Los problemas
estructurales no resueltos en la economía mundial
llevan
a
una recaída – Parte I
Cartografía de la primera depresión del siglo XXI
Por José Luis
Rojo
Buenos Aires, 29/09/11
Para Socialismo o Barbarie
“La economía mundial se encuentra en una nueva
fase peligrosa. La actividad mundial es ahora más débil y
desigual; últimamente la confianza se ha deteriorado de
manera drástica y los riesgos a la baja se están
agudizando. Contra el telón de fondo de fragilidades
estructurales no resueltas, la economía internacional se
vio este año afectada por una serie de shocks (…) Al
mismo tiempo, en la economía estadounidense la transición
de la demanda pública a la privada se paralizó; la zona
del euro sufrió graves trastornos financieros, los mercados
mundiales experimentaron una venta masiva de activos
riesgosos, y se observan crecientes efectos de derrame hacia
la economía real. Los problemas estructurales que afrontan
las economías avanzadas golpeadas por la crisis han
resultado ser inesperadamente difíciles de corregir, y el
proceso de elaborar y ejecutar reformas, aún más
complicado”
(Informe de septiembre 2011, FMI).
En
las últimas semanas, el vértigo en los mercados se asemejó
al que le sucedió a la caída de Lehman Brothers en 2008.
Las bolsas mundiales perdieron cientos de miles de millones
de dólares en capitalización. El pesimismo volvió a los
actores económicos. El FMI publicó su informe
cuatrimestral afirmando que las perspectivas económicas se
han deteriorado. Robert Zoellick, presidente del Banco
Mundial, reforzó las expectativas negativas, alertando que
el mundo se introdujo en una zona de “peligro”. La posibilidad
de una recaída recesiva se confirma cada día,
al menos para el hemisferio norte.
Pero el hecho es
que, en esta oportunidad, la recaída recesiva en el norte
del mundo afectaría también a las economías emergentes.
El FMI espera para la zona euro y los EEUU una caída del 2
al 3% del PIB en 2012. También señala amplias
posibilidades de un retroceso en el precio de las materias
primas, los flujos de capital y el comercio internacional,
datos que podrían golpear a las economías llamadas en
desarrollo, incluso llevando al “aterrizaje forzoso” de
algunas de ellas, como las de Brasil o Argentina.
También
alerta que se comenzaron a observar graves síntomas de
restricción crediticia. Y destaca que las crecientes
divisiones que se observan en las alturas de la clase
dominante, no ayudan a resolver la crisis.
En lo que sigue, y a cuatro años vista de una crisis
que evidentemente no termina, haremos una sucinta “cartografía” de la que ya es, sin ninguna duda, la primera depresión del siglo XXI.
Cuando se aproxima una nueva recesión
Este
escenario de recaída económica está prácticamente
descontado. Incluso más: Nouriel Roubini dice que podría
ser peor que la del 2008: “Son significativos los riesgos
de una crisis económica y financiera peor que la anterior, ya que involucra no sólo al sector privado,
sino también a los bonos soberanos”.[2]
Esto
es lo que está, obviamente, por detrás del derrumbe de las
bolsas: la economía
mundial se
encamina hacia una nueva recesión,
lo que abre interrogantes sobre la dinámica más de
conjunto de la crisis: lo que se había procedido a
sacar por la puerta
mediante los rescates estatales, volvió
a introducirse por la ventana.
La
razón de fondo de esta recaída es simple: ninguno
de los problemas estructurales planteados por la crisis ha
sido resuelto. El reciente informe del FMI se ha
encargado de subrayar que ni la demanda privada logró
sustituir a la pública, ni se obtuvo el necesario rebalanceo
de la economía mundial; rebalanceo que equilibre las
cargas entre países deficitarios y acreedores comercial y
financieramente.
Para
colmo de colmos, esta posible recaída ocurre en las
condiciones dónde el “poder de fuego” de los estados se
encuentra deteriorado luego de años de asistencia económica.
Simplemente, no hay margen para endeudarse mucho más. Este
es el caso de pequeños estados “sobreexigidos” como los
de Grecia, Irlanda o Portugal, pero también de verdaderos
“gigantes” del endeudamiento mundial, como son los casos
de Italia o España, ¡los que combinadamente acumulan
2.5 billones de dólares de deuda soberana!
A
diferencia del 2008, ahora el epicentro de la crisis está
en la Unión Europea. Dígase lo que se quiera decir, ya
está descontado que Grecia caerá en bancarrota. Esto
ocurre mientras a nivel de la UE crecen las disidencias
entre las distintas fracciones políticas burguesas: su
centro es la división de la clase política en Alemania
–al menos un sector de la misma, aparentemente por ahora
minoritario–; clase política que, presionada por parte
del electorado, duda sobre si seguir aportando dinero para
rescatar un país al que no se le ve salida.
Como
si la crisis del euro fuera poca cosa, EEUU no levanta
cabeza. Su economía parece marcada por una combinación
de mediocridad en los índices de crecimiento y un altísimo
desempleo cada vez más “estructural”. Y Japón sigue más
o menos en la misma: su ya secular estancamiento,
aunque post tsunami se anuncia que al menos el PBI tendería
a crecer en algo.
Para
agravar las cosas, está el problema que en los países BRIC
(Brasil, Rusia, India y China), que operaron como una suerte
de “mediadores” en la primera ronda de la crisis mundial
–vehiculizando una suerte de “desacople” entre el
norte del mundo y los países “emergentes”–, se han
empezado a prender luces amarillas: sus
índices de producto están
tendiendo a la baja,
al tiempo que son presa fácil de presiones inflacionarias.
Se
teme así que el famoso “efecto desacople” tienda a
diluirse. Y de ahí que, en las últimas semanas, se haya
esbozado un fenómeno algo novedoso respecto de la realidad
de los últimos años: una
tendencia a la
baja de las materias primas.
Seguramente que el contexto señalado no dejará de
alimentar una situación
mundial que está marcada por la emergencia de un ciclo de
rebeliones populares que
parece extenderse universalmente.
Del rescate a la crisis fiscal de los estados
Todo
el mundo sabe que en el momento más fuerte de la crisis a
finales del 2008 y comienzos de 2009, lo que se avecinaba
era una depresión económica mundial lisa y llana.
Las
tendencias de las últimas décadas de capitalismo
neoliberal parecían haber entrado abruptamente en reversa
(como lo destacara oportunamente The
Economist), en primer lugar su estrella, el comercio
mundial. Este llegó a caer entre un 10, un 20 o un 30% según
las regiones, algo nunca visto desde 1945.
También
los índices de crecimiento de la producción mundial
parecieron desplomarse; las caídas del PBI industrial
alcanzaron en países como el Japón el 10% o más. El
desempleo pegó un salto abrupto en los países centrales,
alcanzando cifras de dos dígitos, no solamente en España
(en este país sigue en torno al 22% de la PEA) sino incluso
en los EEUU.
También
en los países BRIC, al comienzo de la crisis, pareció
haber síntomas preocupantes. En Brasil, sólo en diciembre
del 2008, hubo 1.5 millones de despidos. Y en China se temió
que un porcentaje sustancial de la mano de obra rural
migrante en las ciudades costeras –la friolera de 150
millones de almas– luego de las vacaciones de diciembre en
sus pueblos, no pudieran volver al trabajo.
La
dinámica del derrumbe era tan acelerada que parecía emular
–sino incluso superar– la trayectoria de la crisis de
1929: una suerte de reacción nuclear en cadena,
facilitada por la estructura
mundializada e interconectada
de la economía mundial capitalista de comienzos del siglo
XXI, cuyo
catalizador era la restricción crediticia;
es decir, la parálisis
total de los préstamos,
incluso entre las mismas instituciones financieras.
Fue
en ese punto donde aparecieron las recetas
“heterodoxas”. Tirando a la basura mucho del ideario del
libre mercado dominante en las últimas décadas, el
Estado salió al rescate de la economía.
Se
inyectaron billones de dólares en la economía mundial,
sobre todo bajo la forma de rescates del sistema bancario y
financiero internacional, mediante la compra de cientos de
miles de millones de dólares en bonos basura. Técnicamente,
lo que ocurrió es
que el Estado (vía sus bancos centrales) se
adentró en la brecha como prestamista de última instancia,
evitando la quiebra en cadena.
Así
se salvaron bancos y también industrias. Caso emblemático:
la General Motors en los EEUU, hoy ya repuesta de la crisis.
Además de la asistencia estatal, ésta produjo la nada
heterodoxa suma de 50.000 despidos, dejados pasar sin pestañar
por la burocracia automotriz, a la que se le entregaron a
cambio acciones de la empresa.
La asistencia
estatal significó varios puntos de PBI mundial, evitándose una caída depresiva catastrófica.
Ya para marzo–abril del 2009, comenzó a verse un punto de
inflexión. Y para junio–julio, se empezaba a hablar de
los famosos “brotes verdes” (el producto se recuperaba).
Anticipándose un poco, empezó nuevamente la prodigalidad
de las bolsas mundiales, las que recortaron parte sustancial
de las pérdidas en pocos meses. Si el Dow Jones había caído
prácticamente al 50%, alcanzando los 6.500 puntos y algo más
en su punto más bajo, rápidamente volvió a escalar sobre
los 10.000.
Parecía
haberse producido un milagro: los estados habían rescatado
la economía mundial de la más grave crisis en ochenta años,
sólo para que la misma recuperase nuevamente sus bríos y
siguiera adelante como si nada hubiera pasado. De ser así,
el capitalismo sería invencible.
Sin
embargo, la realidad material de las cosas está ahí para imponer
sus límites.
Lo que se hizo, sencillamente, fue transferir las deudas
y quebrantos privados, las deudas y quebrantos de las
empresas to big to
fail (demasiado grandes para caer), a los Estados.
Contra ese endeudamiento,
los Estados emitieron distintas obligaciones de pago, haciéndose cargo de afrontar las mismas. Sea mediante la emisión
lisa y llana de papel moneda, en obligaciones, en bonos del
Estado o en nuevas acciones,
fue el Estado el que se
obligó a sí mismo a pagar por las deudas privadas
impagables.
Por
eso no es nada sorprendente la situación actual de inmensos
déficits fiscales generalizados y cada vez más insostenibles.
Es que en las condiciones de una recuperación económica
completamente mediocre (si puede incluso llamársela
“recuperación”), vieron aumentar sideralmente la
proporción entre la deuda y el PBI (en países como Italia
alcanzan el 120% del mismo), desatándose
una
feroz crisis fiscal de los Estados.
El
hecho es que, hoy por hoy, dónde más fuerte está pegando
esta crisis fiscal (sin olvidar las agudas divisiones en
torno a ella que cruzan a la clase política estadounidense)
es en la Unión Europea, atenazada por el quebranto no
solamente en economías de su “periferia” como las de
Grecia, Irlanda y Portugal (los países llamados PIIG’s),
sino incluso en países mucho más centrales como España e
Italia, los que por definición son “irrescatables”.
En
definitiva, el problema teórico aquí –sobre el que ya
hemos escrito en otra ocasión–
es que el dinero es solamente el representante
general de la riqueza;
de ninguna
manera es la riqueza misma. El papel moneda no tiene
ningún valor como tal. Menos que menos las acciones o bonos
estatales. Ni siquiera son dinero de curso legal, no sirven
para comprar ninguna mercancía de manera directa. Para
efectivizarse como tales, deben cambiarse por dinero.
De
ahí que cuando las crisis financieras arrecian, todo el
mundo quiera estar “líquido” (es decir, tener dinero
constante y sonante en las manos): “(…) la moneda y el
crédito tienen relaciones críticas respecto de la riqueza
real (…) la emisión monetaria o el endeudamiento deben
tener respaldo en la producción de riqueza real: a tanto
nuevo circulante, tanto nuevo valor creado. Si este nuevo
valor no se crea, si este endeudamiento no se ‘honra’, sólo
se estará inflando un globo de riqueza ficticia, que
estallará inevitablemente en escaladas inflacionarias,
quebrantos empresarios, bancarios y del estado fiscal con
cortes en las cadenas de pagos; en suma, depresión”.
Así
las cosas, en última instancia, la única forma de pagar
las deudas (amén de devaluarlas mediante el mecanismo
inflacionario que no parece estar a mano hoy en el norte del
mundo), es la
generación de riqueza real,
recomenzando la rueda de la explotación capitalista en el
terreno de la economía real, que es justamente lo
que no se está logrando hacer
en suficiente escala, de ahí el crecimiento
mediocre de
dichas economías.
La
moraleja es que no hay magia posible. Para pagar
las deudas, la economía debe volver a crecer. De
ahí la aguda crisis de deudas soberanas que viene golpeando
las puertas de los estados de la Unión Europea.
Las causas de la bancarrota griega
“Estamos viviendo el terror de que podemos perder
nuestros trabajos, nuestras vidas; recortan nuestros
salarios y nuestras pensiones, ya no creo que sea por el
bien del país. No podemos evitar la quiebra” (Costas Adrianopoulos, 32 años,
trabajador del Teatro Nacional)
Varios
países de la UE se encuentran amenazados. Si se pierde el
control de la situación griega, la epidemia de la
bancarrota podría extenderse al resto de Europa. Su deuda
es de 350.000 millones de dólares. Ya prácticamente se
descuenta que irá al default, imponiéndose una quita de al
menos el 50%.
En
estos momentos, la discusión gira en torno a como evitar
una caída traumática adelantándose a realizar una
reestructuración “ordenada”: pero como está dicho, la
bancarrota es un hecho. Lo que se busca es no perder el
control del proceso y que Grecia termine eyectada del euro:
eso es lo que no puede ocurrir porque pondría en cuestión
toda la llamada “construcción europea”.
Esto
no quita que haya voces, sobre todo en Alemania, que
plantean soltarle la mano a Grecia de una buena vez. Tal es
el caso de Wolfgang Bosbach, alto dirigente de la Unión Demócrata
Cristina, partido de Ángela Merkel y, hasta ayer, declarado
“europeísta”: “La primera medicina no funcionó, y
ahora simplemente estamos duplicando la dosis. Es una lógica
que simplemente no comprendo. Mi temor es que cuando ocurra
el Big Bang, no sólo
nosotros tendremos que pagar, sino las generaciones
futuras”.[8]
En
todo caso, y aunque parezca a priori “raro”, la revista
inglesa The Economist revista firmemente en las filas de los defensores del
euro: “Si Grecia
deja el euro, su renaciente dracma hundirá su cotización,
lo que será bueno para sus exportadores pero llevará a lo
que Barry Eichngreen, un historiador del sistema monetario
de la Universidad de California, Berkeley, llamó ‘la
madre de todas las crisis financieras’. La devaluación
del dracma contra el euro transformará toda deuda que quede
nominada en euros en impagable. Al mismo tiempo lo
depositantes, que ya están buscando la puerta de salida,
generarán una corrida, tirando abajo el sistema financiero
griego”.[9]
Así
las cosas, una mayoría de los funcionarios y políticos
europeos, siguen queriendo cavar trincheras en Grecia para
evitar que la crisis se termine trasladando no solamente a
otras economías europeas “periféricas”, como Irlanda o
Portugal, sino a España e Italia, cuyo endeudamiento
soberano alcanza la friolera de 2,5 billones de dólares.
La
circunstancia es que si se pudiera tratar los problemas de
Grecia “aisladamente” –una economía mediana que no
llega a más de 300.000 millones de dólares de PBI anual–
la cuestión no pasaría de ser una “anécdota” (obvio
que dicho esto de manera exagerada: su default será el
mayor de una deuda soberana en la historia). Pero el
problema es que la crisis del país helénico habla –y muy
fuertemente– de problemas europeos
y mundiales.
El
origen de la cuestión es que con el ingreso de Grecia al
euro, este país se quedó sin moneda propia. En un
principio las cosas parecieron andar sobre ruedas: al estar
en euros, el país recibió jugoso financiamiento
internacional, lo que generó un efecto de riqueza ficticia.
Cuando la crisis mundial hizo su eclosión, y para tratar de
que no se corte el chorro de este financiamiento, el
gobierno griego decidió “retocar” las estadísticas,
dando cuenta de un déficit del Estado mucho menor que el
real. Llegado un punto, lo que pareció ser una
extraordinaria “ventaja” –el estar parado sobre una
moneda fuerte– se convirtió en todo lo contrario: frente
a la crisis mundial, a la retracción de todos los mercados,
y a la pérdida de competitividad económica por la
devaluación de otras monedas,
Grecia no puede devaluar su moneda, ni tomar medidas de política económica
soberanas que le permitan maniobrar.
Como
señalara oportunamente Paúl Krugman respecto de España
(algo enteramente aplicable a Grecia): “El gobierno español
no puede hacer gran cosa para mejorar la situación. El
problema económico central de la nación es que los costos
y los precios se han desfasado respecto del resto de Europa.
Si España aun tuviera su antigua moneda, la peseta, podría
remediar rápidamente la situación mediante una devaluación,
digamos, reduciendo el valor de la peseta un 20% respecto de
otras monedas europeas. Pero España ya no tiene su propia
moneda, lo que
significa que sólo
puede recuperar competitividad por medio de un lento y
desgastante proceso de deflación.” Vis
a vis, lo mismo ocurre con Grecia: no
puede devaluar su moneda para
recuperar competitividad y crecer, lo que al generar mayores ingresos fiscales, le permitiría paliar los déficits.
Sin
embargo, el camino elegido por el gobierno de
Papandreu-Venizelos –que evidentemente reflejan el
entrelazamiento de los negocios de la burguesía griega con
la comunitaria– ha sido el opuesto:
un ajuste brutal, deflacionario, con reducción explícita
del salario real, despidos y aumento de los impuestos al
consumo y la propiedad, esto para “recuperar”
competitividad y generar un excedente de recaudación.
Recaudación que por las mismas razones de la mecánica
contractiva del ajuste, termina alimentando una recaída
económica que tira para abajo la expectativa de lo que explícitamente
se busca: ¡aumentar la recaudación y los ingresos del
Estado!
De ahí a la
amenaza de default –y a una incrementada situación de
luchas sindicales y populares– solamente hay un paso: un
paso que en lo sustancial ya se dio y ahora solamente se están
discutiendo las condiciones del ingreso de Grecia a la
bancarrota cuando prácticamente ya se han “quemado todas
las naves”.
Y
sin embargo, esta “reestructuración” controlada de
la deuda griega (eufemismo para disimular la palabra
bancarrota) que ahora se está alentando, no supondría
la salida de Grecia del euro. ¿Por qué? El hecho es
que una devaluación lisa y llana, que significaría poner
en pié una nueva moneda nacional (el dracma),
inmediatamente plantearía un impago casi total de una deuda
nominada en euros. Esto amén de ser un pésimo ejemplo para
que otros estados sigan por el mismo camino.
Contradictoriamente,
el hecho es que mediante la declaración del default, se restringiría –al menos
en lo inmediato– la
carga de dicho endeudamiento,
al tiempo que con la implementación de una moneda más débil,
se podría recuperar competitividad, producción y empleo.[12]
Lo que venimos señalando se conecta con un problema más de
fondo cual es la aberración de que una economía
“atrasada” como la griega, esté “racionalizada” (o
“medida”) por una moneda tan fuerte como el euro. Es que
si el dinero no es más que el representante general de la
riqueza (y de la “potencia” productiva de una
determinada economía), si
esta economía es
menos productiva,
el valor de su moneda debería ser
mucho menor y viceversa: una economía altamente
productiva se
debe reflejar en una cotización de la moneda más
alta.
Esto
es lo que ocurría antes del euro con el marco alemán
respecto de Alemania. De alguna manera, el euro,
aproximativamente si se quiere, refleja la potencia económica
del país germano. Pero debería estar claro que una moneda
tan fuerte no puede funcionar respecto de Grecia: una
economía relativamente atrasada e improductiva no puede ser medida con una
moneda que refleja un grado de productividad del trabajo
–y un desarrollo de las fuerzas productivas– varias
veces mayor so pena que su producción resulte invendible.
La
conclusión de este problema es evidente: esa moneda es insostenible
para Grecia, a
menos que lleve a cabo un ajuste
económico deflacionario brutal
que reduzca drásticamente
el valor de la fuerza de trabajo,
y el resto de los costos en general, no por la vía de un
real aumento de la productividad económica, sino por una mecánica
depreciación de todos sus valores,
en primer lugar
el salario obrero,
haciéndola prácticamente inaplicable y dejando al país a
la vera de la bancarrota.
No debe
sorprender, entonces, la persistente conflictividad social
en el país helénico –en el momento de cierre de esta
nota se esta realizando el enésimo paro general– que le
pone al gobierno griego –a pesar de la burocracia
sindical– limites muy claros en lo que tiene que ver con
transformar las palabras en hechos.
La crisis del euro y el futuro de Europa
Íntimamente
vinculado a lo anterior, esta la cuestión del futuro del
euro como tal y las divisiones que se están dando a nivel
europeo. El epicentro de toda esta crisis y discusión es
Alemania, la economía más fuerte de la eurozona.
El
hecho es que alrededor del sostenimiento del euro se ha
generado en dicho país una aguda crisis
política. Dentro de la coalición gobernante, Ángela
Merkel parece haber quedado en minoría con la posición de
defensa del euro. La discusión no es nada sencilla. Amén
de los problemas históricos–políticos por así decirlo
–y que veremos más adelante– está el problema de que
el 70% de las exportaciones alemanas van a países europeos
(el 40% al interior de la zona euro). Una ruptura del euro,
con la consiguiente depreciación del resto de las monedas
europeas, y la apreciación de un marco alemán restaurado, evidentemente
afectaría la competitividad de la economía germana.
Competitividad que con el establecimiento del espacio homogéneo
del euro –y un duro ajuste económico al interior del país
a lo largo de diez años– se vio ampliamente beneficiada.
Claro
que, al mismo tiempo, el sostenimiento de la eurozona y el
euro mismo en el actual contexto de aguda crisis de deudas
soberanas, no deja de tener enormes costos para el país. Es
que al ser Alemania la economía más fuerte de la región,
es la que más fondos tiene que aportar para los fondos de
estabilización de la región.
Sin
embargo, la realidad es que el euro nunca fue muy popular en
Alemania. Hoy mismo, el 75% de los alemanes estaría en
contra de seguir sosteniéndolo. Lo concreto es que un
estallido del euro dejaría muy mal parado el proyecto
estratégico –que ya tiene medio siglo– de la Unión
Europea y que se hizo bajo el síndrome del impacto de las
dos guerras mundiales en el siglo XX, y de las derrotas y
devastación de Alemania en las mismas (sobre todo la
segunda).[13]
Se
trata de un proyecto capitalista–imperialista con costados
económicos, políticos y estratégicos evidentes y no algo
puramente “romántico”. En todo caso, el romanticismo
viene a cuento de su legitimación popular.
Económicamente, colocar a Europa como uno de los actores
principales de la economía mundial, más allá que todavía
Europa como tal, evidentemente, no es (y quizás nunca podrá
ser bajo el capitalismo) una unidad económica homogénea.
Y, estratégicamente, la cosa es obvia: una Europa
completamente fragmentada no puede ser una voz autorizada,
ni política ni militarmente, en los asuntos mundiales.
Así
las cosas, es evidente que las divisiones políticas que hoy
recorren Europa no son un problema menor sino un elemento
mayor –de consecuencias estratégicas– de la crisis: “El
futuro del euro y el papel de Berlín en su rescate se han
convertido en un tema de gran debate en Alemania, que gira
alrededor de una pregunta fundamental: ¿tiene el país la
responsabilidad histórica de salvar del euro y Europa? Los
expertos están divididos. ‘La historia de Alemania después
de la Segunda Guerra está relacionada de manera muy fuerte
con la de Europa –señaló Ursula Rombeck Jaschinsky,
profesora de historia de la Universidad de Dusseldorf–.
También la reunificación alemana se debe leer en el marco
europeo’.”
“Según esta experta, la cuestión actual del euro debería
ser analizada en este contexto. ‘Alemania tiene una
responsabilidad histórica en el rescate del euro, porque el
fracaso de la moneda única significaría el comienzo del
final del proceso de integración europeo’ (…) No está
de acuerdo Werner Abelshauser, profesor de historia económica
de la Universidad de Bielefeld (…): ‘Alemania no puede
rescatar a Europa. Si la eurozona sigue volviéndose más
inestable, habrá que considerar alternativas para salvar la
idea de la UE. Tampoco veo una responsabilidad histórica de
Alemania: no estuvo detrás de la introducción del euro.
Todo lo contrario, el Bundesbank estaba más bien en
contra”.[16]
En
síntesis: con estos elementos en la mano se puede ver cómo
la cuestión del euro tiene una importancia que trasciende
con mucho la mera esfera monetaria. La revista inglesa The
Economist, en su última edición, recalca que las
lecciones de la historia muestran que las unidades
monetarias tienden a colapsar como parte de un estallido político
mucho más amplio, ejemplificando como el área del rublo no
sobrevivió a la caída de la URSS. También señala que la
unión monetaria de la República Checa y Eslovaquia
sobrevivió solamente unas semanas luego de su separación
en dos países. Todo esto para señalar que la
Unión Europea no sobreviviría una crisis del euro.
¿Por qué EEUU no levanta cabeza?
En el contexto
anterior, el dato estructural más importante de la economía
mundial sigue siendo, sin embargo, la mediocridad económica
de los EEUU, país que todavía aporta el 20% del PBI
internacional y es la primera economía capitalista.
Aquí el hecho central es que lo sustancial de los
multimillonarios rescates no ha ido a la economía real.
Se salvó a la banca, se les compró bonos basura de los
cuales se hizo cargo el estado, se limpiaron en parte las
carteras de activos, pero una inmensa proporción
de esa masa de dinero no fue a la inversión real. Casi
inmediatamente las bolsas comenzaron a recuperarse, pero
parte sustancial de ese dinero drenó hacia el exterior. El
hecho es que luego de gastarse varios billones de dólares, alguna
explicación debe haber para la circunstancia por la cual el
crecimiento económico siguió siendo tan mediocre y hoy amenace con la recaída
recesiva.
Hay varios elementos. El primero es que el Estado no
ha hecho nada parecido al megaplan de obras públicas que
puso en marcha Roosevelt en los años ‘30. Obama
anunció semanas atrás un plan de inversiones públicas
para recuperar la deteriorada infraestructura del país.
Pero no está nada clara su magnitud e impacto.
Dice Shaikh al respecto: “Con la profundización
de la actual crisis, todos los gobiernos alrededor del mundo
se movieron para salvar del derrumbe a los bancos y las
finanzas, creando increíbles sumas de dinero a tal efecto.
Todos los países centrales tienen los llamados
‘estabilizadores automáticos’, tales como
compensaciones por desempleo y gastos sociales, los que se
‘encienden’ en oportunidad de las caídas. Pero estos
mecanismos están hechos para recesiones, no para
depresiones. Los gobiernos han sido mucho menos entusiastas
en encontrar nuevas formas de gastar para ayudar
directamente a los trabajadores (…) Es correcto decir que
el gasto del gobierno juega un rol crucial para acelerar la
recuperación. [Pero] el gasto gubernamental debería servir
también para emplear de manera directa en obras públicas.
Por ejemplo, [en los años 1930] el Work Proyect Administration (WPA, [agencia estatal del gobierno de
Roosvelt]) por si sola empleó millones de personas en obra
pública, en artes, en educación, en sostener la
pobreza.”
Ampliando un poco más: “Las mismas dos maneras
[sostenimiento estatal de negocios privados, inversión
estatal directa] se pueden aplicar a los gastos en época de
paz para una movilización social que quiebre la crisis. En
el primer ‘modelo’, el gasto gubernamental es dirigido
hacia las finanzas y los bancos, con la esperanza que las
firmas beneficiadas van a incrementar el empleo. Este es el
modelo keynesiano tradicional: estimular los negocios y
esperar que las ganancias ayuden a quebrar el desempleo. En
el segundo ‘modelo’, el gobierno directamente provee
empleo para aquellos que no lo pueden encontrar en el sector
privado, y en la medida que estos nuevamente empleados
trabajadores gastan sus ingresos, las ganancias vuelven a
escalaren los negocios y los bancos (…) [La realidad es
que] grandes sumas de ‘rescate’ han sido dirigidas en
tiempos recientes hacia los bancos y los sectores no
financieros en cada uno de los grandes países del mundo.
Sin embargo, estos fondos la más de las veces terminaron
siendo ‘secuestrados’ allí: los bancos los necesitan
para reestablecer sus golpeados portafolios y las empresas
para pagar sus deudas [no para la inversión real]. Pero si
el segundo ‘modelo’ fuera empleado, las cosas serían
muy diferentes. El ingreso recibido por aquellos hasta el
momento desempleados sería gastado [en la economía real],
porque ellos deben vivir. La segunda manera tiene dos
grandes ventajas: crearía directamente empleo para aquellos
que más lo necesitan; y generaría efectos a la alza económica
de manera inmediata”. Es
obvio que esto
es lo que no está ocurriendo bajo Obama, y menos que menos
en la Unión Europea,
cuyos gobiernos son más conservadores aun.
Más
allá de lo anterior, y yendo al sector privado, tampoco el
sector inmobiliario (la construcción privada es también
una gran dinamizadora de la demanda) está levantando
cabeza. Las propiedades sigue con sus valuaciones por detrás
de las del comienzo de la crisis, continúa habiendo enorme
ociosidad (viviendas producidas pero no vendidas) y los
hogares siguen arrastrando un altísimo nivel de
endeudamiento (apalancamiento). La mediocridad del sector
inmobiliario habla de
la mediocridad del consumo y del crecimiento en general,
sumándose al
“malgasto” de los rescates públicos.
Mirando
hacia la industria, hay también una serie de datos críticos. Por un lado, el desempleo continúa muy alto:
una nueva ola inversora de conjunto –que parece no estar verificándose– debería ayudar a
bajarlo de manera más estructural.
Por
otra parte, es de destacar que si en el pico de la crisis
recesiva el desbalance de la balanza comercial se había
corregido en algo por la caída de las importaciones
producto de la recesión, ahora el mismo FMI señala que la
tendencia es nuevamente hacia el “agravamiento” de
los desbalances.
Esto
habla de que la
productividad general de
la economía estadounidense
sigue sin recuperarse lo suficiente. Esto es así, aun a
pesar de que se han operado grandes reducciones de personal
y ha aumentado sustancialmente no sólo la tasa de explotación,
sino las ganancias.
Pero
si la circunstancia es que la competitividad no ha llegado a
recuperarse realmente (incluso amén de la tendencia más de
conjunto a cierto debilitamiento del dólar), esto
es así porque
algo malo está pasando en materia de inversiones. Y ese
algo malo tiene que ver con la circunstancia que no
se estaría viviendo el necesario proceso de
reindustrialización que
el país necesita para salir de su condición global
deficitaria. Una reindustrialización que, a priori,
al menos en un primer momento, tiraría hacia abajo la tasa
de ganancia, porque implicaría la relocalización de
empresas nuevamente en suelo norteamericano, dónde
obviamente el promedio de los salarios es más alto que, por
caso, China.
Esta
es una de las razones por las cuales los capitalistas son
tan renuentes a llevar adelante tal rebalanceo de la economía
mundial. Rebalanceo que, elemento no menor, implicaría
necesariamente modificaciones
en la división internacional del trabajo heredada de las últimas décadas.
Para
colmo de males, el hecho es que la burguesía yanqui está
agudamente dividida acerca de los pasos a seguir: el
griterío constante entre demócratas y republicanos (este
último partido llevado de la nariz por el Tea Party) se
hace ensordecedor. Un griterío que sólo refleja, en última
instancia, la aguda
confusión estratégica de la burguesía yanqui acerca
de cuál pueden ser la vías para sacar a EEUU de la
decadencia en la cual se encuentra (la debilidad de Obama no
deja de reflejar esto mismo).
En
todo caso, el endeudamiento estatal sin inversión real
ha significado la carencia de generación del suficiente
plusvalor para afrontar las deudas. En esas condiciones, las
voces a favor del drástico ajuste fiscal crecieron
exponencialmente (como se vio en la reciente crisis política
por la cuestión del tope estatal de endeudamiento),
afectando las ya magras perspectivas del crecimiento. Porque
el ajuste en medio de una recuperación que no
termina de concretarse, lo único que hace es agigantar
las tendencias recesivas.
Para salir adelante, los EEUU necesitarían de un rebalanceo estructural de la
economía mundial, que obligara a las
multinacionales a reorganizar sus negocios de otra manera a
la de las últimas décadas y que, al menos, en el comienzo,
plantearía la ya señalada reducción de las tasas de
ganancias. En definitiva, lo que impide un crecimiento de largo
alcance en la primera economía mundial, son sus rasgos
estructurales, y no se ve como los irá a modificar en el futuro
inmediato.
[1]
El conocido economista paquistaní–norteamericano,
Anwar Shaikh, la define de la misma manera en un artículo
del 2011 justamente titulado de esa manera: “La
primera gran depresión del siglo XXI”, en el Socialist
Register 2011, The Merlin Press, Londres.
[2]
La Nación, 25 de septiembre del 2011.
[3]
Como
digresión, digamos que este estancamiento, de últimas,
habla bastante de las dificultades para emerger como potencia económica mundial “consumada” solamente
por medios pacíficos…
[4]
La
figura del prestamista
de última instancia se encuentra en la literatura
económica de la escuela keynesiana y alude,
precisamente, al rol de los bancos centrales que en
oportunidad de las crisis, salen a rescatar los bancos y
empresas de una posible quiebra generalizada. Como pragmáticos
consumados, Nouriel Roubini y Stephen Mihn desarrollaran
un pormenorizado relato acerca del mismo en su obra “La
economía de las crisis”, refiriéndose
favorablemente al teórico ultra–keynesiano Hyman
Minsky como autor de esta tesitura.
[5]
Ahora mismo Alemania está votando –en medio de una gran
crisis política– aumentar su participación en el
Fondo de Estabilización Europeo en 230.000 millones de
euros. El fondo total alcanza los 450.000 millones de
euros, pero ahora se está hablando de que para blindar
completamente la zona euro, cubriendo eventualidades en
España e Italia, el fondo debería ser ampliado a 2
billones de dólares, cifra exorbitante que ya de ninguna manera pasaría el “filtro” alemán.
[7]
José Luís Rojo, ídem.
[8]
WSJA, La Nación, 29 de septiembre del 2011.
[9]
“Los costos de la ruptura. Después de la caída”, The Economist, 17 de septiembre del 2011.
[10]
La Nación, 16–02–10.
[11]
Parece estar claro que en caso de encararse un curso
“a la Argentina” saliendo del euro y volviendo a
erigir una dracma devaluada, el gobierno actual,
completamente comprometida con el euro, debería caer.
Este no dejaría de ser un camino burgués. Obvio que
permanecer en el euro lo es más aún si se quiere. Hay
corrientes del trotskismo europeo que defienden la
permanencia (el mandelismo en general), otras que
sostienen derivas nacionalistas; cuando
lo que hay que plantear es una salida anticapitalista.
[12]
La situación tiene obvios paralelos con la Argentina
del 2001 cuando la salida de la convertibilidad 1 a 1
del peso con el dólar.
[13]
El otro síndrome histórico alemán es el de la
hiperinflación de la década del 20 del siglo pasado, síndrome
opuesto al estadounidense que refiere a la Gran Depresión
de los años 30. Ese es el fondo histórico también de
las tendencias diversas, o de los matices, de las clases
dominantes de ambas potencias capitalistas frente a la
crisis: es como que tienen diversos “traumas” que
justifican diversos abordajes; aunque la tónica
general, siempre tienda a un conservadorismo políticamente
correcto. Anwar Shaikh se refiere al pasar a esta cuestión
en un valioso artículo que ya comentamos más arriba.
[14]
Los problemas históricos tienen que ver con que en el
imaginario de muchos sectores, la unidad europea fue la
respuesta a la barbarie que cruzo el continente con las
dos guerras mundiales del siglo pasado, tema que
continua siendo de inmensa jerarquía en una Europa que
no se olvida de las guerras. Ver al respecto el artículo
“Las huellas de la historia” en
www.socialismo–o–barbarie.org
[15]
Lo anterior es verdad, y no
deja de subrayar blanco sobre negro los
dramáticos problemas que está colocando la crisis;
y, ni que hablar, de lo que sería si la misma escalara
realmente hasta “hacer correr sangre” como hace décadas
no se ve…
[16]
La Nación, 26 de septiembre del 2011.
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