Como
animales rabiosos se trata a los
inmigrantes ilegales capturados
Por
Adán Salgado Andrade
Enviado por el autor, 24/12/07
“¿Verdad
que van a volver?”, refiere Marcos, un adolescente de 17 años,
originario de Guadalupe Victoria la Asunción, Puebla, que
les dijo el fiscal “acusador” que interviene en los
juicios del “Estado contra los ilegales” que, por norma,
se les hace en EEUU a todos los inmigrantes ilegales que son
capturados, ya sea en su intento por penetrar las
resguardadas fronteras de ese país o al estar trabajando,
cuando alguien da el “pitazo” de que allí hay
“ilegales chambiando”. Dice que él y los otros
“transgresores de la ley” nada más bajaron la cabeza,
sin decir nada. Pero, como dicen, el silencio otorga.
“Pues yo mejor les aconsejo que no lo hagan, porque
entonces sí les va a ir peor”, dice Marcos que agregó
aquel, en intimidatorio tono. “A nosotros nos denunciaron
unos peruanos”, comenta. Sí, por increíble que parezca,
fueron “hermanos” latinoamericanos, en este caso
peruanos que supuestamente trabajaban legalmente allí, en Belgrade,
condado del estado de Montana, en donde trabajaba Marcos,
quienes los denunciaron a él y a otros cuatro mexicanos,
entre ellos a un primo y a tres tíos.
La
obligada pregunta que le hago es el principal motivo por el
cual se van para “el otro lado”. “Pus porque aquí no
hay en qué chambiar y allí, sí”, responde, cabizbajo.
Efectivamente, en su pueblo pocas cosas hay en qué
ocuparse, fuera de la “sembrada y la pizcada” y algún
ocasional trabajo de pintura, albañilería o de carpintería,
no mucho. Y hasta eso, sembrar, se está terminando, pues al
decir de Rómulo, el padre de Marcos, quien también aceptó
ser entrevistado, “pos cada vez llueve menos y como las
tierras son de temporal, pos a veces ya ni sembrar maicito
ni frijolitos podemos”. Sí, las lluvias, debido a los
trastornos climáticos que el calentamiento global está
provocando, se retrasan cada vez más año con año. “A
veces va lloviendo hasta por julio y ya pa’ entonces, pos
el maiz no se da ya bien... y aluego llueve reteduro y ya
nomás echa a perder lo que se alcanzó a dar en las pocas
tierras de riego que hay por aquí”. Y si se arriesgan con
otro tipo de cultivos, como flores o legumbres, muchas veces
pierden todo, quedan endeudadísimos y hasta las tierras
pierden. “Pa’ sembrar una hectárea de clavel se
necesitan como sesenta mil pesos... y si no le atinas a la
fecha en que se venden, como el 10 de mayo o las salidas de
las escuelas o si se te malogra, pos ya te jodistes”,
afirma Rómulo, con resignado tono.
Sí,
por tantos problemas que padecen los campesinos pobres del
campo marginado, del que difícilmente entra en los
programas de “apoyo gubernamental” o con míseros
“subsidios”, con los que de todas formas, ni costea ya
sembrar, como dice Rómulo, es que México se ha convertido
en el primer exportador mundial de mano de obra barata hacia
los Estados Unidos, constituyendo la actividad de los
millones de paisanos que están trabajando allá o que lo
hacen año con año, la segunda importante entrada neta de
divisas (o sea, dinero que realmente entra, no como el de
las exportaciones maquiladoras, que sólo reexportan lo que
previamente importaron para ensamblar aquí), la cual monta
en lo que va del presente año, poco menos de 20,000
millones de dólares, que con todo y estar en proceso
devaluatorio, son tan caros a nuestra dependiente, frágil
economía (la primera entrada la sigue constituyendo el petróleo,
pero poco a poco tenderá a declinar, por el agotamiento de
nuestros mantos petroleros y seguramente será rebasado por
las remesas que llegan de EEUU).
Y
por ello es que tantos miles de compatriotas deciden
aventurarse a buscar trabajo entre los estadounidenses, a
sabiendas de los peligros que, desde antes de llegar a
tierras extrañas deben de pasar, tal como refiere Marcos.
El joven poblano trabajó como peón de Rómulo, de oficio
albañil, en “chambitas” por aquí y por allá, gracias
a lo cual pudo reunir algún dinero, parte del cual lo
invirtió en el boleto del avión, 3000 pesos, que lo llevó
del aeropuerto de la ciudad de México hasta el aeropuerto
de Hermosillo, en el estado de Sonora. De allí, un taxi los
condujo justamente al pequeño poblado de Altar (¡vaya
nombre!, quizá para que se den valor los potenciales
ilegales) en donde los esperaban dos polleros. Estos les
cobraron la no despreciable suma
de ¡$1500 dólares! a cada uno, $16,500 pesos (sobre
todo, tomando en cuenta que la gente va allá por una
tremenda necesidad y no está para derrochar el poco o mucho
dinero que con grandes sufrimientos percibirán allá... ¡si
logran llegar!), que debieron pagar una vez que llegaron
hasta Belgrade, en Montana, el lugar elegido por Marcos y
sus parientes para ir a trabajar allá (normalmente los
indocumentados se dirigen a donde tienen parientes o amigos,
pues de esa forma, consideran, se les facilitan las cosas
una vez que logran llegar, lo que de alguna forma es
cierto). De allí, de Altar, se trasladaron, esta vez a pie,
a Sasabe, poco habitado sonorense poblado, limítrofe con la
frontera entre Sonora y los Estados Unidos y a unos 65 kilómetros
de Nogales. Allí pasaron una mala noche en una humilde
vivienda, durmiendo en el suelo y comiendo algunos de los
alimentos que los polleros indicaron que compraran en Altar,
sobre todo comida enlatada, como frijoles, atún,
sardinas... y varias botellas de agua. Al siguiente día, sábado,
a eso de las nueve de la noche, al cobijo de la oscuridad,
comenzó propiamente la travesía por el desierto sonorense
(he ahí el por qué les aconsejó el pollero proveerse de
mucha agua), pero como tuvieron problemas para cruzar
(inusual vigilancia de la Border patrol esa noche),
decidieron apostarse en un cerro cercano a la “línea” y
allí pasaron una segunda mala noche, peor que la anterior,
pues debieron de cuidarse de todo tipo de alimañas y
animales ponzoñosos, tales como culebras o escorpiones, y
debieron soportar el caluroso día que vino después,
soportando las altas temperaturas del desierto, cobijados a
la enclenque sombra de arbustos y cactáceas arbóreas. Ya
cuando de nuevo la noche lo ocupó todo, reemprendieron la
dura marcha, logrando cruzar, por fin, la frontera,
caminando entre las dificultades propias que la falta de
caminos o de sendas ofrecen a esos desesperados buscadores
del decadente american dream. Sí, espinosos
matorrales, zarzales, hendiduras, hoyos, piedras, suelo
arenoso y resbaloso, riachuelos... además, claro, la
constante amenaza de ser atrapados y deportados en cualquier
momento si son descubiertos por la “migra”. ¡Encima de
eso, deben de mitigar lo mejor posible las ampollas de los
pies que les salen, el cansancio y la tremenda sed que luego
de una, dos horas caminando, inevitablemente sobrevienen,
pues no pueden darse el lujo de detenerse a cada rato, so
pena de ser atrapados más fácilmente por los autoritarios
policías fronterizos estadounidenses si lo hacen! Y
entonces se sacan las botellas, las cantimploras, y se sacia
la sequedad del sediento organismo, debilitado por la falta
del vital líquido, que en esos momentos resulta mucho más
reparador que cualquier alimento sólido, que “pus además
ni hambre te da”, dice Marcos. ¿Y si se les acaba el
agua, qué hacen?, pregunto. “Ah, pues como allí son
puros ranchos, pus llenabas las botellas vacías en unos
tambos que hay con agua, pero es en donde beben las vacas,
así que pus es agua sucia la que tomas de allí”,
responde Marcos, pero aclarando que el y su tío, con quien
iba, se previnieron con varias botellas del vital líquido,
pero que los otros compañeros del grupo, tuvieron que
hacerlo, beber de los tambos, a pesar de que esa agua despedía
el característico olor a estiércol que emiten los
bebederos de las vacas. En ese grupo iban quince personas,
incluidos ellos dos, más el par de “coyotes”. El menor
era un adolescente de unos 14 años y el mayor, un hombre de
unos cuarenta años. Iba sólo una mujer, hermana del chico
de 14 años, a la que, dice Marcos, “pus la íbamos
cuidando mucho, pa’ que nadie se pasara de lanza con
ella”. También dice que los coyotes se apartaban del
grupo durante el día, que era cuando todos descansaban,
para que así sólo los atraparan a ellos, a los
“coyoteados”, digamos, en caso de ser descubiertos.
Supongo que han de considerarse los coyotes muy
valiosos como para ser atrapados, pues en caso de que así
fuera, nadie, dirán ellos, podría sustituir los
“valiosos” servicios que prestan a tanto indocumentado
que, como ya dije, por mera necesidad económica, se
arriesga a contratarlos y a padecer y sufrir tantos peligros
que la aventurada travesía implica.
Una
de las recomendaciones que los mencionados coyotes, muy
seriamente, les dieron, fue la de que en caso de que
apareciera un helicóptero de la Border Patrol en
medio de la noche y les aventara sus potentes luces para
detectarlos aún en medio de los arbustos, que por ningún
motivo voltearan hacia arriba para verlo y además que
se agacharan. “Es que nos dijo que así se dan cuenta si
es una persona la que va caminando, por los ojos, porque
brillan con las luces”. Sí, de esa forma, a la altura a
la que vuelan esos aparatos, aún mediante sus potentes
reflectores, en medio de los arbustos no es fácil detectar
a los indocumentados, a los que pueden tomar por vacas o
caballos pastando, como sucedió, por fortuna, con el grupo
en el que iba Marcos, los cuales siguieron la estricta
recomendación de no mirar hacia arriba, no así con otros
“compas”, que fueron detectados y varios fueron
atrapados por las camionetas policíacas, a las que se avisó
su posición. ¿Cómo se dieron cuenta de que los agarraron?
“Ah, pus porque miras cómo se para el helicóptero sobre
un lugar y ya luego oyes las sirenas de las patrullas que se
van acercando”, responde Marcos, abstraído, quizá
recordando esos momentos tan alarmantes. “Yo sí sentí
mucho miedo de que nos descubrieran, pero lo bueno que no
nos agarraron”, dice Marcos, narrando el momento en que el
helicóptero los enfocó con sus potentes reflectores y
ellos, bien agachados, siguieron caminando.
Y
de todos modos el miedo lo acompañó durante toda la travesía,
tanto por el constante temor a ser descubiertos y
aprehendidos, como porque las alimañas, los coyotes (los
verdaderos, de cuatro patas), las víboras acechan también
al apresurado, inexperto caminante... ¡todo eso son
peligros latentes que, incluso, pueden resultar mortales! El
coyote les platicó que en una ocasión uno de los
indocumentados que él llevaba, fue mordido por una
“cascabel” y se murió en el camino. “Y pos a’i lo
dejamos, ni modos de que nos lo cargáramos”, dice Marcos
que les dijo el hombre, muy quitado de la pena. “Pus más
miedo nos metió ese cuate”, dice, algo divertido. Y así
se la pasaron caminando, durante cuatro noches, a partir de
las seis de la tarde, hora en que ya obscurecía, para
cuando ellos andaban por allá (noviembre), y hasta las seis
de la mañana, escondiéndose durante el día, como dije,
entre la maleza, dejados a su suerte por los coyotes,
tratando de curarse las sangrantes ampollas de sus pies con
saliva, sobándoselos, para mitigar el dolor, comiendo lo
que llevaban, bebiendo racionadamente el agua embotellada
que cargaban en sus mochilas, para que no se les fuera a
terminar, pues no sabían qué tanto durarían todavía por
aquellos inhóspitos parajes desérticos.
Por
fin, con bastante suerte, pues no fueron atrapados por la
“migra”, como el otro grupo que salió casi junto con
ellos, llegaron a Tucson, Arizona, una madrugada, luego de
esa dura caminata de cuatro noches, habiendo recorrido casi
cien kilómetros, exhaustos, pero ya un tanto más animados,
pues según ellos, lo “peor”, el peligroso recorrido por
el desierto, ya había pasado. Allí, se escondieron entre
matorrales cercanos a una carretera, para esperar el “levantón”,
como llaman a las camionetas que por las noches, rápida y
sigilosamente, “de volada” dice Marcos, recogen a todos
los ilegales que logran llegar hasta allí. Son
camionetas tipo “pick up”, conducidas por
chicanos, quienes ya conocen los sitios específicos en
donde deben de recoger su humana carga. Ya de ese sitio, son
llevados los nerviosos y asustados ilegales a lo que le
llaman la “traila”, que es un remolque (casa rodante o
RV’s, Recreational Vehicles, como se les llama en
EEUU), en donde “nos acomodaron todos amontonados, como
cupimos”. Aunque el vehículo tiene ventanas, por orden de
los polleros, todas deben de permanecer cerradas, a pesar
del calor diurno que hace en el lugar y “nadie puede salir
de allí, como si estuvieras encerrado te tienen”. Y
explica Marcos que ahí se la pasaron varios días,
esperando la siguiente etapa de su sufrido vía crucis
hacia la prosperidad económica... al menos, esa es la
esperanza que los mueve en todo momento. Por toda comodidad,
había baño y ya, nada más. Se dormía sobre el piso, haciéndose
espacio entre tanto cuerpo deseoso de tomarse un nocturno
descanso, a pesar de la incomodidad del piso de
recubrimiento plástico, recargando sus cabezas sobre sus
mochilas. Y nada hay que se pueda hacer en ese encierro, más
que esperar a que alguien los recoja. Y si aún les sobraban
latas de comida o agua, pues podían comer o beber, de lo
contrario, si contaban con dinero, debían pedirles a los
coyotes que les compraran alimentos o bebidas, pero dado que
todos van con lo indispensable de dinero, pues algunos
forzados ayunos debían auto-imponerse. “Si te da sed o
hambre y ya no tienes qué o ya no tienes dinero pus ya te
jodistes”, dice Marcos, de nuevo un tanto divertido.
Ya
luego de tres días, fueron otros “compas” a la
“traila” y ya les preguntaron que para dónde iba cada
quien. Marcos y su tío se dirigían, como menciono arriba,
hasta Montana. El mismo hombre que a ellos los recogió de
entre los arbustos, cerca de la carretera, los llevó hasta
allá, sólo a Marcos y a su tío, pues eran los únicos que
iban tan lejos. “Pus salimos como a las cinco de la tarde,
era martes, me acuerdo, y ya en la madrugada, como a las
cinco, que se detiene en una gasolinería, y nomás durmió
dos horas, y que le sigue”, señala Marcos. Comieron
“burritos” (tortillas de harina con carne) durante todo
el camino, que el conductor les compraba, y hacían sus
“necesidades” en los baños de las gasolineras en donde
se detenían. Luego de 25 largas, pesadas horas a bordo de
esa camioneta, debiendo de viajar siempre agachados, no
fuera a ser que se encontraran con alguna patrulla, tras
haber recorrido casi 1500 kilómetros más, llegaron hasta Belgrade,
un poblado semirural de Montana, ubicado a unos 70 kilómetros
del parque nacional Yellowstone, cerca de la frontera
con Wyoming, en donde dos primos que ya tenían allí un par
de años trabajando, pagaron los 1500 dólares acordados,
3000 por ambos, al conductor de la camioneta. Fueron en
calidad de préstamo, que ya luego ambos debieron de pagar
con sus sueldos, una vez que les dieron trabajo en la misma
constructora en donde laboraban sus parientes.
Sí,
es de sorprender que, a pesar de tantos peligros y supuesta
vigilancia y logística estadounidense, existan esas
redes de tráfico de ilegales, aparentemente tan bien
organizadas, las cuales, en cierto modo, pues son
necesarias, como se puede apreciar del relato de Marcos,
porque de no existir, sería aún mucho más difícil para
nuestros paisanos penetrar ese no tan impenetrable,
hostil territorio estadounidense. Como que se resalta
el ingenio del mexicano ante la aparente rígida autoridad
de allá, quien logra franquear todas las barreras, a pesar
de miles de kilómetros de muros, policías armados hasta
los dientes, helicópteros, aviones robots vigilantes,
violentos grupos xenófobos (los minute man proyect,
por ejemplo)... sí, a eso conduce la necesidad de un empleo
que proporcione unos cuantos dólares para sobrevivir y no
morirse en su propia patria de hambre aquellos sufridos
ilegales.
Sí,
y ya fue que Marcos y su tío, Salomé se llama, fueron
contratados por el dueño de la constructora, conocido como OJ,
un buen tipo, amable, a decir del muchacho, con quien ya habían
hablado los primos y que, sin objetar nada, les dio trabajo,
a Marcos de labor, como se les llama allá a los
ayudantes de construcción, los “chalanes” aquí, y a su
primo de mason, albañil. Marcos ganaba la no
despreciable cantidad de 16 dólares la hora y Salomé, 20 dólares.
Así que en ocho horas, el muchacho percibía 128 dólares
diarios y su tío, 160. Con ese regular sueldo, debieron
pagarle el préstamo al primo (tardaron un mes en saldar esa
deuda), así como los gastos que tuvieron que sufragar,
tales como su alimentación, 200 dólares al mes, la renta
del lugar en donde vivían, otros 200 dólares, los gastos
de luz, agua, los bills que le llaman, otros 200 dólares
(son todos gastos compartidos, ya que vivían en un sólo
departamento, por eso aparentemente no eran tan elevados),
así que de fijo eran alrededor de 600 dólares mensuales,
de los aproximadamente 2500 dólares ganados al mes (no
siempre trabajaban ocho horas o todos los días), de donde
también ahorraban el dinero que mandaban a sus parientes,
unos 700 dólares por mes (lo enviaban por Western Union,
empresa que hace el gran negocio con las remesas de los
mexicanos, pues cobra la nada despreciable suma de 30 dólares
por envío, lo que le reporta millones de dólares anuales
de ganancia por tantas remesas enviadas a México). Incluso
también pagaron de su sueldo la ropa especial para el
intenso frío que OJ les compró, y que luego les fue
descontando, pues desde noviembre hasta marzo, Montana es
azotada por fuertes nevadas, por lo que la ropa común y
corriente que llevaban desde aquí, de nada sirve allá. Así,
la chamarra especial térmica costó 100 dólares (una de
las prendas más importantes que deben emplearse), los
pantalones, 50 dólares, zapatos tipo botines, 80 dólares,
guantes, 10 dólares. ¿Y los calcetines?, pregunto. “Ah,
pus esos sí, nos sirvieron los que llevábamos desde aquí”,
contesta Marcos, así que al menos se ahorraron esa compra.
Y
en cuanto a las labores que estuvieron desempeñando, pues
primero Marcos acarreaba piedras para los cimientos de las
residencias de lujo que la empresa estaba construyendo en un
desarrollo habitacional cerca del lugar. También ayudaba a
hacer la mezcla de cemento y arena para colocarlas y la
llevaba al lugar en donde se necesitara. Ya más tarde, el
primo le enseñó a manejar los montacargas que se empleaban
par levantar los materiales de construcción. “Sí, él me
enseñó a manejarlos, el vodka y el forklift,
que les dicen allá a esas máquinas”. O sea, el buen
Marcos hacía de todo, como puede verse. “Como en un mes
ya sabía yo manejar el vodka”. Las casas
residenciales que se estaban construyendo se localizaban
cerca del parque Yellowstone, como a una hora de Belgrade,
en View
sky. Una camioneta tipo van
(de las del tipo que emplean las empresas de mensajería,
cerradas) pasaba todos los días, de lunes a sábado, por
ellos a las cinco de la mañana en punto. Entre sus primos,
el tío, Marcos y otros mexicanos, eran ocho los
trabajadores que aquélla recogía. Y allí había que
estar, a pesar del intenso frío y otras inclemencias climáticas.
Pero, como dice Marcos, con tal de demostrarle a OJ que eran
buenos trabajadores y que no se “rajaban”, allí se
presentaban, en el sitio acordado, siempre a la misma hora.
“Sí, OJ estaba muy contento con nosotros... nos decía
que éramos hard workers”, comenta Marcos, con
cierto orgullo. Dice que la gran residencia que estaban
haciendo en View sky pertenecía al magnate de la
programación, el señor Bill Gates, y que “pus no se midió
ese señor en lujos”, declara, suspirando, imaginando en
que él nunca se hará de una “casotota “ como esa.
“Allí cerca estaba la casa de Arnold Schwarzenegger (sí,
el famoso gobernator) y de otras personas muy
ricas... es que era un fraccionamiento de lujo”, agrega. Sí,
será de lujo, considero, pero bien que se sirven tales
magnates de la explotada, ilegal, humillada, aguantadora
fuerza de trabajo mexicana. Dice Marcos que eran una especie
de grandes cabañas, con esqueleto de madera, que
ellos iban forrando de piedra, yeso, pasta... “Había
pasteros, yeseros, pintores... de todo porque hay muchas
casas que se estaban haciendo allí”, comenta el muchacho
de triste mirar, un tanto nostálgico, quizá porque les
estaba yendo bien, de alguna manera, laborando entre tantas
casas de pudientes, influyentes estadounidenses. “Pus si
no me hubieran agarrado, pus yo seguiría chambiando allí”.
La
paga la recibían quincenalmente, en forma de cheques que
“cashiaban” en el banco del pueblo. Una vez establecidos
en el lugar, en donde permanecieron cinco meses, se
desenvolvían con cierta naturalidad, pues es común que
varias compañías contraten extranjeros, sobre todo
latinos, muchos de los cuales cuentan con supuestos permisos
que les tramitan los patrones, así que aparentemente los
lugareños están acostumbrados a eso. Pero además porque sólo
los latinos son quienes aceptan ese tipo de trabajos tan
pesados, que muy pocos estadounidenses, blancos sobre todo,
accederían realizar. Por eso, dice Marcos, se atrevían
a ir al banco o a comprar a las tiendas o, incluso, a
fiestas a las que luego eran invitados, una vez rebasados
los iniciales temores, sobre todo porque estaban en un
estado tan distante de la frontera con México, colindante
con el canadiense estado de Alberta, por lo que el peligro
de una redada por la “migra”, como se hace en
California, por ejemplo, parecía tan distante. “No, pus
éramos puros mexicanos los que le trabajábamos al OJ...
casi no había gringos”, señala Marcos. “Yo hasta me
hice de una amiguita, una gringuita como de 15 años”, señala,
riendo de buena gana.
Como
dije, cinco meses se estuvieron en Belgrade, cuando
se concluyó la construcción de la mansión de Gates.
Luego, a OJ le ofrecieron otra obra en la ciudad de Deer
Lodge, como a unos 120 kilómetros de Belgrade,
también de acabados de residencias. Y para allá se fue,
con todo y sus fieles, eficientes trabajadores mexicanos.
Por la lejanía, se consideró que era mejor quedarse allí,
así que Marcos, su tío y sus primos buscaron un hotel
regular y todo pareció ir bien, sin problemas, durante un
mes... hasta el día en que OJ, por tanto trabajo que debía
terminar, contrató a unos peruanos, quienes supuestamente,
sí contaban con permisos para trabajar, emitidos por el
gobierno estadounidense. Un día, refiere Marcos, uno de
ellos, se metió a un bar local y se emborrachó tanto, que
comenzó a hacer el típico escándalo de una persona
tomada. Llegaron patrullas, lo arrestaron, le preguntaron en
dónde vivía, qué hacía y, con tal de salir bien librado,
les dijo que él tenía papeles legales para trabajar allí,
pero que si lo perdonaban, les diría en dónde había
trabajadores mexicanos ilegales... ¡y así fue como los
denunció a todos! Rómulo interviene en la plática para
comentar la versión que Salomé, el tío de Marcos, hermano
de Rómulo, le contó, que también se especuló que el
peruano, celoso de que él, por ser legal, ganaba menos
dinero, 14 dólares por hora, que los mexicanos ilegales,
los denunció directamente, sin mediar escándalo alguno. ¿Es
cierto?, pregunto a Marcos. Éste se encoge de hombros,
agregando “pus quién sabe... eso también nos dijeron,
que aquél rajó”. ¿Pero si así fuera, por qué
ganaba menos, siendo supuestamente legal?, insisto. Y ya
dice Marcos que OJ les decía que porque ellos, los
ilegales, por su condición de outlaw labors, o sea,
de trabajadores fuera de la ley, se exponían a más
peligros y que por eso él les pagaba más, para que la
mayor paga resultara un efectivo atractivo, a pesar de
tantos inconvenientes y peligros de ser atrapados en
cualquier momento, como ellos. Sí, es de comprenderse la
posición de OJ, pues ya que se va a pasar por tantos
problemas, pues que valga a pena. Y si resulta la
segunda versión la verdadera, considero, que el peruano
simplemente los denunció por envidia, pues es un acto
verdaderamente deleznable que indica hasta qué grado de
deshumanización, egoísmo y bajeza el ser humano ha
llegado, de incluso, hasta en las situaciones más
comprometidas, delicadas y peligrosas, es capaz de mostrar
su lado más perverso y ruin, como aquel peruano hizo. No me
parece justificable su acción, pues no le estaban
quitando su trabajo aquellos mexicanos, quienes ya estaban
laborando antes que él con el contratista, sino que sólo
por ganar menos actuó tan miserablemente. Pero Marcos,
con todo, no le guarda rencor, dice, quizá porque aún no
está lleno aún de la malicia que se va acumulando en la
vida por tanta arbitrariedad e injusticia que pululan por
este mundo. Al contrario, peca de una ingenua frescura,
gracias a la cual prefiere no pensar en cuál fue la verdad
de lo acontecido. “Pus allá él”, dice, sin dolo, ni
resentimiento alguno. Luego supieron que el peruano los había
denunciado por la noche, indicando, cuarto por cuarto del
hotel en que se hallaban, en donde había indocumentados, así
que los policías hasta se dieron el lujo de dejarlos una
noche más, quizá esperando que todos estuvieran juntos,
para allanar las habitaciones hasta la mañana siguiente,
como sucedió. Dice Marcos que en el cuarto en donde estaba
eran cuatro: él, su tío y dos primos, y que en otra
habitación estaban otros cuatro.
<Pus
ese día, pus ya nos levantamos, como siempre, nos vestimos
y nos pusimos a prepararnos nuestros lonches y que de
repente tocan la puerta de la habitación – narra Marcos
–, y ya que un amigo que estaba allí con nosotros también,
que abre la puerta y que se presentan cinco policías... los
famosos sherifes, como les llaman allá, y ya que
dicen, pero en inglés... eso nos lo dijo nuestro amigo,
porque era el que hablaba inglés, nos gritaron “¡Sus
papeles en mano!”, y ya él que se nos queda viendo, sin
saber qué hacer, si abrir la puerta o no, y ya que la
empujan y que entran, gritando, y había una persona que era
de migración, y que hablaba un poco de español, y ya nos
dijo “¡Sus papeles en mano o lo que tengan!” y...
claro, pus nosotros, de plano, “pus no tenemos
nada”...>. Le pregunto que si los amenazaron con sus
pistolas, pero Marcos dice que no, que allí todo fue
normal, que no los maltrataron, ni nada, pero que ya después
que los sacaron del lugar, les dieron el primer humillante
trato que se da a los ilegales, que es el de esposarlos con
las manos al frente, como vulgares criminales. En ese
momento, narra Marcos, se produjo otro dramático hecho. Uno
de sus otros primos, que estaba en las habitaciones
contiguas, abrió en el momento en que los policías estaban
tocando en una de las puertas de al lado, por lo cual intentó
huir, sin conseguirlo, por supuesto, pues no se percató de
que había varios sherifes esperando al final del
pasillo, quienes lo atraparon, lo tiraron sin
consideraciones de ningún tipo al piso, le aplicaron varias
zancadillas, para sujetarlo, le doblaron los brazos hacia
atrás y le esposaron las manos, luego de lo cual, lo
levantaron rudamente, y a empujones lo condujeron hacia la
salida del hotel, en donde a todos los esperaban las
patrullas. En éstas, los llevaron a la cárcel de Deer
Lodge, en donde los tuvieron encerrados tres horas, portándose
indiferentes los policías con ellos, o sea, no los
maltrataron, pero tampoco les merecieron ningún tipo de
especial consideración, a pesar de que Marcos era menor de
edad y de que le llamaron a OJ, quien envió a uno de sus
ayudantes, para ver qué se podía hacer, pero nada, los
“peligrosos” mexicanos ilegales, ya estaban boletinados
por el servicio de inmigración, y los trámites para su
enjuiciamiento y humillante deportación del país se habían
iniciado ya.
De
esa cárcel, los llevaron a Helena, distante un par de horas
de Deer Lodge, en donde hay una estación de inmigración. Y
fue en la cárcel en donde los “delincuentes” como
Marcos y los otros, que están allí ilegalmente sólo
por necesidad, comenzaron a recibir trato de peligrosos
criminales. Por medio de un déspota intérprete, les
preguntaron de todo: nombre, edad, procedencia, por dónde
habían cruzado, quién los había ayudado, cuánto habían
pagado, qué hacían allí, en donde trabajaron, con quién,
cuánto ganaban, cuánto tiempo llevaban allí, si conocían
a otras personas en su misma situación (en esto, por
supuesto que nadie de ellos hubiera rajado, aclara
Marcos)... les tomaron fotos de frente, de perfil, de tres
cuartos... les tomaron las huellas digitales de los diez
dedos... todo eso, narra Marcos, hecho de una manera
bastante prepotente, gritándoles en todo momento, exigiendo
rapidez en las respuestas, nada de titubeos, menospreciándolos,
dando a entender que para ellos, los respetables, legales american
citizens de Montana, tener que lidiar con molestos outlaw
greasers como ellos, era disgusting, sí, patético,
más en ese estado, tan lejano de la frontera mexicana, en
donde seguramente es lo que menos pudieran esperar las
autoridades locales de todos esos pueblos estadounidenses bicicleteros
(me parece adecuada esta acepción, sobre todo porque se
trata de pequeñas poblaciones en donde tampoco abundan las
ocupaciones, la vida social es limitada y la principal
diversión es tomarse unas cervezas en el bar local y watch
TV allí) en donde el racismo sigue siendo cosa
corriente.
Ya
que hubieron averiguado hasta el número de calzoncillos que
empleaban, nuevamente los trasladaron a otra cárcel en Three
Forks, lugar distante unos 85 kilómetros de Helena,
pero apenas a unos 30 kilómetros de Belgrade, en
donde estuvo Marcos originalmente. De Three Forks son
deportados propiamente los ilegales capturados en ese
estado, así que, como puede verse, no estaban muy lejos
Marcos y sus parientes y amigos de la cueva del lobo. El
arresto fue hecho un lunes, cuenta Marcos, y ese mismo día,
por la noche, estaban ya en aquel sitio. Al primo que ya tenía
tiempo trabajando allá, el mismo que les prestó el dinero,
a él, dos días más tarde, el miércoles, se lo llevaron,
junto con otros indocumentados, en vans al estado de
Yuta. Marcos y su tío permanecieron en Three Forks
una semana entera, padeciendo los malos tratos que desde el
principio les dieron, confinados en una pequeña, fría
celda, dotada de incómodas literas y sanitario a la vista
de todos, comiendo una clásica dieta fast food, sí,
ham sandwich
and coke, vestidos con el
uniforme anaranjado que emplean la mayoría de las prisiones
estadounidenses, obligados a bañarse todos los días... y
sometidos al constante estrés de no saber qué iban a hacer
con ellos y a dónde los iban a llevar después.
Ya
al siguiente miércoles, sacaron a Marcos, a su tío y a los
que quedaban de su grupo de arrestados, de esa cárcel y los
condujeron en camionetas de la migra también hacia
Yuta, a un sitio distante unas seis horas de Three Forks.
Y allí, el trato que estaban recibiendo de peligrosos
criminales se acentuó aún más, pues los encerraron ¡nada
menos que en una cárcel de alta seguridad!, algo así como
una Almoloya de dicho estado. “¡Nos pusieron con
asesinos, con rateros, con narcos... sí, nos juntaron con
puros delincuentes de allá, que ni pa’ mirarlos porque ya
te la andaban haciendo cansada!”, declara Marcos, en
excitado tono, quizá recordando las escenas de terror que
un chico de su edad, no maleado, ingenuo aún, debió vivir
y el temor de que alguno de esos criminales pudiera hacerles
algo, agredirlos, quizá hasta asesinarlos. De nueva cuenta,
los uniformaron con la ropa anaranjada reglamentaria, y los
confinaron en celdas que compartían con los presos que
purgaban allí condenas de varios años. Sí, de donde se
concluye que, por un lado, en ese país, a pesar de que los
ilegales son un supuesto “grave problema de seguridad
nacional”, no se cuenta con instalaciones adecuadas para
recluirlos cuando son capturados y puestos en los trámites
de deportación. Tanto hombres, como mujeres (Sí, también
hay mujeres, aunque las apartan, dice Marcos) ilegales
son puestos en reclusión allí, sin importar su edad y
condición. Por otro lado, es absolutamente reprobable que,
a falta de esas instalaciones adecuadas, se les encierre a
los ilegales en cárceles de máxima seguridad, en
donde, además de convivir por el tiempo que sea con
peligrosos criminales, muchos de ellos asesinos que los
matarían sin contemplaciones, quizá sean mal influenciados
por aquéllos y los obliguen, incluso, a ser involuntarios
partícipes de los ilícitos que aún dentro de la cárcel,
varios de tales criminales cometen. En el caso específico
de Marcos, se trata de un menor de edad que recibió trato
de criminal y de adulto, algo que va en contra de las normas
mundiales del respeto a los derechos humanos más
elementales de justicia internacional. Sí, comprendo, pues,
la especie de excitación que Marcos manifiesta en su voz al
recordar tan lamentables, deleznables hechos.
Y
no termina allí esta narración que pareciera extraída de
los anales de lo surrealista, de lo aunque usted no lo
crea, de lo ¡increíble que haya sucedido!, pues
Marcos, junto con un primo, debió pasarse ¡una semana más
encerrado allí porque supuestamente no había llenado
una solicitud de deportación, que los burocráticos trámites
de la inmigración estadounidense requerían que hiciera!
Su tío Salomé y otro de los primos, como ya habían
llenado tal solicitud (algo que Marcos no recuerda que hayan
hecho, diciendo que “pus a mí no me dieron nada”),
fueron excarcelados al otro día, jueves, y puestos en un
avión que los llevó desde Yuta hasta Laredo.
Y
sigue contando Marcos cómo vivió una semana en esa cárcel
de máxima seguridad: “Nos levantaban a las seis de
la mañana para darnos el desayuno, que era comida fea...
huevo de harina, que le dicen por allá (es una simulación
de huevo estrellado que se hace con harina de trigo y
pintura vegetal), y papa molida... y una tasa de agua como
amarga, muy fea que sabía (es una especie de té que inhibe
en algo las inclinaciones criminales de los
presos)... y unos cachitos de pan tostado, pero duros y sin
sabor, pero te lo tenías que comer, porque no había de
otra. Luego, a las once, otra vez te daban el lonche, que le
dicen, lo mismo, papa molida y huevo de harina... y a las
cinco de la tarde te daban la última comida. Nos llevaban a
unos comedores y nos sentábamos en mesas metálicas, frías,
y tenías que ir por tus platos y hacer fila pa’ que te
sirvieran eso... yo la verdad estaba muy desesperado,
asustado, temeroso de lo que fuera a pasar... y rogándole a
Dios que pronto nos sacaran de allí...”
¿Y
alguien te hizo daño, te agredió?, pregunto. “Pus no...
yo pus procuraba no meterme con nadie, me la pasaba callado
o platicando con mi primo cuando nos veíamos... pero sí vi
como varios de los presos se peleaban, por cualquier cosa, y
nadie los separaba... ¡hasta les daba rete harto gusto que
se pusieran a madrearse allí! Una vez un mexicano se madreó
con un gringo y le ganó... le puso una madriza que hasta le
sacó sangre de la boca al gringo”. Supongo que su corta
edad, en su caso, fue la que le ayudó a Marcos, además de
su aspecto, el cual conserva todavía cierta inocencia
infantil, propia de un muchacho que apenas si va saliendo de
la etapa adolescente.
Y
si Marcos no estuvo más tiempo allí fue gracias a que
declararon el día en que los capturaron, que pedían
“repatriación voluntaria” y no “presentación ante el
juez”, para que éste revisara su caso, pues el primo que
les había prestado el dinero, habiendo él ya experimentado
una captura previa dos años antes, les aconsejó que
solicitaran eso, pues era menor el tiempo de encierro, ya
que de lo contrario, pedir presentación ante el juez, habría
requerido de más tiempo encerrados, a veces de hasta un mes
tan sólo el de ser llevados a la corte, amén del resto de
burocráticos trámites que precisan de muchos más meses
encarcelados (puede alegar un ilegal, con justa razón, que
sus derechos humanos fueron violados, además de los
maltratos a que se le someten, lo cual abriría un caso de
él o ella contra el estado, que involucraría un abogado,
trámites legales, mucha burocracia... además, por supuesto
de los gastos que tal acción implicaría, lo que requeriría
dinero, con que el ilegal, en la mayoría de los casos, no
cuenta). Por tal hecho, sólo se la pasó una semana en
esa cárcel de máxima seguridad Marcos.
Por
fin llegó el siguiente miércoles. “Nos despertaron en la
noche, como a las doce, y nos sacaron de la celda en donde
estábamos... y ya nos regresaron nuestra ropa pa’ que nos
quitáramos los uniformes y nos la pusiéramos, y luego nos
sacaron al patio en donde juegan básquetbol los presos y
nos juntaron con los otros ilegales que también iban a
deportar. Nos dieron una cobijita bien delgada y un
colchoncito también bien delgado... ¡ni te quitan el frío!
(era abril, a esas alturas, pero aún hacía bastante frío)...
y así nos tuvimos que dormir, a la intemperie, porque al
otro día, que era jueves, ya nos iban a llevar al
aeropuerto, pus es el único día que hay vuelo pa’
llevarse a los ilegales pa’ la frontera. Y ya cuando
amaneció, pus que nos encadenan a todos de la cintura, de
las manos y de los pies, parejo, hombres, mujeres,
chamacos... parejo te encadenan de la cintura y te hacen que
vayas en fila... ¡yo hasta a un chamaquito vi que tenían
encadenado, por Dios!”. Marcos se refiere a la infame
costumbre que tienen los estadounidenses de colocar una
larga cadena con eslabones que se cierran alrededor de la
cintura de los reos, de las manos y de los pies, de tal
forma que todas esas partes quedan interligadas y apenas si
pueden caminar. Sí, muy excesivo el maltrato y el rigor con
que tratan a los pobres indocumentados, como si a esas
alturas de su confinamiento aún tuvieran ánimos para
escapar. Por eso el título de la presente crónica, pues
parecieran animales rabiosos, leones, panteras, los
que se encadenan, en lugar de simples, asustados,
humillados, cansados humanos...
Y
así, encadenados “hasta los dientes”, rudamente, despóticamente
tratados, aquellos peligrosísimos criminales son
sacados de esa infame prisión y llevados a un autobús, sin
mayor protocolo, sin el menor gesto de amabilidad, mostrándose
sus fieros, estrictos, celosos de su deber guardianes, en
todo momento inconmovibles, inmisericordes, cumpliendo la
ejecutoria sentencia de deshacerse de esas humanas molestias
que tantos problemas le ocasionan a su acariciado american
dream de paz y prosperidad económica y de estricta
“aplicación de la justicia”.
Así,
encadenado, escoriándose sus tobillos y sus muñecas por el
movimiento de las cadenas, viajó Marcos, junto con los
otros, un par de horas en el autobús hasta el aeropuerto,
en donde, a eso de las diez de la mañana llegó el avión
que los repatriaría a la tierra llena de carencias y
sufrimientos que los vio nacer. Al llegar la
aeronave, continúa Marcos, la narración, <pus que
llegan a los que les dicen allá los marshals, y esos
son bien gandallas, esos sí hablan español y empiezan a
insultarte y te dicen “a ver, pinches ilegales pendejos,
pa’ qué vienen pa’ acá, no los queremos, regresensen a
su pinche país, y ni vayan a hablar, cabrones, porque los
callamos”... y cosas así te gritan, te insultan y te
tratan remal, y ya entonces, pus te bajan del autobús y te
empiezan a pasar lista y cada que te nombran, pus debes
decir que tú eres y te checan de todo, las esposas, que
vayan bien apretadas, todo, los pies, la boca... yo creo que
para que no vayas a traer nada escondido allí... y así, y
ya que te revisan, te suben al avión y te sientas en donde
te van diciendo...>. Dice Marcos que es un avión normal,
con filas de dos asientos de un lado y de tres, del otro. De
un lado sientan a las mujeres y del otro, a los hombres. Le
pregunto si tenía algún letrero el avión y me responde
que no, que totalmente en blanco, seguramente para que los
traslados de ilegales no llamen mucho la atención, sobre
todo por la cuestión de la violación a los derechos
humanos que, de todos modos, tienen los ilegales. Y dentro
del avión, los marshals siguen con su rudeza, su
maltrato físico y verbal, empujándolos para que se
acomoden lo más rápido posible, amenazándolos con
propinarles un golpe si no obedecen... “Nos dijeron que no
nos moviéramos y que ni volteáramos a ver a las mujeres
porque nos daban en la madre”, continúa Marcos evocando
esos humillantes recuerdos, evidenciando que en ningún
momento las autoridades estadounidenses se muestran amables
con aquellos pobres ilegales, a quienes siguen hostigando
hasta el final de ese suplicio que es el ser deportado. Quizá
para meterles más miedo y que así reconsideren su intento
de volver a cruzar la frontera en busca del american
dream actúen con tanta prepotencia. Cuenta Marcos que
él fue testigo de la golpiza que le dieron a uno de los
ilegales que iban en el avión. “La mera verdad no sé por
qué o qué le dijo el ilegal a uno de los marshals,
pero cuando volteamos pa’ ver, el marshal ya lo tenía
agarrado del cuello y luego lo azotó contra la pared y se
puso a darle de golpes en el estómago, fuertes, en serio,
se oía cómo le pegaba, y ya luego lo tiró al piso y lo
levantó y ya lo sentó otra vez, pero se veía bien enojado
ese cuate”. Me pregunto, ¿dónde quedan el respeto a los
derechos humanos que tanto alardean en los Estados Unidos,
país en donde alguien puede hablar al 911, emergencias,
si un gato está sobre un tejado y no puede bajarse, para
que sea rescatado por los bomberos? Sí, hipócritamente se
conmueven con el maltrato a las mascotas, pero no se
conmueven con el maltrato a los ilegales, cuyo único delito
es ir allá a ganarse unos cuantos dólares para paliar su
enorme necesidad económica. Me recuerda, lo que platica
Marcos, las escenas de la cinta “Camino a Guantánamo”,
la que narra las desventuras de unos pobres paquistaníes
naturalizados en Inglaterra, quienes son tomados por
combatientes talibanes y son llevados de manera arbitraria,
ilegal y violenta a la infame prisión de Guantánamo, la
cual, el mundo entero clama que desaparezca ya debido a
tantas violaciones a los derechos humanos que, en aras de la
seguridad estadounidense, se cometen allí, incluidas
torturas físicas y psicológicas, vejaciones, deformantes
encadenamientos, amenazas... en fin, toda una moderna práctica
inquisitoria. “¡Eso es pa’que vean que no se pueden
pasar de listos con nosotros, cabrones!”, dice Marcos que
gritó ese rudo representante de la ley. Cuenta e
muchacho que el avión va haciendo escalas y que cuando llegó
allí, ya iban algunos indocumentados a bordo. Algunos
bajaron ahí antes de que subieran Marcos y el resto del
grupo, unos cuarenta ilegales, entre hombres y mujeres.
Luego hizo una escala más en Colorado, en donde de nueva
cuenta subieron y bajaron ilegales. Eso porque no todos son
deportados, sino que como varios son reincidentes, pues ya
son juzgados más severamente, incluso sentenciados a varios
meses de cárcel. En Laredo, por ejemplo, se acaban de
aprobar leyes que multan hasta con 250 dólares a los
ilegales que traten de cruzar por primera vez la frontera,
además de que durante cinco años no podrán obtener un
permiso legal para trabajar allá. Si reinciden, la multa es
de 1000 dólares y 20 años de pena para no obtener el
permiso legal de trabajo (a los coyotes, les cobrarán
hasta tres mil dólares y los sentenciarán hasta por seis años
de prisión). Pero por más leyes que hagan o promulguen, nada
podrá impedir que los ilegales sigan intentando entrar a
los Estados Unidos, pues es mayor su necesidad que su miedo
a ser atrapados por la migra y deportados o encarcelados.
En
Colorado les dieron de comer, unas bolsas de plástico
conteniendo un sandwich y un tetrapack con agua, nada más,
“pero el marshal que nos daba la comida, la iba
botando, así, como si fuéramos perros, y si la agarraste,
bien, y si no, pus también, y si se te cai, pus ya te
fregabas porque no podías juntarla y ellos no eran para pasártela,
y te quedabas sin comer”, dice Marcos. “Y nada de que le
dijeras que se te había caído la comida, porque te iba
peor”, agrega, con la misma excitada voz de hace rato.
Por
fin llegaron a Laredo, Texas, y allí, con la misma rudeza,
los hicieron descender los marshals. De allí, ya se
encargaron agentes de migración estadounidenses de ellos,
pero, cuenta Marcos, que fueron igualmente rudos y déspotas.
“Y ya nos fueron quitando las esposas, pero a mi primo,
como no podía subir bien el pie para que se las quitaran,
uno de los agentes le dijo en inglés, medio le entendí, le
dijo motherfucker... eres un pendejo, sube la pata,
cabrón, o te dejo así... y pus que lo deja así, porque mi
primo, por la cadena, pus no pudo subir su pie el pobre,
porque ya le lastimaba”. Hasta pasado un rato fue que otro
guardia pasó y le preguntó a su compañero que por qué no
le habían quitado las esposas al primo de Marcos y aquél
le “explicó” que porque el mexicano era un tonto que no
había podido subir el pie y sólo hasta ese momento el otro
guardia lo desesposó. Allí es donde, como último
humillante trámite, pasan por la oficina de inmigración
local, en donde un fiscal acusador fue el que les dijo: “¿Verdad
que van a volver? Pues yo mejor les aconsejo que no lo
hagan, porque entonces, sí, les va a ir pior”, con
americanizado acento, refiere Marcos, y que todos ellos nada
más agacharon sus cabezas. Ya luego les refirió los
“graves crímenes” que habían cometido, principalmente
haber entrado ilegalmente al país y haber trabajado
ilegalmente, y que durante los siguientes cinco años no
tendrían derecho a obtener un permiso de trabajo legal
estadounidense.
Finalmente,
las pocas pertenencias que tenían al momento de la captura,
les fueron devueltas. Si tienen muy buena suerte, les
regresan el dinero que les hubieran encontrado en ese
instante, si no es mucho, claro. “Pus yo llevaba 250 dólares
cuando me agarraron y sí me los devolvieron, pero a mi tío
Salomé, a él le quitaron 800 dólares y a él no le
devolvieron nada, ni un centavo”. Dice que les dan un
cheque para “evitar”, les explican, hipócritamente, que
les roben el efectivo, el cual, en muchos casos las mismas
autoridades les roban, como los 800 dólares que no le
devolvieron a Salomé. Y ya, completados todos los trámites
de la deportación, son conducidos en grupos por los
oficiales estadounidenses a través del puente internacional
para depositarlos, felizmente, en territorio
mexicano, en donde podríamos suponer que ya todo termina,
pero no, aún les queda enfrentar la deleznable corrupción
y bajeza de los policías de Ciudad Juárez, quienes
sabedores de que muchos indocumentados cargan dinero, se les
acercan, alegando mentirosas violaciones al “reglamento”
policiaco y prácticamente los asaltan. “Pus como muchos
fuimos al banco y cambiamos nuestros cheques, pus que se nos
acercan unos policías y nos dijeron que eso no era legal y
que teníamos que darles dinero y como uno ni sabe, pus te
lo roban”... no basta, pues, para esos corruptos,
inmorales “policías” tantas humillaciones, maltratos y
vejaciones sufridas por sus compatriotas. No, esos asaltantes
uniformados tienen que cobrar su propia cuota de
miserable comportamiento hacia ellos, extorsionándolos y
maltratándolos aún más.
Ya,
luego de ese asalto policiaco, dice Marcos que
tomaron un taxi a la terminal de autobuses para comprar los
boletos y trasladarse a su pueblo, una vez que ese penoso vía
crucis había concluido. Concluye que él, por su parte,
ya no se arriesgaría nuevamente a ir allá. “No, al menos
de ilegal, pus ya no me voy, en serio, te tratan muy mal
cuando te agarran, sufres mucho cuando cruzas, los pies se
te allagan, te salen ampollas, te sangran... no, mejor le
busco aquí, sí, pus a’i, a ver qué sale”...
Sí,
pienso, al menos tiene el consuelo de que algo saldrá aquí
para trabajar... ¡pero si por eso se van allá, reflexiono,
porque aquí no hay nada qué hacer!... muy mal comienzo de
ese regreso sin gloria para Marcos.
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