Las
medidas de austeridad para evitar defaults tienen efectos
recesivos
¿Cómo
prevenir una depresión?
Por
Nouriel Roubini (*)
Crisis-economica.blogspot,
22/09/11
Ámsterdam.-
Los últimos
datos económicos sugieren que la recesión está regresando
a las economías más avanzadas, con los mercados
financieros llegando a niveles de estrés no se veían desde
el colapso de Lehman Brothers en 2008. Son significativos
los riesgos de una crisis económica y financiera aún peor
que la anterior - ya que ahora involucra no sólo al sector
privado, sino también la cuasi insolvencia de bonos
soberanos. ¿Qué se puede hacer para reducir las
posibilidades de caer en otra contracción de la economía y
evitar una depresión y una
crisis financiera más profundas?
En primer
lugar, debemos aceptar que las medidas de austeridad,
necesarias para evitar una caída fiscal en cadena, tienen
efectos recesivos. Por lo tanto, si los países de la
periferia de la eurozona se ven obligados a adoptar medidas
de austeridad fiscal, los países capaces de ofrecer estímulos
a corto plazo deben hacerlo, y posponer sus esfuerzos de
austeridad propios. Entre ellos se encuentran Estados
Unidos, el Reino Unido, Alemania, el núcleo de la eurozona
y Japón. Además, se hace necesaria la creación de bancos
que apunten a financiar la infraestructura pública.
En segundo
lugar, si bien la política monetaria tiene un impacto
limitado cuando los problemas son la deuda excesiva y la
insolvencia en lugar de la falta de liquidez, puede ser útil
la flexibilización del crédito, en lugar de una distensión
sólo cuantitativa. El Banco Central Europeo debe revertir
su decisión equivocada de elevar las tasas de interés. Un
mayor nivel de flexibilización monetaria y del crédito
también es necesario para la Reserva Federal de EE.UU., el
Banco de Japón, el Banco de Inglaterra y el Banco Nacional
Suizo. La inflación pronto será el último problema que
los bancos centrales deban temer, a medida que nuevamente
una menor actividad en los mercados de bienes, trabajo,
vivienda, materias primas y alimentos genere presiones
antiinflacionarias.
En tercer
lugar, para restaurar el crecimiento del crédito, los
bancos y sistemas bancarios de la eurozona que no están
suficientemente capitalizados se deben reforzar con
financiamiento público en un programa que abarque a toda la
Unión Europea. Para evitar una crisis del crédito
adicional a medida que los bancos de desapalancan, deberían
contar con una cierta indulgencia de corto plazo en cuanto a
exigencias de capital y liquidez. Además, dado que sigue
siendo poco probable que los sistemas financieros de EE.UU.
y la UE proporcionen crédito a las pequeñas y medianas
empresas, es esencial la prestación directa de créditos a
las PYME solventes pero sin liquidez.
En cuarto
lugar, es necesaria la prestación a gran escala de liquidez
a los gobiernos solventes para evitar un repunte de los
diferenciales y una pérdida de acceso al mercado que
termine por convertir la falta de liquidez en insolvencia.
Incluso con cambios de políticas, se necesita tiempo para
que los gobiernos restablezcan su credibilidad. Hasta
entonces, los mercados mantendrán la presión sobre los
diferenciales soberanos, haciendo probable que se produzca
una crisis autoinfligida.
Hoy en día,
España e Italia están en riesgo de perder acceso al
mercado. Se deben triplicar los recursos oficiales -a través
de un mayor Fondo Europeo de Estabilidad Financiera,
Eurobonos, o medidas masivas del BC - para evitar un segundo
y desastroso ataque sobre estos bonos soberanos.
En quinto
lugar, la carga de deuda que no se pueda mitigar mediante el
crecimiento, el ahorro o la inflación se debe hacer
sostenible a través de su reestructuración ordenada, su
reducción y su conversión en capital. Esto debe llevarse a
cabo del mismo modo para los gobiernos insolventes, los
hogares y las instituciones financieras.
En sexto
lugar, incluso si Grecia y otros países periféricos de la
eurozona reciben ayudas importantes para paliar su deuda, el
crecimiento económico no se reanudará hasta que se
restablezca la competitividad. Y, sin un rápido retorno al
crecimiento, será imposible evitar más impagos y un mayor
nivel de agitación social.
Hay tres
opciones para restablecer la competitividad dentro de la
eurozona; todos requieren una depreciación real... y
ninguno de ellos es viable:
• Un fuerte
debilitamiento del euro, apuntando a una paridad con el dólar
estadounidense, lo cual es improbable, ya que EE.UU. se
encuentra también en una posición débil.
• Tampoco es
probable una reducción rápida de los costes laborales
unitarios, mediante la aceleración de la reforma
estructural y crecimiento de la productividad en relación
con el crecimiento de los salarios, ya que fueron necesarios
15 años para que ese proceso restableciera la
competitividad de Alemania.
• Una
deflación acumulada del 30% a cinco años en los precios y
los salarios -en Grecia, por ejemplo- lo que significaría
cinco años de profundización de una depresión socialmente
inaceptable; incluso si fuese posible, este nivel de deflación
agravaría la insolvencia, dado un aumento del 30% en el
valor real de la deuda.
Debido a que
ninguna de estas opciones puede funcionar, la única
alternativa es que Grecia y algunos otros miembros actuales
abandonen la eurozona. Sólo la vuelta a una moneda nacional
-y una fuerte depreciación de la misma- puede recuperar la
competitividad y el crecimiento.
Por supuesto,
el abandono de la moneda común podría causar daños
colaterales para el país que lo haga y aumentar el riesgo
de contagio para otros miembros débiles de la eurozona. Por
consiguiente, los efectos sobre la hoja de balance de las
deudas en euros causados por la depreciación de la nueva
moneda nacional se tendrían que manejar a través de una
conversión ordenada y negociada de los pasivos en euros a
las nuevas monedas nacionales. Se necesitaría un uso
adecuado de los recursos oficiales, lo que incluye la
recapitalización de bancos de la eurozona, para limitar los
daños colaterales y el contagio.
En séptimo
lugar, las razones que explican el alto desempleo y el anémico
crecimiento de las economías avanzadas son estructurales, y
entre ellas se encuentra el aumento de la competitividad de
los mercados emergentes. La respuesta adecuada a tales
cambios masivos no es el proteccionismo. En cambio, las
economías avanzadas necesitan un plan de mediano plazo para
restaurar la competitividad y el empleo a través de nuevas
inversiones masivas en educación de alta calidad,
capacitación laboral y la mejora del capital humano,
infraestructura, y energías alternativas/renovables. Sólo
un programa así puede proporcionar a los trabajadores de
las economías avanzadas las herramientas necesarias para
competir a nivel mundial.
En octavo
lugar, las economías de mercado emergentes cuentan con más
herramientas de políticas que las economías avanzadas, y
deben flexibilizar la política monetaria y fiscal. El Fondo
Monetario Internacional y el Banco Mundial pueden servir
como fuentes de crédito de último recurso para los
mercados emergentes en riesgo de perder acceso al mercado,
condicionado a reformas políticas adecuadas. Y los países
que, como China, dependen excesivamente de las exportaciones
netas para el crecimiento deben acelerar las reformas,
incluida una apreciación más rápida de la moneda, con el
fin de impulsar la demanda y el consumo internos.
Los riesgos
por delante no son solo de una leve recaída en la recesión,
sino de una severa contracción que podría convertirse en
una Gran Depresión II, especialmente si la crisis de la
eurozona se convierte en desorden y conduce a un colapso
financiero global. Las políticas erróneas durante la
primera Gran Depresión generaron guerras comerciales y
monetarias, impagos desordenados de la deuda, deflación, un
aumento de la desigualdad del ingreso y la riqueza, pobreza,
desesperación y una inestabilidad social y política que
condujo a la aparición de regímenes autoritarios y la
Segunda Guerra Mundial. La mejor manera de evitar el riesgo
de repetir una secuencia así es adoptar hoy mismo medidas
audaces y proactivas de políticas globales.
(*)
Nouriel Roubini es presidente de Roubini Global Economics,
profesor de Economía en la Escuela Stern de Negocios de la
Universidad de Nueva York y coautor de “Crisis
Economics”.
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