Los
problemas estructurales no resueltos en la economía mundial
llevan a
una recaída - Parte II
El ascenso de los países BRIC y los problemas en
la
acumulación capitalista
Por José Luis
Rojo
Buenos Aires, 29/09/11
Para Socialismo o Barbarie
Un
elemento de no menor importancia de la crisis es que nos ha
ido introduciendo en una
suerte de nueva geografía económica mundial. Aquí, lo
que está en juego, no es solamente el terreno de la economía,
sino lo que tiene que ver con las interrelaciones de la
economía con los estados, y todo esto en el contexto de las
consagradas jerarquías mundiales del imperialismo. Lo que
esta ocurriendo es una suerte de “desplazamiento”,
aunque no queda claro todavía que ello implique
modificaciones realmente estructurales.
¿Una nueva geografía económica mundial?
La
paradoja es la siguiente: es un hecho que en la crisis, al
menos en su primera fase, se verificó una suerte de “desacople”,
desplazándose el motor económico mundial a países
emergentes como los BRIC. El gran motor sustituto de EEUU,
Europa y Japón a lo largo de estos cuatro años de crisis,
el gran factor mediador para la otra mitad del mundo (la
productora de commodities) han
sido básicamente China –segunda
economía mundial ya– e
India.
Esa
suerte de “nueva
geografía económica mundial” tiene como base el
hecho que estas dos sociedades pobladas aproximadamente por
2.500 millones de habitantes (más de un tercio de la
población total mundial) están viviendo en cierto modo una
suerte de “tercera
revolución industrial”,
con la mercantilización del campo
y la incorporación
de decenas de millones de ex campesinos a la producción
asalariada.[1]
En
últimas, esta sería la explicación real y material de su
dinamismo, amén de su competitividad internacional, dónde
la combinación entre inversión extranjera y mano de
obra barata han sido la fórmula del éxito en materia
de competitividad.
A
esto se la ha venido a sumar otro factor cuando hablamos de
los emergentes. El hecho que en los últimos años se operó
una suerte de reversión de las seculares tendencias en materia de términos de
intercambio, encareciéndose
relativamente las materias primas respecto
de los bienes industrializados.
Esto
último ha ocurrido, básicamente, por dos razones: una,
como subproducto de la inmensa demanda generada por China e
India al respecto. Dos, ante el hecho que nunca como en los
últimos años se ha puesto de relieve los límites (su carácter no renovable) en materia de recursos
naturales en una serie de productos, lo
que ha redundado en
un crecimiento de enorme importancia en materia de rentas
diferenciales. El petróleo, el cobre, los productos
alimenticios, han escalado una serie de cimas de las cuales,
aun a pesar de su explotación capitalista modernizada,
parece difícil que vayan a bajar sustancialmente, más allá
que en lo inmediato sus cotizaciones parecen a la baja por
el impacto de la nueva recesión que se viene.
En
todo caso, es la combinación de los dos factores antedichos
lo que ha hecho aparecer a países como los BRIC en
una mejor
relación de fuerzas relativas frente
a los países del centro imperialista.
Pero sin embargo, enseguida aparecen los límites
en esta trayectoria o posible dinámica. Varios factores son
de destacar al respecto. El primero, es que China, India,
Brasil (e incluso Rusia)
son la meca mundial de las inversiones
extranjeras: si en China, por ejemplo, el sector estatal
administrado directamente por la burocracia, tiene un peso
al parecer de creciente importancia; sin embargo, las
multinacionales conservan un rol de una magnitud difícilmente
despreciable. El hecho cierto es que China es parte orgánica de
la cadena mundial de la globalización controlada por el
imperialismo. Y
este aspecto estructural no parece haber retrocedido sustancialmente a lo largo de la crisis.
Luego,
hay otro aspecto más: sus sociedades (hablamos de los países
BRIC en su conjunto), en materia de distribución del
ingreso y nivel de vida, parten sideralmente de atrás, en
promedio, respecto de los países centrales. Esto redunda en
un PBI per cápita muchísimo menor, lo que significa que la
productividad general de
sus economías –como un todo– no
deja de estar claramente por detrás de
las más avanzadas del mundo; lo anterior,
independientemente de los procesos de desindustrialización
relativa que desigualmente han sufridos estas economías en
las últimas décadas (tenemos en mente, por ejemplo, a los
EEUU o Inglaterra; creemos que la situación en Alemania es
sustancialmente diferente, y no tenemos muy claro el caso
francés).
Y
a esto hay que agregar un elemento más: la dialéctica
entre la economía y los estados. En esta materia, los
EEUU y la OTAN siguen siendo las potencias militares
mundiales indisputablemente. Es verdad que Rusia se ha
recuperado en parte militarmente (pero viene de un desastre
económico-social que no ha dejado de repercutir en su
complejo militar-industrial) y que China está destinado un
porcentaje creciente de su presupuesto a las Fuerzas
Armadas. Sin embargo, están
lejos de poder disputar el poder militar de los países
imperialistas centrales,
como se ve en cada una de sus intervenciones militares en
las dos últimas décadas.[4]
¿Cuál
es la explicación más de fondo del papel que venimos
subrayando, sobre todo en lo que hace a los alcances del rol
económico de China e India? Creemos que podemos afirmar que
China e India viven una suerte de revolución industrial
tardía: una
suerte de
tercera revolución industrial. Son real y
potencialmente océanos
proletarios. Países que todavía tienen una enorme
proporción de su población campesina, población que
alimenta una constante proletarización de un sector que migra cotidianamente a las
ciudades; son países con inmensos mercados internos
potenciales. A modo de ejemplo y respecto del caso del
Brasil –que es “menor” al lado de esos gigantes
poblacionales– un analista señala: “Este crecimiento de
la economía en su conjunto ha tenido efectos inclusivos
importantes, permitiendo una notable mejora en el tejido
social brasileño. Según datos de la fundación Getulio
Vargas, desde 1993 un total de 50 millones de personas
–una cifra mayor a la población de España– se sumaron
al mercado consumidor”.
Es
decir, poseen una serie de rasgos
clásicos característicos
de países que pasaron por una revolución industrial. Pero
esto ocurre con la dificultad de que no
terminan de ser del todo países independientes (aunque
también poseen este rasgo en mucha mayor medida que la
periferia semicolonial; China porque conquistó su
independencia nacional con la revolución de 1949; India
porque aun sin revolución, conquistó también mayor
independencia relativa con la proclamación de su
independencia política a finales de la década del 40 del
siglo pasado). Aun así, ambos países están caracterizados
por determinadas relaciones de dependencia respecto del
imperialismo; pero, sin embargo, esto no termina de negar su
emergencia.
Al
mismo tiempo, y a pesar de lo que hemos dado en llamar esta
suerte de “nueva geografía económica mundial”, el
hecho es que la misma no puede negar el carácter
“total” de la crisis mundial. Crisis mundial que muestra
que esa misma geografía no
ha llegado a cambiar totalmente la estructura del
capitalismo mundial. Es que China, India y compañía
atañen solamente al 25 o 30% de la economía mundial.
Mientras tanto, EEUU, la Unión Europea y Japón alcanzan el
70% del PBI mundial: el 30% de la economía mundial no puede
impedir la crisis en el resto, en el 70%; no pueden cambiar
el trazo general, aunque sí actuar como factor mediador;
factor mediador que
ante la caída recesiva que se avecina,
parece estar diluyéndose,
dadas las presiones de “recalentamiento” de varias
economías emergentes, incluyendo la propia China.
El futuro de los precios de las materias primas
Conectado
a lo anterior, nos referiremos ahora a un elemento específico
que ha venido acompañando el desarrollo de la crisis. Se
trata de una compleja cuestión que requiere de un abordaje
en cierto modo “teórico”: la escalada de los precios
de las materias primas
de la última década, más allá que la
perspectiva inmediata
para el 2012 es
a la baja.[6]
En
todo caso, yendo más allá de la coyuntura, repetimos, uno
de los elementos más novedosos
que ha traído el desenvolvimiento de la crisis, tiene
que ver con la suba de los precios de las materias primas;
la escalada que venía de años atrás, alcanzó un pico en
2008, cayendo luego en el apogeo de la crisis, pero
volviendo raudamente al centro de la escena posteriormente.
El
FMI en su informe de abril pasado, enumeraba algunas de las
razones de este fenómeno, hablando de causas tanto
“estructurales” (el aumento orgánico de la demanda en
los países emergentes; la escasez de oferta por problemas
como la finitud de los recursos naturales); como “cíclicas”
(clima, cosechas); e, incluso, “especiales” (entre las
que incluye la rebelión en el mundo árabe).
Últimamente,
varios informes han ratificado que más allá de los motivos
especulativos, lo que
está detrás de esta escalada son factores económicos
reales: “En
el desbarajuste [mundial], la agricultura tiene mucho que
ver. El mundo se puso patas para arriba en el momento en el
que se comprobó que la población ya no cuenta con los
reaseguros de tener stocks mundiales de alimentos. El
paradigma de los excedentes cambió en forma definitiva por
es de la escasez. Por estos días, los stocks de maíz, en
el mundo y especialmente en Estados Unidos, el principal
productor mundial, se encuentran en un piso histórico que
no deja margen para el error. De ahora en más, existe la
obligación implícita de lograr año a año cosechas récord
con maíces para arriba de los 100 quintales de rendimiento
por hectárea como para mantener a raya la demanda”.[7]
En
todo caso, más allá de las consideraciones más concretas
de este incremento, nos queremos detener muy someramente aquí
en los aspectos más “conceptuales” de la cuestión. Hay
que decir que se trata de una cuestión compleja y que no deja de aparecer como “contradictoria” en lo
que hace a las tendencias “seculares” de los precios de
los productos primarios.
Porque el hecho es que, como tendencia histórica, se
entiende que con el desarrollo capitalista las materias
primas deben tender, en principio, a
abaratarse. Producto del aumento de la productividad del
trabajo sobre los recursos naturales, del paso a métodos
capitalistas de producción en masa, en general las materias
primas tienden a
abaratarse. La explotación capitalista aumenta
sideralmente la producción y, además, siempre en lo que
hace a las mismas, los elementos de inversión de capital, y
de mano de obra, de costos por unidad de producto, se supone
que son menores que en el caso de los bienes más industrializados. Digamos
que es un sector dónde su composición orgánica del
capital (la cantidad de capital fijo por unidad de
producto), y la proporción de trabajo incorporado para
producirlas, son menores que en las mercancías de origen
industrial, dónde los elementos de costos son mucho mayores
por la mayor inversión de capital por unidad de producto
que es necesaria.
Esto hace que,
históricamente, los precios de los bienes industrializados sean más altos.
De ahí también un fenómeno que se da habitualmente en el
comercio internacional: el
famoso
“intercambio desigual”;
o, mejor dicho, la tendencia
al “deterioro de los términos de intercambio”:
la tendencia a un intercambio de más valor por menos valor
entre materias primas y bienes “terminados”.
Pero
ahora parece haber un desarrollo contradictorio
con esta tendencia histórica ¿Cómo se explica esto?
Bien,
se explica con otros aspectos de la teoría económica del
marxismo: la que
trata del problema de la renta de la tierra. A
diferencia de los bienes industrializados, en el terreno de
los recursos naturales, y como ya señalara Marx, el precio
lo fija el más caro que encuentra mercado; esto es así
dado que se trata de recursos en última instancia limitados
(aunque la escala de su producción tienda a aumentar). Así
las cosas, el precio lo fija la materia prima determinada
obtenida en las condiciones más difíciles pero que
encuentra mercado: de ahí que surja para las demás una renta diferencial entre
su precio de
costo y el valor del mercado. Ese es el caso cuando se habla de recursos
naturales escasos y/o no renovables,
como los de la producción agraria o los combustibles.
Nos
explicamos un poco más: el hecho es que la producción de
recursos naturales se rige por el mecanismo de la renta
diferencial. A la inversa de las mercancías
industriales (en la compra-venta se terminan imponiendo las
más baratas), en el terreno de los recursos naturales, su
carácter no renovable y/o escaso, hace
que lo que fija el precio de
los mismos sea
el producido en las condiciones más difíciles y
que encuentra
mercado. Por ejemplo, si hubiera abundancia del petróleo
en el mercado mundial, el petróleo del Mar del Norte (que
es carísimo) no tendría espacio, salida a los mercados.
Sin embargo, como el petróleo falta en el mercado mundial,
ese petróleo del Mar del Norte se puede vender con
ganancia y termina
fijando el precio global.[9]
Lo
anterior no quita que, difícilmente, esto pueda cambiar las
leyes del capitalismo en la materia. Porque histórica y
conceptualmente, lo que se opera, es una
transferencia de valor del sur al norte dado que la
mayor composición orgánica del capital (inversión) en
estos países, hace que sus productos industrializados sean
más baratos (la productividad es mayor, las mercancías más
baratas) que los del sur.
Y
sin embargo, en lo
que tiene que ver con los mecanismos de renta
diferencial, la
transferencia puede ir en
sentido contrario,
como ocurre ahora, como
una circunstancia específica. Esto acontece más allá
de que, a largo plazo, el boom de los commodities no podrá
revertir la tendencia histórica en lo que hace a la
transferencia desigual de valor en el mercado mundial a
favor de las naciones imperialistas.
Tarde
o temprano, la
tendencia a la transferencia de valor del sur al norte se
reestablecerá,
dadas las leyes de fondo del funcionamiento del capitalismo.
En
todo caso, yendo a un terreno más concreto y determinado,
digamos que la suba de las materias primas ha venido
teniendo componentes económicos, políticos y
especulativos, siendo, a nuestro modo de ver, el primero el fundamental.
El
componente económico remite a otra discusión que ha tenido
un papel determinante en la mediatización de los
desarrollos de la crisis, que es el ya señalado rol de
China en la economía mundial. El hecho es que China es un
inmenso consumidor de materias primas. Y esto le ha puesto un “piso alto” al trafico de mercancías primarias en el mercado
mundial. Se trata de un factor que remite a una explicación
materialista, económica, y no sólo especulativa, del porqué
vienen estando tan sostenidas las cotizaciones de las commodities
aun en medio de la crisis (insistimos, esto más allá de lo
que ocurra en la próxima coyuntura).
Así
las cosas, el componente de los precios de las commodities
es el que genera presiones inflacionarias en varios de los
países de la periferia industrializada o
semiindustrializada; este es otro de los aspectos de la
actual coyuntura económica mundial, circunstancia que mete
presión al alza sobre los salarios, porque los productos
primarios hacen parte sustancial de los llamados “bienes
salarios” (en mucha mayor proporción que en el caso de
las clases medias altas o burguesas), de lo que tiene que
ver con el valor de la reproducción de la fuerza de
trabajo.
De la guerra de tarifas a la guerra de monedas
En
un contexto de competencia incrementada por la posible
profundización de la crisis, en los últimos meses ha
arreciado lo que se ha dado en llamar la “guerra de las
monedas”. La circunstancia es la siguiente: a diferencia de los años ‘30, aún
no se han erigido desproporcionadas barreras arancelarias entre
los países y regiones. El mercado mundial no se ha
fragmentado, y luego del hundimiento del comercio
internacional en los peores meses de la primera fase de la
crisis, recuperó rápidamente su dinamismo. La cuestión es
que el entrelazamiento de los
procesos mundiales de producción y distribución hace mucho más difícil que décadas atrás las salidas autárquicas. Sin embargo, de agravarse cualitativamente la
crisis, estás podrían colocarse en la agenda, al menos
regionalmente; pero eso no ha ocurrido hasta ahora.
Estructuralmente,
el hecho es que la generalidad de las economías sigue
buscando la salida
exportadora. Es el caso de China, más allá de la pequeña
revaluación del yuan, y de cierto discurso oficial en el
sentido de que se buscaría aumentar en algo el consumo
interno (los aumentos salariales de los últimos años,
sobre todo en algunas industrias, irían eventualmente para
ese lado, aunque se trata de una tendencia todavía
demasiado incipiente para considerarla como tal). Pero también
de Alemania. Incluso el propio Obama, en alguno de sus
reiterados discursos, ha dicho que buscaba “mejor la
potencialidad exportadora de los EEUU”. Es decir, todo el mundo buscar curarse en salud mediante exportaciones.
Así
las cosas, dado el entrelazamiento señalado, y la relativa
renuencia –hasta el momento– a las salidas lisa y
llanamente autárquicas, lo que se busca en la generalidad de los casos es reforzar
la competitividad en el mercado mundial.
De ahí viene la llamada guerras
de monedas. Es que independientemente del nivel de
competitividad relativo de cada economía, está claro que
una moneda más débil permite abaratar los costos en el
mercado mundial mejorando la propia posición exportadora.
A
esto se le agrega que países como Brasil, e incluso Suiza,
ante la afluencia masiva de capitales del exterior ocurrida
en la última etapa, vieron fortalecerse
desproporcionadamente su moneda, llevándolos a situaciones
complejas en materia de competitividad. En el caso de China,
hizo frente a las presiones por apreciar su moneda, el yuan,
pero mediante una dosificación tan sutil, que su cotización
no se ha movido demasiado.
Volviendo
al ejemplo de Brasil y Suiza, sus bancos centrales actuaron
dejando apreciarse el dólar contra el real y el franco
suizo. Esta circunstancia, está actualmente metiendo presión
en otras economías. En el caso de las grandes, un yuan que
no termina de apreciarse, mete presión sobre el dólar y la
capacidad exportadora norteamericana, que no se ha visto
mejorada de manera sustancial. En el caso del real, la presión
se ejerce sobre el peso argentino, porque la devaluación de
la moneda brasilera deteriora la competitividad exportadora
argentina, así como agiganta la presión importadora sobre
el país: “La competitividad industrial de la Argentina
quedará rápidamente off side, en la medida que el
nuevo escenario descripto [de devaluación del real] haya
llegado para quedarse. Otra posible víctima es el turismo,
ya que los brasileros representan el 32% del mercado turístico
argentino que mueve 5.000 millones de dólares [y también
parece crecer la presión de los saldos no vendidos en el
vecino país que podrían ahora ingresar abaratados en el
nuestro].”[10]
Por
ahora, estos movimientos han sido más o menos
“controlados”. Pero sería un grave problema si en las
condiciones del deterioro económico mundial que se avecina,
las maniobras
devaluatorias se espiralizaran. Ahí se tendría una
verdadera guerra de monedas, que independientemente
de las maniobras arancelarias o para–arancelarias, no
dejaría de significar un
riesgo para la unidad del mercado mundial.
En
todo caso, el mundo
podría ir a una suerte de
“cartelización regional”.
Una suerte de fragmentación del mercado mundial no por países, sino por regiones,
que es uno de los movimientos –la afirmación de regiones
económicas con determinadas afinidades– que hizo parte
del desarrollo mundializador de las últimas décadas.
La
realidad es que el propio FMI está alertando acerca de una
posible dinámica como la que acabamos de señalar, referida
a su preocupación sobre el posible fracaso de la Ronda de
Doha de la Organización Mundial de Comercio (negociaciones
que tiene por objetivo liberalizar aun más el comercio
internacional, algo que va medio a contramano de las
tendencias en la actual crisis):
“El fracaso de dicha ronda podría conducir a la
fragmentación del sistema comercial internacional y al
debilitamiento de la OMC y del multilatelarismo.”
Esto
nos lleva a otro problema: el
del necesario rebalanceo de la economía mundial. El último
informe del FMI dice que hay dos movimientos que no se han
producido y que explican la nueva ronda de la crisis.
El
primero, que la demanda privada no logró sustituir la
asistencia estatal. La segunda, que los desbalanceos de la
economía mundial –naciones deficitarias comercialmente
altamente endeudadas, y naciones superavitarias
comercialmente altamente acreedoras– no han sido
resueltos: no sólo no se ha avanzado
un paso en ese camino,
sino que se está a punto de un
agravamiento de estas relaciones críticas: “(…) Las
economías avanzadas con déficits en cuenta corriente, y
sobre todos Estados Unidos, necesitan compensar la baja
demanda interna con un aumento de la demanda externa. Esto
implica simétricamente un alejamiento de la demanda externa
a favor de la demanda interna en las economías de mercados
emergentes con superávits en cuenta corriente,
especialmente China. Este
reequilibramiento no está ocurriendo. Aunque los
desequilibrios disminuyeron durante la crisis, esto se debió
más a una fuerte disminución del producto de las economías
avanzadas en relación con las de los mercados emergentes
que a un ajuste estructural de esas economías. De cara al futuro, proyectamos una ampliación de los desequilibrios, no
una disminución”…[11]
Este
elemento tiene que ver con que debería haber modificaciones
estructurales que no se están operando. Como ya hemos
señalado, EEUU debería reindustrializarse y mejorar su
capacidad exportadora para reducir sustancialmente sus déficits
de balanza comercial y de pagos. Al mismo tiempo, China
debería aumentar su consumo interno y sus exportaciones,
volcando en estas tareas las inmensas reservas en divisas
que posee.
Pero
estas tareas, que significarían modificaciones
geopolíticas y
en el terreno de las
relaciones entre las clases,
difícilmente vayan a ocurrir de
manera “insensible” o pacífica.
Porque la configuración estructural a la cual se llegó ha
sido el producto de tres décadas de capitalismo neoliberal,
y de determinadas relaciones de fuerzas entre las clases
sociales y los Estados. Y tanto la reindustrialización de
los EEUU, como el aumento del consumo de las masas populares
en China, significarían –al menos al comienzo–
una reducción de las tasas
de ganancias de
las últimas décadas. La burguesía yanqui y la
burocracia china, difícilmente someterán su cuota parte en
la renta nacional de manera tan “desprendida”.
En
todo caso, se trata de modificaciones que también entrañan
lo propio a nivel de las relaciones entre Estados,
transformaciones que no parecen nada fáciles de resolver
que no sea mediante hechos de otra naturaleza, reiteramos,
que los meramente pacíficos: una
lucha de
clases incrementada,
y también una incrementada tensión entre Estados.
Una hipótesis acerca de las paradojas de la acumulación
capitalista en las últimas décadas
Hay
un elemento orgánico conectado al anterior:
es el que tiene que ver con la
dialéctica del desarrollo y las ganancias capitalistas,
y de cómo ha venido funcionando esto en las últimas décadas. En esta materia, hay un gran debate que
encararemos en profundidad en un próximo trabajo. Mientras
tanto, llevaremos adelante solamente una suerte de
“pinceladas” del mismo.
La
contradicción es la siguiente: un abordaje realista y no
doctrinario de la cuestión señala que la tasa de
ganancia se recuperó sustancialmente en las últimas décadas,
luego de la crisis de los años 1970. Si no llegó a los
niveles de la inmediata posguerra, la
recuperación fue evidente,
cerrándose la crisis de los años ’70.
No
solamente Michel Husson –que tiene rasgos
“heterodoxos” en la materia– afirma eso. Un economista
marxista más “ortodoxo” –y realmente muy sólido–
como el paquistaní-norteamericano, Anwar Shaikh, demuestra
lo mismo.
Shaikh
señala que la combinación específica para este resultado
–sobre todo en países como EEUU e Inglaterra, aunque las
universaliza más allá– fue el
salto en la explotación de la clase obrera a
partir de los gobiernos de Reagan y Thatcher, combinado con
la inauguración de una época de bajísimas tasas de interés.
Según
un cuadro de su autoría, demuestra que, en los 20 años de
la inmediata posguerra, la
tasa de ganancia empresaria (descontando a la tasa de
ganancia el interés bancario del momento)
promedió en EEUU, grosso modo, entre el 10 y el 15% para
caer luego de manera sostenida hasta el año 1983. Sin
embargo, a partir de esa fecha se recuperó de manera
sostenida, alcanzando como promedio entre el 5 y el 10%.[13]
En
este sentido, los economistas que señalan que esta
recuperación no ocurrió, y que la crisis de los años 70
nunca se cerró (para reabrirse con la actual depresión
mundial), parece costarles dar cuenta de la realidad tal
cual es.
Sin
embargo, aparentemente lo específico de las últimas décadas
(cuestión que debemos todavía someter más a escrutinio),
dato a priori paradojal si los hay, es
que esa misma recuperación de la tasa de ganancia no redundó en un aumento
sustancial de la inversión mundial y la acumulación como
totalidad.[14]
Se
desarrollaron determinadas ramas productivas, ni que decirlo
(ver si no la revolución informática). Y, al mismo tiempo,
el capitalismo logró ampliar su horizonte geográfico de
explotación económica directa con la “reabsorción”
plena de los países no capitalistas. Haberse puesto en el
“buche” a China –que encima vive una suerte de tercera
revolución industrial– y a Rusia, por señalar solamente
a los países más grandes, no es un elemento menor. Lo
mismo, no es un hecho menor la expansión del capitalismo
europeo hacia el Este europeo (expansión aprovechada, en
primer lugar, por Alemania), el salto en la tasa de
explotación de los trabajadores a nivel mundial y el avance
en las relaciones de semicolonización de los países de la
periferia (proceso ahora parcialmente “estancado” por la
crisis económica y las rebeliones populares
latinoamericanas).
Pero
el hecho es que parte importante del plusvalor obtenido,
transformado en plétora del capital (capital sobrante no
aplicado a la inversión real), terminó
yendo a parar a los circuitos de la valorización
financiara, en ausencia de tasas de ganancias de igual
magnitud en la economía real que los obtenidos en los
“mercados” financieros.
Esto dio lugar a
un patrón de crecimiento de la economía mundial de las últimas
décadas que mostró lugares, “nichos”, dónde el
desarrollo dio un sustancial escalón para adelante, pero
que no dejó de sufrir una carencia de suficiente inversión
productiva, terminando por estallar como estalló en 2008.
Es que no hay
plusvalor que alcance para pagar semejantes tasas de
valorización como las que exigían las finanzas.
Sin
embargo, esto no quita un elemento de mucho peso a nivel de
las fuerzas productivas, presente desde hace tiempo: bajo la actual fase del
capitalismo neoliberal,
el aumento de
la tasa de explotación
no ha sido acompañada en la misma medida por la tasa
de acumulación
(el elemento clave para la ampliación de las posibilidades
de extracción de plusvalor o trabajo no pagado): el
capitalismo
carece hoy de un “motor”,
de una “locomotora” de arrastre, de una
rama económica “universal”
que tiña todas las demás y las lleve hacia adelante
Esta
claro que la computación y las telecomunicaciones van en
ese sentido. Sin embargo, no parecen tener la envergadura
del ferrocarril en la segunda mitad del siglo XIX, o del
automóvil todo a lo largo del siglo XX.
Este no es un elemento menor:
las nuevas ramas productivas
–así como los avances tecnológicos– son los que permiten la recuperación de la tasa de ganancia
(y llevar la masa de las ganancias hasta niveles
insospechados).
Si el capitalismo neoliberal está caracterizado por
una baja tasa de inversión es porque no está encontrando esas ramas productivas que le permita
ir suficientemente para adelante de conjunto.
De
ahí también la no recuperación del todo de la tasa de
ganancia en las últimas décadas. En definitiva, este es
otro rasgo que hace la configuración historia–concreta de
la actual crisis.
Bien.
¿Pero cómo esta funcionando actualmente esta cuestión en
medio de la crisis? La realidad es que no parece haber
muchas modificaciones en este rasgo estructural del
capitalismo de hoy. Billones de dólares inundaron los
circuitos de valorización financiera mediante los rescates.
Las bolsas se recuperaron, lo mismo que las tasas de
ganancia. Y, sin embargo, la evolución del producto es
mediocre. ¿Por qué? En definitiva, es simple: porque lo que no se recupera
del todo, y
menos que menos, pega un salto histórico, es la
tasa de acumulación:
de ahí que la
desindustrialización relativa
de un país como los EEUU siga siendo un dato de la
realidad, y un dato que no esta claro si esta en reversión.
Insistimos,
países como China, India, o mismo Brasil, ha significado un
impulso inversor, de acumulación real y de dimensión
mundial. Además, atención, en el primero, los rasgos de sobreacumulación
están en el centro de la escena: el 50% de su PIB va a la
inversión, y nadie sabe cuanto tiempo más podrá
sostenerse esta tasa insostenible.
Mientras
algunos observadores han señalado agudamente, que por
ejemplo, los nuevos trenes “balas” transitan por las vías
vacíos, muchos otros se interrogan qué se podría hacer
con una capacidad instalada desproporcionadamente destinada
al mercado mundial, si este se hunde más en la actual
crisis.
Además,
estas capacidades instaladas desaprovechadas, marcan también
países como los EEUU más allá de su desindustrialización
relativa, y hacen parte de las distintas oleadas de cierres
y fusiones empresarias que han ocurrido en las últimas décadas,
por ejemplo en materia de líneas de aviación.
Sin
embargo, aquí estamos hablando de otra cosa. De que a
nivel de las fuerzas productivas mundiales o universales,
el mundo muestra una serie de contrastes y claroscuros de
inmensa magnitud, dónde a pesar del desarrollo de toda
algunas ramas productivas –o el sostenimiento de otras clásicas
de enorme importancia como la automotriz–, parece
seguir habiendo una
carencia en lo que hace al relanzamiento del capitalismo
hacia adelante
en su conjunto. Este es otro elemento que explica la
mediocridad económica ambiente y a la perspectiva de una década
pérdida –“una japonización o estancamiento duradero–
en la economía mundial como un todo, más allá de sus
desigualdades regionales.
¿Recesión o depresión?
La
recaída económica que se viene ha reabierto la discusión
acerca de la caracterización
de la crisis como un todo. La definición más
consensual venía siendo la de Paul Krugman, de Gran
Recesión. La misma ha tenido la virtud de oscilar entre
dos límites. Por un lado, que no se trata de una recesión
normal, sino algo más profundo. Al mismo tiempo,
mediante esta definición, Krugman quiso trazar una raya
respecto de la Gran Depresión de los años 30, cuyos índices
de caída, efectivamente, fueron mayores que los que hemos
visto hasta el momento en la actual crisis.
Sin
embargo, la definición de Krugman no dejaba de tener un
elemento de apuesta política: su implícita
confianza en que Barack Obama actuaría como una suerte de
keynesiano consumado rescatando a los EEUU del abismo. Sin
embargo, la realidad es que hace rato que el mismo Krugman
se muestra desmoralizado con Obama, y que sus textos suman
en desesperación y una cierta falta de agudeza.
En
todo caso, mucho más importante es el hecho que no sólo la
crisis ya se prolonga demasiado, sino que estamos
ante una nueva recaída recesiva. Esta circunstancia
es la que obliga a reflexionar otra vez acerca de en qué
tipo de crisis nos encontramos. La misma comenzó en el
2008, y a estas alturas ya está cumpliendo cuatro años
de vida interrumpidos. Como si fuera poco, ahora se
viene una recaída recesiva, la que de confirmarse
extendería la misma al menos por dos años sino más.
¿De
qué se puede tratar cuando hablamos de una crisis que se
extiende a lo largo de al menos seis años –si no alcanza
una década de duración–? Es evidente que no se puede
tratar de una mera recesión sino de algo más
profundo. Por otro lado, sigue siendo un hecho que los
índices de la crisis que estamos recorriendo no son tan
catastróficos como los de la Gran Depresión de los
‘30, ni el contexto político–social marcado por
guerras, revoluciones y contrarrevoluciones se le asemeja...
al menos, no todavía. Siendo así las cosas,
evidentemente no se está por ahora ante una circunstancia
tan aguda como ochenta años atrás.
Pero
si no se trata de una Gran Recesión, pero tampoco una Gran
Depresión como la de los años ‘30, ¿de qué se trata la
actual crisis? El conocido ex economista del Banco Mundial,
Kenneth Rogoff, ha salido a criticar implícitamente el
abordaje de Krugman señalando que se está ante una Gran
Contracción. Lo característico –su “diferencia específica” como diría Marx– de las mismas sería
que el nivel altísimo de endeudamiento de hogares, empresas
y estados hace mucho más difícil que en una recesión
mundial la salida de la crisis. De ahí que señale que el
tratamiento que están dando los gobiernos imperialistas a
la misma es equivocado, porque no responde a la profundidad
y magnitud real de la misma.
En
todo caso, una hipótesis válida de trabajo sería señalar
que, en un sentido, la circunstancia se asemeja más a la Larga
Depresión de finales del siglo XIX, crisis que dio
lugar a la emergencia del imperialismo.
Se trató de una crisis más bien
extendida en el tiempo
que “catastrófica” –duró veinte años– dando lugar a inmensas transformaciones estructurales, como la emergencia del
imperialismo moderno
que luego desembocó en la I Guerra Mundial.
Está
claro que todavía es muy prematuro para especular acerca de
cuanto podría durar la actual crisis, y si las
transformaciones estructurales que se esbozan
potencialmente, se irán a concretar. En todo caso, lo que
si se puede afirmar es que una
crisis tan
dilatada en el tiempo
como la que ya se está viviendo, difícilmente
se podría “capturar” mediante la definición de
“recesión”,
cualquiera sea ella.
Creemos
que como herramienta es más valida, a estas alturas, la
caracterización que la economía mundial se encuentra
frente a la primera Gran Depresión del siglo XXI; nos
parece que esta es una manera más correcta para
caracterizarla que la de Gran Recesión.
Una
depresión que, al menos hasta ahora, no es tan profunda
como la de los años ‘30, pero que alcanza como para
que en el norte del mundo ya se esté hablando de una década
perdida, lo que podría agravar toda las contradicciones
económicas, sociales y políticas que se han echado a
rodar, introduciéndonos realmente en la situación mundial
más radicalizada de las últimas décadas.
Veamos
otro elemento más, conexo a lo señalado. Es que vinculado
a la no recuperación de la acumulación, está el hecho de
la continuidad de índices inusualmente altos de
desempleo en el norte del mundo.
Aquí
hay un hecho establecido desde Marx:
los movimientos poblacionales, y obviamente el empleo, siguen como la sombra al cuerpo al proceso de acumulación
capitalista. Ahí donde la acumulación es dinámica,
afluye la mano de obra y el empleo crece. Y el dato
estructural –que tiene que ver con la mediocridad en términos
de inversión y acumulación capitalista– apunta
justamente hacia los altos índices de desempleo. Claro que
aquí juega otro factor: el aumento de la tasa de explotación.
A partir de cada crisis se logra imponer una tasa de
explotación mayor del trabajo, y esta crisis no es la
excepción. Pero con esto no alcanza para explicar el actual
desempleo de masas que campea en muchas economías
del mundo.
Al
respecto, el FMI en su último informe señala lo siguiente:
“Las utilidades empresariales han subido gracias al nivel
deprimido de los salarios y a los bajos costos de
financiamiento, pero esto no está beneficiando directamente
a los hogares con una elevada propensión al consumo. Las
inquietudes en torno a las perspectivas de ingreso son
particularmente acuciantes en Estados Unidos, donde una pérdida
de puestos de trabajo extraordinariamente profunda se ha
sumado a una disminución tendencial continua del ritmo de
creación de empleo”.
Es
en estas condiciones que toda la generación joven tiene
problemas de empleo y vivienda; son millones los que
siguen viviendo con sus padres más allá incluso de los 30
años, e incluso casados y con hijos, porque no pueden
afrontar el costo de irse a vivir de manera independiente.
Este elemento, sumado a la precariedad del empleo, es lo que
hace universal la rebelión de los indignados de España, a Túnez, de la
Plaza Tahir a Tel Aviv, y de allí hacia Grecia y Chile. Se trata de la suma de los
deterioros de la nueva generación
en las condiciones de trabajo, contratación, estudio y
vivienda.
Y
esa realidad se vincula al señalado problema de fondo en lo
que tiene que ver con la dinámica de la acumulación.
Atención, esta realidad no es igual en todos los países, y
en todas las regiones del mundo. El flujo migratorio en
China e India sigue siendo inmenso (aunque ahora la
burocracia parece estar buscando alentar el empleo
asalariado en las villas para moderar el traslado de la mano
de obra). Y, no casualmente, ambos países han sido las
sedes de uno de los mayores ámbitos de la acumulación
capitalista mundial de las últimas décadas. Pero
esta “súper–acumulación” como la que se vive en
China, se combina con bajos
índices de acumulación o, incluso, “desacumulación”
relativa en
otras partes del mundo, configurando el escenario mediocre
que se está viviendo actualmente.
Cuando la crisis y la rebelión se comienzan a realimentar
mutuamente
En
todo caso, como hemos señalado reiteradas veces, la crisis
que se está viviendo es histórica.
¿Cuál es el elemento central que coloca la misma?
La eventualidad que haga estallar los equilibrios de la
economía, los Estados y las clases sociales que han
venido caracterizando al mundo en los últimos 30 o 40 años:
el orden capitalista neoliberal.
La realidad es que
el sistema capitalista ha estado demasiado estable desde las
derrotas de los años ‘70 y ‘80. No ha sido casual el
hecho que desde la década del ‘60 no se haya vivido
ninguna revolución social en el mundo. Hemos vivido una
larga época de “democracia” donde la burguesía ha
gozado de un dominio más o menos incuestionable: de ahí
también la debilidad relativa más en su conjunto del
marxismo revolucionario, su carácter de corriente de
vanguardia y no todavía de masas (aunque esta claro que
esto podría cambiar históricamente con un giro en la
radicalización que se desprenda de la actual crisis).
No
por casualidad, con la notable agudeza que lo caracteriza,
el economista burgués Nouriel Rubini definió la segunda
posguerra como los años de
“la Gran Moderación”: “En las economías más
avanzadas, la última mitad del siglo XX fue un período de
relativa calma, más allá que atípica, que culminó en un
período tranquilo de inflación baja y de alto crecimiento,
que los economistas apellidaran como ‘Gran Moderación”.[17]
Y
sin embargo, esto no tiene por qué estar llamado a
perdurar. Ahora mismo vemos al FMI alertando acerca de que
la economía mundial se esta adentrando en una nueva fase
“peligrosa” dónde lo dominante es un
“agudo temor
a lo desconocido”.[18]
Es
que, precisamente, cuando se ponen en juego los equilibrios
logrados, cuando se mueven las “capas tectónicas de la
sociedad” –como ocurrirá de profundizarse aun más la
actual crisis– pueden estarse creando condiciones para reabrir
la época de crisis, guerras y revoluciones. Esa es la
potencialidad histórica que puede tener la actual crisis: hacer
chocar las capas tectónicas de la lucha de clases, aunque todavía no se ha llegado a tales extremos.
¿Cuál
es la importancia –en este contexto– de la irrupción en
la escena histórica del proceso de rebelión–revolución
en el mundo árabe? Bueno, es evidente: las crisis económicas,
por sí mismas, no pueden llevar a la caída de este sistema
de explotación que chorrea sangre y lodo por todos sus
poros. La lucha entre las clases es el único factor que
puede producir eso. Toda lucha de clases opera dentro de un
contexto material determinado. Si la situación es de
estabilidad, las luchas obreras podrán conseguir
conquistas, pero seguramente no se plantearán la
perspectiva de revolucionar la sociedad.
Sin
embargo, en las condiciones de una crisis histórica como la
actual, cuando de alguna manera no se puede seguir viviendo
como hasta el momento, los explotados pueden verse
“arrastrados” a tomar las cosas en sus manos. Es ése el
motor que ha estado detrás de la rebelión en Grecia, del
alzamiento del mundo árabe, de los indignados en España,
de los estallidos de ira en Gran Bretaña, de las huelgas
obreras en China, de la actual radicalización por la
izquierda en Bolivia, mostrando un momento políticamente
distinto en la crisis que cuatro años atrás: cuando
crisis y luchas comienzan realmente a confluir,
a realimentarse mutuamente
como decíamos en un artículo cuatro años atrás.
En
la medida que la crisis económica mundial escale hacia una
depresión lisa y llana, podríamos vivir en un mundo dónde
se rompan los equilibrios tan trabajosamente alcanzados
entre los estados y las clases. Es decir, las columnas
vertebrales de un capitalismo neoliberal que solamente pocos
años atrás parecía tan “sólido” y ahora se
deslegitima a cada día que pasa. Se
reabriría así, finalmente, si la lucha de clases desborda
la democracia burguesa por la radicalidad de los
acontecimientos, la
época de la revolución social.
Esto ocurriría en un contexto dónde es mucho más
probable el
retorno a los rasgos clásicos de movilización de masas y
centralidad de la clase obrera que en las décadas
pasadas, los rasgos de la revolución
auténticamente socialista.
[1]
Un último informe señala que el 65% de los
“acontecimientos de masas” (eufemismo con que la
burocracia china habla de los conflictos sociales) en
China tienen que ver con las peleas por la desposesión
de la tierra en manos de las nuevas empresas
inmobiliarias que tratan de apropiarse del campo. El
hecho es que en China, herencia de la revolución del
’49 –y quizás también en las circunstancias bajo
el pasado imperial–, los títulos de la propiedad no
están muy claros. De eso se aprovechan hoy,
evidentemente, las empresas inmobiliarias para extender
el imperio de la propiedad privada al campo.
[2]
¡Si hasta Cristina Kirchner va al G–20 y pretende dar
lecciones a los países imperialistas acerca de cómo se
debería enfrentar la crisis! Se trata de una rara
coyuntura dónde los países imperialistas parecen estar
para el cachetazo…
[3]
Colocamos aquí a Rusia solamente a título ilustrativo
porque hemos estudiado poco o nada de su evolución post
restauración capitalista.
[4]
Esto no niega que ya cuando China plantea pleitos en su
inmediato “Hinterland” (respecto de Corea, con Taiwán
o mismo con Japón) ya las cosas no sean distintas que décadas
atrás, de mucho más cuidado por los EE.UU.
[5]
Horacio Busanello, La Nación, 24 de septiembre del
2011.
[6]
Recientemente
el FMI ha estimado que el retroceso en su valor para el
2012 rondará entre el –3.1% para el petróleo y el
–4.7% para los no combustibles, aunque a partir de un
crecimiento de los precios en este año 2011 del 30.6
para el primero, y del 21.2% para las segundas.
[7]
Félix
Sanmartino, La Nación, 24 de septiembre del 2011.
[8]
Para ver un tratamiento más pormenorizado de esta
cuestión, ver La Rebelión de las 4 por 4. La revuelta
de los patrones rurales y la izquierda argentina.
Ediciones Antídoto Gallo–Rojo, Buenos Aires, 2009.
[9].-
En la realidad, esto funciona menos mecánicamente, porque
hay varias cotizaciones para el precio del petróleo,
pero sirve a los efectos del ejemplo que estamos dando.
[10]
La
Nación, 22 de septiembre del 2011.
[12]
El
concepto en Marx de esta categoría es precisamente ese:
“tasa de ganancia empresaria”, es decir, el índice
que surge de descontarle a la tasa de ganancia la tasa
de interés vigente del momento.
[14]
Este aspecto es el que subraya Husson; lamentablemente
en el trabajo citado, Shaikh no da su opinión al
respecto; es decir, acerca de la acumulación–inversión
de las ganancias realizadas.
[15]
Sobre este estallido, Shaikh tiene otra explicación. Señala
que la clave del mismo hay que hallarla en lo
insostenible de un endeudamiento que compensó a lo
largo de casi tres décadas la caída de los salarios en
los países imperialistas. Nos parece que la explicación
que intentamos dar aquí a modo de hipótesis hunde sus
raíces de manera más sistemática en los problemas
específicos de la acumulación y el desarrollo de
nuevas ramas productivas. En todo caso, nos debemos un
mucho mayor estudio de esta compleja cuestión.
[16]
Profundizando algo más en lo que venimos señalando,
digamos que el carácter de rama “liviana” de la
informática, que sí se ha expandido universalmente a
toda la economía, parece
ser un limitante para que ella cumpla el rol que en su
momento cumplió, por ejemplo, la industria automotriz.
Este papel lo podría cumplir, evidentemente, la
industria de guerra, pero hoy no estamos a la vera de
una guerra mundial; o quizás la industria aeroespacial,
pero ella es todavía súper incipiente y seguramente más
fuente de pérdidas que de ganancias… En todo caso,
sobre esta apasionante cuestión, hay que profundizar
también el estudio ulterior.
[17]
La economía de las crisis. Un curso relámpago sobre el futuro del
sistema financiero internacional. Nouriel Roubini y Stephen
Mihn, Editora Intrinseca LTDA, Rio de Janeiro, Brasil,
2010, pp. 15.
[18]
FMI, Estudios económicos y financieros, septiembre
2011.
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