El
euro y las políticas para sostenerlo son la fuente del
desastre que vive Europa
¿Es
inevitable permanecer en el euro?
Por
Juan Torres López (*)
Ganas de Escribir, 07/07/11
El comisario
europeo Joaquín Almunia decía hace unos días que ningún
país saldrá del euro y que nadie quería hacerlo. Lo
afirmaba con la misma seguridad con la que el presidente de
la comisión aseguraba casi al mismo tiempo que en
materia económica y de deuda "no hay
alternativa".
Quizá se
equivoquen.
A nadie le
cabe la menor duda de las ventajas que disponer de una unión
monetaria en Europa puede traer para todos. Pero son
ventajas que solo se pueden disfrutar cuando está bien diseñada
y cuando dispone de los necesarios mecanismos compensatorios
para evitar que las diferencias que inevitablemente suele
haber entre los países o territorios que la compongan se
conviertan en una amenaza para la propia unión y en una
fuente de desigualdades sociales y personales, de
desequilibrios territoriales, de conflictos económicos y,
en suma, de empobrecimiento para algunos de ellos.
Desgraciadamente,
tal y como multitud de economistas distinguidos y de
diferentes posiciones ideológicas advirtieron en su día,
la unión monetaria europea se diseñó desde el principio
no para que diera frutos en el terreno de la cohesión y el
desarrollo armónico de las economías y de los pueblos
europeos sino para que las grandes empresas y los grupos
financieros dispusieran de un espacio en donde obtener
rendimientos más abundantes y con menos dificultades.
Con una
situación de partida entre sus componentes muy desigual, la
renuncia a disponer de mecanismos equilibradores (coordinación
macroeconómica efectiva, hacienda integrada, presupuestos
suficientes, supervisión financiera centralizada, potentes
políticas redistributivas que hubieran impedido el aumento
de la desigualdad interregional que se ha producido...)
llevaría inevitablemente a generar una actividad económica
cada vez más polarizada en torno a los grandes centros de
gravedad, a destruir constantemente tejido productivo en las
periferias y a incrementar la vulnerabilidad de los
territorios más débiles ante los impactos que la coyuntura
económica siempre depara con mayor o menor intensidad. Y
cuando estos últimos han sido especialmente fuertes, como
los que ha producido la crisis financiera, todo ello se ha
manifestado con toda su crudeza: cuando sufren o se
deterioran en exceso los espacios más débiles el mal se
traspasa también al conjunto de la economía europea.
En lugar de
optar por una estrategia auténticamente comunitaria, por
una integración verdadera y mutuamente satisfactoria, es
decir, en lugar de concebir al euro como un instrumento para
el desarrollo integral de la economía europea, multipolar y
no concentrado, creador de sinergias y no fragmentador del
tejido productivo; en lugar de utilizarlo para hacer de la
economía europea un espacio compensado en donde la
agricultura, la industria y los servicios, la actividad
empresarial y los centros de poder, se desarrollaran de modo
armonioso en todo su conjunto, desde el primer momento se
optó por someter a toda la economía europea a los
intereses y directrices del gran capital europeo encabezado
por el alemán. Su enorme poder y la sumisión de los
gobiernos que se iban sumando a la unión, facilitaron un
proceso que ha culminado con una "alemanización"
del euro que puede terminar por destruirlo.
La enorme
pujanza de la economía alemana requiere una demanda
constante e igualmente potente. Para que esa demanda
procediese de su interior se requeriría una distribución
de la renta muy favorable a los salarios y un elevado gasto
público, porque estos son los que pueden garantizar una
potente demanda interna. Pero cuando el capital renuncia a
ceder renta no cabe sino recurrir a la demanda externa,
dirigiendo la producción hacia las exportaciones como motor
del crecimiento.
Hace años, la
ventaja tecnológica de la que gozaba Alemania hacía que
esa fuese una salida natural de su economía, y que, por
ello, no implicase un deterioro paralelo de los salarios.
Pero cuando la globalización y la mayor integración
europea tienden a homogeneizar las condiciones salariales y
la norma tecnológica, para mantener la demanda externa es
necesario una estrategia más combativa en el exterior, que
es la que se ha manifestado en la gestación de la unión
europea y, particularmente, del euro, basada en una auténtica
"conquista" alemana de los mercados europeos.
Alemania ha
impuesto la estrategia que permite que el euro sea el
instrumento que garantiza la demanda exterior que necesita y
eso lo ha logrado liquidando literalmente el tejido
productivo de los demás países y especialmente de los
periféricos, imponiéndoles políticas de austeridad que
les han impedido generar ingresos endógenos para generar la
suficiente acumulación de capital y obligándole a
financiar entonces
su crecimiento económico mediante los créditos
provenientes del enorme superávit que lógicamente produce
una pauta distributiva nacida de esta estrategia.
Alemania se ha
quedado, o ha destruido, el tejido económico europeo y
puede mantener su crecimiento gracias a la demanda de los
demás países. Y como eso lógicamente merma la capacidad
de generar los ingresos suficientes en estos últimos, pone
a su disposición un gigantesco flujo de financiación
nacido de la acumulación tan extraordinaria de rentas del
capital que se obtiene en su economía, para que así puedan
pagar el déficit en el que incurren constantemente.
La operación
puede realizarse aparentemente sin demasiados problemas
porque se produce en el marco del euro, como si fuesen déficit
o superávit registrados dentro de un mismo país: cuando
muchos advertimos que el déficit exterior español es
insostenible porque muestra que nuestra capacidad de generar
ingresos endógenos disminuye peligrosamente los defensores
del status quo nos dicen que eso no es problema porque el déficit
español respecto a Alemania es tan problemático como el
que Cuenca pudiera tener con Zaragoza.
Es un
argumento falaz. Las consecuencias de estos déficits
constantes y en aumento que produce la estrategia que domina
el euro sí son un gravísimo problema económico y social
(aunque no lo sean desde el punto de vista contable) porque
provocan, al menos o principalmente,
tres problemas que antes o después pueden hacer que
todo salte por los aires en Europa:
- El primero
es que genera una deuda privada en aumento que es
insostenible desde cualquier punto de vista que se
contemple. Algo que nunca ha preocupado a las autoridades
porque a la banca le interesa que crezca cuanto más mejor.
Por eso la han dejado crecer, y lo seguirán haciendo aunque
lleve al saqueo de los pueblos porque cuanto más alta sea
mayor será, como estamos viendo, la capacidad de extorsión
a los poderes representativos y la esclavitud que imponen a
los ciudadanos.
- El segundo
es que en una situación de deterioro de la capacidad
productiva y de los ingresos por las razones que he
apuntado, es preciso imponer el grillete de la austeridad,
so pena de imponer a las rentas del capital un régimen
impositivo al que de ninguna manera están dispuestas a
someterse. Estas políticas también merman los ingresos,
disminuyen la actividad y coadyuvan a incrementar el
endeudamiento que, como acabo de decir, es el negocio de los
bancos. Con tal de dar salida rentable a sus excedentes el
capital alemán condena así al resto de Europa a la atonía
y ella misma se cava su tumba, o se obliga a involucrarse en
estrategias de conquista de mercados que desvirtúan (como
ha pasado con la última ampliación de la UE) el espacio
del euro. En concreto, esta estrategia es la responsable del
continuado deterioro de las condiciones de trabajo y del
aumento del paro.
- El tercero
es que puesto que sería impensable que el flujo de crédito
que viene de los bancos alemanes (en realidad también de
otros franceses pero como en una estrategia de seguimiento
de los primeros) se dirigiera a financiar la actividad económica,
industrial o de servicios, que compitiera con la exportadora
alemana (es decir, que Alemania se hiciera la competencia a
sí misma), su destino termina siendo o la financiación del
consumo (en contra de la cínica defensa de la austeridad
que se proclama) o la de burbujas como la inmobiliaria que
proporcionan altos rendimientos pero no solidez a la
estructura productiva sino todo lo contrario, una gran
volatilidad.
En el periodo
2000-2007 la renta nacional alemana aumentó en unos 300.000
millones de euros, de los cuales el 72% fue a rentas del
capital. Y en ese mismo periodo más de 270.000 millones de
euros de media al año salieron de Alemania para financiar
negocios en otros lugares de Europa, pero lo hicieron dirigiéndose
a destinos puramente especulativos, a inflar, como he dicho,
burbujas inmobiliarias y a promover la evasión y la inversión
improductiva. La consecuencia es que ahora los bancos
alemanes están al borde del abismo y para tratar de
recuperar el capital que prestaron fuera en lugar de
invertirlo en su país, ponen en peligro la recuperación
del resto de las economías e imponen un saqueo criminal a
las naciones de las que han obtenido en estos últimos años
beneficios incalculables.
A nadie se le
escapa que salirse del euro es una opción de costes
extraordinarios que llevaría al país que lo hiciera a
sufrir agresiones sin precedentes en Europa y a vivir
algunos años de caos financiero y de empobrecimiento. Nada
más cierto. Pero ¿acaso está propiciando otra cosa mejor
un euro al servicio exclusivo del capital financiero y de
las grandes empresas? ¿Acaso le ha dado seguridad y
bienestar a Grecia a Portugal o a Irlanda? ¿Acaso no hizo
España los deberes del euro y no puso sin rechistar en
manos del capital alemán y europeo sus mejores empresas y
centros de producción? ¿Acaso el euro nos está
protegiendo de la extorsión y de los ataques especulativos?
¿no alentó el euro, en beneficio de la banca europea, el
endeudamiento privado imponiendo los recortes salariales en
lugar de la estabilidad financiera?
El euro, y las
políticas que se vienen imponiendo para sostenerlo en la
función servil que viene desempeñando, es hoy día la
fuente del desastre en que vive Europa y lo que impone un
saqueo criminal a los pueblos al que hay que enfrentarse por
dignidad y sentido de supervivencia. El euro y la
incompetencia con que los dirigentes europeos están
gestionando la crisis para salvar los intereses del gran
capital no da ya ningún tipo de seguridad ni puede
proporcionar bienestar sino la ruina generalizada de los
trabajadores, de las clases pasivas y de las pequeñas y
medianas empresas. Es un expolio que hará que una Europa se
levante contra otra. Dentro del euro tal y como está
constituido y en el marco de las políticas que implica es
imposible que países como España (y por supuesto Irlanda,
Portugal o Grecia, y posiblemente también otros como Italia
o incluso Francia) tengan salidas que no impliquen más
sufrimientos, más sobresaltos y peores resultados macroeconómicos
y sociales. No es posible.
Si no hay un
giro urgente en la política europea, si no se impone la
cooperación, la armonía y el reparto equitativo de la
riqueza, si no se admite que quien debe gobernar Europa es
el pueblo mediante sus representantes y no los grupos de
presión y los poderes financieros, tenemos la obligación
de salir a la calle también a reclamar que nos salgamos del
infierno, como ahora el de Grecia, que quieren imponernos a
todos.
(*)
Juan Torres López es catedrático de Economía Aplicada en
la Universidad de Sevilla y miembro del Consejo Científico
de ATTAC–España.
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