¿República?
¿O qué?
Por
Juan Gelman
rodelu.net,
20/11/07
Estados
Unidos se está convirtiendo en un tipo de Estado muy
curioso. Es una república democrática representativa –es
decir, hay elecciones–, pero ésa no sería la concepción
de W. Bush.
La
Constitución a la que debe obediencia establece que el
gobierno no puede declarar una guerra sin la aprobación del
Congreso. Lo hizo sin la aprobación del Congreso.
Es
uno más de los que olvidaron el discurso de John Quincy
Adams, sexto presidente de su país, sobre la política
exterior norteamericana: “En todas partes donde se
desarrollan o desarrollarán las normas de la libertad y de
la independencia –dijo en octubre de 1821–, esta nación
las acompañará de todo corazón, con sus bendiciones y
oraciones. Pero no saldrá al exterior en busca de monstruos
para destruir”.
O
tal vez W. –se sabe que no es aficionado a la lectura–
no ha leído la Constitución. En cambio, ha implantado un
sistema de espionaje de sus propios conciudadanos, incluso vía
satélite, invasor de la privacy que éstos tanto aprecian.
En los países del llamado “socialismo real”, la misma
tarea estaba a cargo de la KGB, la Stassi y otros servicios
secretos de triste memoria.
Hay
otra curiosidad que este período de campaña electoral en
EE.UU. ha puesto de relieve. Lo señaló con claridad y
asombro la periodista canadiense Chrystia Freeland,
directora ejecutiva del Financial Times: “Al observar la
reacción internacional ante la contienda presidencial, noto
que la gente está muy preocupada por la idea de que EE.UU.
está gobernada por dos dinastías” (www.msnbc.msn.com,
25–10–07).
Es
decir, W. Bush, hijo del ex presidente H. W. Bush, sucedió
a Bill Clinton y ahora la señora de Clinton muy
probablemente sucederá a W. Bush. Según una reciente estadística
de Los Angeles Times, el 49 por ciento de los interrogados
manifestó beneplácito por el posible retorno de Bill a la
Casa Blanca, esta vez en calidad de presidente consorte. Ya
no se trataría de partidos sino de linajes, y a los
estadounidenses no parece importarles el fenómeno.
Esta
evolución o involución del sistema político
estadounidense no modifica la vieja costumbre del consenso
republicano/demócrata en torno de los temas locales e
internacionales más importantes. Los dos partidos votan
parejamente por el aumento incesante del presupuesto de
guerra y sostienen el apetito imperial de Washington. El
precandidato presidencial republicano Rudolph “Rudy”
Giulani reiteró que impedirá que Irán se convierta en un
potencia nuclear y –agregó– “esto no lo digo como
amenaza, lo digo como promesa” (electionstocks.com,
10–11–07). Rudy es de los que prometen, pero cumplen.
La
precandidata demócrata Hillary Clinton fue también muy
clara: “La política de EE.UU. debe ser cristalina e inequívoca:
no podemos, no deberíamos, no debemos, permitir que Irán
construya o adquiera armas nucleares. Todas las opciones
deben estar sobre la mesa para enfrentar esta amenaza”
(rawstory.com, 3–2–07). Brilla por su ausencia el debate
ideológico y político entre competidores y todo se reduce
al enfrentamiento de celebridades y a la pregunta de quién
finalmente manejará el timón. Total, el rumbo es el mismo.
Los
demócratas, alegres, se autoanticipan el retorno de la era
Clinton y pocos insisten en su declamada vocación antibélica.
Si gana, Hillary no los defraudará, ni a ellos ni a los
“halcones–gallina” republicanos. Bien lo sabe la
industria armamentista: la están apoyando más que a
Giuliani, a pesar de sus pasadas tensiones con Bill.
Representantes de las cinco empresas del ramo más poderosas
de EE.UU. –Lockeed Martin, Northrop–Grumman, General
Dinamic, Taytheon y Boeing– aportaron hasta ahora 103.900
dólares a los precandidatos presidenciales demócratas,
contra 86.800 dólares a los republicana (www.alternet.org,
31–10–07). La diferencia contante es poca, pero la política,
muy grande.
“Esas
contribuciones sugieren con nitidez que la industria
armamentista ha llegado a la conclusión de que las
perspectivas de los demócratas en 2008 son realmente muy
buenas”, explicó el académico Thomas Edsaal, de la
Universidad de Columbia, de Nueva York. Y muy buenas para el
complejo militar–industrial, como lo bautizó el general
Dwight Eisenhower.
Hillary
fue la precandidata demócrata que más recibió: la mitad
de las donaciones a todos los precandidatos de su partido y
el 60 por ciento del total que fue a los republicanos. Se
recuerda su actuación en el Comité de Servicios Armados
del Senado. También la escena en la que impuso a un Bill
vacilante la decisión de bombardear Kosovo. Aunque hoy
preconiza la necesidad de un retiro parcial y escalonado de
los efectivos norteamericanos en Irak, Hillary, respecto de
Irán, es la más halcona de todos los halcones, W.
incluido. Hay gente así.
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