gasto público
ante el desempleo masivo mejorará de alguna manera las
cosas en lugar de empeorarlas, se topan con alguna
resistencia de la Reserva Federal y del Gobierno de Obama.
En Europa, por
el contrario, los fanáticos del dolor han estado al mando más
de un año, insistiendo en que el dinero prudente y el
equilibrio presupuestario son la respuesta a todos los
problemas. Detrás de esta insistencia ha habido fantasías
económicas, en particular la creencia en el hada de la
confianza, es decir, la creencia en que recortar el gasto en
realidad va a crear puestos de trabajo, porque la austeridad
fiscal mejorará la confianza del sector privado.
Por desgracia,
el hada de la confianza sigue negándose a hacer acto de
presencia. Y la disputa sobre cómo manejar la incómoda
realidad amenaza con convertir a Europa en el epicentro de
una nueva crisis financiera.
Tras la creación
del euro en 1999, los países europeos que habían sido
considerados de riesgo, y que por ello se topaban con límites
a la cantidad que podían pedir prestada, comenzaron a
experimentar enormes entradas de capital. Después de todo,
pensaron aparentemente los inversores, Grecia / Portugal /
Irlanda / España eran miembros de una unión monetaria
europea, así que ¿qué podía salir mal?
La respuesta a
esa pregunta es ahora, por supuesto, dolorosamente evidente.
El Gobierno de Grecia, al verse a sí mismo capaz de
endeudarse a tipos ligeramente superiores a los de Alemania,
asumió demasiada deuda. Los Gobiernos de Irlanda y España
no lo hicieron (Portugal está en un punto intermedio), pero
sus bancos sí, y cuando la burbuja estalló, los
contribuyentes se encontraron atrapados por las deudas
bancarias. El problema se agravó por el hecho de que el
auge de 1999 a 2007 dejó los precios y los costes en los países
deudores lejos de los de sus vecinos.
¿Qué hacer?
Los líderes europeos ofrecen préstamos de emergencia a las
naciones en crisis, pero solo a cambio de promesas de
imponer programas de austeridad salvaje, principalmente con
enormes recortes de gastos. Las objeciones acerca de que
estos programas se autodestruyen –no solo causan un gran
daño directo, sino que también podrían, por el
empeoramiento de la crisis económica, reducir los
ingresos– se descartaron por las buenas. La austeridad en
realidad sería expansiva, se afirmó, ya que mejoraría la
confianza.
Nadie hizo tan
suya la doctrina de la austeridad expansiva que Jean–Claude
Trichet, el presidente del Banco Central Europeo (BCE). Bajo
su dirección, el banco comenzó a predicar la austeridad
como un elixir económico universal que debe imponerse
inmediatamente en todas partes, incluso en países como
Reino Unido y Estados Unidos que todavía tienen un
desempleo elevado y no se enfrentan a presión alguna de los
mercados financieros.
Pero como he
dicho, el hada de la confianza no se ha presentado. Los países
europeos con problemas de deuda están, como deberíamos
haber esperado, sufriendo un mayor deterioro económico
gracias a los programas de austeridad, y la confianza se está
hundiendo en vez de aumentar. Ahora está claro que Grecia,
Irlanda y Portugal no pueden y no pagarán sus deudas en su
totalidad, aunque España podría arreglárselas para
aguantar.
Siendo
realistas, pues, Europa tiene que prepararse para algún
tipo de reducción de la deuda, que implique una combinación
de ayuda de las economías más fuertes y quitas aplicadas a
los acreedores privados, que tendrán que aceptar menos que
el reembolso total. El realismo, sin embargo, parece andar
escaso.
Por un lado,
Alemania está adoptando una posición dura contra nada que
se parezca a una ayuda a sus vecinos con problemas, a pesar
de que una motivación importante para el actual programa de
rescate fue el intento de proteger a los bancos alemanes de
las pérdidas.
Por otro lado,
el BCE está actuando como si estuviera decidido a provocar
una crisis financiera. Ha empezado a subir los tipos de
interés, a pesar de la terrible situación de muchas economías
europeas. Y los funcionarios del Banco Central Europeo han
advertido contra cualquier forma de reestructuración que
alivie la deuda. De hecho, la semana pasada un miembro del
consejo de gobierno sugirió que incluso una leve
reestructuración de los bonos griegos haría que el BCE
dejase de aceptar esos bonos como garantía de los préstamos
a los bancos griegos. Esto equivalía a una declaración de
que si Grecia busca aliviar su deuda, el BCE desenchufaría
el sistema bancario griego, que depende de manera crucial de
sus préstamos.
Si los bancos
griegos se derrumban, eso bien podría obligar a Grecia a
salir de la zona euro, y es muy fácil ver cómo podría
empezar un dominó financiero en gran parte de Europa.
Entonces, ¿en qué está pensando el BCE?
Intuyo que
simplemente no está dispuesto a afrontar el fracaso de sus
fantasías. Y si esto suena muy estúpido, bueno, ¿quién
dijo que la sabiduría gobierna el mundo?
(*)
Paul Krugman es profesor de economía en Princeton y premio
Nóbel de 2008.
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