¿Superpotencia
en vías de extinción?
Por
Mark Sommer
Inter Press Service (IPS), febrero 2008
Arcata,
California.– La portada del New York Times Magazine del 27
de enero pasado lo dice todo: dos dedos sujetando una minúscula
réplica del mapa de Estados Unidos en el cual está escrito
en letras pequeñas "¿Quién hizo desaparecer a la
superpotencia?"
A
raíz de la sombría bienvenida dada al nuevo año –un
mercado bursátil global en caída y el creciente consenso
de que la economía estadounidense se encamina hacia la
recesión– la única cuestión que aún está debatiéndose
es hasta qué punto llegará y cuánto durará la recesión.
Los
políticos y los analistas estadounidenses evitan
cuidadosamente decir una verdad que les produce pavor, pero
quizás ellos no comprenden por completo la situación:
menos de una década después de que los neoconservadores
ganaran influencia en la Casa Blanca y anunciaran un
"nuevo siglo estadounidense", esa supremacía
incontestada ha sido desafiada por las fuertes pérdidas
"hemorrágicas" que sufren el dominio económico
de la superpotencia, su accionar militar y su influencia política.
Esas
tendencias hace tiempo que están en obra. Revertirlas
requeriría una fuerte dosis de realismo, para lo cual
actualmente hay poca disposición, y un régimen de
autocontrol y de dedicación que está aún muy lejos de las
mentes tanto de los políticos estadounidenses como de su público.
Durante
la pasada generación, Estados Unidos ha estado
'desinvirtiendo' en sus sistemas educativo y de salud, en su
infraestructura física e industrial y en sus instituciones
democráticas, mientras que Europa, China e India se han
reinventado a sí mismos como vibrantes economías.
Una
muestra impresionante de esta inversión de posiciones puede
encontrarse en la actual "liquidación total" de
participaciones en lo mejor de los activos empresariales y
financieros estadounidenses a manos de sus similares de
Rusia –precisamente a una década de la pasada bancarrota
terminal en ese país, que ahora resplandece con ingresos
petroleros–, de minúsculos estados–ciudades como
Singapur y Abu Dhabi, y, más que nada, de China.
Precisamente
ocho años después del anuncio de la existencia de un mundo
unipolar estamos entrando en una era en la cual al menos
otros dos potentes centros de poder han emergido para
desafiar la hegemonía de un Imperio Estadounidense agobiado
por las deudas: una Unión Europea (UE) en expansión y
confiada en sí misma y una máquina económica china que ha
combinado con destreza la política controlada por el estado
del comunismo y el dinamismo rapaz del capitalismo
desenfrenado.
Ninguna
de estas superpotencias emergentes continuará adhiriéndose
a los dictámenes de Estados Unidos como lo han hecho
durante el último medio siglo. Siete años de arrogancia y
obstruccionismo del gobierno de George W. Bush, combinados
con la elevación del nivel de prosperidad y educación en
Europa, China y también India han hecho que estos países
se hayan visto obligados y al mismo tiempo capacitados para
comenzar a forjar vínculos los unos con los otros. Ellos
están ahora estableciendo sus propias pautas globales y
haciendo sus propios acuerdos comerciales entre ellos y con
un segundo grupo de naciones ricas en recursos como Rusia,
Turquía, Irán y Brasil.
El
hecho de que las bolsas de valores desde Shangai a Bombay y
Francfort parecieran haberse agarrado una neumonía después
de que Wall Street estornudara confirmó, sin embargo, que
esta desconexión entre Estados Unidos y el resto del mundo
está todavía lejos de haberse completado. Pero los
analistas en Europa y Asia dicen que es improbable que sus
economías vayan a seguir a Estados Unidos en su recesión,
porque sus "fundamentos" son mucho más saludables
y ninguno de ellos sufre el peso de Iraq o de la guerra
global contra el terror. Con una moneda común y un mercado
más grande que el de Estados Unidos, la UE ahora establece
pautas manufactureras globales y cotas sociales y
ambientales a las cuales deben adherirse China y otros
proveedores globales.
Sorprendentemente,
ninguno de los principales candidatos presidenciales
estadounidenses reconoce el cambio de poder que está ahora
en marcha. Esta negativa a admitir la realidad es en sí
misma una señal de que no es probable que Estados Unidos
responda decisivamente ante la pérdida de dominio
incontestado mediante la realización de los cambios
profundos requeridos para revertir las actuales tendencias.
Pero
la decadencia de Estados Unidos no es inevitable ni
irreversible. El surgimiento de un afroestadounidense y de
una mujer como candidatos viables a la presidencia ha
energizado no solo a los votantes sino también a los
observadores de todo el mundo, quienes pese a los
antecedentes negativos recientes todavía anhelan la aparición
de un nuevamente inspirado liderazgo de Estados Unidos.
Pese
a su pérdida de poder e influencia, Washington seguirá
siendo un poderoso actor en la política mundial en un
futuro previsible. Al contrario de Gran Bretaña, cuya
renuncia al mantenimiento del imperio la forzó a una
retirada a una segunda fila de naciones, su tamaño, cultura
empresarial y tradición innovadora aseguran a Estados
Unidos un papel de pívot en la política global.
Los
tiempos difíciles que tiene por delante, incluso pueden
revitalizar a una disfuncional cultura política. Más
probablemente, los ciudadanos estadounidenses, sus
instituciones y sus empresas se unirán a millones de otros
de alrededor del mundo para llevar adelante una agenda común
a la que, en el mejor de los casos, su gobierno terminará más
tarde por unirse.
(*)
Mark Sommer, columnista estadounidense, dirige el programa
radial A World of Possibilities.
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