El
capitalismo ya no trata en serio
el problema del desempleo
Por
Richard Sennett (*)
The Guardian / IEco, 15/09/11
Sería bueno
creer en el discurso de Obama de la semana pasada, referido
a cómo recuperar puestos de trabajo. Pero ni Estados Unidos
ni Gran Bretaña eligen las herramientas adecuadas para
paliar el drama de los que ya se cuentan por millones.
Fue un
discurso conmovedor. El presidente Obama prometió a los
estadounidenses que los va a ayudar a volver a trabajar . El
gobierno proporcionará más respaldo a los desocupados y
los docentes; reconstruirá una infraestructura deteriorada;
otorgará reducciones de impuestos a empleados y empleadores
por igual; gravará a los extremadamente ricos. Quería
creerle cada palabra.
¿Pero podrá,
en un acto de magia, sacar un conejo de la galera? Durante
sus primeros tres años de gestión, Obama descuidó los
problemas de los trabajadores estadounidenses porque estuvo
mal asesorado. Quienes dirigían su equipo económico, sobre
todo Timothy Geithner y Lawrence Summers, se concentraron en
la banca. Esos asesores consideraban que restablecer las
fortunas de Wall Street era, llegado el momento, la clave
para la creación de empleo. En los últimos tiempos, Obama
ha incorporado personas con más idoneidad en temas
laborales, pero tienen que hacer frente a problemas muy
profundos del mundo del empleo.
La mayor parte
de quienes escuchan al presidente son más que conscientes
de que son demasiadas las personas que aspiran a una
cantidad ínfima de empleos, en especial los buenos empleos.
Eso no es producto de la recesión. Durante más de una
generación, la prosperidad económica de Europa y los
Estados Unidos no ha dependido de una fuerza laboral local
robusta, dado que el trabajo que necesitan las empresas
puede hacerse de manera más barata, y a menudo mejor, en
otra parte.
La revolución
digital por fin concreta una vieja pesadilla: que las máquinas
puedan reducir la necesidad de mano de obra humana . Para
2006, ese “efecto de reemplazo” era de 7% anual en el
sector de servicios. Por otra parte, la viabilidad del
trabajo de por vida en una empresa ya pertenece al pasado.
El resultado de esos cambios es que hace mucho tiempo que
los trabajadores occidentales conocen la inseguridad y el
fantasma de la inutilidad.
Obama no abordó
esos problemas estructurales en su discurso. ¿Cómo podía
hacerlo? Se trata de los hechos más descarnados del
capitalismo moderno, y los enemigos del presidente hace
mucho que lo acusan de ser un socialista encubierto. Obama
siempre se ha definido como centrista. Por esa razón
enfrenta el mismo dilema que David Cameron en estilo
centrista: ambos tratan de reducir el gobierno y estimular
la economía.
Los 447.000
millones de dólares que Obama promete gastar parecen mucho,
pero el dinero que se pone de inmediato sobre la mesa es
mucho menos , ya que las reducciones impositivas tienen por
objeto concretar la parte más importante de la creación de
empleo.
Esas medidas
“efectivas en términos de costos” no significan gran
cosa en lo relativo a abordar la gran magnitud de los
problemas laborales. Invertir en proyectos de construcción
supone una rentabilidad excelente. Sin embargo, tanto en
Gran Bretaña como en los Estados Unidos, el desempleo entre
los jóvenes no calificados ronda el 22% . Hace falta mucho
dinero y capacidad de reversión para hacerlos competitivos
en el mercado laboral.
La cantidad de
personas que padece un subempleo involuntario es en la
actualidad de alrededor del 14% en ambos países . Se trata
de trabajadores cuya riqueza declina de forma drástica
cuando trabajan menos. Su ingreso necesita respaldo, pero
también eso exige gran cantidad de fondos gubernamentales.
Los Estados
Unidos calculan el desempleo de manera peculiar. Sus estadísticas
oficiales no comprenden el subempleo ni la gente que no
tiene trabajo durante más de seis meses, a la que clasifica
como “trabajadores desalentados”.
Economistas
que no pertenecen al gobierno estiman que suman entre tres y
cinco millones de personas que sin duda están desalentadas,
padecen crisis familiares, alcoholismo y depresión,
situaciones que se agravan a medida que persiste el
desempleo.
El remedio
estadounidense para esa situación es similar a la idea que
subyace en la “gran sociedad” británica: dejar las
cosas en manos de iglesias, asociaciones de voluntarios y
“la comunidad”, que pasan a lidiar con las consecuencias
personales y familiares del desempleo prolongado. En la práctica,
eso significa que las personas tienen que arreglárselas
solas , dado que un efecto muy real de la recesión ha sido
la mendicidad ante muchas de esas instituciones de la
sociedad civil.
La “relación
especial” tiene una vuelta de tuerca perversa en el ámbito
laboral. Nuestras dos sociedades tienen gran cantidad de
empleados víctima de la inseguridad y cuyos problemas los
gobiernos centrales abordan de forma tímida.
Pero hay
soluciones reales para los problemas del trabajo, y puede vérselas
en el norte de Europa: en Escandinavia, Alemania y los Países
Bajos. Esas economías más equilibradas han evitado el
capitalismo financiero angloestadounidense. Sus gobiernos
protegen a las empresas establecidas, sobre todo a las
chicas, y proporcionan capital para el crecimiento cuando
los bancos no lo prestan.
Noruega y
Suecia han coordinado esfuerzos para incluir a los jóvenes
en los empleos para principiantes, y tienen un desempleo
juvenil de alrededor del 8%. Los alemanes dedican grandes
recursos a la capacitación de la juventud, mientras que los
holandeses complementan los sueldos de los empleados que
trabajan media jornada. Hace mucho que las fábricas del
norte de Europa analizan cómo abordar la automatización de
manera humana . ¿Por qué no aprendemos de ellos? La elite
angloestadounidense se opone con todas sus fuerzas a actuar
como los europeos del norte: en Noruega no hay una City
londinense, ni existe Apple. Eso genera una paradoja:
nuestros grandes países piensan en chico respecto del
trabajo y sus problemas.
Tal vez sea
cierto que la economía estadounidense es tan global y
compleja que es poco lo que puede hacerse para resolver sus
problemas en el plano interno. Pero Gran Bretaña tiene
aproximadamente las mismas dimensiones que Alemania, y su
ADN cultural es europeo del norte.
A pesar de que
siento una admiración por Obama, después de su discurso no
pude evitar pensar que se le ha acabado el tiempo.
Piensa que sus
reformas van a tener un efecto real durante los catorce
meses anteriores a las elecciones. Sin embargo, a juzgar por
el pasado, hacen falta unos tres años de medidas de estímulo
gubernamental para que éstas tengan efecto en la economía
de los Estados Unidos. Si las propuestas de obras públicas
e impuestos de Obama se instrumentaran mañana, sus modestos
efectos se sentirían durante la gestión del presidente
Perry. En Gran Bretaña, el deterioro de las instituciones públicas
consecuencia de la gran sociedad actual va a ser problema
del primer ministro Miliband. Para romper con esa herencia
maldita, en Gran Bretaña tenemos que empezar a pensar en
grande y a actuar de forma decisiva respecto del trabajo, al
igual que nuestros vecinos cercanos del norte.
(*)
Profesor emérito de sociología, London School of
Economics.
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