“Soy
un tipo favorable al crecimiento, de libre mercado. Adoro el
mercado.”
Los
Chicago Boys de Obama
Por
Naomi Klein (*)
The
Nation, 12/06/08
Indymedia
Bolivia, 19/06/08
Traducido
por Germán Leyens
Barack
Obama esperó sólo tres días después del retiro de
Hillary Clinton de la contienda para declarar, en CNBC,
“Miren, soy un tipo favorable al crecimiento, de libre
mercado. Adoro el mercado.”
Para
demostrar que no se trata de un simple rapto primaveral,
nombró a Jason Furman, de 37 años, para que dirija su
equipo de política económica. Furman es uno de los
defensores más destacados de Wal–Mart, que consagra la
“historia de éxito progresista” de la compañía. En la
campaña, Obama atacó severamente a Clinton por estar en el
consejo de Wal–Mart y prometió: “No voy a comprar allí.”
Para Furman, sin embargo, los críticos de Wal–Mart
constituyen la verdadera amenaza: los “esfuerzos para
hacer que Wal–Mart aumente sus salarios y prestaciones”
están creando “daño colateral” que “es de lejos
demasiado enorme y dañino de manera más amplia para los
trabajadores y la economía como para que yo me siente
tranquilo y cante ‘Kum–Ba–Ya' [canción tradicional
afro–estadounidense, N. del T.] en función de los
intereses de la armonía progresista.”
El
amor de Obama por los mercados y su deseo de “cambio” no
son inherentemente compatibles. “El mercado ha perdido su
equilibrio,” dice, y ciertamente es así. Muchos rastrean
ese profundo desequilibrio hasta las ideas de Milton
Friedman, quien lanzó una contrarrevolución contra el
Nuevo Trato desde su posición privilegiada en el
departamento de economía de la Universidad de Chicago. Y
aquí hay más problemas, porque Obama – quien enseñó
derecho durante una década en la Universidad de Chicago –
está compenetrado a fondo en la mentalidad conocida como la
Escuela de Chicago.
Escogió
como su principal asesor económico a Austan Goolsbee,
economista de la Universidad de Chicago al lado izquierdo de
un espectro que termina en la centroderecha. Goolsbee, a
diferencia de sus colegas más friedmanistas, considera que
la desigualdad es un problema. Su solución primordial, sin
embargo, es más educación – una línea que también se
puede recibir de Alan Greenspan. En su ciudad natal,
Goolsbee ha mostrado empeño por vincular a Obama con la
Escuela de Chicago. “Si se considera su plataforma, sus
asesores, su temperamento, el sujeto tiene un respeto
saludable por los mercados,” dijo a la revista Chicago.
“Se sitúa en la cultura de los tiempos, lo que es algo
diferente que decir que sea laissez–faire."
Otro
de los admiradores de Obama en Chicago es el multimillonario
Kenneth Griffin, de 39 años, director ejecutivo del fondo
de cobertura Citadel Investment Group. Griffin, quien hizo
la máxima donación permisible a Obama, es una especie de
anuncio para una economía desequilibrada. Se casó en
Versailles y realizó la fiesta correspondiente en el sitio
de vacaciones de María Antonieta (con la actuación del
Cirque du Soleil) – y es uno de los oponentes más
decididos al cierre de las lagunas de la ley tributaria para
los fondos de cobertura. Mientras Obama habla de reforzar
las reglas comerciales con China, Griffin ha estado
torciendo las pocas barreras que existen. A pesar de
sanciones que prohíben la venta de equipos policiales a
China, Citadel ha estado metiendo dinero en controvertidas
compañías de seguridad basadas en China que colocan a la
población local bajo niveles de vigilancia sin precedentes.
Es
hora de preocuparse por los Chicago Boys de Obama y por su
compromiso con la defensa contra intentos serios de regulación.
En los dos meses y medio entre su victoria en la elección
de 1992 y su toma del poder, Bill Clinton hizo un giro de
180 grados respecto a la economía. Había hecho campaña
prometiendo reformar el NAFTA, agregando provisiones
laborales y medioambientales, e invertir en programas
sociales. Pero dos semanas antes de su toma de posesión, se
reunió con el jefe de Goldman Sachs en aquel entonces,
Robert Rubin, quien lo convenció sobre la urgencia de
abrazar la austeridad y más liberalización. Rubin declaró
a PBS: “El presidente Clinton tomó en realidad la decisión
antes de entrar al Despacho Oval, durante la transición,
sobre lo que constituía un cambio dramático en la política
económica.”
Furman,
destacado discípulo de Rubin, fue escogido para dirigir el
Proyecto Hamilton de Brookings Institution, el think–tank
que Rubin ayudó a fundar para argüir por la reforma de la
agenda de libre comercio, en lugar de abandonarla. Si se
agrega a eso la reunión en febrero de Goolsbee con
funcionarios consulares canadienses, que partieron con la
clara impresión de que se les había instruido para que no
tomaran en serio la campaña contra el NAFTA de Obama, y
tendremos todos los motivos para preocuparnos por una
repetición de 1993.
La
ironía es que no hay absolutamente ninguna razón para esta
vuelta a lo mismo. El movimiento lanzado por Friedman,
introducido por Ronald Reagan y afianzado bajo Clinton,
encara una profunda crisis de legitimidad en todo el mundo.
En ninguna parte es más evidente que en la propia
Universidad de Chicago. A mediados de mayo, cuando el
presidente de la universidad, Robert Zimmer, anunció la
creación de un Instituto Milton Friedman por 200 millones
de dólares, un centro de investigación económica dedicado
a continuar y aumentar el legado de Friedman, estalló una
controversia. Más de 100 profesores académicos firmaron
una carta de protesta. “Los efectos del orden neoliberal
global que ha sido introducido en las últimas décadas,
fuertemente respaldado por la Escuela de Economía de
Chicago, de ninguna manera han sido inequívocamente
positivos,” señala la carta. “Mucha gente argumentaría
que han sido negativos para gran parte de la población del
mundo.”
Cuando
Friedman murió en 2006, semejantes críticas atrevidas de
su legado brillaron en general por su ausencia. Los
glorificadores homenajes póstumos hablaron sólo de los
grandiosos logros, y una de las valorizaciones más
destacadas apareció en el New York Times – escrita por
Austan Goolsbee. Pero ahora, sólo dos años después, el
nombre de Friedman es visto como algo inconveniente, incluso
en su propia alma máter. ¿Por qué entonces, ha escogido
Obama este momento, cuando todas las ilusiones de un
consenso han desaparecido, para ir en retro a Chicago?
La
noticia no es enteramente mala. Furman afirma que aprovechará
la experiencia de dos economistas keynesianos: Jared
Bernstein del Instituto de Política Económica y James
Galbraith, hijo de la Némesis de Friedman, John Kenneth
Galbraith. Nuestra “actual crisis económica,” dijo
Obama recientemente, no llegó de la nada. Es “la conclusión
lógica de una filosofía cansada y descaminada que ha
dominado Washington desde hace demasiado tiempo.”
Así
sea. Pero antes de que Obama pueda purgar Washington del
azote del friedmanismo, tendrá que comenzar por su propia
limpieza ideológica en casa.
(*)
Naomi Klein es la autora de "No Logo",
"Vallas y ventanas" y “The Shock Doctrine: The
Rise of Disaster Capitalism”.
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