El
"buen gobierno" en las elecciones de EEUU
Los
candidatos no presentan programas
Por
Marco A. Gandásegui, hijo
ALAI, América Latina en Movimiento, 21/03/08
En la campaña
política norteamericana se destaca el hecho que los
candidatos no presentan programas y no analizan los
problemas de su país en sus discursos o en los debates. Los
problemas económicos no son tratados y las guerras en que
se encuentra involucrado EEUU no son objeto de análisis.
Por otro
lado, son muy pocos los ciudadanos de ese país que le piden
a los candidatos que analicen los problemas nacionales.
Generalmente, los medios concentran su interés en
aspectos marginales. En
la campaña de 2008, ha jugado un papel importante el género
de la senadora Clinton, la etnicidad del senador Obama y la
experiencia bélica del senador McCain.
Pero no hay
que dejarse engañar. Los candidatos tienen programas y están
muy comprometidos en hacerlos cumplir.
Sin embargo, las reglas políticas en EEUU no
contemplan que los planes de gobierno sean compartidos con
el electorado. Según
el sociólogo norteamericano más importante del siglo XX,
Talcott Parsons, la clase dominante no debe confiar en el
sistema partidista. El
sistema partidista debe limitarse a sólo escoger líderes y
legitimar políticas. Según
Parsons, le corresponde a la cúpula económica-empresarial,
con intereses nacionales (e internacionales), estudiar los
problemas y proponer las soluciones.
Si la
legitimidad de los partidos experimenta una crisis es
necesario establecer una segunda línea de defensa
consistente en el "consenso super-partidario"
capaz de reemplazar los mecanismos correspondientes al
"consenso bipartidista".
Es la noción del "buen gobierno", que
plantea la necesidad de contar con extensos acuerdos
negociados independientemente de los partidos y, además,
con lealtades transversales.
En este sentido las asociaciones
"voluntarias" (tanto en EEUU como en el resto del
mundo) deben incorporar todos los miembros de la clase
dominante al sistema sin perjuicio de su inclinación
partidista.
En opinión
de Parsons lo singular del sistema político norteamericano
es, por un lado, su sistema de votación y, por el otro, el
bipartidismo que crea un equilibrio permanente entre fuerzas
nuevas y las viejas. El
sistema de votación contribuye a la movilización de los
representados y el bipartidismo asegura la alternabilidad
que contribuye al consenso.
Los discípulos
de Parsons desarrollaron el concepto de pluralismo que
camina de la mano con la noción de "buen
gobierno". El
pluralismo consiste en la flexibilidad que deben tener las múltiples
"elites" para llegar a entendimientos e introducir
cambios. El
pluralismo tiene como objetivo reducir (enfriar) la
participación (militancia) política.
La función
que se cree que es de los partidos políticos, en buenas
cuentas, es reemplazada por un conjunto de elites, que pondrían
orden sobre la base de ciertas reglas del juego no escritas,
pero respetadas. Quienes
no son de las elites se convierten en simples espectadores.
El sistema los margina políticamente y minimiza la
participación electoral.
Para
Parsons los partidos políticos y las elecciones, en buenas
cuentas, son un mal necesario. Para mantener cierto nivel de
legitimidad y la estabilidad necesaria para gobernar hay que
controlar los movimientos sociales.
Los discursos electorales de los candidatos en la
actual campaña presidencial de EEUU que se decidirá en las
elecciones de noviembre de 2008 -que no analizan la economía,
las guerras- siguen al pie de la letra las recomendaciones
del "buen gobierno" y del pluralismo.
(*)
Marco A. Gandásegui, hijo, es Profesor de la Universidad de
Panamá e investigador asociado del CELA.
Clinton
y Obama coinciden en detener la guerra cuanto antes, pero
sus recetas
resultan poco convincentes
El
fracaso de Irak en la campaña
Por
Mateo Madridejos (*)
El Periódico, 29/03/08
El quinto
aniversario del comienzo de la guerra de Irak fue
conmemorado por los norteamericanos con sentimientos,
informaciones y reflexiones encontradas, como corresponde a
la situación endemoniada sobre el terreno, la sombría
realidad de los 4.000 soldados muertos, las heridas múltiples,
el desastre geoestratégico, los intereses en juego y el
arduo camino para salir del atolladero. Única novedad: los
pronósticos sobre la actitud que adoptará el próximo
presidente ante una tragedia cuyo desenlace no afecta sólo
a EEUU sino también a sus aliados europeos.
El
empecinamiento del presidente Bush, su patética apelación
a "la victoria estratégica" contra el terrorismo
islámico o su aseveración de que los sacrificios no serán
baldíos sólo pretenden enmascarar el panorama de ruinas y
el fin de un "idealismo con botas" --según la
expresión de Pierre Hassner--, de fuerte tradición en la
política exterior estadounidense, que pretendió imponer la
democracia por la fuerza y convertir a Irak en un modelo
para encuadrar todo el Oriente Próximo bajo las banderas de
la libertad.
Como
denuncia un concienzudo y demoledor informe del Carnegie
Endowment, instituto de análisis de orientación
conservadora, "la estrategia de crear un nuevo Oriente
Próximo, pero ignorando las realidades de la región,
exacerbó los conflictos existentes y creó nuevos
problemas". Luego, "para restablecer su
credibilidad y promover transformaciones positivas, EEUU
debe abandonar la ilusión de que puede remodelar la región
según sus intereses". El círculo virtuoso que
auguraban los doctrinarios neoconservadores se ha
transformado en pesadilla.
La
comunidad intelectual atisba un nuevo consenso para
recomponer el tablero estratégico y remediar la calamitosa
situación derivada de "una peligrosa mezcla de retórica
grandiosa y polí- ticas inconsistentes", pero los
candidatos a la presidencia solo coinciden en la urgencia de
evitar que el repliegue se convierta en otro fiasco. Aún
hay tiempo, porque estamos lejos de la revuelta popular de
1968 contra la guerra de Vietnam que obligó a tirar la
toalla al presidente Johnson. Como reconoce The New York
Times, con base en las últimas encuestas, "Irak ha
sido desplazado entre el gran público por la situación
económica y la campaña política".
Discrepan
los economistas sobre los efectos de la guerra en la amenaza
de recesión, pero no hay duda de que los miles de millones
gastados en Irak hubieran servido para fortalecer el sistema
económico y quizá mejorar el nivel de vida de los
norteamericanos. Según los cálculos de Joseph Stiglitz,
premio Nobel, los gastos totales en Irak alcanzan la cifra
astronómica de 25.000 millones de dólares mensuales, casi
unos 5.000 dólares por segundo.
El senador
John McCain, aunque ofrece cerrar Guantánamo y una relación
multilateral con los aliados europeos, se mantiene en la
estela de Bush en cuanto a Irak, adopta como lema el
"no a la rendición" y repite que una retirada
militar desencadenaría "genocidio y caos en toda la
región". Los senadores Clinton y Obama están de
acuerdo en que hay que acabar con la guerra cuanto antes,
pero sus recetas resultan poco convincentes, hasta el punto
de que un editorial de The Washington Post les acusa de
vender fantasías y "prometer lo imposible".
Obama es el
más osado cuando asegura que repatriará en 16 meses
"todas las brigadas de combate" (unos 50.000
hombres), pero nada dice de lo que haría con los 100.000
soldados restantes y los 160.000 civiles contratados por el
Pentágono. Los especialistas del prestigioso Council of
Foreign Affairs insisten en que el mayor desafío es el logístico,
el retorno de "las montañas de material depositadas en
Irak desde 2003", pero los estrategas advierten de los
riesgos de guerra civil, del ascenso de Irán, envalentonado
con armas atómicas, y de la pérdida de influencia de
Washington en el caso de un súbito repliegue.
¿Cómo
mitigar los estropicios de la guerra y la ocupación? Ya no
se trata de promover la democracia, sueño definitivamente
abandonado, sino de estabilizar la situación, paso previo
para cualquier maná desarrollista y de pingües negocios
amparados por el petróleo. Y en este punto entran en juego
los pragmáticos, los que elaboraron el informe
Baker-Hamilton, presentado en diciembre de 2006, que
reconocen la imposibilidad de imponer un nuevo orden y
abogan por negociar con todos los actores regionales,
incluidos Irán y Siria, para restablece el equilibrio.
En esa
dirección, Henry Kissinger, consejero áulico del senador
McCain, apuesta por recabar la ayuda de los europeos, que
"no deben esconderse detrás de la impopularidad del
presidente Bush". En su opinión, la retirada
norteamericana debería ser el resultado de una negociación
diplomática y un acuerdo político, pero nunca de un súbito
abandono de consecuencias catastróficas provocado por el
cansancio o la irritación de la opinión pública.
Durante su
reciente visita a Londres y París, el senador McCain ha
podido comprobar que la ocupación de Irak es un grave obstáculo
para reducir el foso abierto en el Atlántico por la política
de Bush y mejorar la degradada imagen de EEUU en Europa.
Algunas
voces prestigiosas se alzan en ambas orillas recabando una
nueva Alianza Atlántica que reemplace a la que perdió su
razón de ser con el fin de la guerra fría, pero que
mantiene a sus onerosos efectivos (OTAN) sin una estrategia
coherente.
(*)
Periodista e historiador.
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