Obama
y Clinton
Dos
caras de la misma moneda imperial
Por
Carlos Rivera Lugo (*)
Claridad, Puerto Rico, 05/06/08
Si hay algo
que ha llamado la atención sobre la presente campaña
electoral en Estados Unidos, sobre todo la reñida contienda
por la candidatura presidencial por el Partido Demócrata,
es el entusiasmo por el tema del cambio y la ruptura con el
status quo que mantiene en Washington los poderes
establecidos. Es un entusiasmo un tanto angustiado ante el
monumental desastre que ha resultado los pasados siete años
y medio de la administración de George W. Bush. A partir de
las políticas fallidas de ésta en los político, lo
militar y lo económico, ha hundido a Estados Unidos en el
guerrerismo, la corrupción y una recesión dictada por el
apetito insaciable del gran capital. De ahí que el grito
por el cambio que se ha escuchado con una fuerza inesperada
entre el electorado estadounidense constituye una búsqueda
desesperada por una apertura hacia un nuevo rumbo nacional e
internacional para el país.
La figura
que más ha logrado canalizar esa esperanza ha sido el
candidato Barack Obama. Incluso, contra todos los pronósticos
iniciales, el senador afronorteamericano por el estado de
Illinois, logró desplazar como favorito a la senadora por
el estado de Nueva York, Hillary Clinton. Ante ello, ésta,
ni corta ni perezosa, entendió que no era la continuidad lo
que más deseaba el electorado de su partido –lo que ella,
como ex primera dama de su esposo el presidente William J.
Clinton, representaba– sino que el cambio. De ahí que
ella también empezara a prometer cambios a diestra y
siniestra, sobre todo en beneficio de los más
desfavorecidos.
Sin
embargo, el imperio es una telaraña. Su estado es un
entramado organizacional complejo de relaciones sociales que
va jalonando a sus participantes hacia lo que el sociólogo
irlandés John Holloway llama “una reconciliación con la
realidad del capitalismo”. Advierte el catedrático de la
Universidad de Puebla que si pretendemos canalizar nuestras
luchas por el cambio a través de ese estado, que tiene sus
particulares prácticas diseñadas en función de los
intereses del capital, éstas se van a ver presionadas a
encausarse en cierta dirección afín a dichos intereses. El
estado capitalista no existe como instrumento de
autodeterminación del pueblo, sino como mecanismo cooptador
de la voluntad popular y reproductor de la hegemonía del
bloque dominante de poder. La lógica del sistema lleva,
pues, hacia la reconciliación permanente con sus intereses
dominantes, es decir, a la traición efectiva, si se quiere,
de toda esperanza de cambio real.
Un buen
ejemplo de lo anterior es la candidatura de Barack Obama.
Mientras más se acerca a la designación como candidato
presidencial del Partido Demócrata, más compelido se
siente a “traicionar” la multiplicidad de expectativas
de cambio real que pretende representar y a reconciliarse
con los fuertes parámetros fijados por la realidad
absorbente del imperio.
Así ocurrió
en días pasados con motivo de su almuerzo con la derechista
Fundación Cubano Americana, una desprestigiada organización,
la más antigua del exilio cubano, promotora activa de actos
de terrorismo contra el pueblo de Cuba y de las políticas
fallidas de Washington en torno a dicho país antillano.
Asegurando que bajo un gobierno suyo Estados Unidos podrá
“recuperar el liderazgo del hemisferio”, Obama acudió
sin embargo a los anticastristas, los principales oponentes
al cambio de la política exterior de ese país sobre Cuba y
la América Latina toda. Para colmo, queriendo congraciarse
con éstos en busca de su voto, les aseguró que de llegar a
la presidencia mantendrá el criminal embargo económico
contra Cuba, “porque nos da peso político con el actual régimen.
Si se dan pasos significativos hacia la democracia,
comenzando por liberar a todos los prisioneros políticos,
empezaremos a normalizar las relaciones. Eso impulsará un
cambio real en Cuba, mediante una diplomacia fuerte,
inteligente y con principios”.
Ahora bien:
Obama fue más allá en su reconciliación con las lógicas
imperiales: enmarcó como un problema de “seguridad” la
actual situación de la América nuestra.
En un
mensaje en el que pretendió delinear los contornos
generales de su llamada nueva política hacia la América
nuestra, Obama señaló: “Para demasiada gente en el
hemisferio la seguridad es una carencia en sus vidas...
Nunca habrá verdadera seguridad a menos que concentremos
nuestros esfuerzos en todas las fuentes de temor para América
Latina, y eso es lo que haré como presidente de Estados
Unidos.” Abundó que para lograr eso “ordenaré a mi
procurador general y a mi secretario de Seguridad Interna
reunirse con sus homólogos latinoamericanos durante el
primer año de mi gestión. Lucharemos por un esfuerzo
unido. Proveeremos los recursos y pediremos a cada nación
hacer lo mismo. Colaboraremos en la lucha contra el narcotráfico,
la corrupción y el crimen organizado”.
Incapaz de
comprender en su justa medida el proceso de cambios que
caracteriza hoy a la región, Obama sucumbió a la lógica
imperial reduccionista que, al igual que el actual
mandatario George W. Bush, parece criminalizar todas las
expresiones de lucha y los conflictos que se escenifican
actualmente en ésta. Llegó incluso a endosar las
intervenciones ilegales del gobierno del presidente Álvaro
Uribe en Colombia en los territorios vecinos de Ecuador y
Venezuela.
De ahí un
paso a su sorpresivo endoso a la notoria Doctrina Monroe:
“Durante 200 años —expresó Obama— Estados Unidos ha
dejado en claro que no vamos a soportar la intervención en
nuestro hemisferio, sin embargo debemos ver que hay una
intervención importante, el hambre, la enfermedad, la
desesperación. Desde Haití hasta Perú podemos hacer algo
mejor las cosas y debemos hacerlo, no podemos aceptar la
globalización de los estómagos vacíos”.
Sin
embargo, “estómagos vacíos” es su amenaza para Cuba si
no se doblega a la voluntad imperial de Washington. Así lo
denunció el líder cubano Fidel Castro Ruz en su más
reciente reflexión: “El discurso del candidato Obama se
puede traducir en una fórmula de hambre para la nación”.
“Los
Estados Unidos de hoy no tienen nada que ver con la
declaración de principios de Filadelfia formulada por las
13 colonias que se rebelaron contra el colonialismo inglés.
Hoy constituyen un gigantesco imperio, que no pasaba en
aquel momento por la mente de sus fundadores”, apuntó el
ex presidente cubano. Invitó a Obama a conocer mejor a Cuba
antes de criticarla, y familiarizarse con las circunstancias
que condujeron a la revolución, sobre todo el
intervensionismo estadounidense y el coloniaje económico
resultante.
“La
Revolución fue producto del dominio imperial. No se nos
puede acusar de haberla impuesto... Ningún otro país pequeño
y bloqueado como el nuestro habría sido capaz de resistir
tanto tiempo, a base de ambición, vanidad, engaño o abusos
de autoridad, un poder como el de su vecino. Afirmarlo
constituye un insulto a la inteligencia de nuestro heroico
pueblo”, advirtió el líder cubano.
La
candidata demócrata Hillary Clinton se ha inscrito dentro
de la misma lógica imperial hacia Cuba y la América
Latina. Según el corresponsal en Estados Unidos de La
Jornada de México, John D. Cockcroft: “Obama y Clinton
aceptan las doctrinas de la guerra contra el terrorismo.
Ambos han votado en el Congreso en favor de la agenda
Bush/Cheney en términos de los presupuestos por ‘la
defensa’ y las guerras. También han votado la línea
Bush/Cheney en cuanto a la tortura, el espionaje interno y
otras violaciones de derechos civiles. Sus consejeros tienen
fuertes vínculos con los oficiales militares más guerreros
e incluyen halcones como Zbigniew Brzezinski y Anthony Lake
por Obama y Madeleine Albright, Sandy Berger y Richard
Holbrooke por Clinton”. Y añade: “Aunque Obama a
diferencia de McCain y Clinton está dispuesto a encontrarse
con líderes cubanos, la política de los tres acerca de América
Latina es casi igual. Dicen que los gobiernos de Cuba y
Venezuela no son democracias sino dictaduras, y habrá que
cambiarlos”.
En fin,
ambos, Obama y Clinton, en su infinita ignorancia de las
circunstancias históricas particulares de nuestras
naciones, se han reconciliado con la antigua y desgastada lógica
imperial del destino manifiesto de su país para mandar
sobre la totalidad de las Américas. De ahí que Nuestra América
sólo puede esperar aquellos cambios que conquiste y
construya, a partir de sus propias luchas, desde las entrañas
de sus propias sociedades y en contra de los continuados
designios imperiales del vecino del Norte. Y ese es nuestro
destino manifiesto.
(*)
Carlos Rivera Lugo es catedrático de Filosofía y Teoría
del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio
María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además,
colaborador permanente del semanario puertorriqueño
Claridad.
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