Entrevista con Thierry Meyssan sobre
el proceso electoral en Estados Unidos
Presidencial USA 2008: un show
antidemocrático
Por Sandro Cruz (*)
Red Voltaire, 26/05/08
Cada cuatro años, la elección
del presidente de Estados Unidos da lugar a un gran show
mediático que pone al mundo en vilo. Extremadamente
complejo y controlado por la oligarquía, el sistema
electoral estadounidense ofrece una imagen de soberanía
popular a pesar de haber sido creado precisamente para
contrarrestar dicha soberanía. Thierry Meyssan (**)
responde a nuestras preguntas sobre el funcionamiento oculto
de la «democracia» made in USA.
Sandro Cruz: Estados
Unidos está en plena campaña presidencial. Tres candidatos
se mantienen en la pelea. ¿Cuál es su opinión sobre
ellos??
Thierry Meyssan: En primer
lugar, no se trata solamente de tres candidatos a la
nominación (McCain por la nominación de los republicanos,
la señora Clinton y Obama por la de los demócratas) ya que
hay pequeños partidos que también tienen sus propios
candidatos [a la presidencia] y algunos independientes
pudieran presentarse en varios Estados. En las elecciones de
2004 hubo 17 candidatos [a la presidencia de Estados Unidos]
pero los medios europeos sólo hablaban de tres.
En 2008 habrá por lo menos un
candidato libertariano, uno verde y dos trotskistas, un
prohibicionista (el pastor Gene Amondson), un representante
del partido de los contribuyentes (el ahora llamado Partido
de la Constitución) y un independiente (Ralph Nader).
Sin embargo, estos pequeños candidatos
no están autorizados a presentarse en la totalidad del
territorio [estadounidense] y no alcanzarán probablemente
ni el 5% de los votos. El republicano y el demócrata se
embolsillarán los votos.
Por eso es que los medios no
estadounidenses sólo se interesan por McCain, Obama y la señora
Clinton. Pero están cometiendo un error porque, aún sin
posibilidades de llegar a la Casa Blanca, el activismo de
los pequeños candidatos está calando en la sociedad
estadounidense y su influencia acaba haciéndose sentir en
el discurso político.
Usted me pregunta qué pienso de los
grandes candidatos, o sea qué cambio puede aportar a la política
de Estados Unidos la elección de cada uno de ellos en
particular. Me parece que la pregunta está al revés. Usted
estará seguramente de acuerdo en que el actual presidente,
George W. Bush, no tiene la capacidad necesaria para
gobernar. Es una marioneta detrás de la cual se esconde el
verdadero poder. Si la política no se decide hoy en día en
la Oficina Oval, ¿por qué cambiaría eso el año que
viene?
La oligarquía se encuentra ahora ante
un dilema: 1. Proseguir la actual política colonial. 2. O
volver a una forma de imperialismo más presentable.
Debido a la aceleración de la crisis
financiera y los fracasos militares, la continuación de la
política aventurera puede conducir a la caída, pero ¿cómo
se vuelve alguien a atrás si no hay algo que lo obligue
directamente a hacerlo?
McCain responde a la primera
posibilidad de la alternativa y Obama a la segunda. Pero
Clinton se puede adaptar a cualquiera de las dos. Por eso es
que aún se le mantiene en la carrera cuando debía haberse
rendido desde hace rato. En realidad, luego de meses de
luchas intestinas, la oligarquía estadounidense acaba de
tomar una decisión. Como se ha visto con las actuales
negociaciones y diversos acuerdos de paz en Pakistán, Irak,
Líbano, Siria y Palestina, EE.UU. ha renunciado al «choque
de civilizaciones» y al «rediseño del Gran Medio Oriente».
Obama tiene dos virtudes. Por un lado,
está haciendo su campaña sobre el tema del cambio y, por
consiguiente, puede encarnar fácilmente una renovación en
política exterior.
Por otro lado, la oligarquía
mayoritariamente blanca prefiere dejar en manos de un negro
la responsabilidad de anunciar la bancarrota del país y de
tener que enfrentar las inevitables revueltas sociales que
vendrán después.
Sandro Cruz: ¿Puede
explicarnos ahora cómo funciona esa elección, ese sistema
electoral?
Thierry Meyssan: Es un
rompecabezas que la mayoría de los ciudadanos no entiende.
Desde la fundación misma de Estados Unidos, se concibió
voluntariamente un sistema muy enredado y con el tiempo se
fue haciendo más complejo todavía. La Constitución de los
Estados Unidos se concibió en reacción a la Declaración
de independencia. El objetivo era detener un proceso
potencialmente revolucionario y crear una oligarquía
nacional que sustituyera a la aristocracia británica.
Alexander Hamilton –el principal padre de la Constitución–
concibió un sistema para impedir toda forma de soberanía
popular: el federalismo.
Esa palabra es ambigua. En la vieja
Europa se utiliza para designar una forma de unión política
democrática que respeta las identidades de cada cual y
mantiene parcialmente varias formas de soberanía. Uno
piensa, por ejemplo, en la Confederación Helvética.
Hamilton, por su parte, no concibió el sistema de abajo
hacia arriba, sino de arriba hacia abajo. No federó
comunidades locales para crear un Estado sino que dividió
el Estado utilizando comunidades locales. Esa ambigüedad
fue lo que dio lugar a la Guerra de Secesión (sobre la cual
hay que recordar que no tuvo nada que ver con la esclavitud,
que fue abolida por el norte durante la propia guerra para
poder reclutar masivamente a los negros). (…)
Sandro Cruz: Vamos a
parar aquí… Se trata, en efecto, de un sistema muy
complejo y tenemos que ir despacio para explicarlo bien. Me
gustaría que esta entrevista quede como una especie de
manual para los profanos. Usted acaba de decir que: «No
federó comunidades locales para crear un Estado sino que
dividió el Estado utilizando comunidades locales.» Me
cuesta trabajo entender la segunda parte de esta frase. Como
quiera que sea, alguien dirige esos Estados, y ese alguien
viene de una comunidad local. ¿Quién tiene entonces el
poder político en esos Estados? ¿Existe, a ese nivel, una
verdadera selección democrática?
Thierry Meyssan: Para Alexander
Hamilton, el miedo al «populacho» y el deseo de crear una
oligarquía estadounidense equivalente a la gentry británica
eran obsesiones. Con el tiempo su corriente política
concibió todo tipo de barreras para mantener al pueblo
lejos de la política.
Como siempre, cada Estado dispone de
sus propias leyes. De forma general, el objetivo de esas
leyes es limitar la posibilidad de creación de un partido
político y la presentación de candidatos a las diferentes
elecciones. En la mayoría de las elecciones locales está
prohibido presentarse [como candidato] sin la investidura de
un partido y en la práctica es imposible crear un nuevo
partido.
El sistema más caricatural es el de
Nueva Jersey donde hay que reunir al 10% de los electores
para poder crear un nuevo partido, condición que –como
todo el mundo sabe– es irrealizable y que impide
definitivamente que los pequeños partidos estadounidenses
puedan abrir una sección en el Estado de Nueva Jersey.
Se trata de un sistema totalmente
cerrado sobre sí mismo en el que, en definitiva, la vida
política se ve confiscada por los responsables de los dos
grandes partidos políticos al nivel de cada Estado. Es
impensable poder desempeñar un papel si no se logra antes
ser cooptado por esa gente.
Volvamos a la elección presidencial.
Alexander Hamilton otorgó poderes a los Estados. Estos
designan a los llamados “grandes electores”, cuyo número
se determina en función de la población [de cada Estado].
Y son esos grandes electores quienes eligen al presidente de
Estados Unidos, no los ciudadanos. En el siglo XVIII ningún
Estado consultaba a la población en ese sentido, hoy cada
Estado realiza una consulta. En 2001, cuando Al Gore recurrió
a la Corte Suprema ante el fraude electoral de la Florida,
la Corte recordó la Constitución: quien designa a los
grandes electores es el gobernador de la Florida, no la
población de la Florida, y Washington no puede inmiscuirse
en los problemas internos de la Florida.
Hay que entender que Estados Unidos no
es, ni ha sido nunca, ni quiere ser un Estado democrático.
Es un sistema oligárquico que concede gran importancia a la
opinión pública como medio de prevenir una revolución.
Con muy raras excepciones, como Jessie Jackson, ningún político
estadounidense pide que se reforme la Constitución y que se
reconozca la soberanía popular. Por eso es particularmente
cómico oír al señor Bush anunciar que va a «democratizar»
el mundo en general y el Gran Medio Oriente en particular.
Sandro Cruz:
Precisemos, por favor. ¿Los electores y los grandes
electores son la misma gente? ¿Son los mismos dirigentes
del partido?
Thierry Meyssan: No, no. Aquí
hay una confusión que tiene que ver con el idioma. En un
sistema electoral de dos niveles, la terminología de las
ciencias políticas establece una diferencia entre electores
de base y grandes electores. En Estados Unidos, sin embargo,
la palabra «elector» se aplica únicamente a los grandes
electores ya que durante los primeros decenios de Estados
Unidos el pueblo no participaba en las consultas
electorales.
Así que quien elige al presidente de
Estados Unidos es un «Colegio de Electores» de 538
miembros. Cada Estado dispone de una cantidad de grandes
electores similar a la cantidad de escaños que le tocan en
el Congreso (entre diputados y senadores). Las colonias,
como Puerto Rico o la isla de Guam, están excluidas de ese
proceso.
Cada Estado establece sus propias
reglas para designar a los grandes electores. En la práctica
se trata de armonizar esas reglas entre sí. Hoy en día
todos los Estados –menos los de Maine y Nebraska que han
inventado sistemas complejos– consideran que los grandes
electores representan a la mayoría de la población.
En caso de que los [votos de los]
grandes electores no arrojen una mayoría y se produzca un
empate entre dos candidatos, es la Cámara de Representantes
quien elige al presidente y el Senado elige al
vicepresidente.
Sandro Cruz:
¿Las
primarias permiten o no a los electores escoger los
candidatos? ¿Cuál es el papel de los superdelegados?
Thierry Meyssan: Las primarias y
convenciones tienen dos objetivos. Desde el punto de vista
interno, permiten tomar el pulso de la opinión pública y
evaluar hasta dónde se le puede forzar la mano. En el plano
externo, ofrecen al resto del mundo la ilusión de que esta
oligarquía es una democracia.
A menudo se piensa que las primarias
permiten evitar los trucos de la alta dirigencia y que
permiten que los militantes de base de los grandes partidos
escojan al candidato. Nada de eso. ¡No son los partidos políticos
los que organizan las primarias sino el Estado local! Están
concebidas, conforme a lo que quería Hamilton, para
garantizar el control oligárquico del sistema y cerrarle el
paso a las candidaturas disidentes.
Cada Estado tiene sus propias reglas
para la designación de sus delegados a las Convenciones
federales de los partidos. Hay seis métodos principales y,
además, otros métodos mixtos. A veces hay que tener un
carnet de miembro del partido para poder votar, a veces los
simpatizantes pueden votar junto a los militantes, a veces
todos los ciudadanos pueden votar en las primarias de los
dos partidos, a veces todos los ciudadanos pueden votar
solamente en la primaria del partido que ellos mismos
escojan, a veces los dos partidos realizan una primaria común
de una sola vuelta, otras veces son a dos vueltas. Existen
todas las combinaciones posibles de todos esos métodos.
Cada primaria, en cada Estado, tiene por tanto un sentido
diferente.
Y también hay Estados que no tienen
primarias sino caucus. Por ejemplo, en Iowa se
organizan escrutinios totalmente distintos en cada uno de
sus 99 condados, donde se eligen delegados locales, que a su
vez realizan primarias de segundo grado para elegir a los
delegados que irán a las Convenciones nacionales. Es
exactamente lo mismo que el sistema del supuesto «centralismo
democrático» que tanto gusta a los estalinistas.
Tradicionalmente este circo comienza en
febrero y dura 6 meses. Pero este año el Partido Demócrata
modificó su calendario. Adelantó el comienzo del proceso y
quiso repartir las fechas para que la diversión durara
durante todo el año. Esa decisión unilateral no fue fácil
de aplicar y provocó mucho desorden ya que, repito, no son
los partidos los que organizan las primarias y los caucus,
sino los Estados.
Al final [del proceso] los delegados se
reúnen en la Convención de su partido. En ese momento se
unen a ellos los superdelegados, que –contrariamente a lo
que esa denominación parece indicar– no son delegados de
nadie. Son miembros por derecho propio, o sea notables y
cuadros dirigentes partidistas. Los superdelegados
representan a la oligarquía y son lo suficientemente
numerosos como para inclinar la balanza en un sentido o en
otro, pasando por alto el resultado de las primarias y los
caucus. Serán el 20% de los participantes en la convención
demócrata y casi el 25% en la convención republicana
(aunque esta última no será más que una formalidad ya que
McCain es el único que queda).
Sandro Cruz: ¿Para qué
sirven las primarias y los caucus por Estados? ¿Cómo
interpretarlos?
Thierry Meyssan: Acabo de
demostrarle que no sirven para nada. Por lo menos en lo
tocante a la designación de los candidatos. Pero ese gran
show permite reducir casi a cero la conciencia política de
los estadounidenses. Los grandes medios de prensa nos
mantienen en vilo con el conteo de delegados y de
donaciones. Ahora se habla de la «carrera» por la Casa
Blanca y de records, como si fuera un maratón televisivo o
la Star Academy.
Se mantiene artificialmente un «suspenso»
para poder captar la atención de la multitud y remachar un
mensaje la mayor cantidad posible de veces. ¿Ha observado
la cantidad de veces que los grandes medios de prensa nos
han anunciado que este martes era decisivo? Pero cada vez se
produce un resultado inexplicable que permite que el
candidato en apuros se mantenga en la competencia para poder
continuar con el show. En realidad el espectáculo está
arreglado. En 17 Estados se instalaron máquinas de votar
que no ofrecen ninguna posibilidad de verificar los
resultados del voto electrónico. Sería preferible no votar
y dejar que los candidatos se las arreglen ellos solos para
inventar los resultados.
Todo eso viene acompañado de mensajes
subliminales bastante dudosos. Por ejemplo, McCain escogió
como slogan la «defensa de la libertad y de la dignidad»,
que él expresa como la libertad religiosa y la abolición
de la esclavitud. Cuesta trabajo creer que sean esas las
preocupaciones fundamentales del ciudadano de a pie. ¿A quién
se dirige entonces ese slogan?
La señora Clinton proclama «Cada cual
en su lugar». Ella quiere decir que, si ella estuviera en
el poder nadie quedaría abandonado. Pero también significa
que la gente tiene que mantenerse en su lugar y que no debe
tratar de cambiar [ese lugar] o meterse en los asuntos de la
oligarquía.
Obama, por su lado, aparece con el
slogan «Change» [Cambio] escrito en su tribuna. Eso
quiere decir que Estados Unidos necesita un cambio, pero
también recuerda una agencia de cambio de dinero. En inglés,
la palabra «change» designa la moneda que le devuelven a
uno. En plena crisis financiera eso distrae bastante.
Sandro Cruz: En un
reciente artículo usted escribió que el presidente de
Estados Unidos siempre es un hombre del complejo
militar–industrial. Desde ese punto de vista, ¿cree usted
que John McCain resultará electo?
Thierry Meyssan: De nuevo está
planteando el interrogante al revés. Los tres principales
candidatos en disputa están dando cada vez más señales de
lealtad al complejo militar–industrial. Es una subasta en
la que, efectivamente, McCain no necesita probar nada, pero
sus competidores no se quedan detrás. Así pudimos oír a
Obama ofrecerse para bombardear Pakistán y, hace unos días,
Clinton amenazó a Irán con «borrarlo» del mapa mediante
el fuego nuclear. ¿Quién da más?
Al cabo de meses de campaña, estos
tres candidatos han llegado a un consenso absoluto sobre las
principales cuestiones de política exterior y de defensa:
• Ellos consideran que la
defensa de Israel constituye un objetivo estratégico de
Estados Unidos;
• no tienen ningún plan de
salida de Irak;
• presentan a Irán y al
Hezbollah libanés como amenazas importantes para la
estabilidad internacional.
Sin embargo, existe una diferencia
entre estos candidatos y reside en el debate que acaba de
cerrarse en el seno del complejo militar–industrial.
McCain y su consejero Kissinger sostienen el principio de
enfrentamiento directo, mientras que Obama y su consejero
Brzezinski proponen un dominio [estadounidense] a través de
representantes. Clinton y su consejera Albright encarnan un
imperialismo normativo que ya resulta obsoleto. En
Voltairenet.org escribí a menudo sobre ese debate estratégico
(sobre todo cuando el informe de las agencias de
inteligencia sobre Irán y la renuncia del almirante Fallon)
y es precisamente de ese debate que depende la designación
del próximo presidente.
En el artículo que usted cita, yo señalé
que el complejo militar–industrial no tenía confianza en
Clinton. Sigo teniendo la misma opinión. Su temática o
posición ya no le interesa a la industria del armamento. Y
por más esfuerzos que haga la Sra. Clinton, ya sea su
participación secreta en la Fellowship Foundation o sus
declaraciones maximalistas o amenazantes sobre Irán, no van
a modificar eso. En el momento en que usted me hace estas
preguntas, decir que «Clinton está frita» no es nada
nuevo. Ese era el titular de un diario de Nueva York la
semana pasada. Pero yo lo escribí cuando la prensa europea
todavía la tenía en un pedestal.
No debemos dejarnos llevar por las
problemáticas que nos imponen los grandes medios de prensa.
No cambia gran cosa saber si Estados Unidos mantendrá, con
McCain como presidente, 100 000 soldados y 200 000
mercenarios en Irak o si, con Obama, disminuiría la
cantidad de soldados y aumentaría la de mercenarios.
Lo importante es saber si Estados
Unidos cuenta todavía con los medios que exigen sus
ambiciones y si puede gobernar el mundo –como aún
pretenden los neoconservadores– o si están minados desde
adentro y tienen que renunciar a su sueño imperial para
evitar el derrumbe –como ya explicó la Comisión
Baker–Hamilton.
Lo cierto es que la vertiginosa caída
del dólar marcó el fin del imperio. Hace 10 años, con 8 dólares
se compraba un barril de petróleo. Ahora se necesitan 135 dólares
y dentro de dos meses probablemente se necesitarán 200.
Además, la desbandada de las milicias del clan Hariri, que
huyeron dejándole el campo de batalla al Hezbollah –en
pocas horas y tirando sus armas a la basura–, demuestra
que ya no es posible recurrir a los subcontratistas para
garantizar los servicios de policía del imperio.
En esas condiciones, McCain no ofrece
ya ningún interés para la oligarquía. Obama y Brzezinski
son los únicos portadores de un proyecto alternativo:
salvar el imperio privilegiando la acción secreta (poco
costosa) por encima de la guerra (demasiado onerosa).
Sandro Cruz:
Efectivamente, es muy sorprendente ver que Barak Obama,
quien afirma querer un cambio en la sociedad estadounidense,
ha escogido como consejero a Brzezinski, cuando se sabe que
este último es un ideólogo que está implicado en sórdidas
operaciones secretas: golpes de Estado, sabotajes y otras
acciones criminales.
Thierry Meyssan: Yo me encontré
con Zbignew Brzezinski, hace très semanas [1], lo oí
desarrollar un discurso ya perfectamente probado sobre la
renovación estadounidense. Él condenó todos los excesos
visibles de la política bushiana, desde Guantánamo hasta
Irak, y hábilmente recordó sus propios éxitos contra la
Unión Soviética.
No creo, sin embargo, que el próximo
presidente de Estados Unidos tenga la oportunidad de aplicar
una nueva «gran estrategia». Ya es demasiado tarde. Barak
Obama tendrá que enfrentar la cesación de pagos de varios
Estados, que no podrán seguir pagando los salarios de sus
propios funcionarios ni garantizar los servicios públicos.
Estará demasiado ocupado con el caos interno como para
poder realizar los planes de Brzezinski.
(*) Sandro
Cruz: Periodista. Miembro fundador de la agencia de prensa
latinoamérica IPI.
(**) Thierry Meyssan:
Periodista y escritor, presidente de la Red Voltaire con
sede en París, Francia. Es el autor de “La gran
impostura” y del “Pentagate”.
[1] La princesa Nazerbayeva había
invitado al señor Brzezinski a Almaty (Kazajstán) como
orador del debate de apertura del Eurasian Media Forum y a
Thierry Meyssan como orador del debate de clausura. Esa
conferencia anual reúne a analistas políticos
y
representantes de los grandes medios de prensa de Rusia,
China y Asia Central.
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