El
precio de los hidrocarburos desbarata la condición de
superpotencia de EE.UU.
Retrato
de una ex superpotencia adicta al petróleo
Por
Michael T. Klare (*)
Tom
Dispatch, 08/05/08
Rebelión, 13/05/08
Traducido por
Germán Leyens
Introducción
de Tom Engelhardt
El precio
del petróleo parece estar en alza permanente. Un barril de
crudo rompió otra barrera el miércoles – 123 dólares
– en los mercados internacionales, y ahora se habla de una
especie de “superaumento” en el precio (inimaginable
solo ayer) que podría romper el techo de 200 dólares por
barril “dentro de dos años.” Y eso sería sin un vasto
ataque aéreo de EE.UU. contra Irán, después del cual podría
ocurrir cualquier cosa.
El que,
después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, el
petróleo haya estado todavía en el área de 20 dólares
por barril, da una buena idea de los logros reales de los años
del gobierno de Bush. Hoy cuesta llegar a recordar no el
11–S, sino el 9–11, – el 9 de noviembre de 1989 – el
día en el que cayó el Muro de Berlín, indicando que, en
su momento, después de unos setenta años, el Imperio del
Mal reaganesco, la Unión Soviética, iba hacia la puerta de
salida. En 1991, desapareció sin chistar de la faz de la
Tierra. Casi hasta el último momento, altos responsables en
Washington supusieron que continuaría eternamente y, al
principio, cuando desapareció, la mayoría de ellos no podían
creerlo. En su momento, sin embargo, el evento fue saludado
como el mayor de los triunfos estadounidenses – una
“victoria” no sólo en la Guerra Fría, sino en un ámbito
nunca antes visto. Al fin y al cabo, por primera vez en la
historia, quedaba sólo una superpotencia en el planeta.
En el alba
de un nuevo siglo, el gobierno de George Bush hijo, repleto
de implacables ex combatientes de la Guerra Fría, llegó al
poder imbuido todavía con ese sentido de triunfalismo
global y planificando impulsar lo que quedaba de la antigua
Unión Soviética, una Rusia empobrecida, hacia una tumba
precoz.
Casi siete
años y medio después, como lo indica tan vívidamente a
continuación Michael Klare, se podría perdonar a un
observador por preguntarse si no habido dos súper
perdedores en la Guerra Fría. ¿No será que la Unión Soviética,
la más débil de las dos grandes potencias de la segunda
mitad del siglo pasado, simplemente hizo implosión primero,
mientras que EE.UU. adornado con una nube de
auto–satisfacción, iba también lentamente, sin saberlo,
camino hacia una salida? Y, como ironía final, Klare –
autor del nuevo libro imprescindible “Rising Powers,
Shrinking Planet” [Potencias ascendientes, Planeta en
contracción] – señala que la energía ha reflotado a
Rusia, mientras nos hunde a nosotros. (Tom)
Retrato
de una ex superpotencia adicta al petróleo
Hace
diecinueve años, la caída del Muro de Berlín eliminó
efectivamente a la Unión Soviética como la otra
superpotencia del mundo. Sí, la URSS, como entidad política,
siguió dando traspiés durante dos años más, pero se
trataba claramente de una ex superpotencia desde el momento
en que perdió el control sobre sus satélites en Europa
Oriental.
Hace menos
de un mes, EE.UU. perdió de modo parecido su derecho a
reivindicar el estatus de superpotencia cuando un barril de
petróleo crudo aceleró más allá de los 110 dólares en
el mercado internacional, los precios de la gasolina
cruzaron el umbral de los 3,50 dólares el galón en las
gasolineras estadounidenses, y el diesel sobrepasó los 4 dólares.
Como fue un hecho en la URSS después del desmantelamiento
del Muro de Berlín, no cabe duda de que EE.UU. seguirá
dando traspiés como si siguiera siendo la superpotencia que
fue; pero la economía de la nación sigue siendo eviscerada
para pagar su dosis diaria de petróleo; también sería
visto por un número creciente de observadores entendidos,
como un proyecto de ex–superpotencia.
Que la caída
del Muro de Berlín anunció la obliteración del estatus de
superpotencia de la Unión Soviética fue algo obvio para
los observadores internacionales de la época. Después de
todo, la URSS cesó visiblemente de ejercer su dominación
sobre un imperio (y un complejo militar–industrial
asociado) que incluía casi la mitad de Europa y gran parte
de Asia Central. Sin embargo, cuesta ver que la relación
entre el aumento de los precios del petróleo y la
obliteración del estatus de superpotencia de EE.UU. sea tan
obvia. Así que veamos esa conexión.
La
superpotencia del pozo seco
La realidad
es que la riqueza y el poder de EE.UU. se han basado durante
mucho tiempo en la abundancia de petróleo barato. EE.UU.,
fue durante mucho tiempo, el principal productor de petróleo
del mundo, suministrando sus propias necesidades mientras
generaba un saludable excedente para exportación.
El petróleo
fue la base para el ascenso de las primeras gigantescas
corporaciones multinacionales en EE.UU., especialmente la
Standard Oil Company de John D. Rockefeller (reconstituida
ahora como Exxon Mobil, la corporación negociable en bolsa
más rica del mundo). Petróleo abundante, excesivamente
asequible, también fue responsable por la emergencia de las
industrias automotrices y de transporte rutero
estadounidenses, el florecimiento de la industria aérea
interior, el desarrollo de las industrias petroquímica y de
los plásticos, la suburbanización de EE.UU., y la
mecanización de la agricultura. Sin petróleo barato y
abundante, EE.UU. jamás habría vivido la histórica
expansión económica de la era después de la Segunda
Guerra Mundial.
No menos
importante fue el papel del petróleo abundante en el
abastecimiento de combustible para el alcance global del
poder militar de EE.UU. A pesar de todo lo que se habla de
la creciente dependencia de EE.UU. de ordenadores, sensores
avanzados, y tecnología ‘stealth’ [aviones furtivos]
para imponerse en guerras, el petróleo fue fundamental para
otorgar a las fuerzas armadas de EE.UU. su capacidad de
“proyectar poder” en campos de batalla distantes como
Iraq y Afganistán. Todo Humvee, tanque, helicóptero, y
caza bombardero jet requiere su ración diaria de petróleo,
sin el cual las fuerzas armadas orientadas hacia la tecnología
de EE.UU. se verían obligadas a abandonar el campo de
batalla. No puede sorprender, por lo tanto, que el
Departamento de Defensa de EE.UU. sea por sí solo el mayor
consumidor de petróleo del mundo, que utiliza más petróleo
que todo un país como Suecia.
Desde el
fin de la Segunda Guerra Mundial, pasando por el apogeo de
la Guerra Fría, la reivindicación del estatus de
superpotencia por EE.UU. se basó en un vasto mar de petróleo.
Mientras la mayor parte del petróleo de EE.UU. vino de
fuentes internas y el precio siguió siendo razonablemente
bajo, la economía estadounidense floreció y el coste anual
de desplegar vastos ejércitos en el exterior fue
relativamente manejable. Pero ese mar se ha estado secando
desde los años cincuenta. La producción interna de petróleo
llegó a un pico en 1970 y ha comenzado a bajar desde
entonces – y el resultado ha sido una creciente
dependencia del petróleo importado. En su dependencia de
las importaciones de petróleo, EE.UU. cruzó el umbral del
50% en 1998 y ahora ha pasado a un 65%.
Aunque
pocos se dieron cuenta cabal, esto representó una
importante erosión de independencia soberana incluso antes
de que el precio del barril de crudo se elevara por sobre
los 110 dólares. Ahora, EE.UU. transfiere sumas tan
inmensas cada año a productores extranjeros de petróleo,
que estos las utilizan para devorar valiosos recursos
estadounidenses que, sepámoslo o no, EE.UU. ha abandonado
esencialmente su derecho a afirmar que es una superpotencia.
Según los
últimos datos del Departamento de Energía de EE.UU., ese
país importa entre 12 y 14 millones de barriles de petróleo
por día. Al precio actual de unos 115 dólares por barril,
significa 1.500 millones de dólares por día, o sea 548.000
millones de dólares por año. Esto representa por sí solo
la mayor contribución al déficit de la balanza de pagos de
EE.UU., y es una causa importante para la continua baja en
el valor del dólar. Si los precios del petróleo siguen
aumentando – como reacción, tal vez, a una nueva crisis
en Oriente Próximo (como podrían ocasionar ataques aéreos
de EE.UU. contra Irán) – la factura anual por
importaciones podría acercarse rápidamente a tres cuartos
de un billón [750.000.000.000 de dólares, N. del T.] de dólares
o más por año.
Mientras
esos fondos merman la economía de EE.UU., cuando el crédito
es escaso y el crecimiento económico se ha desacelerado
hasta detenerse, las dietas de petróleo de las que
dependemos para nuestra dosis diaria depositan sus montañas
de petrodólares acumulados en “fondos soberanos de
riqueza” (SWF), cuentas de inversión controladas por el
Estado, que compran valiosos recursos extranjeros a fin de
asegurarse fuentes de riqueza no dependientes del petróleo.
Actualmente se piensa que esos fondos ya poseen más de
varios billones de dólares; el más rico, la Abu Dhabi
Investment Authority (ADIA), tiene por sí sola 875.000
millones de dólares.
ADIA llegó
a ser noticia por primera vez en noviembre de 2007 cuando
adquirió una participación de 7.500 millones de dólares
en Citigroup, el mayor grupo bancario de EE.UU. El fondo
también ha hecho sustanciales inversiones en Advanced Micro
Systems, un importante fabricante de chips, y en el Grupo
Carlyle, gigante de la participación privada. Otro gran
SWF, Kuwait Investment Authority, también compró una
participación multimillonaria en Citigroup, junto con un
pedazo de Merrill Lynch de 6.600 millones de dólares. Y
estos no son más que los primeros de una serie de
importantes actividades de los SWF que apuntarán a adquirir
participaciones en los principales bancos y corporaciones
estadounidenses.
Los
gerentes de estos fondos insisten naturalmente en que no
tienen ninguna intención de utilizar su posesión de
propiedades estadounidenses de primera para influenciar la
política de EE.UU. Con el tiempo, sin embargo, una
transferencia de poder económico de esta magnitud no puede
dejar de traducirse también en una transferencia de poder
político. Por cierto, este proyecto ya ha provocado
profundos recelos en el Congreso. “A corto plazo, el que
ellos [los SWF de Oriente Próximo] estén invirtiendo aquí
es bueno,” señaló recientemente el senador Evan Bayh
(demócrata de Indiana). “Pero a la larga es insostenible.
Nuestro poder y autoridad están siendo erosionados por los
montos que enviamos al exterior a cambio de energía...”
No
hay vacaciones fiscales de verano para el Pentágono
La
propiedad extranjera de nódulos esenciales de la economía
de EE.UU. es sólo una señal del desvanecimiento del
estatus de superpotencia de ese país. El impacto del petróleo
sobre las fuerzas armadas es otra.
El soldado
estadounidense promedio en Iraq, utiliza cada día
aproximadamente 27 galones de combustibles basados en el
petróleo. Con unos 160.000 soldados estadounidenses en
Iraq, eso equivale a 4,37 millones de galones de uso diario
de petróleo, incluyendo gasolina para camionetas y vehículos
ligeros, diesel para camiones y vehículos blindados, y
combustible de aviación para helicópteros, aviones
teledirigidos, y aviones de alas fijas. Como las fuerzas de
EE.UU. pagaron, a fines de abril, un promedio de 3,23 dólares
por galón por esos combustibles, el Pentágono ya gasta
aproximadamente 14 millones de dólares al día en petróleo
(98 millones de dólares por semana, 5.100 millones por año)
para permanecer en Iraq. Mientras tanto, nuestros aliados
iraquíes, que se espera que reciban este año una lluvia de
70.000 millones de dólares por el precio en aumento de sus
exportaciones de petróleo, cobran a sus ciudadanos 1,36 dólares
por galón de gasolina.
Cuando se
les cuestiona sobre el motivo por el cual los iraquíes
pagan casi un tercio menos por petróleo que las fuerzas
estadounidenses en su país, altos responsables
gubernamentales iraquíes se burlan de toda sugerencia de
incorrección. “EE.UU. apenas ha llegado a comenzar a
devolver su deuda a Iraq,” dijo Abdul Basit, jefe del
Consejo Supremo de Auditoria de Iraq, un organismo
independiente que supervisa los gastos gubernamentales iraquíes.
“Es una demanda inmoral porque nosotros no les pedimos que
vinieran a Iraq, y antes de que llegaran en 2003 no teníamos
todas estas necesidades.”
Sobra decir
que no es la manera exacta que supuestamente deban utilizar
clientes agradecidos cuando hablan con sus patronos de la
superpotencia. “Me parece totalmente inaceptable que
estemos gastando decenas de miles de millones de dólares en
la reconstrucción de Iraq, mientras ellos colocan decenas
de miles de millones de dólares en bancos en todo el mundo
gracias a los ingresos del petróleo,” dijo el senador
Carl Levin (demócrata de Michigan), presidente del Comité
de Fuerzas Armadas. “En lo que a mí respecta, la cuenta
no cierra.”
Seguramente,
sin embargo, nuestros aliados en la región, en especial los
reinos suníes de Kuwait, Arabia Saudí, y los Emiratos Árabes
Unidos (EAU), que presumiblemente miran hacia Washington
para que estabilice Iraq y refrene el creciente poder de Irán
chií, se muestran dispuestos a ayudar al Pentágono
suministrando petróleo gratuito o con fuertes descuentos a
las tropas de EE.UU.. ¡Qué va! Con la excepción de algo
de petróleo parcialmente subvencionado por Kuwait, todos
los aliados productores de petróleo de EE.UU. en la región
le cobran el precio de mercado. Debe ser considerado un
reflejo impresionante de la poca credibilidad que otorgan a
nuestra supuesta condición de superpotencia incluso países
cuyas elites gobernantes han mirado tradicionalmente hacia
EE.UU. para obtener protección.
Hay que
tomarlo como una evaluación increíblemente perspicaz del
poder estadounidense. En lo que les concierne, EE.UU. no es
otra cosa que uno de esos incurables adictos al petróleo
que conducen un monstruo traga–gasolina a la gasolinera
– y están perfectamente contentos con cobrar nuestro
dinero para utilizarlo luego para quedarse con nuestros
mejores recursos. Así que no hay que esperar vacaciones
fiscales de verano para el Pentágono, en todo caso no en
Oriente Próximo.
Peor todavía
es que las fuerzas armadas de EE.UU. necesitarán aún más
petróleo para futuras guerras que el Pentágono planifica
actualmente. De esta manera, la experiencia de EE.UU. en
Iraq tiene algunas implicaciones especialmente preocupantes.
Bajo la “transformación” militar iniciada por el
Secretario de Defensa Donald Rumsfeld en 2001, la futura
maquinaria bélica de EE.UU. se basará menos en “botas en
el terreno” y cada vez más en tecnología. Pero la
tecnología involucra una necesidad cada vez mayor de petróleo,
ya que las nuevas armas requeridas por Rumsfeld (y el actual
Secretario de Defensa Robert Gates) consumen todas muchas
veces más combustible que las que reemplazan. Para poner
esto en perspectiva: El soldado estadounidense promedio en
Iraq utiliza aproximadamente siete veces tanto petróleo por
día como los soldados en la primera Guerra del Golfo, hace
menos de dos décadas. Y todas las señales indican que la
misma tasa de aumento se aplicará a futuros conflictos, que
el coste diario de combate aumentará vertiginosamente, y
que desaparecerá la capacidad del Pentágono de costear múltiples
cargas militares en el exterior. Así se desintegran las
superpotencias.
El
pozo surtidor ruso
Si algo
demuestra el papel crítico del petróleo en la determinación
del destino de superpotencias en el entorno actual, es la
espectacular reemergencia de Rusia como una Gran Potencia
sobre la base de su superior equilibrio energético.
Ridiculizada otrora como el perdedor humillado, debilitado,
de la rivalidad EE.UU.–URSS, Rusia es de nuevo una fuerza
a considerar en los asuntos mundiales. Posee la economía de
más rápido crecimiento en el grupo G–8 de importantes
potencias industriales, es el segundo productor de petróleo
del mundo (después de Arabia Saudí), y su máximo
productor de gas natural. Porque produce mucha más energía
de la que consume, Rusia exporta una parte sustancial de su
petróleo y gas a países vecinos, convirtiéndola en la única
Gran Potencia que no depende de otros Estados para sus
necesidades de energía.
Al
convertirse en un Estado exportador de energía, Rusia ha
pasado de la lista de las viejas glorias a la primera línea
de los grandes actores. Cuando el presidente Bush llegó a
la Casa Blanca, en febrero de 2001, una de sus más altas
prioridades fue degradar los lazos de EE.UU. con Rusia y
anular los diversos acuerdos de control de armas que habían
sido forjados entre los dos países por sus predecesores,
acuerdos que conferían explícitamente el mismo estatus a
EE.UU. y a Rusia.
Como una
indicación del desdén con el que el equipo de Bush veía a
Rusia en esos días, Condoleezza Rice, cuando todavía era
una asesora de la campaña presidencial de Bush, escribió
en la edición de enero/febrero de 2000 de la influyente
Foreign Affairs: “La política de EE.UU... debe reconocer
que la seguridad estadounidense es menos amenazada por la
fuerza de Rusia que por su debilidad e incoherencia.” Bajo
tales circunstancias, continuaba, no es necesario preservar
reliquias obsoletas del pasado de dos superpotencias como el
Tratado de Misiles Antibalísticos (ABM). En su lugar, los
esfuerzos de EE.UU. deberían concentrarse en prevenir la
mayor erosión de las salvaguardas nucleares rusas y el
potencial escape de materiales nucleares.
En línea
con este enfoque, el presidente Bush creyó que podía
convertir a una Rusia empobrecida y dócil en una importante
fuente de petróleo y gas natural para EE.UU. – y que las
compañías energéticas de EE.UU. dirigirían la cosa. Ese
fue el objetivo evidente del “diálogo energético”
EE.UU.–Rusia anunciado por Bush y el presidente ruso
Vladimir Putin en mayo de 2002. Pero si Bush pensó que
Rusia estaba dispuesta a convertirse en una versión norteña
de Kuwait, Arabia Saudí, o la Venezuela de antes de la
llegada de Hugo Chávez, iba a quedar severamente
desilusionado. Putin nunca permitió que firmas
estadounidenses adquirieran recursos energéticos
sustanciales en Rusia. En su lugar, presidió sobre una
importante recentralización del control estatal en cuanto a
las reservas más valiosas de petróleo y gas, colocando la
mayor parte en manos de Gazprom, el monstruo del gas natural
controlado por el Estado.
Una vez
asegurado el control de esos recursos, sin embargo, Putin ha
utilizado su renaciente poder energético para ejercer
influencia sobre Estados que fueron otrora parte de la
antigua Unión Soviética, así como sobre aquellos en
Europa Oriental que dependen del petróleo y del gas ruso
para una parte sustancial de sus necesidades de energía. En
el caso más extremo, Moscú cerró el flujo de gas natural
a Ucrania el 1 de enero de 2006, en medio de un invierno
especialmente frío, en lo que se dijo era una disputa por
precios, pero que fue ampliamente visto como castigo por la
tendencia política hacia Occidente de Ucrania. (El
suministro de gas fue reestablecido cuatro días después
cuando Ucrania aceptó pagar un precio más elevado y ofreció
otras concesiones.) Gazprom ha amenazado con acciones
semejantes en disputas con Armenia, Belarús, y Georgia –
obligando en cada caso a esas antiguas repúblicas
socialistas soviéticas a retroceder.
Cuando
tiene que ver con la relación EE.UU.–Rusia, la cumbre de
la OTAN en Bucarest a comienzos de abril dejó en evidencia
hasta qué punto ha cambiado el equilibrio del poder. Allí,
el presidente Bush pidió que se aprobara la eventual
membresía de Georgia y Ucrania en la alianza, sólo para
ver que los principales aliados de EE.UU. (y usuarios de
energía rusa), Francia y Alemania, bloqueaban la medida
preocupados de que se tensaran los lazos con Rusia. “Fue
un rechazo notable de la política estadounidense en una
alianza que normalmente es dominada por Washington, dijeron
Steven Erlanger y Steven Lee Myers del New York Times y
“envió una señal confusa a Rusia, que algunos países
consideraron como un apaciguamiento de Moscú.”
Para los
responsables rusos, sin embargo, la restauración del
estatus de gran potencia de su país no es el producto de
engaño o de intimidación, sino una consecuencia natural de
que es el principal suministrador de energía del mundo.
Nadie lo sabe mejor que Dmitri Medvedev, el ex presidente de
Gazprom y nuevo presidente de Rusia. “La actitud hacia
Rusia en el mundo es diferente ahora,” declaró el 11 de
diciembre de 2007. “No nos sermonean como si fuésemos
escolares, nos respetan y nos tratan con deferencia. Rusia
ha recuperado su sitio apropiado en la comunidad mundial.
Rusia se ha convertido en un país diferente, más fuerte y
más próspero.”
Lo mismo,
por supuesto, puede decirse de EE.UU. – pero al revés.
Como resultado de nuestra adicción al petróleo importado,
cada vez más costoso, nos hemos convertido en un país
diferente, más débil y menos próspero. Sepámoslo o no,
el Muro de Berlín de la energía ya ha caído y EE.UU. es
una ex–superpotencia en gestación.
(*)
Michael T. Klare es profesor de Estudios de la paz y la
seguridad mundial en el Hampshire College de Amherst,
Massachusetts, y autor de Blood and Oil: The Danger and
Consequences of America`s Growing Petroleum Dependency. Su
último libro sobre geopolítica de la energía:
"Rising Powers, Shrinking Planet: The New Geopolitics
of Energy," apareció en Metropolitan Books y puede ser
pedido en: bloodandoilmovie.com
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