Estados
Unidos
El
mito de la clase obrera reaccionaria
Por
Adam Turf (*)
Por
Socialist Worker, EEUU, 09/06/08
Traducción
de Ángel Ferrero
Sin
Permiso, 15/06/08
Adam
Turl examina la visión estereotipada de la clase obrera tal
y como ha aparecido en el centro del debate de la elección
presidencial en los Estados Unidos.
Ha
vuelto la clase obrera. O al menos el término "clase
obrera". Hace décadas que un ejército de expertos y
de académicos viene argumentado que la mayoría de la
población en Estados Unidos comprende a una clase media en
expansión, saciada y de movilidad social ascendente, y que
la idea de una clase obrera pertenece a un pasado industrial
lejano. Parecía que el término "clase obrera" se
había escurrido por el coladero de la historia y no podía
ser traído de vuelta –incluso mediante circunloquios–
sin que en la política dominante se conjurase el espectro
de la "guerra de clases". Como escribió Leon
Frink, profesor de la Universidad de Illinois–Chicago, en
e lChicago Tribune:
«Cuando
Al Gore dio a conocer una modesta llamada a las
"familias trabajadoras" en la Convención Nacional
Demócrata del 2000... su oponente republicano, George W.
Bush, contraatacó inmediatamente acusándole de desatar una
"guerra de clases" en el país. El término
preferido para dirigirse a este electorado ha sido durante
mucho tiempo el de "clase media", e incluso la
AFL–CIO [American Federation of Labor and Congress of
Industrial Organizations, principal sindicato del país,
N.T.] evitó la mayor parte de la retórica de clase en un
intento de co–optar la agenda de los valores familiares y
conservadores.»
Aún
hoy, prácticamente todos los comentaristas, desde William
Kristol a Paul Krugman, emplean sin pestañear la vieja y
temible terminología cuando sugieren que el senador Barack
Obama no puede, como dice el director del Quinnipiac
University Polling, «llegar a los votantes de clase obrera.»
Si "clase obrera" vuelve a ser un término común
en el habla, puede que sea porque haya una crisis afectando
a la mayoría de la población obrera –quienes trabajan
por un salario– en los EE.UU. –El salario por hora,
ajustado a la inflación, ha decaído las últimas tres décadas,
mientras que el tamaño del Producto Interior Bruto (PIB)
casi se ha triplicado, un crecimiento de la riqueza que se
ha acumulado, casi exclusivamente, en manos la gran empresa.
Pero si la "clase obrera" –y su muy discutidos
"remordimientos" y quejas– está al frente de la
elección presidencial del 2008, este
"redescubrimiento" ha venido acompañado de la
recuperación de viejos mitos, a saber: que la clase obrera
está compuesta, en general, por patriotas amantes de la
bandera, conservadores, fanáticos religiosos,
tradicionalistas y que es, mayoritariamente, blanca. Como
continúa Fink en su artículo:
«Hoy
a la "clase obrera" le han sido arrancados los
colmillos que emplear en cualquier intentona radical, e
incluso subversivo. De hecho, la clase obrera actual se
parece menos a la fuerza modernizadora y racional proyectada
por Marx que a un bastión de la tradición, aquel
inamovible "saco de patatas" que identificara con
el campesinado. Explícitamente o no, cada vez que se habla
de clase obrera se la acompaña de la palabra
"blanca". Y el constructo resultante –hombre y
mujeres blancos que no han ido a la universidad– se
presenta con regularidad como el bloque más conservador...
La clase obrera a la que Obama no consigue llegar parece
poblada de Archie Bunkers (1) y sus descendientes.»
*
* * * *
Esto
es un estereotipo, por supuesto, y uno con una larga
historia. Fink trae a colación una visión distorsionada de
la clase obrera –«Archie Bunkers y sus descendientes»–,
que fue una invención de la clase dominante y los medios de
comunicación cuando apareció en los sesenta como parte de
un contrapeso ideológico a la creciente influencia de los
movimientos sociales de los sesenta. El colaborador de
International Socialist Review Joe Allen ha escrito que «a
finales de los sesenta, los medios de comunicación
estadounidenses y el establishment político
"redescubrieron" la clase obrera, aunque no la
verdadera clase obrera, que entonces estaba formada por un
contingente creciente de blancos, negros, latinos y
mujeres... La clase trabajadora que decían haber
descubierto era en realidad el estereotipo de clase media
que pintaba a la clase trabajadora como blancos en rebelión
constante contra los derechos civiles, los movimientos
anti–guerra y el izquierdismo en general.»
Se
emitieron imágenes de obreros con cascos de trabajo
atacando a activistas en un intento de mostrar que los
"recios trabajadores" americanos rechazaban a los
estudiantes "desagradecidos" y
"privilegiados" que se manifestaban contra la
guerra. Pero los estudios realizados a finales de los
sesenta y principios de los setenta mostraron que los
obreros manuales se oponían a la Guerra de Vietnam en número
similar que los jóvenes que montaron el movimiento
estudiantil contra la guerra y los soldados que se
manifestaron contra ella. En la ciudad de clase trabajadora
de Dearborn, Michigan, por ejemplo, un referéndum celebrado
en 1968 que pedía la retirada inmediata de las tropas fue
aprobado con el 57 por ciento de los votos. En 1971 los
hogares con miembros de un sindicato, junto con los hogares
de minorías (los cuales en gran parte coincidían), se
encontraban entre los más firmes opositores a la guerra en
las encuestas nacionales.
Aunque
el racismo continuó dominando en todos los aspectos la vida
diaria estadounidense –como se demostró cuando un grupo
de blancos atacó a Martin Luther King Jr. cuando éste trató
de llevar la lucha por los derechos civiles a la clase
obrera de Chicago– , la clase obrera y los llamados
"pobres blancos" (poor whites) por lo común
simpatizaban más con los trabajadores negros que la gente
"de bien".
Un
estudio de 1966 mostró que eran «la pertenencia da una
clase más alta, el origen de clase o el destino de clase
los argumentos preferidos por los residentes para excluir a
los negros de su vecindario.» Como resultado del continuo
impacto del movimiento de liberación negro en la conciencia
del norteamericano medio, en 1970, una mayoría de los
americanos blancos apoyó la discriminación positiva,
incluyendo el establecimiento de cuotas, para reparar los
efectos de todas las injusticias racistas pasadas y
presentes. Esto no quiere decir que el racismo no tuviera su
influencia entre los trabajadores blancos. La tuvo, como
evidencia el apoyo de algunos sectores de la clase obrera
–incluyendo del norte– a la campaña presidencial de
George Wallace en 1968 por los "derechos del
estado" y en las luchas por el busing (2) a lo largo de
la década de los setenta. Sea como fuere la clase obrera
nunca fue, como se la presenta hoy, un bastión homogéneo
del racismo y la reacción.
*
* * * *
La
clase obrera que los medios de comunicación dominantes han
"redescubierto" hoy también incluye a las
mujeres, pero aún es vista como blanca, y presentada como
partidaria de puntos de vista mayoritariamente
conservadores. Como en los sesenta, esta radiografía tiene
muy poco que ver con al realidad. La mayoría de las
encuestas muestran que la población estadounidense en su
conjunto –y la clase obrera en particular– es más
progresista en la mayoría de asuntos sociales y económicos.
En ningún lugar es más claro que en la cuestión del
racismo. En 1954 sólo el 4 por ciento de los encuestados
respondió que aprobaría el matrimonio entre "blancos
y gente de color." En el 2007, el 79 por ciento
respondió a una encuesta de Gallup afirmando que aprobaba
los matrimonios interraciales. De hecho, a diferencia de
buena parte del establishment de los medios de comunicación,
mucha gente cree que el racismo es un problema actual, no
una cosa del pasado. En una encuesta de la revista
CNN/Essence la mayoría –incluyendo los blancos– dijo
creer que el racismo era "un serio problema." El
ochenta y cinco por ciento de los americanos respondieron
que se sentirían "completamente cómodos" a la
hora de votar por un candidato presidencial negro.
Entendámonos:
todavía hay muchísima gente que tiene ideas racistas (que
no se siente "cómoda" votando por un candidato
negro, que desaprueba el matrimonio interracial o que no
cree que el racismo sea un problema). Y también hay
contradicciones en el pensamiento de la población acerca de
la presencia cotidiana y los efectos del racismo. Por
ejemplo, en la encuesta de CNN/Essence la mayoría de
encuestados, tanto blancos como negros, dijo que no creía
que la discriminación racial fuera la razón por la que los
negros acostumbran a tener salarios más bajos y peores
hogares. Sin embargo, puede decirse, contra el estereotipo
de los medios de comunicación, que la clase obrera –que,
por cierto, además de blancos incluye a diez millones de
negros y latinos, así com a decenas de millones de personas
que sí que asistieron a la universidad– acostumbra a
tener en ideas más progresistas que las clases medias y
altas en muchas de las cuestiones políticas. Las encuestas
actuales muestran, por ejemplo, que el 51% de los americanos
–el porcentaje más alto desde la Gran Depresión, en los
años 30– apoya la vieja demanda socialista de tasar las
rentas más elevadas con el objetivo específico de
redistribuir la riqueza. Una encuesta del 2006 mostró que
el 59% de la población apoya a los sindicatos, un apoyo que
alcanza el 68% entre aquellos que ganan menos de 30.000 dólares
al año.
Pero
no se trata meramente de una cuestión económica. La mayoría
de los ciudadanos y residentes permanentes respondieron en
una encuesta del 2006 que creían que la inmigración era
"algo bueno". Cerca del 90% de los americanos dijo
que creía que los gays y lesbianas deberían tener los
mismos derechos en el trabajo. El apoyo al matrimonio
homosexual ha crecido un 19% desde 1996, y la oposición al
mismo ha declinado un 15%. Incluso en el aborto –una de
las pocas áreas donde la derecha ha ganado terreno ideológicamente–
la mayoría de la población se mantiene favorable a la
postura del caso Roe contra Wade (3). Además, en contraste
con la imagen de un interior fundamentalista entre ambas
costas, las encuestas muestran que los americanos son cada
vez menos religiosos, que los religiosos son cada vez menos
asiduos a la iglesia, e incluso que la generación más
joven de cristianos fundamentalistas es en cierto modo más
de izquierdas en algunos temas relativos a la justicia
social.
*
* * * *
Entonces,
¿por qué persiste la mitología de una clase obrera
reaccionaria? Hay dos razones, relacionadas la una con la
otra. Por una parte, esta idea es útil a la hora de dividir
y conquistar a los trabajadores sirviéndose de líneas de
separación religiosas, raciales, de género, nacionales y
de orientación sexual, presentando estas barreras como
inamovibles e infranqueables. Por el otro, la debilidad política
de la izquierda y del movimiendo obrero en los Estados
Unidos se traduce en que la lucha de clases y la solidaridad
no tienen eco en la política dominante. Tomad, por ejemplo,
a los así llamados "demócratas de Reagan". El término
ha sido resucitado en la elección del 2008, pero fue acuñado
originalmente en los ochenta por los medios de comunicación
para identificar a los votantes de clase obrera que
cambiaron su voto, tradicionalmente leal a los demócratas,
por los republicanos. El telón de fondo de este cambio fue
la oleada de huelgas que tuvieron lugar a finales de los
sesenta y principios de los setenta en los sectores del
transporte, el automóvil, el textil, la minería, el
servicio de correos y otras industrias. Algunas de éstas
fueron huelgas salvajes organizadas completamente al margen
de los sindicatos, lideradas por radicales blancos y negros.
Estas luchas esbozaron todo el potencial de un movimiento
obrero vigorizado y multirracial que crecía a partir de los
movimientos sociales de los sesenta. Sin embargo, a finales
de los setenta la clase dominante se inclinó hacia el
neoliberalismo y empezó un contraataque contra el
movimiento obrero y la izquierda. Hizo presión para obtener
de los sindicatos reducciones en los contratos, dobles
escalas salariales, privatización de empresas, desregulación
laboral y espectaculares beneficios.
Esta
ofensiva de los empresarios empezó bajo la administración
demócrata de Jimmy Carter y fue intensificada con Reagan.
En vez de oponerse a esta ofensiva contra los trabajadores,
el partido que supuestamente representa a la clase obrera
–los demócratas– fue quien impuso los primeros
recortes. Hacia 1984, una parte de fieles demócratas terminó
votando a Reagan, los así llamados "demócratas de
Reagan". Los republicanos lograron este desplazamiento
del voto introduciendo una hueste de "temas cuña"
que hiciera saltar por los aires el voto demócrata:
avivaron el racismo, pidieron una declaración de guerra
contra el crimen y las drogas, atacaron los avances en el
derechos de la mujer. Pero la otra razón que explica este
desplazamiento fue la incapacidad de los demócratas para
ofrecer una respuesta eficaz a este desplazamiento de los
votantes hacia la derecha. Al contrario, los demócratas
llegaron a la conclusión de que necesitaban seguir el
camino de los republicanos para atraerse de nuevo a los
votantes oscilantes. Incluso después de que la Revolución
reaganiana empezara a decaer a principios de los noventa,
los demócratas permanecieron en sintonía con la política
de los conservadores, un estilo simbolizado, por ejemplo, en
la "triangulación" de la administración Clinton.
Así
pues, en los últimos quince años –con la excepción del
período inmediatamente posterior a los ataques del 11 de
septiembre– la clase obrera estadounidense ha tendido a
ser más progresista y de izquierdas que la línea política
oficial del sistema bipartidista. Lo que muestra hasta qué
punto resulta erróneo asumir que la situación descrita por
Thomas Frank en su libro What's the Matter with Kansas? [¿Cuál
es el problema de Kansas?] –que ciertos obreros votan
contra sus intereses económicos confiando en los
republicanos porque éstos le han ganado terreno a los demócratas
en materia social– es algo permanente. Hay, en cambio, un
grave problema a la hora de organizar el sentimiento de
grandes masas de obreros en torno a temas tanto económicos
como sociales en una fuerza política que tenga un verdadero
impacto político.
A
medida que las elecciones del 2008 han ido avanzando, hemos
visto como el término "clase" ha salido a
palestra, con Hillary Clinton –por encima del resto de
candidatos– autoerigiéndose, en palabras del New York
Times, en una "campeona de la clase obrera"
preparada para luchar contra todo tipo de
"injusticias", desde los precios del combustible a
los desalojos motivados por la crisis hipotecaria. ¿Cómo
es posible que Clinton –una senadora y ex primera dama
que, con su marido, reúne / posee [is worth more than] más
de 100 millones de dólares– haya sido capaz de
presentarse a sí misma como la hija predilecta de la clase
obrera? Una explicación es la efectividad de unos crédulos
medios de comunicación, que han repetido una y otra vez su
rémora política de campaña. La otra es el racismo. Todo
el revuelo mediático causado por los discursos de Jeremiah
Wright, antiguo reverendo de Obama –sacados a la luz tanto
en la campaña de John McCain como en la de Hillary
Clinton– minaron la estrategia electoral
"post–racial" de Obama (a pesar de que debe señalarse
que millones de obreros blancos han votado por Obama). Pero
también debe decirse que si Clinton y los medios de
comunicación han sido capaces de presentar a Obama como un
"elitista" es porque él lo ha permitido. Obama
pudo haberse atraído a los obreros –negros, blancos y
latinos– si hubiera preparado una campaña que les hablara
de sus problemas, con propuestas firmes de ayudar a la gente
de clase obrera con las consecuencias de la recesión que
tan duramente les ha golpeado. Pero Obama no quiere una
campaña hecha a partir de estos principios. Quiere
asegurarse de que Wall Street y la América corporativa
(Corporate America) –que muy astutamente han desplazado su
apoyo de los republicanos a los demócratas– no lo
consideren una amenaza. Con ello Obama se inclina hacia la
derecha –de un modo muy similar a la triangulación de
Bill Clinton– tratando de ganarse a los "votantes
indecisos." Los cimientos de la solidaridad existen en
cada lugar de trabajo y en cada comunidad de clase obrera en
todo el país. Organizarlos en movimientos que desafíen al
racismo, al sexismo, al nacionalismo, a la homofobia y al
dominio corporativo puede forzar a los políticos
"oficiales" a inclinarse hacia la izquierda y a
extraer de ellos verdaderas concesiones. Porque es una clase
dominante reaccionaria la que propaga el mito de la clase
obrera reaccionaria.
(*)
Adam Turl es un analista político norteamericano que
escribe regularmente en el semanario de izquierda
estadounidense Socialist Worker.
Notas
del Traductor:
(1)
Archie Bunker, personaje de All in the family, una
popular sitcom estadounidense, interpretado por Carroll
O'Connor. Este personaje, un trabajador de cuello azul
estadounidense reaccionario e intolerante, llegó a ser tan
famoso que su nombre llegó a emplearse para denominar al
sector social que representaba.
(2)
Busing es el nombre de la medida institucional
estadounidense de asignar estudiantes negros a escuelas
blancas con el fin de evitar la segregación racial en los
centros educativos, que se seguía produciendo de facto por
la segregación racial entre barrios. Los estudiantes negros
acudían a las escuelas en autobuses –de ahí el nombre–
que fueron objeto de reiterados ataques.
(3)
El caso “Roe contra Wade” (1973), uno de los casos más
controvertidos de toda la historia de la jurisprudencia
estadounidense, permitió la legalización del aborto en los
50 estados de la Unión, convirtiéndolo en un "derecho
fundamental".
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